Alejandro Guerrero, el reportero

Publicado: 8 noviembre 2012 en Luis Felipe Gamarra
Etiquetas:, , ,

Aquella mañana el sonido de un scanner transformaría la manera de hacer televisión en el Perú. Johnny Zacarías acababa de grabar la última toma para su reportaje del domingo, una picante nota policial acerca de los vendedores de autopartes robadas, en el instante en el que su scanner –que captaba la misma frecuencia de la policía– llamó su atención. Aquel sábado 29 de noviembre de 1986, una vez más, como cada fin de semana, Alejandro Guerrero, el intrépido reportero de porte atlético, exuberante barba marrón y tono profundo, cuyo timbre de voz alcanzaba el volumen de un tenor, estaba por escribir la noticia que todos observarían el domingo por la noche en Panorama, el legendario programa que fundara Genaro Delgado Parker en Panamericana Televisión en 1982, el resumen semanal de noticias más sintonizado de todas las décadas. Guerrero estaba dentro del patrullero 1002 de las Águilas Negras, acompañado de dos policías, en una calle del distrito de San Juan de Lurigancho, en el cono este de Lima. Zacarías estaba fuera, enrollando los cables de su cámara de televisión.

―Alejandro, hay un movimiento extraño –le dijo Zacarías a Guerrero.

La radio de la patrulla confirmó la misma noticia: la banda liderada por Dennis Martínez Sarmiento, el fugitivo más buscado por aquel entonces, célebre bajo el alias de Cojo Dennis, se encontraba parapetado con cinco sujetos de su gavilla, armados con revólveres, fusiles y granadas, dentro del laboratorio de Química Suiza, en un intento por huir de la policía con 60 rehenes y 50.000 dólares. Guerrero observó al chofer del patrullero y esperó su reacción. Los uniformados se miraron con un signo de interrogación. Guerrero los sacó del marasmo exigiéndoles que conduzcan hasta la avenida Javier Prado, en el distrito de San Borja, donde quedaba la Química Suiza. Pero el técnico le contestó con una negativa: no podía moverse de ningún lugar hasta no escuchar la orden de su comando. Sin embargo, Guerrero no tardó en convencerlo: él era ese reportero que todos los domingos entraba a sus casa por el televisor, acompañando a policías como ellos en sus temerarias aventuras contra la delincuencia, el terrorismo y el narcotráfico, transformando en sus reportajes a un policía anónimo en un héroe por el resto de su vida. Y, quizá, aquel día de sangre, le podía tocar a uno de ellos. En cosa de segundos, el patrullero se abría paso con furia entre el agitado tráfico del cono este con su poderosa sirena azul y roja, con dirección al cruce de la avenida Javier Prado y la Vía Expresa. Zacarías puso su cámara en On y Guerrero, con esa voz agitada –parecida a la del asmático que sufre un ataque– a la que nos acostumbró durante sus años en Panorama, comenzó con ese monólogo que lo lanzó al firmamento de los ídolos inalcanzables, capaces de reunir por la noche a millones de familias entorno a una TV: Guerrero le enseñó al televidente qué cosa era el rating y cómo había que mimarlo.

―Nos encontramos en una transmisión en vivo –dijo Guerrero para su micrófono.

Bastaba con aquellas palabras mágicas para convencernos de que las películas que transmitían otros canales en las noches dominicales no eran capaces de superar el drama que Guerrero nos imponía en cada uno de sus reportajes.

El reportero y su camarógrafo entraron con un patrullero de las Águilas Negras al perímetro cercado por los efectivos. A pesar de que los alrededores del laboratorio se transformaron en una zona vedada para la prensa, ningún policía pudo detener al experimentado hombre de prensa. Guerrero se acercó al jefe del operativo y solicitó entrar con el primer equipo de Águilas Negras. No hubo problemas: se dispuso de dos chalecos antibalas y dos máscaras antigases. En ese momento, tres de los criminales tomaron a dos rehenes e intentaron escapar a bordo de un vehículo. Los policías, protegidos por una fila de 30 patrulleros, dispararon con ferocidad hasta liquidar a los tres atracadores. A pesar de que el intercambio de proyectiles se hacía cada vez más intenso, Guerrero no se mostró temeroso. Todo lo contrario: estaba excitado. Por los altoparlantes, la policía le exigía al Cojo Dennis que se entregara, pero éste respondía a balazos. Un helicóptero sobrevolaba el techo de la Química con un equipo SUAT, listo para descender con sogas hasta tomar por asalto el edificio. En aquellos instantes, una empleada del laboratorio arrojó la llave de una puerta lateral y cinco efectivos –con Guerrero y Zacarías– entraron al local lanzando granadas lacrimógenas. Se oyó un disparo. La policía comenzó el tiroteo. Guerrero se lanzó al piso. Protegió su rostro con sus brazos. Gritó. Zacarías, con la cámara al ras del piso, captó el sonido de las balas que pasaban por encima de su cabeza. Todo terminó en dos minutos. El olor de la pólvora dominó la escena del crimen. Entre el humo del gas lacrimógeno, Guerrero escuchó a una persona que se quejaba de sus heridas detrás de un sillón. Al acercarse, con su micrófono encendido, Guerrero observó el cadáver de Luis Pretell Trujillo, trabajador de la empresa, tendido sobre el cuerpo agonizante de su hijo de doce años, con dos balas incrustadas en su cabeza. Al lado de ellos, Julián Brown Pretell, otro empleado, se desangraba por una bala en el pecho. Antes de que la policía trajera una camilla para llevárselo a un hospital, Guerrero lo interrogó para los televidentes.

―¿Por qué no gritó que no le dispararan? –increpó el reportero.

Brown no pudo contestarle por el dolor. Mientras otros reporteros de otros canales, periódicos y revistas pugnaban por entrar al lugar, Guerrero grababa unas imágenes más para su reportaje del domingo: los precisos instantes en los que un hombre inocente perdía la vida y los detalles de la captura del Cojo Dennis. Una vez más, Alejandro Guerrero, el cazaexclusivas, se llevó una primicia más para colgar en la pared.

Guerrero tenía entonces 32 años y, reportajes como ese, lo habían convertido en el periodista estrella de la televisión peruana. Los programas cómicos –que solían imitar a personajes importantes de la política y la farándula– le dedicaron un espacio entre sus parodias, calcando esa voz agitada que Guerrero forzaba como gancho para capturar al televidente. Sin embargo, a pesar de su fama (de la que no se ha podido librar hasta la fecha), por ese carácter controvertido, por esa habilidad innata para ubicarse cerca del poder, y por ese hermetismo con el que ha sabido conservar a salvo su vida privada, Guerrero es un protagonista desconocido. A pesar de ser el periodista que hizo del reportaje televisivo el instrumento más contundente de un noticiero, nunca ha dado una entrevista, salvo, claro, aquéllas en las que habló exclusivamente de sus documentales ecológicos. Nunca habló de su trabajo de prensa. Nunca habló de su vida privada. Antes de que produjera su primer reportaje, en 1983, las notas televisivas eran imágenes unidas por cortes intempestivos, con una voz circunspecta como telón de fondo, que narraba con frialdad los sucesos del día a día. Guerrero, al llegar a la pantalla, transformó ese formato en una dinámica distinta: la noticia informaba, entretenía y era capaz de conmover al televidente hasta las lágrimas. No en vano, una de sus primeras notas, aquel reportaje que catapultó su carrera, trató de un niño que moría debajo de una caja de cables telefónicos, fruto del frío, la lluvia y la electricidad. El reportaje de Guerrero alcanzó un grado inusitado de emotividad: caló de tal manera en la sensibilidad que, semanas más tarde, el 31 de octubre de 1983, Carolina Acuña, esposa de Eduardo Orrego (entonces alcalde de la Municipalidad de Lima), fundó la Casa del Petiso, un albergue para niños de la calle que llevó el nombre que Guerrero le puso al pequeño electrocutado. Con ese reportaje, Guerrero pasó de ser un reportero de madrugada –del noticiero Buenos Días Perú– al horario estelar del noticiero 24 Horas.

―Alejandro Guerrero demostró condiciones bárbaras. Tenía inquietud y mucha voluntad –me dijo un día Julio Estremadoyro, el primer jefe de Guerrero. En 1983, Guerrero era entonces un profesor de Historia en los colegios San Felipe, Teresa Gonzáles de Fanning y Almirante Guise. Se dice que se contactó, a través de una de sus alumnas, con el editor Víctor Roca, para que lo recomendara con Estremadoyro, entonces editor general de noticias de Panamericana. Jesús Jiménez, el reportero que cubría la madrugada, que se hizo famoso por una nota que mostró a un sujeto atravesado por un tubo, estaba por dejar aquel horario: había que salir por la noche a patrullar las calles de Lima, en busca de accidentes, redadas, incendios y atentados terroristas, para editar la nota con los primeros rayos del sol y dormir como los vampiros lo que quedaba del día: nadie quería aquel empleo. Pero Guerrero era la excepción: había que empezar de alguna manera. El día que le tocó entrevistarse con Estremadoyro, le bastaron 20 minutos para que el riguroso director del noticiero se dejara seducir por el profesor de secundaria.

―Lo contratamos para ese horario que nadie quería. Estuvo tres meses allí, como periodo de prueba y lo pasó –me dijo Estremadoyro–. En menos de un año se convertiría en el reportero más destacado.

Meses más tarde, Guerrero, pasó a las filas de Panorama, el programa al que todo joven reportero aspiraba. Allí destacó por la calidad del contenido de sus historias, por la audacia que lucía en cada una de ellas, y por la valentía que demostraba al asumir peligrosas tareas con tal de llegar al fondo de los hechos. Guerrero, en 1984, le mostró al televidente la cruda verdad de la guerra: aquel año, al frente de 50 cadáveres incinerados, Guerrero narró el escalofriante episodio de la fosa común de Pucayacu, un poblado a 40 kilómetros de Ayacucho, entonces zona tomada por Sendero Luminoso. Allí, un grupo de militares asesinó, torturó y enterró a campesinos inocentes. Tiempo después, un reportaje suyo provocó la destitución del general Adrián Huamán Centeno, entonces Jefe Político Militar de Ayacucho. Entonces, con la cámara aparentemente en Off, Huamán declaró que el Estado no iba a poder detener a Sendero Luminoso sólo con las armas.

Pero fue a partir de 1987 cuando todo lo que tocaba se transformaba en primicia: fue el único que encontró la pelota del equipo de fútbol Alianza Lima, flotando sobre el mar de Ventanilla, tras el accidente aéreo que sepultó a 44 personas en el océano. Decenas de reporteros intentaron lo mismo desde el momento del suceso, pero Guerrero, que llegó hasta Ventanilla en el tercer día de búsqueda, se llevó aquella exclusiva. Esa misma pelota, tras la tragedia, se presentó, dentro de una urna, en el estadio de Alianza Lima frente a los familiares de los fallecidos y miles de fanáticos del equipo. Asimismo, Guerrero fue el primer periodista que entrevistó al guerrillero Víctor Polay Campos, conocido como camarada Rolando, líder del grupo terrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), el día que capturó la ciudad de Juanjui, en el oriente peruano. Ese mismo año, transmitió en vivo la quema de ocho camiones incinerados por terroristas de Sendero Luminoso en la carretera que conecta Cerro de Pasco con Huánuco, en la serranía del Perú, en un instante en el que ni la Policía estaba advertida. Ha captado imágenes inéditas de terroristas huyendo hacia el monte, tras el asalto que ejecutaron a la Sociedad Agraria de Interés Social (SAIS) Cahuide, en las alturas heladas de Huancayo, con dinero y ganado de los pobladores. Ha estado en la espesa selva del Alto Huallaga, desde donde mostró por primera vez una poza de maceración para las cámaras, con la que los narcos preparan la pasta básica de la cocaína.

