Biblioteca Nacional de El Salvador

Publicado: 2 abril 2009 en Glenda Girón
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“Necesito amigos, mi teléfono es el 7993-85…”. “A la berga, Nacionales 100%”. “Alacrán, aunque les duela”. “Chicas, llámenme 2220-30…”. “Bicho Culero”. “Bichos estúpidos, busquen a Dios, es mejor”. El azulejo a un lado de la entrada está plagado de mensajes. Adentro hay 10 retretes, pero solo dos funcionan. Las paredes interiores de estos baños tampoco escapan al fenómeno literario. No hay papel higiénico ni espejos. La manecilla para evacuar el agua apenas funciona. Aquí, entre declaraciones de amor, coqueteos y exaltaciones del espíritu de pertenencia escolar, es fácil olvidar que en el piso superior descansa la colección de libros antiguos más valiosa del país, que en el sótano están guardados todos los periódicos editados en El Salvador desde 1820, que en la primera planta hay una colección de libros internacionales multidisciplinaria y que a unos veinte pasos de esos sanitarios de la segunda planta están las tesis de los egresados de todas las universidades salvadoreñas.

Es la Biblioteca Nacional Francisco Gavidia. Aquí uno puede detenerse tras un mostrador a observar a usuarios, como este adolescente de camisa negra ajustada y jeans que hace un esfuerzo por explicar que busca el nombre del inventor de las medidas de tiempo. Cuando se suceden más solicitudes parecidas, es fácil olvidar que los libros de la escritora salvadoreña más laureada de los últimos tiempos, Claudia Hernández, no aparecen en la base de datos, a pesar de que los tienen. Y los de Jorge Galán, premio Adonáis de Poesía 2006 y jefe editorial de la Dirección de Publicaciones e Impresos, no están disponibles.

También es fácil pasar por alto que no hay un solo texto de Doris Lessing, la británica de origen iraní ganadora del Nobel de Literatura 2007. Tampoco hay ningún ejemplar de los siete libros de la saga que ha movido masas y que algunos ven como el que hizo volver las miradas infantiles hacia la lectura.

—Harry Potter, ¿cómo dice que se escribe?

El que pregunta es Miguel Ángel Cubías Flores, bibliotecario, empírico, quien en 1978 encontró en este lugar el primer y único trabajo de su vida.

—No, no está, y no lo vienen a buscar.

La Biblioteca, entre sus sanitarios tapizados de plumón, sus libros de más de 200 años y sus deudas con la literatura contemporánea, es una paradoja de grandes tesoros y grandes carencias.

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El tiempo se estancó. Se quedó en la época en la que las gradas eléctricas eran una maravilla que tenía que ser exhibida de entrada. No pasó de la etapa de las computadoras con pantallas negras y letras anaranjadas. No es que la Biblioteca Nacional huela a viejo. Huele a pasado, un pasado que sigue siendo presente.

Son pocas las cosas que no se pueden calificar como antigüedad. Los ficheros son un ejemplo de tenacidad. Estas tarjetas con la información de la clasificación, autor y título de los libros siguen engavetadas en estantes ubicados en la entrada, a la par de las ahora inservibles primeras gradas eléctricas que hubo en El Salvador. Son solo restos de lo que en su momento fueron cartulinas. A algunos ya hasta la tinta de letras mecanografiadas se les fue. Pero lo que los vuelve obsoletos no es eso, sino que llevan más de 15 años sin actualizarse.

Quizá por eso Cubías empieza el día con un “shhh, shhh, ¿qué es lo que busca?” La pregunta la dirige a cualquiera que hurgue los ficheros o que se siente frente a las dos computadoras –a las que los empleados llaman base de datos– ubicadas frente a los gaveteros. Cubías es serio, firme y cuenta que a veces le han dicho que hasta grosero. Pero así debe ser en su trabajo. Es el encargado de la base de datos de la primera planta. Si él no está presente, nadie toca las computadoras, nadie puede tener acceso a las clasificaciones de los libros. Es el cancerbero.

Tan necesario siempre y molesto en ocasiones, Cubías es el resultado de un sistema que el usuario promedio no acaba de entender. Y de un temor de la Biblioteca a dejarse tocar por esa misma masa de visitantes que varias veces manchó o rompió las instrucciones que se habían pegado a un lado de las computadoras, hasta que no se volvieron a colocar. Por eso, por los ficheros obsoletos y por las múltiples ocasiones en que algún usuario sentado frente a la pantalla negra bloqueó el sistema es que Cubías no deja que nadie se acerque solo a su base de datos. Dice que podría dejarlos buscar en paz, pero solo a quienes saben cómo funciona el sistema. Y como tampoco es negocio estar enseñándoles a todos, casi nadie sabe, y todos lo necesitan.

