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Lapidados por la TV

Publicado: 11 marzo 2016 en César Bianchi
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Ana le puso Paspol, porque la beba tenía la colita paspada.

Eran los últimos gramos de un tubo ya estrujado. En la casa de los Velázquez nada se desaprovecha. Después de untarle la pomada, tiró el tubo vacío y se acostaron. Ella, su marido Washington y la pequeña Caterine de diez meses en la cama grande, Natalia de 8 años y María Victoria de 6 compartían -y lo siguen haciendo- la cama de una sola plaza.

Se acostaron y durmieron. Todos apretujados para darse calor. Faltaban cinco días para el invierno. Apenas despertó, Washington se puso la indumentaria verde oliva y se fue al trabajo. Es empleado del ejército: hace cuchillos y sables decorativos como los que manipulaban los Blandengues de Artigas, el prócer, el Padre de la Patria.

Ana siguió durmiendo un poco más: ese día, 16 de junio de 2009, no tenía que ir a limpiar ninguna casa ajena. Cuando se despertó, sobre las 10, notó que a Caterine le costaba respirar y tenía la cara morada. Lo llamó a Washington pero él no atendió el celular, corrió hasta lo de una vecina y desde ahí llamó a la emergencia médica de Salud Pública y no la atendieron. Entonces probó con el número de emergencias 911 y tampoco. Finalmente tuvo suerte en la comisaría del barrio, la 17. Un patrullero salió hacia el ranchito del barrio Nueva Quinta, un vecindario que no figura en el mapa de Montevideo.

A las 10.30 de la mañana el móvil policial que ofició de ambulancia los llevó a la policlínica del barrio Capitán Tula y una hora después, las cámaras de la televisión mostraban cómo un patrullero se llevaba a Ana Freire, de 30 años, y a Washington Velázquez, de 40, esposados rumbo a la comisaría, sospechados de violar y asesinar a su propio hija.

***

Los movileros de los canales de televisión abierta se enteraron del caso por escuchar clandestinamente la radio policial desde redacciones o pisos de estudio. Y allá fueron, a esperar a los presuntos violadores a la salida de la policlínica. Los acusados salieron con la cabeza gacha, se metieron en un patrullero con los vidrios bajos en pleno invierno y fueron entrevistados para todos los informativos capitalinos. Los policías escoltas miraron para otro lado.

El movilero Santiago Bernaola le preguntó a Washington:

—¿Violaste a tu hija?

Otro de los periodistas presentes era Jean George Almendras, cronista policial de larga experiencia, muy recordado en Uruguay porque una vez, al perseguir un delincuente que huía le gritó a su camarógrafo: “¡No te cagués González!”. Almendras se acercó a Washington:

—¿Tiene pruebas de que es inocente?
—Soy inocente –contestó Washington.

Almendras insistió con una pregunta extraña.

—¿Inocente por qué?

Como si en Uruguay el derecho y la Constitución no hubieran dejado claro negro sobre blanco que lo que se debe probar es la culpabilidad de una persona en un hecho delictivo. Esa noche, todo el país vio a Washington y Ana yéndose en patrullero.

Esa mañana, cuando Ana llegó con Caterine a la policlínica de Capitán Tula, Marisol Souza Garate, pediatra de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE), dijo que la niña ya era un “fenómeno cadavérico”. La médica igual revisó el cadáver y encontró un líquido espeso entre las nalgas. No le preguntó a la madre de qué se trataba, en ese mismo instante concluyó que era semen. Y terminó de convencerse de que Caterine había sido violada por sus padres al comprobar dilatación anal.

Para ese entonces, el camión basurero ya se había llevado de la vereda de la casa de los Velázquez el frasquito que tenía Paspol, la pomada que Washington conseguía gratis en el Hospital Militar y así se ahorraba los 80 pesos (4 dólares) que costaba en una farmacia.

Para Nicolás Pereyra, abogado de la familia Velázquez, es “inexcusable” el error de la médica.

—Como mujer que tuvo hijos, no puede confundir semen con una pomada para la paspadura de la cola. Y además, en los cadáveres es muy común la dilatación anal. Es común en los fenómenos cadavéricos -dijo en su despacho del centro de Montevideo. Sentado a su lado, Washington Velázquez asentía con la cabeza.

El abogado de la familia enjuició al Estado: a ASSE como responsable del error médico en el diagnóstico y al Ministerio del Interior. Pidió 750.000 dólares para resarcir el daño moral de una forma no simbólica, sino a la altura de la doctrina y la jurisprudencia. La Justicia falló a favor de los Velázquez y contra el Estado pero dijo que 11.000 dólares eran suficientes para emparchar el dolor ocasionado. El caso está a estudio del Tribunal de Apelaciones de segundo turno.

La tele dijo muchas cosas ese día: Nazario Sampayo de canal 12 dijo que la niña “fue violada y como consecuencia de ello, llegó al centro de salud muerta”.

***

En el barrio Nueva Quinta suenan Señora de las cuatro décadas, de Arjona, y Fuiste, de Gilda. Un vecino de los Velázquez que martilla un clavo contra una madera ve a Washington y le dice que pase cuando pueda, que tiene que pedirle algo. Washington, bigotito fino y tabaco La Paz armado entre los labios, dice que después se da una vuelta. Ese hombre que martilla es de los pocos que todavía le dirige la palabra.

La casa no tiene piso: apenas contrapiso, dos sillas y un mini sofá que ya no da más. Cada tanto pasan un gato auriblanco y otro negro azabache. De la pared pintada de celeste furioso cuelga una especie de alfombra con dos patos navegando un arroyo de aguas mansas. En el horno hay restos de una tarta de fiambre.