Desde allí, en 1993, en una balsa que flotaba sobre el río Uchiza, narró por primera vez la historia del capo peruano de la droga, Demetrio Chávez Peñaherrera, alias Vaticano, con documentos y fotografías exclusivas. Ha entrevistado a un líder terrorista el día que dejó las armas, junto con su columna integrada por 100 guerrilleros; y tuvo acceso a informes clasificados del contragolpe del 13 de noviembre de 1992, cuando un grupo de generales intentaron derrocar al entonces presidente Fujimori. Encontró en Tacna una fotografía desconocida del coronel Francisco Bolognesi, junto a su Estado Mayor, minutos antes de perder la vida en la batalla de Arica. En 1995, narró por primera vez la biografía de Vladimiro Montesinos, el ex asesor del presidente Fujimori, con fotografías y datos inéditos hasta aquella fecha. Inclusive, en su afán informativo, saltó de un paracaídas para cubrir los detalles de un festival de paracaidismo sobre las precolombinas líneas de Nazca.

Ha conversado con los contras salvadoreños en el monte caribeño, ha presenciado la caída del Muro de Berlín, informó en vivo desde Santiago de Chile sobre el plebiscito que dictó la derrota del Augusto Pinochet en las urnas y entrevistó a los ‘espaldamojadas’ de Méjico durante sus intentos por cruzar la frontera con Estados Unidos. Transmitió desde Japón el funeral del emperador Hiroito y, desde Cabo Cañaveral, le mostró al Perú el lanzamiento del trasbordador Discovery. Ha participado en decenas de operativos contra las drogas, el terrorismo y la delincuencia y ha cubierto decenas de cambios de mando en América Latina. Su vida como reportero se ha intercalado entre la selva, con el plomo de la guerrilla y los militares; y la sierra, trayéndonos, a través del televisor, las escenas del avance lento pero brutal de la pobreza. Guerrero, en suma, era un reportero ubicuo. Como Dios.

Aquéllos que han trabajado con él saben dar fe de su ímpetu por alcanzar popularidad y poder, de su destreza para seducir, para convencer, para hacer que le crean. Sus seis años como maestro le han dado el gusto por educar. Era tan estimado por sus alumnos que, en la primavera de 1983, los muchachos de quinto año del colegio San Felipe no ingresaron a clases en una semana como señal de protesta porque Guerrero los había dejado por la televisión. Era su profesor predilecto: didáctico a la hora explicar, claro para dejarse comprender, facultades que supo trasladar con éxito a cada uno de sus reportajes. Su naturaleza es solemne y mímica, parecida a la de los actores de teatro que no comprenden en qué momento cae la cortina para volver a ser ellos mismos. Guerrero parece interpretar un papel que nunca termina: es imposible descifrar el humor con el que camina por los pasillos de Panamericana. Sus víctimas, entre los que figuran sus más cercanos colaboradores, han soportado las señales con la que su malhumor se concreta: sus gritos, sus insultos, sus desprecios. ¿Pero qué grado de malestar alcanza la ira de Guerrero? No se sabe. Porque cada vez que Guerrero alza su voz lo hace con el brío dramático de un actor de carácter. Guerrero no sonríe ni pide perdón. Guerrero olvida y espera que los otros lo hagan con él. Sabe felicitar a los que cumplen con su labor y sabe recompensar a los que lo complacen. Sin embargo, aquéllos que han osado despertar su cólera, saben que es capaz de todo antes de controlarla: ha intentado atropellar a un reportero que le preguntó sobre su presunta paternidad de una niña con una vedette; y abandonó en la selva a sus trabajadores, sin víveres, medicina, gasolina ni agua, sólo porque solicitaron un minuto de descanso. Según testigos, durante la celebración por el Día del Periodista de 1990, Guerrero se enfrentó a Martín Ramírez, entonces un joven editor de Panamericana, con insultos y golpes, y no paró de gritarle hasta que sacó su revolver y amenazó con asesinarlo. Un grupo de periodistas le quitó el arma, pero Guerrero no se tranquilizó: se fue hasta su auto a sacar un segundo revolver y disparó proyectiles al aire. Vilma López, entonces trabajadora de Panamericana, le arrebató el arma y se la entregó a José Vargas, a la sazón director de Buenos Días Perú, que la supo esconder de la ira de Guerrero por un mes. En ese mismo año, a Mauricio Fernandini, entonces un novato reportero de Panorama, le lanzó un pesado teléfono sobre la cabeza sólo porque le parecía que no tenía los años suficientes para ser un reportero de Panorama. A esta leyenda de pistolero, se suma el rumor de que Guerrero, con el revolver hinchado de balas, amenazó a Jorge León Pezantes, aquel yerno poco querido de Genero Delgado Parker, para que dejara en paz a Patricia Delgado Cafferata, hija del empresario, a la que Pezantes le reclamaba el derecho de visitar a su hijo.

Aquéllos que han competido con él, han visto de cerca los excesos a los que llega con tal de despertar la sed del televidente: asesinar de ocho balazos a un caballo, por ejemplo, para que bajaran unos cóndores durante la grabación de uno de sus documentales acerca del Valle del Colca, en Arequipa. O aquella vez en la que llegó tarde a la desactivación de un explosivo, y obligó a los policías a que recrearan otra vez el desmonte del detonante para presentarlo como un momento en vivo. Peor aun, existe gente que dice que Guerrero, durante una parada militar, en la que el ejército desfila en compañía de sus unidades blindadas, pintó de color rojo las alas de una bandada de palomas compradas en una veterinaria, para darle más realce a las tomas de su cámara. No por nada corre por los pasillos de Panamericana el rumor de que la pelota del Alianza Lima, aquélla que se presentó en una urna tras el accidente, se compró en un mercado mayorista.

―Los reportajes de Alejandro Guerrero son de dudosa procedencia –me dijo en una oportunidad Mauricio Fernandini, el ex reportero de Panorama al que le lanzaron el teléfono. Aquella misma frase la oí repetidas veces durante estos últimos meses, pero jamás la corroboré tan certeramente como lo hice una tarde con Carlos Paredes, otro ex reportero de Panorama.

―Alejandro, en 1987 –me dijo Paredes en un café, cerca de Frecuencia Latina, el canal en donde trabajaba como productor del programa Reporte Semanal–, llegó hasta la SAIS Cahuide para hacer su reportaje sobre los destrozos que hizo Sendero Luminoso en aquella hacienda. Los terroristas ya habían huido hacia el monte, pero Guerrero juntó a los pobladores en la única iglesia derruida e hizo una puesta en escena. A unos los hizo rezar, a un cura lo hizo levantar el cáliz y, como en una película, pidió paz. A otros, disfrazados de terroristas, los hizo perderse por el monte a caballo disparando con escopetas. El sábado, Panorama anunciaba un encuentro exclusivo de Guerrero con una célula de Sendero Luminoso –me dijo Paredes aquella tarde entre risas. Aquel 1987, Paredes también llegó hasta allí para cubrir la misma noticia, y observó de cerca cómo Guerrero organizaba dicha farsa con los pobladores. Inclusive, ese mismo apetito, provocó un intrincado incidente de sangre.

El 12 de abril de 1987, Güido Lombardi, quizá el más reconocido entrevistador de radio y televisión del Perú y entonces presentador de Panorama, presentó unas imágenes en las que la Policía irrumpía en una modesta casa de barro, en el distrito de Sipán, departamento de Lambayeque, ubicada a escasos metros de la Huaca Rajada, en donde prosperó la cultura precolombina Mochica.

―Esa noche no se presentó el reportaje de Guerrero, que ya entonces era el reportero estrella de Panorama. Sólo sacamos al aire unas imágenes oscuras en las que la policía corría y se escuchaban balas. Lo que ocurrió en ese reportaje era inaceptable –me comentó Güido Lombardi, al preguntarle por el incidente.

Alejandro Guerrero, tal como reseñó entonces la influyente revista política , participó en un operativo contra presuntos ladrones de tesoros prehispánicos. La publicación tildó aquel informe de “irresponsable cacería”, en la que Guerrero había organizado a los policías para tomar la casa con un aplomo desmedido en contra de gente desarmada, con el objetivo de capturar las mejores imágenes para su nota: “¡Enfoca hermano, enfoca!”, le gritó aquella madrugada del operativo a Luis Loayza, su camarógrafo, tal como repasó Don Carlos Bernal Vargas, propietario de la casa que allanó la Policía. “Estaba vestido de blue jean y camisa a rayitas rojas y gritaba como loco”, le dijo Bernal Vargas a la reportera de la revista. El saldo: un muerto, Enrique Bernal, hijo de Don Carlos. Esa noche, entre los gritos desesperados de los Bernal, Guerrero entró a la casa y tomó de la pared una fotografía de otro de los hijos de Don Carlos para vincularlo con unos ladrones de tesoros. En la casa nunca se encontró ningún resto prehispánico. “Si los policías hacen un operativo para que un periodista pueda grabar el show, ése es su problema. Ahora que respondan”, explicó Guerrero aquella vez, en la que también aceptó que robó la fotografía de los Bernal para su reportaje. Ésa era su forma de responder ante la pérdida del hijo mayor de Don Carlos, un sencillo campesino que se ganaba la vida cultivando mangos.

―Hubo una reunión en la que participó el equipo de Panorama. “Esto es inaceptable”, recuerdo haberle dicho a Guerrero, pero Genaro Delgado Parker, que participó en ese comité, lo felicitó, lo puso como ejemplo de lo que deberían hacer los otros reporteros. Eso marcó mi distanciamiento. Después renuncié –me dijo Lombardi.

Quizá aquel incidente marcó la carrera de Guerrero. En adelante ¿hasta dónde sería capaz para obtener una exclusiva? Con el aval del propietario del canal, nada podría detenerlo. La tarde que conversé con Paredes me enteré, con el paso de las horas y del café, del día en el que Alejandro Guerrero aceptó entrar al infierno sin temor a quemarse.