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La Biblioteca Nacional no funciona con estante abierto. No se puede llegar a tocar los libros mientras se toma la decisión de cuál es el que interesa. No se pueden apreciar las tapas a ver si alguna portada o título llama la atención. No se puede pasear entre los estantes llenos de libros y polvo. Las búsquedas se hacen desde las dos computadoras que custodia Cubías y que contienen la colección internacional, o en las de la segunda planta, donde se archivan las colecciones de libros nacionales y de tesis. Los criterios de búsqueda son autor, título y materia. Así que lo mejor, según Cubías, es que el usuario llegue con una idea clara de qué es lo que busca. Y eso casi nunca pasa.

—Venimos a ver si hay algo de profesiones médicas –dice una de las dos estudiantes de enfermería paradas junto a las computadoras.

—Sí, pero ¿qué de eso? –pregunta Cubías.

—Todo.

—No, ¿qué buscan? –insiste más firme.

—No sé, algo como qué hace un proctólogo, un oncólogo y un dermatólogo, cuánto ganan, dónde trabajan, o sea, todo, pero queremos ver qué hay.

El bibliotecario entonces corta por lo sano. Las manda a lo básico. Ni siquiera necesita consultar la base de datos para decirles que pidan a los despachadores que les den un diccionario médico.

Así llega también el señor que pregunta por la democracia en la antigua Grecia. No dice más, porque solo eso le mandaron en un mensaje de texto al celular. En esa nebulosa llegan padre e hija cuando dicen ante el mostrador de la colección nacional que buscan los hechos relevantes de la historia de El Salvador. Un universitario pide material sobre liderazgo; así, a secas. Llega la que buscaba información del ADN y el que pide saber todo acerca del VIH/sida.

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Es media mañana y se pueden contar entre 12 y 15 personas en cada sala. Se trata de una afluencia inusual, por su elevado número. Justo en este momento, en su despacho, Manlio Argueta se acorrala en una realidad que no puede ni debe evadir. Con resignación admite que el título de Biblioteca Nacional le queda grande a ese edificio gris de la plaza Gerardo Barrios, vecino del Palacio Nacional y de la Catedral Metropolitana, en el corazón del ruidoso Centro Histórico de la capital.

Manlio Argueta funge como director desde el año 2000, cuando solicitó el puesto inspirado en otros escritores que ocuparon cargos similares como Francisco Gavidia y Arturo Ambrogi en El Salvador; Jorge Luis Borges en Argentina; o José Vasconcelos en México. Llegó sin proyecto definido, pero con ganas. Poco tardó en notar que además de las ganas hacían falta recursos.

La Biblioteca no tiene un presupuesto asignado. Sus gastos son administrados por CONCULTURA, que a su vez está adscrita al Ministerio de Educación. Así, lo que Manlio Argueta más claro tiene es que al año cuentan con unos $40,000 para compra de libros, una cantidad que equivale a lo que la Presidencia de la República habría regalado a la selección nacional de fútbol si hubiera metido cuatro goles en el partido contra Trinidad y Tobago. Y ese dinero sirve también para comprar material para las otras 14 bibliotecas públicas del país. Se adquieren textos escolares porque es lo que más buscan.

Y ahí es en donde Manlio Argueta se acorrala. Y se resigna. Una Biblioteca Nacional debería enfocarse en dos misiones: en la conservación del patrimonio nacional y en ofrecer herramientas para la investigación. Pero en El Salvador el grueso de los que visitan la Biblioteca no buscan investigar, sino salir del paso con alguna tarea. A eso está acostumbrado Cubías. Eso hace a media mañana de un día en que afuera, en el Centro Histórico, suenan a todo volumen las canciones de Ana Gabriel y se cuelan hasta el lugar donde están las computadoras.

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“Leer es arte, sabiduría, cultura, poder, pasión, perseverancia, ciencia, cultura, sabiduría.” Está escrito en uno de los carteles que adornan la Biblioteca. Cerca también están los afiches conmemorativos de la Semana de la Lectura desde el año 2003. “La lectura es la base del conocimiento”, pregona otra exaltación a este hábito.

La dinámica dentro de las salas de la Biblioteca, sin embargo, habla de una realidad menos idealista. Seis estudiantes en faldas azules y blusas blancas se reúnen alrededor de una mesa que, como todas las de las salas, tiene en medio un rótulo que pide “No colocar los codos en los libros”. Los niveles son básicos. Y las advertencias escritas, a veces, no bastan.