Natalia y María Victoria están de vacaciones y juegan en su pieza: la de los cuatro, sólo los divide una delgada separación de durlock. Ana Freire, la mamá, busca la cédula de identidad de Caterine, que está junto al papel de certificado de defunción.

—Su segundo nombre era Jazmín, como la flor.

Aquella mañana, recuerda, Washington se había ido a trabajar y la beba se despertó con problemas para respirar. Tras varias llamadas frustradas, la atendieron en la seccional de Policía 17 y en cinco minutos ahí estuvieron.

Llegaron a la policlínica de Piedras Blancas. Enseguida aparecieron cinco o seis médicos hasta que una pediatra se hizo cargo del estudio más profundo. Dos minutos después de haber llegado, un policía le dijo a Ana que Caterine había muerto. Y la pediatra le preguntó: “¿Usted sabe que esta nena está violada? ¿Sabe quién fue? ¿El padre, el tío?”

Ella dijo “la nena no está violada”, pero no pudo ni hacer preguntas, porque en ese instante los policías que la habían auxiliado, le colocaron las esposas y la metieron en un patrullero. Ahí llegó Washington a la policlínica. Lo esposaron y lo metieron en la parte de atrás de una camioneta policial. Lo abordaron varios cronistas, que se habían enterado por la radio interceptada.

—¿Usted sabe qué pasó con la nena?
—No. Si no me dice, yo no sé.
—La nena fue violada y usted es el sospechoso número uno -le notificó un policía.

Ana siente que la trataron como a “la peor madre del mundo”.

—Me preguntaron si tenía un… ¿cómo se dice?… cuando uno anda con otro…
—¿Amante?
—Eso, si tenía un amante que se metiera en mi casa.

Ella dijo que no, que a su casa sólo entraban su marido y su cuñado, tío de la nena. Para qué…

Walter, hermano de Washington, iba todas las mañanas a la casa de los Velázquez a buscar un bolso de herramientas para ir a trabajar en la zona como albañil. Ese 16 de junio, cuando Walter llegó a la vivienda de su hermano, lo esperaba un enjambre de periodistas. Y la policía. Le informaron que su sobrina había sido violada y luego asesinada, le preguntaron si tenía algo que ver con eso. Walter dudó, quedó shockeado. Lo esposaron y se lo llevaron detenido. En ese momento un reportero le preguntó si él era el violador. Walter contestó:

—Yo soy un laburante. Que se haga justicia, por mí que me hagan un ADN.

El parte policial -tan afecto a los gerundios- que fue presentado en el juzgado, dice en referencia a Walter Velázquez: “…mostrándose muy nervioso y titubeando en su respuesta en referencia al hecho, por lo que se procedió a su detención y conducción” a la comisaría.

Esa noche Ana Freire y Washington Velázquez la pasaron en un calabozo de la seccional 17 de Montevideo, en celdas separadas. Hacía mucho que no dormían en camas distintas.

Se habían conocido hacía diez años por medio de una amiga en común en el barrio La Gruta de Lourdes. Washington vio en Ana a una mujer tranquila, compañera, alguien con quien podía hablar de todo. Ana vio en Washington a un hombre emprendedor, laburante, con ganas de progresar. Salieron una vez, la pasaron bien, tomaron litros de mate, se enamoraron. Washington tenía un rancho cerca del Borro. Ana vivía un tiempo con una amiga, otro tiempo con otra. Él la invitó a vivir a su casa. Enseguida vinieron los hijos.

Esa noche en la comisaría ninguno durmió. No saben si fue porque los acusaban de haber violado y matado a su hija, porque la “cama” era una tarima de cemento frío sin almohadas, por no haber soportado el asedio de los comunicadores, o por no haber asumido la muerte de la pequeña.

O por todo eso junto.

Esa noche, Bernaola, de canal 10, dijo por televisión que Washington “aparentemente abusaba también de las otras dos hijas”.

En todos los canales de televisión hubo imágenes de la casa de los Velázquez en Nueva Quinta. Algunos camarógrafos le hicieron un primer plano a la cédula de identidad de Caterine. Canal 10 eligió el daño menor: no atosigar con preguntas al tío albañil y no mostrar el documento de identidad de la beba, apenas la fotografía: se la ve durmiendo plácidamente.

Tres años después del episodio de la detención equivocada de los padres de Caterine, el periodista Jean George Almendras dice que la culpa fue de la pediatra y de la Policía, pero que él no se arrepiente de nada. Habla como un corresponsal de guerra y dice que en el fragor de la lucha no hay tiempo para pensar un abordaje periodístico elaborado.

—No estábamos hablando del robo de una gallina, estábamos ante un delito contra la infancia que causó conmoción pública.

Almendras omite un detalle: sólo había una presunción de delito, no un delito comprobado.

—Cuando estamos en el campo de batalla tratamos de dar las posibilidades a nuestro alcance tomando en cuenta todas las partes. Todos los canales les preguntamos, después es responsabilidad de ellos contestar o no.

Almendras no tiene claro si sometió a un pobre diablo al escarnio público, porque –dice- no sabe muy bien qué es escarnio público.

—Si vas a hacer una investigación, no demonices nuestra profesión –exige.

Admite que dio por sentado que el padre era culpable del delito porque la pediatra era una “fuente calificada”. Él se la jugó y lo justifica:

—Yo antes de afirmarlo o preguntarle a los familiares “¿usted lo hizo?”, por la izquierda le pregunto a personas de confianza para que me den una pista, un elemento, para hacer esa pregunta. Si tengo elementos para tirarme a una piscina, me tiro, y si está sin agua, bárbaro. No somos jueces de la Justicia.