***

La voz de Alejandro Guerrero parece impostada. La modula con esos dos músculos –pequeños pero desarrollados– que vibran dentro de su laringe, y que tonificó durante sus años al frente de un pizarrón. Eso pensé al verlo el día que retornó a Panamericana durante el turbulento verano de 2003, junto con Genaro Delgado Parker como flamante administrador interino –que llegó protegido por una caterva de gorilas enternados– a merced de un dictamen judicial con el que le arrebató la administración a Ernesto Schutz Freud, hijo de Ernesto Schutz Landázuri, el próspero productor de papel higiénico que compró Panamericana en 1997 (y el mismo que se reunió repetidas veces con Montesinos en la salita del SIN para recibir millones de dólares a cambio de una línea editorial favorable en los noticieros del canal). El Alejandro Guerrero que entró ese día a Panamericana no era el mismo que yo había visto durante dos décadas en la pantalla. El tiempo había teñido su barba de blanco y sus 176 centímetros de estatura arrastraban ahora un abdomen desatendido. No ocurría lo mismo con su voz: a pesar de los años, seguía siendo la misma con la que supo hipnotizar a una multitud de televidentes. Lo comprendí al escucharle gritar ¡No vuelvas! a Federico Anchorena –hasta ese día gerente de la televisora– con ese tono bravucón que usan los matones de un poderoso. Sólo dos meses antes, América Televisión, el llamado canal de las estrellas, le había ofrecido producir, dirigir y conducir un programa titulado Zoomanía, cuyo contenido cultivaba aquello que más amó en su carrera: reportar la maravilla de la naturaleza, cosa que hizo con éxito en los extensos documentales que produjo para Panamericana. Eran tan vistosos, didácticos e informativos, que formaron parte del currículo de muchos escolares. Sin embargo, Guerrero rechazó Zoomanía: Delgado Parker le había ofrecido, para el día que retornara a Panamericana, la dirección general de noticias, un cargo que sólo un reconocido reportero como él podría haber aceptado. Delgado Parker, ese día, cumplió su palabra. Sólo dos años antes, en octubre de 2001, su estrella se había apagado: aparentemente, había renunciado abruptamente a Panamericana, tras la salida del video Schutz–Montesinos, que mostró al empresario solicitando dinero por su compromiso con el régimen de Fujimori. Pero la verdad, para personas que trabajaron con él durante esa época, Schutz sospechaba que Guerrero alquilaba el equipo técnico de Panamericana para quedarse con el dinero y tal vez por eso utilizó el video con Montesinos como pretexto. La periodista Mónica Delta me contó que Guerrero le lloró de rodillas, pidiéndole a ella que le creyese, el día que Schutz destapó sus artimañas.

Eso no era difícil de creer, pensé, al recordar una anécdota que Güido Lombardi me confirmó: en setiembre de 1991, Lombardi, como consultor del ILD, llegó hasta Tingo María por los conflictos que desató el asesinato del líder cocalero Walter Tocas. Guerrero había llegado hasta allí en una avioneta porque los caminos hasta Tingo María estaban bloqueados por barricadas de campesinos. Lombardi no tenía cómo volver a Lima y Guerrero le dijo que podían volver juntos en avión. Antes de partir, una señora llegó hasta la pista de aterrizaje con un féretro. Era su marido, que acababa de morir como consecuencia de los enfrentamientos entre cocaleros y militares, que intentaban devolver el orden a punta de metralleta. La mujer le imploró a Guerrero que llevara el cadáver de su marido a Lima, en donde estaban sus hijos, que tenían algo de dinero para poder enterrarlo. La mujer veía en Guerrero a ese reportero que domingo a domingo le daba voz a los más débiles, como ella. Pero Guerrero, según Lombardi, le solicitó 500 dólares para trasladar al muerto. La señora, sorprendida, no tuvo otra opción y aceptó: los caminos podrían seguir así por semanas y su marido se pudriría en la sala de su casa. Los pilotos sacaron cuatro asientos y lograron ubicar el cadáver entre las maletas. Si la mujer hubiera relatado en ese entonces este episodio, es probable que nadie le hubiese creído.

A partir de su salida del canal al que le dedicó 18 años de su vida, Guerrero aceptó producir proyectos que fracasaron estrepitosamente: condujo un programa concurso de preguntas y respuestas llamado Máximo Desafío –por el cual fue criticado por muchos televidentes debido a su escasez de conocimientos– y, en 2002, apoyándose en su alicaída popularidad, postuló sin éxito a la alcaldía de La Molina, el próspero distrito en el que habita. Volver a Panamericana con aquel cargo era recuperar el poder: retornar en calidad de jefe a esa casa que lo hizo crecer desde que era un desconocido reportero de madrugada. Sin embargo, ese día de 2003, no se trató de una novedad ver a Delgado Parker en compañía de Guerrero –a la cabeza de sus matones– echando a la calle a lo que quedaba de la administración Schutz. Desde finales de los años ochenta, para Delgado Parker, Guerrero no sólo era el reportero estrella de su programa engreído: con los años, éste se transformó en su cómplice, en el hombre más leal de su círculo de poder. A cambio, Delgado Parker le ofreció su protección, tal como hizo años antes con personajes como Laura Bozzo, Jaime Bayly o Gisela Valcárcel, a los que llevó a la pantalla con ese instinto casi animal para descubrir astros.

―Entre ellos no había una relación normal de jefe a empleado. Había una fidelidad, como la que existe entre padre e hijo –me confesó Roberto Reátegui, que trabajó como director de Panorama entre 1987 y 1991. Quise indagar con él sobre la relación entre el broadcaster y el reportero –durante los años de la dictadura–, pero Reátegui se había retirado en 1991, un año antes de que Guerrero, en esa búsqueda tenaz por complacer a Delgado Parker, aceptara conversar con Vladimiro Montesinos –tras el golpe de Estado que Fujimori estelarizó en abril de 1992– con el objetivo de prestar el contenido de sus reportajes en favor de la dictadura. El record delictivo del ex capitán del Ejército era vox populi entre los reporteros más informados, como Guerrero, desde 1983. Excluir los detalles escabrosos de su pasado en una crónica significaba, a todas luces, evitarle un momento ingrato a Montesinos. Sin embargo, eso pasó durante el invierno de 1996, el día que Guerrero le regaló al ex asesor de Fujimori 15 minutos del programa más sintonizado de aquel entonces. Más que un reportaje que narraba la biografía de Montesinos, era un requisito para una entrevista exclusiva con Montesinos en el set de Panorama, que podría haber sido conocida como la “entrevista del siglo”, porque ningún reportera había sido capaz de robarle unas palabras. Ese reportaje de 15 minutos se produjo como resultado de la denuncia que hizo Vaticano, el capo de la droga, en pleno proceso penal: el 16 de agosto de 1996, a dos años de su captura, Vaticano confesó que Montesinos le cobró cada mes 50.000 dólares para que los militares lo protegieran. Las palabras de Vaticano generaron un inesperado estallido: el gobierno de Fujimori preparó a numerosos ministros para que declararan en los principales canales de televisión: Contrapunto, uno de los programas políticos más importantes, entrevistó al general Ketín Vidal Herrera, entonces Director General de la Policía, que dijo “me parece inverosímil”. “Es una patraña, es una declaración inaudita”, dijo Blanca Nélida Colán, entonces Fiscal de la Nación, en el sintonizado programa La Revista Dominical. A ellos se sumaron el ministro de Economía, el Comandante General del Ejército, el Ministro del Interior y el Presidente de la Comisión de Fiscalización del Congreso, quien afirmó que “representaría un gasto inútil para el Congreso investigar eso”. El último de todos en declarar tuvo que ser Fujimori, que llegó hasta el set de Panorama para ser entrevistado por Güido Lombardi, que había retornado a Panamericana en 1992. Fujimori, ofuscado por las preguntas de Lombardi sobre Montesinos, finalizó la entrevista con un tajante “mejor pregúntele a él”. “Pero Montesinos no da entrevistas”, contestó Lombardi. “¿Se la ha pedido? Pídasela, él se la dará”, sostuvo Fujimori.

―Esa noche terminó el programa y busqué a Genaro en su oficina. Él me miró y me dijo “Montesinos te debe una entrevista, es un compromiso del Presidente” –recordó Lombardi el día que conversé con él–. Genaro llamó a Alejandro y le dijo “Alejandro, dale los teléfonos del doctor”. Guerrero era el que le llevaba botellas de etiqueta azul a Montesinos en sus cumpleaños, estaba claro que ya tenían un trato. Llamamos a Montesinos al SIN. Allí quedamos con él en encontrarnos a primera hora del día lunes para coordinar una entrevista –me dijo Lombardi.

Lombardi me explicó que llegó hasta la célebre salita del SIN con Guerrero. Me dijo que llegaron sin ningún equipo televisivo, como cámara o micrófonos. Sin embargo, un ex camarógrafo de Panorama con el que conversé, me relató que dos camarógrafos y dos asistentes los esperaban en el estacionamiento del SIN, por si se presentaba la oportunidad de entrevistar a Montesinos. Lombardi no lo recordó, pero tampoco lo negó.

―Guerrero saludó a Montesinos con mucha cortesía, lo trataba de usted. La reunión tardó unas tres horas –seguía recordando Lombardi–. Allí Montesinos contó mil historias, de cómo doblegó la moral de Abimael Guzmán con chocolates Ibérica, habló de música, de la canción favorita de Guzmán, que resultó ser My Way, de Frank Sinatra; y nos mostró una revista Caretas apócrifa que señalaba la derrota de Sendero Luminoso, que utilizó para persuadir a Guzmán para firmar el acuerdo de paz. Después de todo eso se habló de la entrevista. Mi condición era hacerla en vivo y, en todo caso, grabada pero sin editar.
―¿Qué pasó después? –le pregunté a Lombardi.
―Esa tarde me llamó Jaime de Althaus, entonces Jefe de Informaciones de Expreso, y me preguntó si le iba a hacer una entrevista a Montesinos. Yo le conté todo y él publicó un sueltito en su columna. Esa noche Guerrero protestó, vino a mi oficina para decirme “carajo, la cagaste” –me contó Lombardi.

Lo que no recordó el ex conductor de Panorama el día que conversamos en un salón del Hotel Sheraton de Lima, fue que en la salita del SIN, Montesinos le entregó a Guerrero, en calidad de exclusiva, dos fotografías que le servirían de soporte para su reportaje del domingo: la primera era una imagen que databa del año 1962, en la que cadetes del primer año de la Escuela Militar de Chorrillos compartían una clase. Uno de ellos era Vladimiro Montesinos. El otro, a corta distancia, era Ketín Vidal Herrera, el general al que le atribuyeron la captura del líder de Sendero Luminoso. La otra fotografía era una de tamaño carné, en la que Montesinos aparece vestido con terno, con una atractiva sonrisa pícara. Esas dos fotografías aparecerían esa misma semana en Panorama, dentro del reportaje de Guerrero, pese a que ya no se dedicaba a aquel programa desde 1993, año en el que dejó de perseguir guerrilleros en la selva para producir exclusivamente documentales ecológicos. El objetivo de Montesinos era desbaratar lo declarado por Vaticano, destacando sus méritos en el campo de la inteligencia militar, pasando por alto su pasado como capitán destituido del ejército y defensor de narcotraficantes y violadores de los derechos humanos en la década de los ochenta. El objetivo del reportaje era vincular al ex asesor con Vidal Herrera, entonces considerado por muchos como un héroe. Era otra de las exclusivas a la que Guerrero nos tenía acostumbrados.