Además, los empleados tienen que estar pendientes de los mutiladores.

Cubías recuerda que hace años, cuando la Biblioteca estaba en un edificio en la calle Arce, junto a la iglesia Sagrado Corazón, tuvo un altercado con un grupo de universitarios: “Ellos habían pedido un libro de fotografía, fue suerte que justo un rato después de que lo devolvieron, alguien más lo pidió y yo lo revisé. Le faltaban como 20 páginas”. Lo que siguió fue una discusión de esas que casi terminan en los puños. Los universitarios devolvieron las páginas y hubo que reparar el libro.

Cada empleado tiene su anécdota con los mutiladores. Uno cuenta que tuvo que ir hasta un colegio en busca de un joven que se había llevado varias páginas. Otra dice que tuvo que decomisar cuchillas a alguien que en plena sala se dedicaba a destazar. Y no faltan los famosos, esos que se han llevado tantas páginas que se han ganado un espacio con foto en las paredes y una prohibición de ingreso.

A cada rato, alguien pasa frente al área de las computadoras de la primera planta, dobla a la izquierda y atraviesa una puerta de vidrio para perderse gradas abajo. Es lunes y el reloj no pasa aún de las 10 de la mañana. Van al sótano. La mayoría son hombres y muchos de ellos comparten un objetivo. Son los desempleados que llegan a la hemeroteca a ver en los diarios los suplementos de empleo.

La hemeroteca es una de las áreas más visitadas por los mutiladores. Es el lugar en el que se resguardan los periódicos editados en el país desde el año 1975. En este sótano oscuro y un poco húmedo han tenido que tomar medidas especiales para contener a los que recortan fotografías en las que aparecieron. También los hay fanáticos: permanece colgada en una pared la foto de un joven declarado como visita no grata porque se llevaba recortes de artistas como Britney Spears en poses sensuales.

Por eso, y por los codos puestos en las recopilaciones empastadas, por las manos sucias y por los dedos llenos de saliva para pasar las páginas es que decidieron que los periódicos desde 1820 a 1974 fueran guardados en otra sala, un sitio al que solo tiene acceso aquel que presenta una carta de solicitud de ingreso y una sinopsis del tipo de investigación que hace.

Porfirio Merino, delgado, moreno, de un metro y medio de altura, de hablar pausado y voz suave, es uno de los dos encargados de atender la hemeroteca. Dice que existen temas por los que los usuarios más preguntan y entre ellos está el conflicto armado que vivió El Salvador. El asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero es de las búsquedas más recurrentes. Pero es la afluencia de cada lunes, sin embargo, la que hace que se limite el tiempo de lectura de un diario a 40 minutos por persona.

La Biblioteca tiene sus mecanismos de defensa. Pero también ha reconocido la necesidad de los usuarios y les permite sacar fotocopias y fotografías de los libros. Por eso es que ni Cubías ni Merino, por separado, encuentran una explicación al proceder de los mutiladores. Ambos concluyen, tan resignados como el director Manlio Argueta, que se trata de falta de cultura. Falta de cultura en la Biblioteca Nacional. Afuera es casi mediodía de un día de febrero de 2009; adentro, la luz siempre tenue hace pensar que es cualquier hora de un día de hace varias décadas.

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El año pasado, estudiantes de la Universidad Doctor José Matías Delgado realizaron una encuesta para esbozar los hábitos de lectura de los estudiantes de bachillerato del Área Metropolitana de San Salvador. La muestra fue de 1,308 jóvenes.

En la encuesta, hay resultados que invitan al optimismo. Por ejemplo, el 99% de los futuros bachilleres dijo que es importante leer. Pero a la vuelta de unas pocas páginas, la fantasía se desinfla: el 89% dedica menos de tres horas por semana a esa actividad que identificaron como tan importante.

Algo similar pasa cuando se advierte que 854 estudiantes contestaron que leen por iniciativa propia y que solo 363 dijeron que lo hacen por obligación. Lo curioso es que entre esos que afirmaron leer porque les gusta, los preferidos fueron “La Ilíada” de Homero, con 54 menciones, y el “Popol-Vuh”, con 31. Después vienen los más leídos por obligación. Y casualidad es la palabra que menos ronda por la cabeza cuando se advierte que solo hay una inversión de puestos. El “Popol-Vuh” es el primero con 94, y “La Ilíada”, con 87, se queda en el segundo puesto.