El periodista dice que se dejó llevar por lo que le informaron los médicos y policías que actuaron en el caso, pero insiste en que hizo bien su trabajo.

—No me equivoqué. Con el fallo judicial ya no puedo decir nada, me allano a lo que dice la Justicia.

Almendras se tiró a la pileta y se dio de bruces contra el fondo, se rompió la cara. Hoy, fuera de circuito, se dedica a investigar a los OVNIS y a tratar de determinar la existencia de vida extraterrestre.

***

Esa noche, en la comisaría, a Ana, Washington y Walter les hicieron interrogatorios por separado con el típico juego del policía bueno y el policía malo. Dice el abogado de la familia que a Ana le sugerían que su marido había violado la nena, a Washington le decían que había sido su hermano Walter y a Walter que el degenerado era el padre de la criatura.

—Yo le eché la culpa a él –dice Ana. Washington, cabizbajo, está sentado a un metro- Me llenaron la cabeza con que había sido él, y pensé que podía ser, sí.

Washington dice que entendió que su mujer pudiera pensar eso, porque estaba alterada por el hecho. Pero dice lo suyo:

—¿Cómo iba a ser yo? ¿Y las otras dos hijas estaban bien y nunca les había pasado nada? Yo cuando fui para el juzgado ella me dice “para mí que fuiste vos”, pero yo no me enojé con ella. Fue un momento de problemas y todo eso.

La mañana de las detenciones, un móvil policial fue a buscar a Victoria y Natalia, que habían quedado al cuidado de una amiga de la mamá. El abogado Pereyra dice que a las nenas las “periciaron”: las llevaron a un baño, le bajaron la ropa y las tocaron para comprobar que no habían sido violadas.

Ellas, las niñas, no se acuerdan de nada. O no quieren acordarse.

Ambas vestidas por mamá con un buzo rosado, son de hablar poco y sonreír mucho. Estaban jugando alXA en la ceibalita, una laptop del Plan Ceibal, un programa gubernamental que instrumentó el ex presidente Tabaré Vázquez con el fin de llegar a “una computadora por niño” en el período escolar.
A María Victoria, hoy con 8 años, le va bien en la escuela, dice que tiene “muybuenosote” en el carné de calificaciones. A Natalia, de 10, le va un poco mejor: en aplicación se sacó buenomuybueno y en conducta muybuenosote.

—¿Se acuerdan de su hermanita Caterine?

Piensan, sonríen. Miran el contrapiso.

—Yo me acuerdo de mi hermana, sí -dice Natalia.
—¿Qué se acuerdan de ella?
—Papá dice que se reía todo el tiempo…
—Sí, o lloraba…-agrega la mayor.
—¿La mimaban mucho?
—Sí.
—¿Y se acuerdan qué pasó con la bebé?
—Ah, no me acuerdo- insiste Natalia.
—¿Preferís no acordarte o de veras no te acordás?
—No me acuerdo…Ah sí, nosotras todavía no habíamos salido para la escuela, vino la Policía y mamá me mandó a los de una amiga de ella. Después nos fueron a buscar unos policías y nos llevaron a una policlínicas, ahí nos revisaron. Me hicieron sentar en una escalerita y nos revisaron todas.
—¿Y qué recuerdos tenés, Natalia?
—De mañana yo estaba durmiendo, mamá me despertó, me dijo que fuera para lo de la Laura y después no me acuerdo de más nada. Me di cuenta que a Caterine le faltaba el aire. Me vestí y me fui con la María (Victoria).

Estuvieron una semana internadas en el Hospital Militar. Las autoridades del hospital no les permitieron a los padres hacerse cargo de sus hijas. Antes debía quedar claro que ellas no habían sufrido ningún tipo de abuso.

—Les hicieron estudios de toda clase, y una semana después nos las dieron -dice Ana.

Washington explica que Natalia contesta casi con monosílabos y que María Victoria no quiere hablar porque quedaron muy afectadas por la pérdida de la bebita. Desde entonces se atienden con un psiquiatra en el Hospital Militar. Los papás pagan un simbólico tique de 19 pesos (1 dólar) y ellas hacen catarsis.

***

La noche en la que los hermanos Velázquez y Ana Freire estuvieron detenidos en el calabozo de la comisaría 17, los policías buscaron que alguno confesara. A Ana le dijeron que su marido ya había confesado, a Washington le plantearon una oferta: si él confesaba, le darían un mejor lugar de reclusión en la cárcel, lejos de los que saben cómo darle la bienvenida a los violadores.

Washington dice que lo recuerda “clarito”:

—La primera pregunta fue si había sido yo el violador de mi hija. Después uno me dijo “decí que sos vos” y empieza a tocarme el pecho con el dedo índice. Otro me dijo: “¿tu mujer tiene amante?”. “No sé, pregúntele a ella, que vive conmigo”, contesté. “No me entendiste: tu mujer tiene amante”, me dijo. “Bueno, no sé, averigüe”, le contesté. “Hablá, porque sino hablás, te vamos a hacer hablar”.

Washington y su abogado lo tomaron como una amenaza de tortura. Los policías no los dejaron dormir: las preguntas se sucedían en procura de una revelación. Ellos, inmutables. En el parte policial los uniformados de la 17 escribieron: “Es de significar que en el momento de la indagatoria los padres de la niña no se emocionaron, se comportaron de manera fría, despectiva, sobradora, de que se les comprobara (si podíamos) la responsabilidad de ellos en el hecho”.

Para la Policía, que Washington y Ana no se hicieran cargo de los delitos de violación y homicidio de su propia hija los hacía más culpables.