―Era un martes por la mañana y Guerrero, que era editor de prensa de Panamericana, llamó al equipo completo de Panorama, a reporteros, camarógrafos, editores y asistentes –me dijo Pámela Vértiz, reconocida presentadora televisiva, entonces reportera de Panorama–. Por un teléfono con speaker, Genaro desde Miami le preguntaba a Guerrero “¿Todos están allí?” Y Guerrero le respondía que sí. Estábamos confundidos, no era normal que nos juntaran a todos. Genaro le dijo “¿Ya hablaste con el doctor?”, y Guerrero le dijo “Las cosas están bien, ya todos tienen sus temas, él se ha comprometido a darnos fotografías diferentes a las de Caretas. Ya sabemos cuál es el tono del reportaje, él está tranquilo, nosotros también”. El objetivo de escuchar esa coordinación era darnos un mensaje. Para los que no lo teníamos claro, ese día Delgado Parker quiso decirnos que estábamos alineados con el gobierno –concluyó Pámela.

El reportaje de Guerrero se estrenó el domingo 8 de setiembre de 1995. Se presentaron las dos fotografías y Montesinos, a lo largo del reportaje, quedó como el señor de la guerra contrasubversiva y como una de las cabezas que ejecutaron la captura de Vaticano en enero de 1994. Es decir, si Vaticano dijo lo de los 50.000 dólares, fue por venganza. Pero la entrevista con Montesinos nunca se dio. Fernando Vivas, el crítico televisivo, publicó en la revista Caretas el 12 de setiembre de 1996 un artículo titulado ‘Ecología del delito’, en el que redactó: “A pedido de sus jefes, dejó sus proyectos especiales para cumplir una comisión especialmente ruin, defender a Vladimiro Montesinos en Panorama para asegurarse la entrevista del año. El precio a pagar por la primicia incluye el reportaje franelero del pasado domingo, donde el asesor presidencial apareció como un paladín en la lucha contra Sendero Luminoso y el narcotráfico y, por lo tanto, incapaz de cometer delito alguno”.

―¿Cómo me has hecho eso?’, me dijo Guerrero por la nota que escribí, un día que nos encontramos en una cena tomando unos tragos. Estaba sumamente dolido. Allí me dijo algo que me hizo comprender mejor su caso: “yo no le puedo decir a Genaro que no”. Lo dijo con pesar, con dolor, definitivamente, era algo que le incomodaba –me señaló Vivas acerca de Guerrero.
―El mensaje de ese reportaje era como decir: éstos son los héroes que capturaron a Guzmán. Pero hubo otra oportunidad para entrevistar a Montesinos en enero de 1997, durante la toma de rehenes de la Embajada de Japón. Le dije a Guerrero que era un momento propicio para intentar entrevistar a Montesinos, pero él me dijo que “de ninguna manera”. En abril pasó lo de la liberación y no teníamos información. Guerrero me dijo: “el único que nos sacará de este hoyo es el doctor”. Esa vez fui solo al SIN. Montesinos me dio una medalla, fotos, libretas, aparatos sofisticados, pero antes de darme todas esas cojudeces, me habló de la réplica de la Embajada de Japón y me pidió que dijéramos que los héroes de la operación eran Fujimori, Hermoza y él, una divina trinidad con Montesinos a la cabeza –me dijo Lombardi.

Pero para entonces, Guerrero ya era una cara conocida en los pasillos del SIN. En 1991, Enrique Aguilar del Alcázar, entonces mayor del Ejército, trabajaba como analista en el la Unidad de Contrainteligencia del SIN. Un año más tarde en, noviembre de 1992, formaría parte del grupo de militares que intentaron en vano derrocar a Fujimori. Sin embargo, entonces sólo era uno más de los que miraba con reparo la presencia de Montesinos en el SIN. El lapso que duró cerca del asesor de Fujimori le bastó para comprender por qué Panorama era el único programa que exhibía una primicia cada domingo por la noche.

―Genaro repartía televisores, cajas de llenas con equipos de video. En el SIN eso sobraba, pero Delgado Parker lo hacía para acercarse a Montesinos. A veces, Guerrero era el encargado de entregar esos paquetes. A partir de eso lo vimos repetidas veces en el SIN. No todos los periodistas tenían ese privilegio –me comentó el mayor Aguilar una tarde del verano de 2006.

En 1991, Delgado Parker produjo La Fuerza de la Ley, un programa patrocinado por decenas de empresarios, ofrecía dinero como recompensa a todos los que aporten datos que conduzcan a la captura de líderes terroristas. El programa tuvo un inusitado éxito pero faltaba más apoyo de la Dircote, vital para receptar los datos que llegaban hasta su canal. Entonces, Delgado Parker, intranquilo por la falta de apoyo, se entrevistaría con Fujimori para solicitarle más facilidades a la policía contrasubversiva –tal como apuntó Fernando Vivas en su investigación para la Comisión de la Verdad y la Reconciliación–, pero Fujimori lo derivó con Montesinos, en lo que habría significado, según Vivas, la primera de todas sus futuras visitas al SIN. En ese momento, según el mayor Aguilar, Guerrero, en nombre de Delgado Parker, comenzó a visitar el SIN.

Tras el golpe del 5 de abril, era importante recuperar la popularidad perdida con efectos rápidos e inteligentes. La captura de un líder importante de Sendero Luminoso –o del MRTA– podría haber significado uno de esos ganchos que Montesinos buscaba con tanto ímpetu. Mientras que él se quemaba la cabeza pensando en un operativo que restituyera la mancillada imagen del SIN, un preso del penal de máxima seguridad de Castro Castro, en el límite norte de Lima, contaba con aquello que buscaba. A mitad de 1991, Sístero García Torres, un pequeño profesor de bigotes ralos y sonrisa intermitente, era el entonces líder del Batallón Nororiental San Martín del MRTA, el camarada Ricardo, que cayó capturado por la policía en el aeropuerto de Tarapoto intentando huir del país. Lo trasladaron al penal para terroristas, en donde Carlos González, propietario de la cadena hotelera más importante de la selva, lo buscó para celebrar un trato.

―Los emerretistas llegaban hasta mi hotel y me exigían cupos para dejarme trabajar en paz. Yo nunca acepté darles un centavo y ellos asustaban a mi gente. Me pedían plata para liberar a Sístero. Entonces me di cuenta que aquí, en Tarapoto, el que ponía orden era él. Me vine a Lima y le ofrecí a Sístero dos cosas: sacarlo de la cárcel –sobornando autoridades judiciales si era necesario– y plata para que se retire del MRTA y que convenza a su gente para que haga lo mismo. Sístero aceptó –me dijo Carlos González una tarde de 2003, en el Hotel Puerto Palmeras, en Tarapoto, debajo de uno de los horizontes más transparentes del planeta–. No fue tan complicado, él ya estaba cansado de que la plata de los cupos se la repartieran entre los líderes del grupo.
―¿Liberó a Sístero García para terminar con el MRTA en la selva? –le pregunté a González.
―Sí. Eso pasó en enero de 1992. Comenzó a mandar volantes con quejas y críticas a Polay y allí comenzó el cisma más importante de su gente en la selva, zona controlada desde los ochenta por ellos. Pero había que impulsar más renuncias y, como en aquellos años estaba eso de la Ley del Arrepentimiento, me contacté por un amigo con Eduardo Bellido Mora y le dije que tenía un terrorista que quería arrepentirse con toda su gente. Bellido me puso en contacto con el general Hermoza Ríos y éste me dijo “perfecto”. Al día siguiente, dos coroneles llegaron y se lo llevaron al Pentagonito. De allí no supe más hasta que me llamaron para que les preste mis carros y mi local, un galpón abandonado de Lima, en donde iban a filmar un reportaje con Sístero abdicando al MRTA –concluyó González aquella vez.

El reportero al que le encomendaron dicha nota era nada menos que Alejandro Guerrero, acompañado de Johnny Zacarías como camarógrafo. El fin del MRTA llevado a la pantalla, como fruto de la Ley del Arrepentimiento –promulgada ese año por Fujimori–. Era ése golpe que necesitaba la dictadura para legitimarse. Pero ¿cómo retrataría Guerrero aquella dimisión, si Sístero, que abandonó las filas del MRTA con una columna de 100 guerrilleros, se encontraba solo en Lima? Una vez más, Guerrero, en contra de todo pronóstico, dirigiría su reportaje como lo hacen los más galardonados directores de cine.

―El que nos condujo hasta Sístero en Lima fue Roberto Huamán Azcurra –me contó Jhonny Zacarías en su casa–. Allí no sabía quién era, pero más tarde, por todo lo que se supo después, lo reconocí. Nos dimos la mano, lo saludamos. Estábamos en la Costa Verde, donde Guerrero quedó en encontrarse con ellos. Allí dejamos la camioneta en la que íbamos y nos subimos a sus carros. Dentro, con ellos, nos encapucharon. Yo me preguntaba por qué Guerrero confiaba tanto en ellos. Pensé que nos podían matar. Dimos muchas vueltas hasta llegar a una fábrica, allí nos bajaron y vi muchos guerrilleros del MRTA con sus uniformes. Huamán Azcurra seguía con nosotros, él filmaba todo con una cámara chiquita. Allí estaba Sístero García, que nos recordaba todavía desde el día que, con Guerrero, entrevistamos a Polay en San José de Sisa.
―¿Todo eso fue armado por el SIN? –le pregunté a Zacarías.
―Claro, si Huamán estaba allí. Todo eso lo armó Montesinos.
―¿Y Guerrero lo sabía?
―Lo armaron con él. Los que se presentaron como guerrilleros eran en verdad soldados disfrazados. Habían colocado pancartas del MRTA por todos lados y tuve que cerrar mi lente para que no se viera que estábamos en un taller. Todo estaba como decorado –me confesó Zacarías. Eso mismo lo corroboré con Carlos González, propietario de los carros que trasladaron a Guerrero y Zacarías, así como del taller donde entrevistaron al camarada Ricardo.

Aquella semana, el reportaje de Guerrero se publicitaba en las tandas de Panamericana como todos sus informes: como una insuperable primicia. Sin embargo, un día antes, el sábado 12 de noviembre de 1992, el destino jugó en su contra: un equipo de policías del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN), encabezados por los comandantes Marco Miyashiro y Benedicto Jiménez, allanaron una casa del distrito de Santiago de Surco, en la que Abimael Guzmán, el oscuro jefe del grupo terrorista Sendero Luminoso, se escondía de sus perseguidores. El operativo recordado como ‘la captura del siglo’ no dejó un minuto las pantallas televisivas durante semanas. El domingo 13, el reportaje de Guerrero tuvo que esperar hasta los últimos minutos de Panorama para ser emitido. La abdicación del camarada Ricardo no tuvo el impacto que buscaba Montesinos que dejó en claro, como me dijo Zacarías, que no tenía ni la menor idea de que esa noche el GEIN iba a capturar a Guzmán, éxito que trató en vano de atribuirse a través de su compañero de promoción, el general Ketín Vidal Herrera.