Ese síndrome de la poca lectura es bien conocido. Y el mismo Cubías, un poco desencajado con la pregunta, cuenta que como bibliotecario él tampoco tiene que haberse leído todos los libros, sino que sus índices nomás, para saber dónde buscar. No se acuerda del último que leyó entero y su favorito tarda un buen rato en llegar hasta su memoria. “Es un buen hábito”, es lo que dice de la lectura, pero, como dicen los estudiantes de la encuesta, Cubías tampoco encuentra suficiente tiempo para ejercerlo.

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En la oficina de Manlio Argueta hay un afiche que hace referencia al Bibliobús, que no es más que una unidad de transporte público rellena con libros. “El trabajo que tenemos que hacer es con los niños. No deberíamos, pero tenemos un bibliobús con el que vamos adonde tengamos que ir para empezar a plantar la semilla”, dice, consciente de que esa tarea está alejada del propósito que en realidad le corresponde a una biblioteca que se precie de ser nacional, que son los investigadores y la conservación, según decreto de la UNESCO.

Manlio Argueta –autor de “Un día en la vida” y el escritor salvadoreño más traducido– es fiel seguidor de la teoría de que la lectura es un gran apoyo para evitar la violencia, y este país, en donde en la actualidad el promedio diario de asesinatos es 12, es caldo de cultivo idóneo para esa clase de experimentos; sin embargo, la idea no cuaja. Como si fuera una caja de resonancia del problema, la docena de estudiantes que hoy ocupan las salas de la Biblioteca están afanados en buscar las poblaciones de los países centroamericanos, los inicios de la teoría heliocéntrica u operaciones matemáticas con fracciones. Puras tareas.

El director Argueta plantea la diferencia entre una biblioteca pública y una nacional. Las nacionales que él ha conocido en el primer mundo, dice, ni siquiera son para todo público. El carácter de lugares que conservan tesoros invaluables de conocimiento e historia las obliga a dejar entrar solo a mayores de 18 años que buscan información para una investigación en específico.

La Biblioteca de aquí no cierra a mediodía. Aunque algunos empleados han dejado sus puestos para ir a comer al lugar en donde se dejan los bolsones y las carteras, las salas no se quedan vacías. A esa hora una niña de tres años corre entre las mesas de la segunda planta. Acompaña a su mamá que ha llegado con una hoja tamaño carta en la que se detalla una serie de temas que debe buscar. Hay de Matemática, Ciencias Sociales, Naturales y Lenguaje.

Es una guía que dan para estudiar con el programa Edúcame, un proyecto con el que el Ministerio de Educación busca atenuar el problema de la sobreedad escolar. Consiste en realizar pruebas a las personas que interrumpieron sus estudios para indicarles en qué nivel deben retomarlos. Margarita, madre de la niña de tres años, realiza la búsqueda por su esposo, para que saque el noveno grado.

“Yo siempre he dicho que esta es una gran biblioteca pública”, dice Argueta. Y reconoce que, aunque quisiera, la institución no se puede negar a ser lo que los usuarios han hecho de ella. Este es un país con poca tradición de lectura y en donde las universidades dedican menos del 1% de sus presupuestos a la investigación. Así que lo que hay es una Biblioteca Nacional que se fundó por decreto del Ministerio de Relaciones Exteriores el 5 de julio de 1870 para conservar una ya entonces valiosa colección de volúmenes que perteneció al cardenal Lambruschini, pero que hoy está casi encasillada en ser un lugar de consulta estudiantil.

Los empleados han terminado de comer. Los de la primera planta se disponen a partir una fruta –melón, sandía, papaya– para compartirla entre ellos. Los estantes, los ficheros, las gradas eléctricas, los libros y las computadoras no son lo único antiguo. La mayoría de empleados tiene más de una década de trabajar en el lugar. La más veterana lleva 33 años de labor sin interrupción. Cubías tiene 31.

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Una biblioteca pública se dedica a atender las necesidades escolares, es fuente de consultas académicas y literarias. Una nacional, como ya se dijo, debería ser para investigadores y para conservar el patrimonio bibliográfico de un país. Esta última tarea es de los retos más grandes en El Salvador.

La colección Lambruschini, que fue la adquisición de libros con la que se inauguró la Biblioteca, constaba de 6,000 volúmenes en latín, italiano, francés y algunos en español. Fue comprada al crédito por el Gobierno de El Salvador al general mexicano Federico Larrainzar en 1868, según una investigación que la bibliotecaria Mélida Arteaga presentó en el V Congreso Centroamericano de Historia en el año 2000.