Los policías que hicieron los interrogatorios no labraron actas, como se los exige la ley de procedimiento policial. Los tres sospechosos fueron citados a declarar al juzgado del magistrado Juan Fernández Lecchini y volvieron a la seccional. En el trayecto de la sede judicial al patrullero otra vez fueron entregados a los periodistas. Entre las preguntas de los movileros, se escuchó un grito dirigido a Washington:

—¡Es una beba de diez meses, señor! ¿Usted es conciente?

Al otro día se conocieron los resultados de la autopsia del forense Guillermo López: “El cuerpo tenía los genitales sanos, himen sano, ano con pliegues y sin lesiones y una lesión de eritema de pañal. Se aprecia crema entre labios y nalgas. Se abre tórax: pulmones poco aireados”. El forense dijo en una entrevista televisiva: “Todo pasa por la cautela. Por no ser cuidadoso, es mucho daño el que se puede hacer”.

Por culpa del eritema de pañal Ana le puso Paspol, para curar la colita. La falta de oxígeno no la supo explicar el forense, que habló de predisposiciones genéticas. El diagnóstico final, tras la autopsia, estableció que fue una infección generalizada.

El juez sentenció que debían ser liberados y archivó el caso. Pocas horas después, los padres velaron a su hija a cajón abierto.

***

Conocida la autopsia, los informativos fueron a buscar a la doctora que había diagnosticado la violación. Marisol Souza Garate no se mostró arrepentida, insistió con que Caterine “por lo menos” había sido víctima de algún abuso sexual. Hablaron también doctores de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE) y sí admitieron errores de procedimiento médico. El directivo de la Red de Atención Primaria de ASSE, Wilson Benia, reconoció que el caso no debió haber llegado con tanta rapidez a los medios de comunicación.

A tres años del episodio, Washington dice que en el barrio no lo tratan bien. Él trabajaba haciendo planchadas y levantando viviendas junto a su hermano Walter. Pero lo dejaron de llamar. Dice que lo miran de costado y cuchichean, cuando él pasa.

—Hablan por lo bajo, señalan con el dedo, como que te miro y no te miro. Yo, por ser militar, sé cuando hablan de mí por la espalda. Siento la murmuración de la gente.

A la mujer de Walter, el hermano, una vez en un almacén, le dijeron que su marido era un violador. “¿Y vos cómo sabés eso?”, le preguntó la esposa.

“Porque lo vi en la tele”, contestó. Y no hubo más que discutir.

A Ana le costó llevar a sus hijas a la escuela. Las primeras semanas debió ser escoltada por funcionarios del colegio porque la insultaban a los gritos. Una mujer le dijo: “Vos tenés un asesino ahí adentro; es un violador y vos sos una mala madre”.

El 16 de junio, Roberto Hernández, de canal 4, al hablar de Caterine, dijo mirando a cámara: “Una nena violada y aparentemente asesinada”.

***

Santiago Bernaola, el cronista policial de canal 10, recibió una llamada de una fuente “confiable”. La voz le dijo: “Tenemos un caso de presunta violación de una bebé de meses en el centro de salud de Piedras Blancas”. Allá fue él.

Cuando Bernaola llegó a la comisaría 17, los policías retiraban esposado al tío de Caterine, Walter Velázquez.

—Yo puse el micrófono pero el que hacía todas las preguntas era Almendras. Bernaola se enteró que la pediatra hablaba de violación porque había hallado mucosa en la materia fecal de la beba.

Bernaola reconoce hoy que no fue cuidadoso y se dejó llevar por la Policía y por el impulso de su colega Almendras. El reportero del 10 hizo un copete al aire diciendo que la Policía investigaba “un presunto caso de violación”. Sus colegas Almendras y Nazario Sampayo de canal 12 fueron a la vivienda de los padres de la criatura fallecida y a la casa del tío. Entrevistaron a los vecinos, hicieron primeros planos de la fachada de la casa de los Velázquez y hasta accedieron –gentileza de la Policía- a la cédula de identidad de Caterine, esa en la que aparece durmiendo plácidamente y detrás dice “no firma”.

—Para mí todo nació en un parte médico equivocado. No digo que todas las cagadas que nos mandamos (los periodistas) fueran culpa de la mujer, pero que la Policía haya detenido a los padres sí fue culpa de un mal diagnóstico de esta señora.

Bernaola llegó a la redacción del canal 10 y avisó a sus superiores: “Ojo, que para mí, este caso está agarrado de los pelos”. La primera decisión fue no poner el video editado al aire, pero canal 4 sí lo hizo y la guerra del rating pudo más que la mesura: el 10 también puso al aire el informe y Washington Velázquez se convirtió en violador y su mujer en una “mala madre”. Lo había dicho La Televisión.

Desde entonces, dice Bernaola, decidió no cubrir nunca más episodios de presuntas violaciones a menores de edad. Prefiere exponerse a una sanción o despido.

***

Los Velázquez nunca pudieron superar lo que pasó. Más de dos años después siguieron yendo a estrados judiciales a verles las caras a los cronistas que los atosigaron a preguntas incómodas y se subieron a la confusión del semen en vez de pomada para irritaciones de la piel. En marzo de este año fueron padres de nuevo: Santiago Ezequiel nació en el Hospital Militar y pesó dos kilos seiscientos.

El abogado defensor de la familia, que en principio había demandado a los canales privados, finalmente sumó a Almendras, Bernaola y Sampayo. La jueza Claudia Kelland citó a los periodistas a conciliación para lograr un acuerdo que evite un juicio millonario, pero Nazario Sampayo faltó a la cita. En la Justicia los Velázquez volvieron a encontrarse con Almendras y Bernaola, quien llegó sin abogado y dijo que no tenía dinero para pagarle los honorarios a alguien que lo defendiera y mucho menos para afrontar los 750.000 dólares que pide el abogado de la familia.