―Montesinos estaba concentrado en hacer el reportaje sobre Sístero, nadie dijo nada sobre Guzmán porque el SIN no estaba al tanto de eso. Si hubieran estado enterados, tal como les gustaba hacer las cosas, ¿tú crees que Guerrero no les habría hecho el reportaje? –me preguntó Zacarías el día que conversamos.

Era la primera vez que la voz de Guerrero no se hizo notar como otras tantas veces. Sin embargo, su contacto en el SIN le deparaba otra sorpresa para su carrera.

***

No podemos hablar de Alejandro Guerrero sin recordar a Genaro Delgado Parker, al que sus allegados, como Guerrero, apodaron Papaupa por esa forma paternal de dirigir a sus estrellas. Y, como padre que es, sabe en qué momento se debe recompensar y cuándo castigar. “Con su entorno es sumamente cercano. Confía en ti y si tú le das lo mejor, sabes que Genaro siempre te va a proteger en las buenas y en las malas. Él es absolutamente leal, aunque seas un incompetente”, dijo una vez Humberto Polar, ex productor de Panamericana, en un perfil de Genaro Delgado Parker que publicó la revista Gatopardo. Aquel artículo desató la ira de Guerrero, que interpretó el calificativo “incompetente” como suyo, por lo que llevó al redactor de la nota ante un tribunal: Guerrero, hasta la fecha, le exige la suma de 1.000.000 de dólares, dinero que “restituiría” los daños morales que le provocaron: “La intención de los demandados ha sido denigrar al recurrente y hacerlo ver como un profesional poco calificado, ya que es falso que el periodista se un periodista incompetente que haya logrado fama gracias a las gestiones del Sr. Delgado Parker, ya que el recurrente cuenta con una bien ganada reputación como periodista, la cual ha ido adquiriendo por sus propios méritos y con mucho esfuerzo y dedicación a través de los años’, redactó Guerrero en una carta dirigida al vocal que ve el proceso.

Es verdad, Guerrero no sólo hizo carrera como reportero durante la era de Genaro Delgado Parker en Panamericana. Lo hizo en 1997, con Ernesto Schutz Landázuri, con estupendos documentales ecológicos, hasta que el pretexto del video Schutz–Montesinos lo llevó a salir del canal. Sin embargo, sus afectos nunca dejaron de estar con Delgado Parker, tal como señaló el mismo broadcaster en una entrevista, en la que dejó entrever que Guerrero era su hombre en los pasillos de Panamericana durante la administración Schutz. Alejandro Guerrero, tras leer dicha entrevista, redactó una carta dirigida a Ernesto Schutz, cuyo tenor reflejaba una vez más su carácter: negó ser el confidente de Delgado Parker y le expresó su más solventada lealtad. Esa carta también fue publicada.

Pero aquel reportaje de Gatopardo le recordó a Guerrero un suceso que habría preferido olvidar. Se trataba de un hecho producido la noche del 9 noviembre de 1990, el día que Genaro Delgado Parker celebraba 61 años de vida. Delgado Parker organizó una noche de gala en su local de Telemóvil, su empresa de celulares, a la que llegaron múltiples figuras de la política y la farándula. En ese evento, según el perfil de Gatopardo, hubo un entredicho entre Delgado Parker y Guerrero que terminó con la nariz rota del reportero en un hospital. Pese a que Guerrero se esmeró en negar ese suceso durante el proceso que levantó contra el redactor de Gatopardo, ese triste episodio, para tres testigos que entrevisté, sí tuvo lugar. Aparentemente, recordaron los ex trabajadores de Panamericana con los que conversé, Guerrero, ligeramente borracho, interpeló a Delgado Parker en público por un detalle que no todos lograron precisar. Delgado Parker, quizá avergonzado, se retiró hasta su Mercedes Benz. Desde allí, antes de subir, como en una delirante parodia romana, le bajó el dedo pulgar a Guerrero. Luego, sus hombres de seguridad le reventaron la nariz a puñetazos.

―“Pepe, me han pegado” –recordó José Vargas Gil, ex productor de Buenos Días Perú, el día que le pregunté sobre la golpiza–. En el acto le mandé una camioneta del servicio de noticias para que lo llevaran a una clínica, porque me dijo que tenía la nariz rota –concluyó Vargas.

Esa noche, una camioneta de Panamericana trasladó a Guerrero hasta la sala de emergencia de la Clínica Ricardo Palma, hasta donde, horas más tarde, llegaron Mónica Delta y Roberto Reátegui, que se enteraron del incidente por una llamada telefónica. Alejandro Guerrero tenía la cara atravesada por una gasa y se trasladaba con dificultad con una silla de ruedas empujada por su mujer. Días más tarde, Guerrero retornó a sus labores en Panamericana con el rostro levemente deformado, me contó Mónica Delta, ex conductora de Panorama. Reátegui confirmó la información, agregando: “ninguno de nosotros le dijo nada, porque lo tomamos como lo que era, un castigo de padre a hijo”.

―¿Pero por qué crees que no se fue? Si el dueño del canal te manda a golpear, lo primero que uno hace es renunciar, y quizá formalizar una demanda –le dije a Reátegui.
―Si tu papá te pega porque te portas mal, no creo que sea motivo para que te vayas de tu casa –me contestó Reátegui. Y Guerrero, en calidad de hijo, no tenía por qué protestar. Lo tomó sencillamente como lo que era: una lección.

***

Noviembre de 1992. Servicio de Inteligencia Nacional.

Alejandro Guerrero se preocupó durante toda su carrera por ser un reportero honesto. Si había exagerado en aquel intento, lo hizo por el público, que lo consideraba desde los albores de su carrera un reportero tenaz y sincero. El hombre que apretó su mano efusivamente aquel día en la oficina más importante del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) lo sabía y, por ese mismo motivo, pensó en él a la hora de convocar un reportero para transmitir aquella primicia. Ese hombre del SIN tenía una novedad y quería difundirla a través de un periodista que gozara de mucha credibilidad: Guerrero, sin duda, era una garantía. Días antes de que los dos hombres se entrevistaran en el SIN, la madrugada del 13 de noviembre de 1992, un grupo de generales, coroneles, mayores y capitanes del Ejército –algunos en actividad, otros en retiro–, encabezados por el general retirado Jaime Salinas Sedó (que había llegado a Lima vía Washington, en donde se desempeñaba como asesor de la Junta Interamericana de Defensa), se juntaron en un taller de mecánica para carros. Allí, Salinas, tal como confesó más tarde, le expresó a sus hombres, 20 en total, que el Perú debía volver al estado de derecho y, como requisito, Fujimori tenía que salir del poder. Aquel contragolpe –como se le denominó al intento del general Salinas– nunca prosperó: su plan se canceló esa misma noche por culpa de un delator, el mismo que mantuvo informado a Montesinos de los pasos de Salinas y su grupo de insurgentes. Un día antes, en la madrugada del día 12, Montesinos le informó a Fujimori de las intenciones del general Salinas: le manifestó que un grupo de militares golpistas pretendían asesinarlo. Fujimori, asustado, buscó asilo en la casa del Embajador de Japón. Fujimori diría más tarde, en los programasFuego Cruzadoy La Revista Dominical, que “me iban a asesinar un puñado de hombres que podría ser 6, 35 ó 41, no es el primer golpe, creo ya que tengo bastante experiencia”. Durante la madrugada del día 13, Montesinos le ordenó a sus comandos que tomaran por asalto el taller en el que los presuntos insurgentes conversaban: para que los soldados allanaran con más aplomo el local, les dijeron que se trataba de un comité de la cúpula terrorista del MRTA. Allí capturaron a todos los coroneles, comandantes, mayores y capitanes del grupo: a unos a golpes, a otros con el mango de una metralleta en la cabeza. Al general Jaime Salinas Sedó lo capturaron a tiros, en la entrada del Cuartel General del Ejército. Al resto de generales implicados los arrestaron en sus casas: José Pastor Vives, Víctor Obando Salas y Luis Soriano Morgan, aquéllos mismos que pasaron al retiro un año antes por la voluntad de Hermoza Ríos y Montesinos. El general Salinas quedó confinado a una celda de la División de Fuerzas Especiales del Ejército (DIFE), en Las Palmas, a cargo del sumiso general Luis Pérez Documet, a unos metros del SIN, desde donde Montesinos controlaba todo. En esa misma celda, días más tarde, el general José Sevilla, entonces Vocal Instructor del Consejo Supremo de Justicia Militar, interrogó a Salinas por delito de rebelión. Sevilla le preguntó si su objetivo era matar al Presidente y Salinas le contestó que no. Sevilla le llevó su maletín y le mostró los documentos que la policía militar le confiscó: dinero, documentos de identidad y los planes del golpe escritos con su puño y letra. Salinas los aceptó como suyos. “Acá está el plan escrito con mis manos, que dice, en el caso de Fujimori, detenerlo para ser entregado posteriormente a la justicia, tal como manda la Constitución”, le dijo Salinas al general Sevilla.

Sin embargo, días más tarde, el 29 de noviembre de 1992, Panorama mostró en calidad de primicia documentos inéditos en los que Salinas, junto con otros militares, maquinaron matar a Fujimori con un fusil de francotirador –el mismo que Salinas, según el reportaje, trajo desde Washington–, así como documentos escritos por otros generales en los que se detallaba cómo se iba a terminar con las vidas del general Hermoza Ríos y Vladimiro Montesinos: al primero se le dispararía durante un forcejeo y, en caso de que el asesor se resistiera, habría que simular un suicidio.

Era, evidentemente, un montaje elaborado desde el SIN con información que sólo poseían los organismos militares que participaron en la captura de Salinas. El reportero al que le entregaron todos esos detalles era Alejandro Guerrero. En su reportaje aparecía con armas y documentos que, por Ley, no podían ser manipulados por personas ajenas al proceso judicial en contra de los hombres de Salinas. El objetivo de Montesinos era uno sólo: que la cámara de Panorama desacreditara al general Salinas y su grupo de insurgentes. El reportaje de Guerrero se propaló en Panorama el 23 de noviembre de 1992, con documentos que nunca figuraron formalmente dentro del proceso judicial que le abrieron al general. Inclusive, el reportaje informó que Salinas, a partir de ese domingo, sería acusado de intento de asesinato.

―En el SIN estaban Montesinos y Huamán, ellos nos pasaron todo. En el maletín estaba el pasaporte de Salinas, su dinero y muchos documentos. El reportaje era demasiado evidente, quién más, sino era Montesinos, nos había alcanzado todo eso. Quién más podía decirle a los comandos que actuaran para nuestras cámaras, recreando las detenciones de esa noche –me dijo Johnny Zacarías, el camarógrafo que acompañó a Guerrero hasta el SIN. El video original todavía está almacenado en la enorme videoteca de Zacarías que, sin lugar a dudas, reúne la carrera de Guerrero en la pantalla chica. El día que lo visité, Zacarías lo sacó de su caja y lo introdujo en un reproductor Betacam: allí escuché las voces de Vladimiro Montesinos, Roberto Huamán Azcurra y Alejandro Guerrero, que discutían los detalles de la nota.