Lo que queda de esos libros es lo que ha sobrevivido a los terremotos de 1917, 1965, 1986 y 2001. Está en la segunda planta del edificio de la Biblioteca. Ana Martha Ramírez, subdirectora de la Biblioteca, accede a mostrar la colección. Ya dentro de la sala oscura cuenta de forma casual que hace unos meses tuvieron un problema con unas palomas que revoloteaban alrededor de un aire acondicionado y no distinguían entre dejar sus gracias en el suelo o sobre libros de 200, 300 o 500 años de antigüedad. El asunto se solventó, dice la subdirectora.

A ojo de buen cubero, ella calcula que son 4,000 libros de esa colección los que se aún se pueden rescatar. En esta habitación, sin embargo, aún hay polvo, y la humedad no está controlada. La colección ni siquiera cuenta con un seguro por daños. Bajo estas circunstancias, entre lo poco que le da esperanzas a Martha está el diagnóstico que dejó una experta cubana que dijo que los ejemplares se conservaban en condiciones básicas. Quiere decir que el conjunto de libros antiguos más valioso del país está resistiendo el paso del tiempo con el mínimo posible.

Lo que hay en la colección Lambruschini es igual de incierto. Se conoce de un facsímil de la primera edición de “El ingenioso Hidalgo Don Qvixote de la Mancha” de Miguel de Cervantes. Y también está otro facsímil de la segunda parte de esta obra. El estudio de la bibliotecaria Mélida Arteaga también da cuenta de “Cassianus jo heremita”, 1491; “Platea”, 1477; Thesaurus “Antiquitatum Romanorum” de Juan G. Grevio; y los libros de historia de Herodoto, Cantón y Quine, además de otros. La mayoría de libros, no obstante, no han podido ser catalogados. Eso lo dice Martha después de mostrar los Quijotes y un libro de por acá y otro de por allá, sin saber con exactitud cuál es cuál y dónde está qué.

El próximo año la Biblioteca cumplirá 140 años desde su fundación. Y en ese tiempo, la Lambruschini se ha mantenido casi como un misterio. Ha sido hasta esta época en la que internet se ha masificado que se desarrolló un proyecto de catalogación de estos libros antiguos. Descubrieron, dice Martha, ejemplares de los que hasta ese momento solo tenía registro la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Además, la identificación de esas obras también se ha topado con una barrera idiomática. Han tenido problemas para traducir los textos, les falta gente preparada para esta tarea. Y también les falta un programa de computadora que acepte signos propios del latín, del francés y del italiano, se lamenta Martha.

Al margen de la identificación y catalogación, el valor de la colección Lambruschini no se pone en duda. Y por eso debería conservarse. Debería. Pero de nuevo, la Biblioteca tropieza con esa disyuntiva entre ser nacional o pública.

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Esta tarde se ha levantado ventisca. Corina de Rendón, la jefa de la Unidad de Conservación y Restauración, y su equipo trabajan en el rescate de unos libros. Ella y otras tres mujeres más se encargan, una vez al año, de limpiar los ejemplares antiguos. También elaboran las cajas especiales que sirven para protegerlos y realizan todo lo que tenga que ver con prevención del deterioro. Lo hacen cuando pueden.

Pero ahora los escritorios con retazos de papel y tijeras no están llenos de los ejemplares de la colección Lambruschini ni otros antiguos. Tampoco se trata de los periódicos de finales del siglo antepasado. Los que están aquí, como pacientes en camilla, son textos al estilo de la “Ley de Reforma del Orden Democrático” o como “Los gobernantes de El Salvador”.

Llegan rotos, doblados, manchados, mutilados. Llegan por los reportes que cada cierto tiempo hacen Cubías y sus colegas. “Es la falta de educación del usuario, no ven que un libro nos sirve a todos, es un gran problema y es difícil de erradicar porque la gente se las ingenia cuando quiere hacer daño”, dice Cubías, para quien el problema tiene que ver con el usuario y no con que la institución que dirige ha tenido que degradar su papel y, en lugar de investigadores, atiende a algunos usuarios que prefieren esconder una cuchilla que pagar tres centavos por una fotocopia de tamaño carta o cuatro por una tamaño oficio.