—Estoy en el Clearing de informes por falta de pago, no tengo tarjetas de crédito y viajo en ómnibus a trabajar, a veces a pie para ahorrarme el boleto. Si tengo que pagar algo, lo haré con cárcel – dijo en canal 4, su nuevo trabajo.

En la oficina judicial, Bernaola se cruzó con Gustavo Salle, conocido defensor de humildes, carenciados e militantes de izquierda iracundos contra el establishment. Salle había ido al juzgado como abogado de Jean George Almendras. Bernaola le pidió si como “gauchada” lo podía defender también a él. Salle aceptó y frente al juez se aprovechó de la propia imagen que el cronista quería proyectar: “Si quieren sacarle un peso a este trabajador, tendrá que dejarles su reloj, los zapatos y su camisa, porque no tiene plata. Después culpabilizó a los grandes tomadores de decisiones en la gerencia de los noticieros. Dijo, palabras más, palabra menos, que por más peligrosas o mal intencionadas que fueran las preguntas de los noteros, lo que sale en pantalla se “cocina” en los canales: los zócalos, las palabras que elijen los informativistas principales, la jerarquía de las noticias que determina el director del noticiero. Negó así responsabilidad de sus defendidos. También de Almendras, quien se había jugado la ropa por sus fuentes confiables que acusaban al militar Velázquez de ser un violador.

Sampayo, de canal 12, faltó. Entonces se lo volvió a citar para el lunes 30 de julio y volvió a ausentarse. El magistrado no dio por empezado el juicio porque, arguyó, quizás no le había llegado la citación a su lugar de trabajo.

Recién cuando la Justicia la apruebe, la demanda con sus 60 páginas, más cds, videos y recortes de diarios llegarán a cada demandado: los tres canales y tres periodistas que hicieron la cobertura del incidente. Ahí tendrán 30 días para planificar una defensa digna.

Bernaola piensa que el abogado Pereyra utilizó el caso “para hacer prensa”, pero también razona lo siguiente:

—La bebé se murió de una infección pulmonar aguda. ¿No le cupo responsabilidad a los padres por no haberla cuidado y no haber atendido la salud de su hija? En otro caso, los hubieran demorado y se hubiera cuestionado si cumplieron con los deberes de su patria potestad. Pero no, se señaló a los periodistas.

Pereyra dice que lo de Almendras y Bernaola llorando por su estado económico fue “payasesco”. Sabe que el daño moral causado a los Velázquez no se compensará con 750.000 dólares de cada cronista.

Para el abogado lo que pasó con sus defendidos fue un homenaje a la mejor TV chatarra satirizada en la película Asesinos por naturaleza, donde Robert Downey Jr. se excitaba al poner sangre en la tevé. Bernaola no la vio, y sólo quiere parecerse a Downey Jr. en Ironman: un superhéroe al que no entran las balas.

Robert Carmona había acompañado a su hija al shopping center para comprarle un libro para el liceo. Entraron a una librería y Robert hizo lo que nunca: tomó un libro. Era el Libro Guinness de los Récords. Buscó en el índice y fue directo a las páginas que le importaban, las de fútbol. Vio quién tenía el gol más tempranero, el jugador expulsado más rápido y quién hizo el gol desde más lejos, hasta que llegó al futbolista más veterano que todavía jugaba oficialmente. Cuando vio que ese récord lo ostentaba Marco Ballota, volante de Lazio, con 43 años, se sorprendió como Caperucita Roja cuando vio a su abuelita tan distinta. “Si yo me pongo de nuevo los cortos el año que viene, con 49, y jugando en el club decano de Uruguay, ese récord es mío”, pensó.

Así nació la quijotada de este hombre que nació para ser futbolista en la medianía, aunque él se sienta tan feliz y su rostro lo demuestre tan poco. Desde ese día, Carmona tiene una idea fija: sacarle el récord a Ballota y que en el mundo entero se hable de él.

***

Carmona es el director deportivo, mánager, entrenador, preparador físico, équipier y hasta aguatero de Albion Fútbol Club, un club malhadado de la divisional C de Uruguay que se jacta de ser el verdadero decano del fútbol uruguayo, para romper las discusiones histéricas de Peñarol y Nacional. Desde 2010, también es futbolista del cuadro, un volante de creación lento pero criterioso.

Hoy Carmona no corre, trota. Cuando le pasan el balón, da la impresión que piensa más de la cuenta, que debe esforzarse para rematar y que se esmera en ser atinado con el destino del mismo. Los rivales lo marcan como con un respeto excesivo, como con miedo a lesionarlo y cortar su dilatada carrera en un santiamén. Desde afuera, la tribuna lo alienta con tibieza y hasta candor. A Carmona no se lo insulta, se lo mima.

Albion fue fundado el 1 de junio de 1891 y, dicen, la selección uruguaya jugó por primera vez con la camiseta azulgrana de este equipo fundacional antes de la era celeste. Desde entonces, milita en su reducto histórico: la tercera división del fútbol uruguayo, un gran agujero negro donde los jugadores llegan de sus trabajos para ponerse a jugar malcomidos y les rezan a todos los santos para que los vea un cazatalentos.

El DT y hombre orquesta de Albion llegó en 2004 para “hacer y deshacer”, tal lo que acordó con el presidente del club, Fernando Chaínca. Lo increíble es que no arregló una paga, por el contrario: Carmona pierde plata con el cuadro, unos 500 dólares mensuales entre pagar fichajes de jugadores, comprar pelotas, pagar traslados y comidas a los jugadores una vez por semana. En Albion se siente cabeza de ratón.