―Necesito grabar la prueba grafotécnica, la prueba del polígrafo –le pedía Guerrero a Montesinos.
―Sí, hermano, claro: ahí está el maletín con las tarjetas –le responde Montesinos.
―Sí, había dinero, allí está todo –les dice Roberto Huamán.

Mientras Zacarías grababa con su cámara los papeles falsificados por el SIN para acusar a Salinas de intento de asesinato, el micrófono de su cámara permanecía encendido y registró cada palabra de la cita en el SIN. Sin embargo, el día que se preparó aquel reportaje, un editor, por obra macabra del destino, grabó música encima de las voces de Montesinos, Guerrero y Huamán. Sólo quedó la breve conversación que reseñé.

―No creo que el editor lo haya hecho a propósito –reflexionó Zacarías–. Necesitaba unos minutos y creyó que no era importante, pero lamentablemente todo lo que conversaban estaba allí. Ellos hablaron en contra de Salinas y de su gente. Teníamos acceso a todo. Esa semana ellos coordinaron con la DIFE para filmar, a escondidas, a los militares del general Salinas, porque la prensa hablaba de torturas y Montesinos quería que los sacáramos caminando, como para que no digan que los torturaron. Desde un punto oculto, los filmamos a toditos, pero uno de ellos se dio cuenta y miró a la cámara –me dijo Zacarías.

Ese hombre era el entonces mayor César Cáceres Haro, acusado de manipular el fusil que iba a terminar con la vida de Fujimori.

―Yo vi a Guerrero con una cámara, él mismo nos estaba grabando –me dijo en una entrevista que sostuvimos en enero de 2006, tras enseñarle una copia del reportaje de Guerrero. Era la primera vez que Cáceres lo miraba–. Cómo se les ocurre que queríamos matar a Fujimori en su cama con un fusil de francotirador, es estúpido. Pero seguramente creyeron que como lo decía Guerrero la gente se lo iba a creer –me dijo Cáceres, indignado.

Montesinos había quedado embrujado por el reportaje de Guerrero, que con su voz era capaz de embellecer hasta un muladar: era el primer contacto de Montesinos con la televisión. Es probable que Guerrero le haya enseñado a Montesinos la ventaja que significa controlar las noticias que propalan los medios de comunicación, tal como hizo a partir de 1996, cuando comenzó a sobornar con millones de dólares a los principales broadcasters de la televisión peruana. Sin embargo, a Guerrero le costó caro la primicia: la prensa independiente criticó su reportaje y lo tildó de servil, un golpe del que no se supo reponer. Semanas más tarde, Guerrero abandonó Panorama, pero no sus contactos con el Doc: en enero de 1993, se juntó con él para otra de sus acostumbradas exclusivas.

―Le entregaron a Guerrero una pila de papeles sobre Vaticano. Era la primera vez que oía ese nombre. Los papeles contenían datos precisos de todos sus movimientos, hasta la hora en la que iba al baño o con cuántas mujeres se acostaba. Aparecía todo, hasta lo inimaginable. Era un file inmenso y se lo entregaron a Guerrero en el SIN –me confesó Zacarías.

Vaticano era el apelativo de Demetrio Chávez Peñaherrera, el narcotraficante que operaba en el Alto Huallaga al amparo de los militares. Vaticano, tal como declaró en 1996, le pagó dinero a Montesinos –entre julio de 1991 y agosto de 1992– para que lo dejaran trabajar en paz, hasta que, según Vaticano, Montesinos le solicitó el doble de lo pactado: 100.000 dólares. El día que Guerrero aceptó los documentos, el trato entre Vaticano y Montesinos había expirado y su reportaje, propalado por el noticiero 24 Horas habría significado el fin del trato entre Montesinos y el narco.

―Montesinos le entregó eso para que denunciara a Vaticano –le sugerí a Zacarías.
―Evidentemente, nadie hasta ese momento sabía del sujeto. Para el reportaje llegamos hasta Campanilla, en donde Vaticano vivía. Para completar el reportaje, se detalló todos los nombres de su banda y nos alcanzaron en el SIN un audio con las voces de Vaticano y un militar arreglando detalles del pago de un cupo –aseguró Zacarías.

En el caso del reportaje sobre el general Salinas, Alejandro Guerrero podría haber justificado su labor, asegurando que propaló datos oficiales de un organismo del Estado, tales como el SIN, la Policía y el Ejército, y serían ellos los que deberían declarar por qué lo engañaron al prestarle datos falsos. Pero para aquel año, las denuncias que pesaban sobre Montesinos respecto al tráfico de drogas, el manejo político de la lucha contrasubversiva y la violación a los derechos humanos, tales como los asesinatos de La Cantuta y Barrios Altos, que vinculaban al grupo Colina con Montesinos, ya eran de público conocimiento. Aquí podríamos recordar lo mismo que le dijo Guerrero a la prensa el día que le preguntaron por el asesinato de un humilde campesino de Lambayeque en 1987: “Si los policías hacen un operativo para que un periodista pueda grabar el show, ése es su problema. Ahora que respondan”. Alejandro Guerrero podría haber explicado este y otros incidentes con los aparatos de seguridad del Estado. Pero no lo hizo. El día que le pedí entrevistarme con él, a través de su secretaria, me mandó saludos y dijo que lamentaba no poder atenderme.

Alejandro Guerrero era recordado como uno de los mejores reporteros que tuvo la televisión, como el único documentalista del país, quizá un referente, el Jacques Cousteau de la pantalla nacional. Pero ahora  pocos recuerdan eso. Con dictadura o sin ella, Guerrero ha aprendido una lección: «Todo es efímero, salvo el poder”, como le escucharon decir alguna vez. Y tal parece que no se equivocó.

***

Es verano de 2006. A pocas cuadras de la avenida Túpac Amaru, en el distrito de Comas, una populosa franja que rodea el cono norte de Lima, existe una calle por la que raras veces pasan los autos. Los niños corren por las veredas y los adultos los observan desde los pórticos de sus casas, refrescándose del calor estival. Aquí vive Soledad Farías, la madre de una conocida vedettes que trabajaba en el programa Risas y Salsa. Su nombre es Rubí Berrocal. Al llegar hasta la casa, los niños me preguntan si busco a Rubí. Les contesto que sí y ríen como cómplices de una travesura. Me señalan la casa de color mostaza y tocan el timbre por mí. La señora Soledad sale a recibirme y me dice a través de la ventana que Rubí no está. Le pido poder esperarla y ella acepta sólo con su cabeza. En ese momento, una niña de contextura ancha y rulos negros sale de la casa con una bicicleta y le pide con afecto “Sole, ¿puedo montar bici?”. La señora Soledad sonríe y me dice que ella es la pequeña Eva. Al oírnos conversar, la niña deja su bicicleta y se ubica en una silla para poder escucharnos. “Le gusta hablar en público, también redacta, pero eso sí, es de pocos amigos y tiene su carácter, como su padre”, me dice la señora Soledad. “¿Quién, Sole?”, pregunta la niña: “¿Mi papi?”. “Sí”, le dice Soledad, “tu padre”. La señora Soledad me dice que la pequeña sabe todo sobre su padre: él le mandó una cuna con un ramo de flores el día de su nacimiento. “¿La cunita de vidrio?”, pregunta Eva. “Sí, mi hija, la de vidrio, pero ya se rompió”, responde Soledad, que me confirma que su padre nunca la ha visitado. “La única vez que la ha visto fue cuando yo la lleve a Panamericana. Él la recibió exaltado, me dijo que tenía muchos abogados, mucho dinero y que yo no tenía nada. Pero al verla se tranquilizó. Se acercó a la bebé y le destapó la manita y me dijo ‘bueno, el tiempo lo dirá’. Eso me indignó”, me dice Soledad. El nombre completo de la niña es Eva Guerrero Berrocal, hija de Alejandro Guerrero, el reportero que no aceptó la paternidad de la niña hasta que un proceso legal lo obligó.

“Alejandro es una buena persona, pero es terco. Con la edad, quién sabe, logre aceptar a su hija”, dice la señora Soledad. “Pero quién sabe también si ya sea tarde y ella no quiera saber nada de él. En cambio, ahora Eva lo quiere ver como sea, siempre pregunta por él, hasta recorta su foto cuando sale en los periódicos. Ella le quiere escribir una carta al programa de Mónica Zevallos, Vale la pena soñar, para que le cumplan su deseo de ver a su padre”, dice Soledad. “Pero ese programa es de Panamericana”, le indico a Soledad. Ella me dice “sí, qué pena, sólo quiere que su papá la visite. A Eva le falta una figura paterna. ¿Qué pasaría con Eva si le pasa algo a Rubí? Por eso le pido a mi hija que busque al padre de la niña, para que le pase su pensión alimenticia. Pero Rubí es orgullosa. A mí me preocupa mi nieta”, me responde Soledad.

Alejandro Guerrero y Rubí Berrocal se conocieron en una discoteca llamada Percy’s Bar, en San Isidro. Ella estornudó (“Mi hija estornuda una, dos, hasta siete veces seguidas”, dice la señora Soledad sobre su hija) y Guerrero le dijo “¡Salud!” A partir de eso comenzaron a salir. Alejandro la llamaba y la recogía de su casa, Pero nunca se llegó a estacionar en la puerta de la casa de los Berrocal Farías: cuadraba su carro con lunas polarizadas a tres casas de distancia, porque a la señora Soledad no le gustaba Guerrero porque era un hombre mayor para su hija. Entonces ella tenía 21 años y él 44. Soledad lo sabía porque por su casa no pasaron nunca autos así. “Los padres de Guerrero viven por Radio Comas y los vecinos de la zona lo conocen porque de pequeño iba de puerta en puerta a predicar la religión”, recuerda Soledad.

Pero no todo parece tan simple como lo platica la madre de Rubí. Hubo momentos difíciles, como los que vive toda madre que busca que reconozcan el verdadero apellido de su bebé. En el verano de 1997, Rubí, ante la negativa de Guerrero por firmar a Eva, llegó hasta el set del programa de espectáculos de Magaly Medina, la popular “Urraca” de la televisión. Allí, Rubí narró su pasado con el entonces reconocido productor de documentales. “Él me dijo que era un hombre separado”, aseguró Rubí. Medina le preguntó si le tenía miedo a Guerrero, y ella contestó: Alejandro Guerrero no es nadie para mi, Alejandro Guerrero no vale nada para Rubí Berrocal”. Tras dicha entrevista, decenas de reporteros de programas de espectáculos buscaron a Guerrero para pedirle su versión, pero estos, en cada intento, fueron agredidos por él: a unos les lanzó su micrófono, a otros intentó atropellarlos. Sin embargo, pese a la publicidad, el público dudó de Rubí.