“Los gobernantes de El Salvador” llega con las páginas hechas flecos. En la mesa, Corina tiene otro lisiado, un libro de texto de Lenguaje en el que alguien ha escrito “Charly y Óscar se aman con locura hasta que la muerte los separe, viviremos felices hasta el fin del mundo”. Cuando los libros llegan cortados, las restauradoras les colocan un tipo de papel transparente para unir los pedazos. El de los flecos, según Corina, es prioridad. “Ahí tenemos que interrumpir lo que hagamos y arreglarlo porque ¿cómo dejamos al usuario sin un libro que ocupa bastante?”, se pregunta aun cuando la respuesta está más que clara.

Si los libros llegan con machas de lápiz, una de las señoras del equipo puede pasar horas frotando con un borrador de goma cada página. Si las manchas son con lapicero, como en el caso de la declaración amorosa entre Charly y Óscar, el proceso es mucho más complicado.

“Los metemos en agua con alcohol, eso ayuda a sacarle la acidez y a matar hongos. Depende de cómo venga, así ponemos cada página en pedazos de tela especial, para que aún mojado lo podamos manipular. Lo remojamos por unos cinco minutos y le quitamos con pinceles y herramientas adecuadas los restos de lo que traiga, tirro, tinta, pedazos engomados, etcétera”, dice Corina. Un libro no se limpia en un día, pueden terminar el proceso con unas cinco páginas diarias como máximo. Y son cuatro mujeres, ocho manos y una cantidad de libros dañados que siempre está creciendo. “Algunos, que vemos que todavía se pueden usar los dejamos ir así”, dice, también contagiada por la resignación.

La Unidad de Conservación está en el mismo nivel que la hemeroteca, es decir, en el sótano. Es una sala en donde se acumula toda clase de papeles, pinceles, borradores, telas e insectos. De uno de los escritorios, Corina saca unas pequeñas bolsas de plástico en donde a simple vista apenas se advierten motas de color blanco o café. Con la ayuda de una lupa, a esos puntos se les ven patas y antenas. Son las plagas que, con la humedad y la suciedad como cómplices, se han devorado ya varios libros. En eso, asegura Corina, es que debería enfocarse el trabajo de prevención, pero en las circunstancias presentes, resulta casi imposible.

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“Una función básica de la Biblioteca Nacional es conservar el patrimonio bibliográfico de la nación. Por eso es que el departamento más importante se supone que es el de Conservación, aunque lo tenemos olvidadito.” La frase es de Argueta y la dice en su oficina, hasta donde llegó no solo un poco de humedad. Como si se tratara de una cicatriz de guerra, recuerda que ese juego de muebles de sala que tiene enfrente quedó con los colchones inflados desde que hace unos pocos años se filtró el agua lluvia por la infinidad de goteras que tenía el techo. Los libros no se libraron del caos.

Las goteras fueron inundación en 2003. Y en 2005, con la llegada de las lluvias que generó el huracán Stan, todo empeoró. Conservación tuvo más trabajo. Hubo que secar, rescatar y desahuciar. Tanto trauma literario solo es comparado entre los empleados más antiguos con el terremoto de 1986. En ese año, la Biblioteca estaba en un edificio frente al mercado Ex cuartel, entre la 1.ª calle oriente y la 8.ª avenida sur. Con el sismo, la estructura colapsó. Cubías, sentado en un escritorio frente a sus computadoras de la primera planta, se acomoda y asegura, con la firmeza que lo caracteriza, que desde entonces hay menos libros.

—Es que los metimos como pudimos en camiones de soldados. Aquí siempre ha habido más mujeres que hombres, entonces eran los soldados los que nos ayudaban a meterlos y ellos como no sabían el valor de los libros, los agarraban y los aventaban. Claro, todavía estaba temblando.

Ese edificio que se hizo añicos con el terremoto ha sido el único construido de forma expresa para albergar una biblioteca. Antes, estuvo en la Universidad de El Salvador, en el Teatro Nacional y en una casona de la 8.ª avenida norte. El que colapsó en 1986 tenía nueve pisos, fue terminado en 1963 y, según la investigación de Mélida Arteaga, costó 2.5 millones de colones de la época.

La mudanza con soldados de la que habla Cubías dejó libros embodegados en ocho locales. Así estuvieron las colecciones hasta 1996, cuando el Gobierno hizo gestiones para entregar a la institución el edificio que el Banco Hipotecario había abandonado porque quedó inservible tras el terremoto de 1986. Y como si no hubiera sido difícil salir de todo el caos que dejó un edificio tumbado por el sismo, los libros fueron depositados en ese lugar que, aun cuando fue restaurado, conserva lesiones.