Carmona se parece al actor Viggo Mortensen, pero más triste. Ha vivido, desde que tiene memoria, por y para el fútbol, pero este ha sido muy ingrato con él. O eso parece. Él dice que no, que siente que ha cumplido y se siente realizado. La última vez que cobró un sueldo como futbolista fue en 1997, en un equipo de la ciudad de Young.

En los ochenta jugó en varios equipos de Montevideo, pero siempre en tercera o cuarta división, luego pasó al Municipal Limeño de El Salvador hasta que en 1988 se fue a jugar a Estados Unidos. Esa fue, según él, su época dorada: en el fútbol semiprofesional gringo jugó en el Boys Club de la liga de equipos portugueses, pero donde más se lució fue en Los Imperiales de Nueva Jersey donde, dice, fue elegido como “uno de los mejores” jugadores del torneo en 1993.

Un año después jugó en la selección uruguaya… de inmigrantes de Nueva Jersey. “Por aquellos años jugaba allá porque se pagaba muy bien, a veces mil dólares por partido más viáticos, y cuando había receso me venía a jugar a Uruguay, a cuadros del interior. En la Liga Fernandina (del departamento de Maldonado) me pagaban 300 dólares por partido en aquel momento. Así pude comprar mi casa, mi auto, ayudar a mi esposa para que se recibiera”, dice él con orgullo.

Hoy su mujer es pediatra neonatóloga y es la que mantiene el hogar, porque Carmona no tiene ingresos del fútbol, y no quiere dedicarse a otra cosa. Quiere seguir dirigiendo y jugando en un equipo que lleva treinta personas —los familiares de los jugadores— a las canchas, que tienen más barro duro que césped y más policías que aficionados. En la C no hay alcanzapelotas ni vendedores de chorizos al pan.

Carmona se consuela con pequeños logros que, para otro, podrían ser frustraciones. Ascendió a Deportivo Colonia a la primera división de Uruguay, pero luego de la clasificación lo echaron (“cosas del fútbol”, explica enigmáticamente) y ha representado a jugadores que sí llegaron al profesionalismo, “como Heber Collazo, que ahora está en Peñarol, y lastimosamente lo perdí”.

No solo eso. Una vez con Albion dejaron afuera de la lucha por el título a Platense al ganarle 3 a 2, otra vez le ganaron 4 a 2 a Boston River y lo obligaron a jugar finales contra Oriental de La Paz. Dirigiendo a la cuarta de Albion una vez llegó a la final. Y perdió.

En su hoja de vida suma otros asteriscos de dudosa reputación: fue captador de talentos durante seis meses en Tristán Suárez de Buenos Aires junto a Diego Maradona (una foto lo muestra a él sonriendo frente a la cámara, Diego mirando para otro lado), trajo al hijo de un conocido periodista chimentero argentino a jugar a Albion y apadrinó a jugadores japoneses, que fueron a La Luz en la divisional B y Racing, en la A. Los jovencitos nipones que pasaron sin pena ni gloria por Uruguay fueron el arquero Ryota Zama y el delantero Hideki Kakita, a quien todos llamaban por su apellido.

***

En julio de 2009 lo entrevisté para una crónica sobre la segunda división amateur, como pomposamente se llama la ex C. Le pregunté cómo estaba el histórico Albion, uno de los ocho clubes más añejos del mundo, y me contestó: “En el horno. Está arruinado, impresentable, destruido. Es una vergüenza que en este país futbolero dejen morir a la institución fundadora del fútbol uruguayo. Sería bueno que el ministro de Deportes y las autoridades no miren solo a la A o a la B e hicieran valer en la FIFA el nombre del club más antiguo del país”, se despachó.

Su equipo iba último y estaba por enfrentar al primero, Coraceros Polo Club. Carmona me dijo: “Está vivo gracias a que Carmona hace lo que hace con un grupo de muchachos”. Ese día al entrenador le faltaban seis titulares: algunos estaban sancionados, otros lesionados y otros no habían podido ir porque tenían que trabajar.

En el vestuario les dio a sus dirigidos algunas indicaciones. “Tenemos que parar la línea de cuatro, como dijimos. Los dos puntas no pueden dejar que ellos salgan con soltura. Tenemos que manejar el cero en nuestro arco, ¿eh, Torena?”, le dijo al arquero. Se jugaba el Clausura, era el partido revancha del Apertura en el que habían caído 8 a 0. Mientras los jugadores entraban a la cancha, Carmona hizo una predicción, esa tarde perderían 15 a 0. No le erró por mucho: su equipo cayó 12 a 0, y —se sabe— Torena no supo “manejar el cero” en su arco. El chico se fue desconsolado; quería llegar a jugar en Peñarol en algún momento.

Al año siguiente y con Carmona ya como jugador (DT, y sus otros roles), Pablo Torena ya no estaba en el plantel. Es que en un partido tuvo el tupé de rezongar a Carmona porque se comió un amague de un delantero rival, en una jugada que terminó en gol. “¡Marcá, Carmona! ¡Acá sos uno más, eh!”, le gritó el chico al veterano futbolista. “No, te equivocás, sigo siendo el técnico”, le contestó, y lo sacó del equipo en ese instante.

Al terminar la temporada 2010 Albion ya no iba último como el año anterior sino tercero, contando desde el último hacia arriba. Pero Oriental, uno de los dos colistas, estaba allá abajo porque le quitaron varios puntos por una sanción administrativa. Carmona dice que lo que cambió de un año al siguiente es que “ahora juega Carmona”, y manda desde la cancha.

Me lo dice mientras vamos por la rambla portuaria de Montevideo en su auto rumbo al penúltimo partido del campeonato. Estamos llegando tarde, faltan 15 minutos y todavía tiene que pasar por su casa a buscar la indumentaria de los jugadores. Mientras maneja llama por su celular a un defensa, le da la integración y luego le pregunta quién es el juez. “Bueno, decile que me aguante que Carmona está llegando con las camisetas y la ficha de ustedes, que no lo suspenda, por favor”.