―Yo vi el reportaje de Magaly y como muchos en su momento no le presté atención. Era un problema personal y pensamos que eso tenía que quedar así. Yo trabajaba en aquella época en Panamericana y como todos no podía opinar sobre el tema. Pero en esos días (mayo de 1997) me separé del canal para integrar el equipo de reporteros deLa Revista Dominical. Esa misma semana César Hildebrandt, en su programaLa Clave, de Canal 13 (de Genaro Delgado Parker), le dedicó una hora a la defensa de Guerrero: entrevistó a María Murillo, abogada de Guerrero, y sacaron a la luz pruebas en contra de la demanda de Rubí, que la dejaron como una prostituta. Allí, al ver que el mismo Guerrero llevó su problema personal a la pantalla, decidí investigar el caso –me dijo Mauricio Fernandini en una café miraflorino.

El programa de Hildebrandt intentó demostrar tres cosas: que Rubí estaba implicada en un asesinato, que era una prostituta y que lo que buscaba en el fondo era una curul en el Congreso. En La Clave, la doctora Murillo utilizó un documento que vinculaba a Rubí Berrocal con el asesinato de su entonces enamorado, un ex comando que participó en el operativo Chavín de Huántar, al que asesinaron una noche que salía a divertirse con Rubí. Se trató de un examen toxicológico que indicaba que Rubí, el día del asesinato, había ingerido drogas. Murillo dijo, inclusive, que Berrocal podría ser la “autora intelectual” del homicidio. La otra prueba era un video que Murillo no mostró: “sólo lo presentaré si las autoridades judiciales me lo exigen”, declaró. Era, aparentemente, un video que mostraría a Rubí aceptando dinero a cambio de sexo.

―Busqué en la comisaría los documentos que Murillo señaló pero no existía ningún reporte toxicológico. Esa prueba era falsa. Entonces decidí conversar con Rubí –me dijo Fernandini–. El día que la entrevisté me contó que un tipo, que dijo trabajar para el canal 41 de Miami, la buscó para hacerle un reportaje. Allí una maquilladora peinó a su hijita y, me dijo Rubí, dicha maquilladora le arranchó algunos pelitos de “casualidad”.
―Para el ADN imagino –le sugerí a Fernandini.
―Es posible. Si viene de Guerrero, eso es posible. El sujeto de Miami resultó ser Andrés Malatesta, un ex camarógrafo de Guerrero. Planificaron filmar a Rubí con una cámara escondida. Malatesta le dijo que no conocía Lima y Rubí se ofreció a llevarlo a conocer la capital. Allí, al parecer, se gustaron. En el momento de pagar un taxi, parece que Malatesta le ofrece el dinero y ésa sería la famosa prueba de la abogada Murillo, que quería hacer quedar a Rubí como una prostituta, para quitarle su derecho a reconocer a su hija –concluyó Fernandini.

El ex secretario personal de Montesinos, el capitán del ejército Mario Ruiz Agüero, que sirve como testigo en muchos proceso en contra del Doc, me dijo, una tarde de 2005, que Alejandro Guerrero buscó repetidas veces a Montesinos en el SIN, en el verano de 1997, para que, a través de sus contactos en el Poder Judicial le resolvieran el tema de la presunta paternidad. Rubí había demandado una prueba de ADN y Guerrero se resistía a someterse al mandato de los jueces, que resolvían a favor de la vedette. Incluso, la defensa de Guerrero, a través de sus escritos, dijo que Guerrero era evangélico y su religión no le permitía hacerse exámenes de ADN.  “Guerrero llegó hasta la casa de Montesinos en playa Arica”, me dijo Ruiz en una entrevista informal, “para pedirle que por favor lo ayudara. Llegó borracho y le gritaba ¡Montesinos!, ¡Montesinos! El doctor Montesinos me llamó para que lo sacara de allí, pero yo le dije que ese señor se iba a aburrir. Eso pasó. Guerrero no lo buscó más”.

Alejandro Guerrero receptó la primera notificación por proceso de filiación el día que terminaba de editar su documental ‘Antártida, Terra Australis’, el mismo que grabó durante su larga travesía en el buque de investigación científica Humboldt, hasta su llegada a la base Machu Picchu, en la Antártida. En aquellos momentos se preparaba para la salida de su documental: cada vez que lanzaba uno, Guerrero organizaba una ampulosa conferencia de prensa, ambientada en la sierra o en la amazonía, según el paraje documentado. Sin embargo, esa vez las cosas fueron diferentes. Guerrero era víctima de un escándalo. Se parapetó dentro de Panamericana y nunca declaró sobre su vida privada. La única entrevista se la hizo a Eduardo Lavado, entonces editor de la revista TV+.

―¿Te preocupa que la gente esté ahora más atenta al “escándalo Guerrero” que a tu próximo documental? –le preguntó Lavado aquella vez.
―No, ni siquiera me preocupa esa posibilidad. Creo que en el público está perfectamente identificado el trabajo que hago. Mi contacto con la gente es a través de mis documentales –le contestó Guerrero.
―Lo que sí has dejado de lado esta vez es la conferencia de prensa para anunciar tu documental –le dijo Lavado.
―Es algo que me molesta, porque siempre en nuestras conferencias intentábamos recrear los ambientes que habíamos visitado. Esta vez íbamos a poner el aire acondicionado muy frío, nos iban a prestar bloques de hielo azul traídos desde la Antártida. Pero no queremos pasar por el mal rato de ser descorteses con algunos colegas que no se interesen por este tema y sí por otros. Para evitar eso sólo vamos a enviar material a los medios y el que buenamente quiera lo publicará –le contestó Guerrero con pesar. Rubí, en su entrevista con Magali Medina, confesó que le afectaba bastante ver los documentales de Guerrero, por que en ellos el reportero habla de cómo la paternidad se hace evidente en los animales, cuando los padres alimentan a sus crías. Sin embargo, el reportero, dijo Rubí, es un cobarde porque no hacía nada por su pequeña.

Según la mamá de Rubí, Guerrero firmó a la bebé. A cambio de eso, Rubí no lo iba a molestar con ningún proceso más. Rubí cumple su palabra y él está tranquilo. “Hay mujeres que hacen eso, pero pasan los años y hacen juicio y todo eso, esas son señoras que nunca trabajan, mi hija no es así, ella es muy orgullosa, por eso no espera nada de él”, dice Soledad. El 12 de marzo Eva cumplió 10 años. Su padre sólo la ha visto una vez. La niña recorta los periódicos cada vez que lo ve. Rubí es una mujer que supo que Guerrero era un hombre para ver, pero no para amar.

***

“Hoy es el día 19 en el Pacaya. Hoy, tal como ayer, subí a un árbol para grabar a los bufeos rosados. Al bajar, llovió fuertemente y no pude tomar fotos. Este campamento es el más alegre al que hemos llegado. Hay música de la región y gente muy amena. Desde hace dos días, cuando el avión acuatizó en la cocha, todos estamos alegres, esperamos que las cosas en esta cuenca estén supermejores”, redactó para su diario Johnny Zacarías, una tarde de octubre de 1996, mientras el sol teñía de rojo la copa de las enormes lupunas que cubrían el horizonte de color esmeralda. Estaba sentado sobre un tronco junto a su inseparable cámara Betacam en otra aventura con Alejandro Guerrero. Se encontraban dentro de la Reserva Nacional de Pacaya Samiria, en el departamento de Loreto, la reserva natural más extensa que existe en el Perú. Desde 1993 Alejandro Guerrero había reemplazado las emboscadas policiales por las áreas silvestres. Había ido hasta el Pacaya, con un puñado de técnicos y científicos, para producir un documental sobre el origen del oriente peruano.

―Mira esto, aquí salimos abrazados –me dijo Zacarías una mañana de octubre de 2005, en el despacho principal de su productora, escoltado por monitores, islas de edición y grabadoras, al alcanzarme una fotografía en la que aparece vestido con un chaleco lleno de bolsillos, un pantalón de lona y botas de jebe que lo cubren hasta las rodillas. A su lado, Guerrero, vestido con un traje camuflado tipo comando. Estaban abrazados. Guerrero sonreía con libertad, como un animal en su hábitat.
―Aquí estamos en el río Pacaya, un día antes de que nos dejara abandonados –me dijo Zacarías con picardía, antes de alcanzarme otra página más de su diario. Lo dijo con soltura, como los que padecen un accidente pero sobreviven para recordarlo con afecto:

“Río Pacaya, 2 de noviembre de 1996. Por la noche, Alejandro Guerrero estaba totalmente desconocido al ir a grabar a los caimanes en el Pacaya. Adujo que yo no quería trabajar. Hizo regresar la embarcación al Puesto de Vigilancia Alfaro, pidió su cámara y, luego de atacarme con improperios, salí del catamarán. Al llegar al campamento, seguía escuchando sus insultos, él decía que cómo era posible que yo no quisiera trabajar, si ganaba 300 dólares diarios. En el catamarán se encontraban Mónica Newton, Mario Vildosola, Juan Luis Thord y los remeros que fueron testigos de aquella actitud estúpida tomada por Alejandro. Al llegar ellos me dijeron que iban a conversar con él. Mario Urbina le dijo que no le parecía su actitud. Guerrero le contestó: “el dinero no tiene sentimientos”. Mario renunció y todos hicimos lo mismo”.

Johnny Zacarías es un hombre pequeño de tez oscura y con un ligero sobrepeso. Su carácter es agradable, franco y sereno. Es difícil imaginarlo trotar al paso de una patrulla de soldados, en busca de una banda de narcotraficantes, de asaltantes, atemorizados por el plomo de aguerridos detectives o de pandilleros espantados por una banda rival. Sin embargo, eso es lo que Zacarías ha hecho durante once años de su vida al lado de Guerrero. Es por eso que su videoteca, en donde existen cintas de todos los milímetros, almacena imágenes inéditas de los reportajes y documentales de quien fuera su compañero, como aquéllas que Zacarías buscó para mostrarme. El casete decía ‘Pacaya’.

“Aquí quedamos abandonados, sin zapatos, ni gasolina, con el honor y la dignidad en alto”[61], se le veía decir a Zacarías en un paraje inhóspito de la selva. Era una madrugada de 1996, me explicó mientras observábamos juntos aquel video, en el que su cámara captó los precisos instantes en los que Guerrero ordenaba a unos trabajadores que cargaran dos balsas con los alimentos, el agua, el combustible, los mosquiteros, las botas, las medicinas y los equipos de filmación, previstos para tres semanas de labor.

―Estas imágenes no salen en el documental –me comentó Zacarías entre risas–. Todos estábamos cansados, comenzábamos a grabar a las cinco de la mañana y terminábamos a las dos del otro amanecer. Era un ritmo agotador, pero era el ritmo de Guerrero. Íbamos en busca de los caimanes, en la noche de la selva, y yo cerré los ojos unos segundos por cansancio. Guerrero me apuntó con un reflector, me despertó, y me preguntó “¿Qué pasa, Johnny? ¿No quieres trabajar?”. Allí le dijo al remero que regresara al campamento. No dejaba de gritarme y todos eran testigos. Por la mañana, Juan Luis me pregunta “¿Qué pasa?”. Lo vimos empacar todo y no nos dijo nada, ni siquiera chau. Mónica Newton y José Álvarez, un español que acompañó a la expedición, se fueron con él. El guardabosque le preguntó: “Pero, ¿no les va a dejar nada?”. Alejandro no le contestó. Nos quedamos allí, abandonados. Un bote regresó y, cuando creímos que Guerrero lo había mandado para nosotros, el remero nos dijo que venía por un generador eléctrico que Guerrero había olvidado. Tomábamos agua de río, no teníamos ni pastillas para hacerla potable. Se había llevado hasta el antídoto contra picaduras de serpiente, si nos mordía una, estábamos muertos. Sólo teníamos unas latas de tallarines y atunes que el guardabosque nos regaló. Después de tres días, sin comida ni agua, con ayuda de unos cazadores, fuimos rescatados. Si no era por ellos, todavía estaríamos allí –dijo Zacarías sin ninguna sonrisa.