Son cerca de las 3 de la tarde, y Cubías sube a la segunda planta para realizar una gestión. Lo que lleva son hojas de papel y no corre ni salta ni coloca con fuerza los pies sobre el piso. Aún así, todo vibra: las mesas, las sillas y los anaqueles que exhiben las novedades. Uno que otro usuario se asusta con la primera o la segunda vez que experimenta la sensación. Al final, con el paso de unas cuatro o cinco personas más, se acostumbran, como se han acostumbrado los empleados a trabajar en esas condiciones.

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Se acerca la hora del cierre. Faltan 10 minutos. Adentro, todavía queda una estudiante de octavo grado en el horario nocturno de la Escuela General Manuel Beltrán, de Santo Tomás. Tiene 21 años y ha pasado la tarde buscando información acerca del VIH/sida. En su centro escolar no hay biblioteca. También está un aspirante a ser pastor. Estudia en el Instituto Teológico El Sembrador, de San Jacinto. Tiene 43 años. Con otros tres compañeros de grupo busca información acerca de la homosexualidad. Dice que han hecho hallazgos, pero todos los libros encontrados son de antes de los noventa. No hay material más nuevo. Aún así, dice que ese lugar en el que está ha sido la mejor opción para realizar el trabajo. Y como ellos hay otra joven de 22 años que aprovecha hasta el último minuto para recopilar material de Ciencias Naturales y de Matemática. Prepara su examen con el programa Edúcame. Desea pasarlo para quedar en segundo año de bachillerato. Vive en Ciudad Futura, Cuscatancingo, y en la búsqueda de libros la ha acompañado su madre.

Manlio Argueta se refiere a ellos cuando dice que no les puede cerrar las puertas para darse a la tarea de hacer que la biblioteca que dirige sea realmente nacional. Y cuando Cubías dice que protege los libros de los mutiladores y resguarda las computadoras para que los que en verdad necesitan la información puedan encontrarla también lo hace pensando en gente como ellos. Son las 4. Las luces se apagan y todos se retiran. Finaliza un día más en la Biblioteca Nacional de El Salvador Francisco Gavidia.

comentarios
  1. ALBA ROMERO dice:

    estoy en búsqueda de la hemeroteca nacional del el salvador pero no encuentro ningún docuemnto al respecto. ojalá que me pudieran ayudar ya que me urge conseguir un archivo.

    gracias de antemano

  2. Manuel dice:

    Interesante este articulo, las personas deberiamos dar una oportunidad mas a la literatura, porque como dicen: Leer es la cura para la ignorancia.
    God Bless You and Your Way. 😉

  3. Susy Morán dice:

    Que interesante están estas crónicas, le diré a mi pareja que las lea le interesará mucho.

    Bueno por lo que he leído, la gente que llega a la biblioteca buscando información se encuentra con diversas dificultades desde el bibliotecario que te atiende en la entrada, hasta que no sabes dónde buscar determinado libro.

    Yo nunca he llegado a consultar un libro a esta biblioteca, voy a la biblioteca muy seguido a tramitar ISBN, ya que trabajo en una editorial y casi siempre voy a hacer ese tramite.

    Pero en vista de lo que acabo de leer, voy a hacer la prueba y le diré a mi pareja que haga una crónica para radio sobre esto que esta pasando.

    La vez pasada el me comento, que necesitaban buscar información sobre acontecimiento de inicios de los años 1900, y hicieron un consenso entre compañeros y dijeron que podian encontrar esa información en la biblioteca nacional.

    Bueno agarraron su maletitas y se fueron a la biblioteca y preguntaron dónde podían encontrar esa información, para su sorpresa hay supuestamente un lugar que esta en el sótano de la biblioteca donde se encuentran libros muy antiguos, pero para sorpresa de ellos los libros estaba en medio de lodo podrido algunos libros los agarrabas y se deshacían.

    Cuando el me contó, realmente sentí pena por que soy amante de las cosas antiguas. Una verdadera lástima.

    Bueno Haré la prueba y ya les contaré, luego.

  4. Daniel dice:

    Ando buscando informacion acerca de la historia de la aviacion en El Salvador sus origenes personajes importantes etc… si me hicieran el favor de facilitarme dicha informacion si cuentan con ella me seria de gran ayuda.
    De antemano gracias… Bendiciones

  5. Julio Rodriguez dice:

    hola q tal soy mexicano y queria ver la posiblilidad para encontrar unas notasde un hermano de mi padre fallecio en Republica del Salvador un 2 de abril de 1978 en un accidente automovilistico el 2 de abril de 1978 quisiera saber si puede haber periodicos hemerotecas o hemerotecas virtuales espero me puedan ayudar para saber bien la direccion en republica de salvador e ir gracias y espero q haya alguen q me pueda ayudar dejo mi correoelectronico saludos

  6. Julio Rodriguez dice:

    perdon el nombre de mi tio es ABELARDO RODRIGUEZ GUTIERREZ

  7. TIEMPOS PELIGROSOS

    El carácter de los hombres en los postreros días. En la carta del Apóstol Pablo al joven Timoteo 3:1. Dice: También debes saber que en los postreros días vendrá tiempos peligrosos.