Ese día él decidió no ponerse entre los titulares por estar lesionado. Llegó faltando cinco minutos para el comienzo del partido e intentó reunir a todos, que se alternaban para orinar a último momento. Repartió las camisetas, que en lugar de patrocinador tienen una leyenda autopromotora; delante dicen “R. Carmona. World Record Guinness 2010” y en la espalda “Facebook Carmonayalbion”. “¿Qué querés? Si yo mismo no me doy para adelante, no lo va a hacer nadie”, se justificó.

Nuevamente me permitió escuchar la charla técnica en el precario vestuario. “Muchachos, lo importante es no entrar como locos. Tenemos que ser conservadores por nuestro físico, porque no tenemos un buen entrenamiento. Andrés, ponete las pilas hoy. ¡Que no te echen hoy, te pido! Has hecho cosas buenas, pero te has mandado muchas cagadas. Vo’, no puede ser que siempre que viene alguien de la prensa nos comemos ocho o nueve. ¡No me hagan pasar vergüenza! Que hoy el periodista se vaya y diga: ‘Mirá vos, los de Albion, empataron 0 a 0’…¡por lo menos!”.

La explicación de las catástrofes esperadas quizás tenga que ver con el estilo Carmona como seleccionador de jugadores. “Conmigo han jugado gorditos, ha jugado cada uno… Para mí lo importante es que sean buenas personas, que tengan valores, que sean gurises de familia; si juegan bien, mucho mejor. Pero lo mío es una obra social”, me había advertido en el trayecto a la cancha (decirle estadio al Parque Suero de Colón sería una hipérbole).

“Yo me iba a cambiar hoy para jugar, pero estoy recaliente, estoy requemado, así que prefiero dirigirlos”, les dijo a ellos, minimizando su tirón muscular.

Se puso al lado de la línea de cal para esperar el comienzo del partido y un hincha gritó: “¡Pongan a Carmona, che! ¿Dónde está el 10?”. Él giró y le levantó su pulgar al padre del arquero de Albion, que dio más órdenes que el propio técnico.

El primer tiempo terminó solo 1 a 0 en contra, y entusiasmado, Carmona les dijo en el entretiempo que estaban jugando bien y debían seguir así. Al zaguero que le había pedido que no se hiciera expulsar, ahora le dio otro consejo: “Meté un suelazo en alguna pelota dividida, que no tenés ni amarilla”. “¿Viste cómo es esto?» Nos llegaron una sola vez y fue gol. Esa es mi historia, mi karma, me patean una vez al arco y es gol”, me dijo. El partido terminó 4 a 0.

En la vuelta a casa, Carmona me fue contando su vida como jugador, técnico y dirigente de entrecasa: contó que había abandonado el secundario para dedicarse al fútbol, que desde chico siempre le pedía a Papá Noel una pelota, que en el semiprofesionalismo estadounidense la “rompió” (“tenía buen dominio del balón y una buena pegada, que aún conservo”) y desde 2004 con Albion quiso liderar una obra social para recuperar chicos de la droga.

Al llegar a un semáforo, un hombre que limpiaba parabrisas le pidió a los gritos una moneda y le hacía gestos elocuentes. “Ese muchacho jugó conmigo en Estados Unidos, mirá vos… Ni paré porque me tiene una hora hablando”.

Las cosas del fútbol, pensé.

***

Mientras esperaba el último partido del campeonato para ver jugar a Robert Carmona, les di un vistazo a los videos que su mujer había editado con imágenes de algunos encuentros en busca del récord y las entrevistas que había concedido a diversos medios. Noté en la cancha lo mismo que en sus palabras: una nobleza encantadora, sacrificio y buenas intenciones.

Además de cinco videos me dejó dos biblioratos llenos de recortes de diarios, fichas de los partidos con las integraciones, los cambios y las tarjetas sacadas, y hasta el correo de respuesta que le dio el Record Management Team del Guinness World Records, una respuesta automática que dejaba constancia de haber recibido su pedido y que, prometían, atenderían oportunamente. En una de las carpetas decía que Carmona había convertido 65 goles en su carrera, que había ejecutado 59 penales (44 transformó en gol y erró 15) y lo habían expulsado cuatro veces.

Por esos días hablé nuevamente con el volante, que en abril de este año cumplió 49 años y, asegura, seguirá jugando. Me contó de su proyecto social “Hacele un gol a la vida” (inicialmente “Hacele un gol a la droga”): él le pidió apoyo al Estado para salir al interior del país a predicar su ejemplo de profesionalismo ante los niños. La idea madre es contarles a los más pequeños que se puede llegar a tener casi cincuenta años y seguir jugando semiprofesionalmente al fútbol si durante la carrera se evitaron la noche, el alcohol y las drogas, como él hizo. En sus palabras: “Quise volcar mi experiencia para que tengan la oportunidad de ver al jugador más viejo del mundo en busca del Guinness, sin necesidad de sustancias. Doy charlas, les firmo autógrafos y me saco fotos con ellos. Después transporto una canchita portátil de 20 x 8 y hacemos un picadito. Carmona y sus muchachos se visten y pateamos al arco, hacemos jugadas, pateamos penales y hasta discutimos con un juez, como si fuera un show, para que se diviertan”.