―Me imagino que lo volviste a ver. ¿Qué le dijiste? –le pregunté.
―Primero llegamos a Iquitos en un barco, sin dinero, ni ropa ni nada. Llamé a Erika Manrique, su secretaria, y le conté lo que nos pasó. Ella no lo podía creer. Nos mandó unos pasajes y así pudimos retornar. Mi cámara, ésta que ves aquí –me mostró una Betacam petrificada por una pelota de lodo–, es la que pagó los platos rotos. Me llamó unos días después –me contestó.
―¿Y qué te dijo? –insistí.
―Nada, me pidió sus imágenes y ya.

Este episodio lo corroboré con Pedro Puma, el entonces guardabosques de la reserva. Lo encontré en Echarati, un distrito del departamento de Cusco, en donde trabaja para la municipalidad. Me dijo que cuando se acabaron las latas tuvo que bucear en el río para pescar para que ninguno de los hombres de Guerrero muriera de hambre. Del mismo, Mario Vildosola, en ese entonces asistente de cámara, se sumó a la misma afirmación.

León Pinelo, un sefardí erudito y aventurero del siglo XVII, dijo en su libro El Paraíso en el Nuevo Mundo que la selva del Pacaya Samiria era lo más parecido al paraíso bíblico del Génesis. Lo dijo por su exuberante belleza, por ese jardín plácido con animales pacíficos que conviven en los aguajales selváticos. Alejandro Guerrero, tras aquel incidente con Zacarías, retornó al río Pacaya, acompañado por otro equipo de técnicos para terminar de grabar las imágenes que le faltaban para retratar ese paraíso terrenal. Su documental lo tituló ‘La selva de los espejos’: la corriente del río Pacaya era tan lenta, explicó Guerrero antes del estreno, que reflejaba la vista como una acuarela. El documental, transmitido por Panamericana en mayo de 1997, captó bellas imágenes del cóndor blanco sobrevolando los árboles que componen el Amazonas. Mostró imágenes inéditas del ayaymama, la nutria, el caimán negro, la anaconda y el manatí, todos estos animales grabados entre los pantanos inmóviles de la reserva. “Este documental tiene más pretensiones científicas que los anteriores”, explicó Guerrero en una entrevista. “Tenemos una documentación completa y nos hemos animado a proponer teorías. Pocos saben que el armadillo es un activo portador de la lepra o que el mono pichico es el utilizado para producir la vacuna de la Hepatitis B”. El documental, decía Guerrero, no descuidó la relación entre el animal y el hombre. Era verdad: Guerrero confundía los límites entre el ser humano y la bestia.

―Imagino que nunca más quisiste volver a comunicarte con él –le dije a Zacarías.
―Una vez lo llamé para pedirle ese documental, lo necesitaba para completar un reel con todos mis trabajos como camarógrafo –me dijo.
―¿Te las alcanzó?
―No. Quería cobrarme 100 dólares por ese favor. Evidentemente, no acepté –concluyó Zacarías.

***

Una mañana de 2003, entonces como reportero del equipo de Panorama, Guerrero me llamó para participar en una reunión, junto con todos los reporteros del programa, al noveno piso del edificio de Pantel. Era la primera entrevista que sostendríamos con el flamante administrador interino: Genaro Delgado Parker, al que sólo recordaba por esa voz sofocada, parecida a la de Vito Corleone. Al entrar en su despacho, sentí el mismo escalofrío que asaltó a los rebeldes que se tropezaron con Darth Vader en el planeta Bespin: el aire acondicionado había congelado la habitación y Delgado Parker estaba sentado en un sillón, al final de una mesa ovalada. Se levantó con soltura y nos enseñó con su mano el camino para sentarnos con él. Allí vi a Delgado Parker junto a Guerrero: uno tenía los modales de un dandy, el otro tenía la corbata desajustada y sudaba aprensivamente. Comprendí que por más que Guerrero se esforzara nunca iba a ser como su padre simbólico. El Panorama que se prestó para dirigir a partir de marzo de 2003, era uno que se contradecía con lo que él mismo nos dijo el día de su retorno: “Basta de amarillismos”. En su primera semana, desplegó un enorme rollo de papel sobre la mesa de Panorama, que precisaba el rating minuto a minuto de cada reportaje: parecía un maestro de secundaria que le daba las notas de un examen a sus alumnos: unos tenían 15, los más aplicados tenían 20. A partir de ese día, Panorama era un programa más de espectáculos y las pocas notas de política eran sólo las que se destinaban a entrevistas hechas por Guerrero con el presidente Alejandro Toledo o con sus ministros, congresistas, hermanos o sobrinos que la prensa cuestionaba por corrupción o nepotismo, palabra que se hizo pan de cada día durante la administración de Toledo. Durante este periodo edité un informe sobre los gastos del despacho de la Primera Dama, Eliane Karp. El día lunes, Guerrero me dijo que Raúl Diez Canseco, entonces Vicepresidente de la República, lo llamó para decirle que todos esos gastos que saqué en mi reportaje salían del bolsillo de la Primera Dama. A pesar de que le enseñé las resoluciones con las que sustentaba cada cifra de mi informe, Guerrero no me creyó o no quiso creerme: me dijo que dejara todo porque un carro me esperaba para ir donde Eliane Karp para pedirle disculpas, con el video de mi informe en la mano. En el camino, me topé con Miguel Seminario, entonces productor periodístico de Panorama, que me dijo que iría conmigo hasta Palacio para dejar el casete en recepción. Me quedé una semana más en Panorama, hasta el día que Genero Delgado Parker nos dijo que Guerrero iba a entrevistar al presidente porque “teníamos que ayudarlo por las cosas que hizo por el canal”. Todos sabíamos perfectamente a qué se refería. Del mismo modo, como le dijo a Pámela Vértiz y sus compañeros del Panorama de 1996, Delgado Parker quería que nos quedara claro de qué lado estaba el canal.

Existen muchos que todavía creen en su credibilidad. Ahora, Guerrero es el Decano de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Tecnológica del Perú, en la que muchos jóvenes se matricularon en el verano de 2007, sólo porque Guerrero salía en un comercial de televisión invitándolos a soñar con ser como él. Panamericana firmó con esa universidad un compromiso para que los alumnos desarrollaran sus prácticas allí. Durante el último examen de admisión, llegué hasta la cola de postulantes y le pregunté a uno de ellos qué pensaba de Guerrero. Él joven me contestó: Guerrero es un hombre que sabe hacer televisión. Y no se equivocó.

comentarios
  1. Jean dice:

    Alejandro Guerrero Torres, es un sicario del periodismo, no solo vendió información clave a la que tenia acceso en canal 5 ,sino que es un verdadero delincuente que robaba la información para chantajear a sus victimas , empresas y organizaciones, sino que también traficaba cocaína y otras drogas y lo peor de todo este delincuente ayudo a una terrorista y espía de la CIA de EE.UU a salir del país ilegalmente en Diciembre del 2012 a través de la frontera con Ecuador por Huaquillas llevando consigo, información ultra secreta y clasificada a los Ecuatorianos, en QUITO que contribuyo a la guerra del Cenepa, donde Perú perdió,ya que se contribuyo a la traición de Argentina. En total se despacharon 75 toneladas de armamento, por un valor de 33 millones de dólares, que comprendían ocho mil fusiles FAL, 36 cañones de 105 y 155 mm., diez mil pistolas de 9 mm., 350 morteros, 50 ametralladoras pesadas, 58 millones de municiones, 45.000 proyectiles de cañón, nueve mil granadas, y explosivos. Estas armas partieron del aeropuerto bonaerense de Ezeiza el 17, 18 y 22 de febrero con destino a Venezuela, que después fueron transferidas a Ecuador.

    No solo Alejandro Guerrero Torres es un TRAIDOR A LA PATRIA , sino también un SECUESTRADOR , TRAFICANTE DE ARMAS , CHANTAJISTA , Y TRAFICANTE DE SERES HUMANOS YA QUE CON LA MUJER DE LA CIA SE LLEVARON DOS NIÑAS PERUANAS DE 2 y 3 AÑOS A EE.UU PARA VENDERLAS Y PROSTITUIRLAS!

  2. Elvira Rojas dice:

    Alejandro Guerrero es un gran estafador y abusivo, no paga y no le da la gana de devolver el departamento que ocupa en Pablo Bermudes 150, Sta.Beatriz hace muchos años; aduce que se le tiene que pagar $ 5,500.00 para que pueda devolverlo. El contrato se venció hace 4 años. Por todo lo que ha hecho y seguirá haciendo tendrá un final muy triste.

    • Jean dice:

      Alejandro Guerrero ,es un pobre infeliz que fue el chupamedias y cachero de Genaro ,ambos traficantes y adictos a la cocaína,grababa videos para chantajear gente de poder , es una pobre mierda, lo conocí porque se metió con una gringa terruca ,amiga de Lori Berenson y la llevo hasta Ecuador para que fugue a USA , después de unos meses, la mal parida colaboro en el atentado del 11 de Setiembre ,con Bin Laden y Al Qaida volaron las torres gemelas en New York!

      Yo colabore con USAID para entrenamiento del GEIN -DINCOTE Ketin ,Miyashiro, Benedicto, para captura de Abimael Guzmán de S.L ,así como la toma de Embajada de Japón y muerte de Serpa y CIA!

  3. Tolerancio dice:

    ¿Es que nadie puede decir que Alejandro Guerrero marcó a toda una generación con «El valle de fuego» y «El Manu»? :/

  4. Alex Alosilla dice:

    Alejandro Guerrero siempre estara en el recuerdo de los jovenes, por producir los mejores documentales del pERÚ TUVO SUS ERRORES, PERO ESO NO LE QUITA EL GRAN MERITO QUE HIZO AL CONTRIBUIR CON LA CULTURA Y TURISMO DEL PAIS, SINCERAMENTE EL QUE ESTE LIBRE DE PECADO QUE LANCE LA PRIMERA PIEDRA.. UN GRAN rEPORTERO Y DOCUMENTALISTA, OJALA PUEDA PRESTAR SU MARAVILLOSA VOZ A FUTUROS DOCUMENTALES…

  5. Carlos Lozano dice:

    A cerca del maestro don Alejandro Guerrero que nos dejó una clara visión de la carrera de comunicación hacer el hombre que hacer de comunicación no un negocio sino un conocimiento de todo . Saludos DR. ALEJANDRO GUERRERO

Replica a Alex Alosilla Cancelar la respuesta