    Dando una mirada al mundo de ayer, realmente en los días de Pablo, era los años 53 dC., la primera Edad de la Iglesia cristiana. En esos tiempos un vivo celo en contra del nombre del Señor Jesucristo se había afincado en la vida, tanto del populacho, como del más grande jerarca de la religión como del más alto encumbrado político el cual era el Emperador Romano. Había nacido un odio en contra de todo aquel que se identificaba con el nombre de Jesús alias el Cristo.

    Sin duda esto es lo que inspira al Apóstol para enviar su alertante carta al joven Timoteo. La apostasía que se acerca (vv.1-14) El esfuerzo resuelto de los hombres de corromper el evangelio y frustrar la obra de Dios. Estas son las recomendaciones del apóstol. (vv. 14-17). Persiste tu en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quien has aprendido; que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda La Escritura en inspirada por Dios, útil para enseñar, para redargüir, para corregir,, para instruir en justicia. A fin de que el hombre de dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.

    Mirando el mundo de hoy.

    Estos tiempos de los cuales Pablo llamó postreros. Desde los años 60 para atrás, la humanidad vivía en un mundo más pacífico. La gente era más humilde, más sencilla, las doctrinas apostatas eran menos, la gente confiaba más en Dios. Cuando entró la TV., el Internet, el hombre no utilizó esto para el bien sino para el mal y los tiempos se tornaron peligrosos. Los jóvenes se comenzaron a salir de la autoridad de los padres, esto causó que la juventud se descarriara, caminando por un camino sin retorno.

    Después de las guerras de centro América donde más 250 mil personas murieron en el Salvador, los hijos huérfanos que quedaron sin padres, ambularon por las calles, allí crecieron, llegando a ser una población infantil abandonada, caminando sin Dios, marginados, empobrecidos, envueltos en una sombra maldita de desesperanza sin que nadie les extendiera la mano. Cuando crecieron un poco, emigraron al país del norte donde todo el mundo vive un espejismo brillante, al llegar allá se encuentran con el desprecio, la esclavitud, el mal trato. No teniendo familia deciden organizar el crimen, y el mal se apodera de ellos. Un demonio les revela que tatúen, crean una doctrina con un instintivo “MS” y “MR18” Se extiende por estados Unidos, Europa y parte de América Latina. Esta es una maldición que ya esta sobra la tierra, ya no hay manera de pararla, los jóvenes quiere salirse de esto. Ellos han confesado que desean dejar de matar, de robar, de violar, muchos no quieren hacer estos crímenes. Ellos han dicho, solo buscando a Dios podemos liberarnos. Los niños desde que están en el vientre ya son adictos a las drogas, y ya son víctimas del desprecio, y de la marginación de la sociedad. Ahora surge una nueva desintegración social. Los carteles de la droga que viene para dar el tiro de gracia a la pobre juventud. Las diferentes sociedades cristianas deberían de unirse en rescate de estos jóvenes necesitados de Dios por salvar sus almas de flagelo, que podamos llevarlos a Cristo Jesús. Enseñarles el camino a seguir. (Juan 14:6.). Yo soy el camino, la Verdad y la Vida y nadie viene al Padre, sino por mí.

    Jesús es la medicina para el dolor de esta sociedad mundial. El año pasado, en Nov. Dios me dio la oportunidad de viajar a Europa, recorrí algunas ciudades y miré la decadencia moral, se podía sentir el humo del cigarro más que el humo de los carros. La gente sacando humo pos sus bocas y narices como una manifestación nerviosa. El mundo está enloquecido, camina como un barco sin timón, vagan como en un desierto, como zombis y desorientados. Estuve frente al palacio real del Rey Juan Carlos en Madrid y me recordé de los días las inquisiciones de los años 1400. El tiempo de Mártires, del Obispo de Torquemada. Estos tiempos fueron peligrosos y ahora también.

    Amigos: El mundo llegó hasta donde el busco su final. Los hijos de Dios deberán rendirse más a Cristo y estar listos para su pronto venida. Todo a terminado.

    Pr. Dr. Mónico Cubías.

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