Para tal iniciativa, Carmona contó con el patrocinio de Presidencia de la República (el presidente José Mujica lo felicitó por carta) y la Junta Nacional de Drogas, y fue declarada de interés ministerial por las carteras de Deportes, Trabajo y Transporte. Él no gana nada, dice, más que ofrecer su testimonio. A las intendencias de los departamentos que visita solo les pide una sala para brindar la conferencia y firmar autógrafos, una comida para los jugadores y un cuarto de hotel para él, porque los muchachos se vuelven a Montevideo tras el show en césped sintético.

El domingo 19 de diciembre era el gran día para ver en acción a este 10 “de buena pegada”. Cuando íbamos camino a La Bombonera, la cancha de Basáñez (que solo en el nombre se parece a la de Boca), me hizo su confesión reprimida. “Mirá que no vamos a jugar, no nos presentamos”. Carmona había tenido una discusión con el presidente Chaínca, quien no le quiso dar dinero para llevar a almorzar a los jugadores después del partido, y él, harto de los problemas, decidió no presentar a Carmona y sus muchachos.

Así las cosas, mientras los jugadores iban llegando a la cancha ignorando la noticia y esperando las camisetas con el doble patrocinador de Carmona, aprovechó para hablar, dentro del auto.

—¿Alguna vez quisiste llegar a ser otra cosa?
—Jamás. Yo digo que nunca trabajé, y después aclaro que soy futbolista. Me tracé esa meta desde chiquito. Yo era elegido en la escuela, en el liceo, en los cuadros de barrio.
—¿Te sentís frustrado por no haber llegado más lejos, considerando que siempre fue tu vocación?
—Creo que hice todo bien. Quizá no tuve la suerte, no acerté cuando fui a algunos equipos que no debí haber ido, pero nunca me dijeron que jugaba mal. Por el contrario, elogiaban mi juego, mi zurda, era endiablado. Siempre fui profesional, me dediqué por entero.
—¿Qué te faltó para llegar al profesionalismo, a un equipo importante?
—Contactos y suerte. Y hay mucha competencia en mi posición, yo soy 10. Pero estoy feliz con mi carrera. Hoy me mantiene mi esposa, pero mis hijos van a colegio privado. Lo que tengo lo logré con el fútbol, y los viajes que hice también.
—¿Por qué seguís jugando?
—Porque es mi vida, es mi pasión. Yo veo que estoy bien. El día que lo deje, voy a extrañar. No sé qué hacer un domingo si no voy a una cancha de fútbol. Dejé bailes, salidas, cumpleaños, todo por esto.
—¿Cuándo pensás retirarte?
—Eso lo dejo en manos de Dios. Mientras el cuerpo aguante, jugaré. Hoy cumpliría el partido número 13 y de acá me voy al médico para comenzar un tratamiento para las piernas, en las que tengo muchas operaciones, para ponerme a punto para el torneo que viene.
—¿Qué pasó con el Guinness? ¿Qué te han vuelto a decir?
—Mi señora, que sabe inglés, habló con ellos. Le dijeron que acumulara información y siguiera compitiendo. Así lo hicimos. Dos meses después me pidieron más material y se lo envié. Hasta que un día me dijeron que sinceramente los torneos de la UEFA en Europa tenían mucho más peso que Uruguay en lo político. Me dijeron que necesitaría el apoyo institucional de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Le pedí una entrevista a Sebastián Bauzá, el presidente, pero todavía no me la dio. Guinness es muy importante, pero ahora quiero llegar a la Confederación Sudamericana de Fútbol y después a la FIFA. Hasta la FIFA no paro, porque no hay un jugador de fútbol en actividad con 49 años de edad. Me lo merezco.

Terminó de decirlo y bajó del auto para comunicarles a sus muchachos que no se vistieran, que ese día Albion no se presentaría a jugar porque no había plata para llevarlos a comer.

Cosas del fútbol… tercermundista, más que subdesarrollado, en el país que salió cuarto en el mundo.

El Pequeño Comcar

Publicado: 14 febrero 2011 en César Bianchi
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Faltaban dos minutos para el recreo. Un grupo de escolares estaba en el taller de manualidades aprendiendo a construir casas con cartón, cartulina y madera; otros, menos hábiles, hacían pompas de jabón. De pronto entró Gabriel, un chico que no pertenecía a esa clase. «¿Qué hacés acá? ¡Vos no tenés que estar acá, tenés que estar en tu clase!», lo increpó Quique, que intentaba hacer su casa de cartón. Y empezó a golpearlo.

Se acercó rápido Shirley Rogel, la profesora del taller, y Quique le dijo: «¡soltame puta, soltame, la concha de tu madre, andate, la puta que te parió!» Rogel le pidió que no la insultara, entonces Quique comenzó a patearla en los tobillos. Llegó el maestro Raúl Rocca, profesor del taller agrario y encargado del invernáculo escolar. Intentó calmar a Quique, pero era imposible. Estaba desacatado. Justo ese día no había tomado su medicación. En realidad, hace mucho que no la toma. Rogel, que no pudo con él, se alejó con mala cara, resignada.

Gabriel, que había entrado al taller de manualidades porque estaba aburrido en su clase, se fue para no dar más problemas. Pero Quique seguía furioso, ya no con Gabriel sino con el profesor Rocca.

«Tenés que tranquilizarte», le dijo el profesor. «Soltame, soltame, ¿quién te creés que sos?», le contestó el chico, de 10 años. «No, porque vas a ir a buscar a Gabriel», agregó Rocca. «¿Y qué? ¿Acaso te vas a quedar acá todo el día?» «Sí, si es necesario». «¿Con el salario de miseria que te pagan? Jaja… Yo hago lo que quiero, ¿ta? Soltame. Te conviene que me sueltes», insistió el niño.

«¿Me soltás, me soltás? ¡Soltame la puta que te parió!» Pero nada, Rocca no lo soltó. Recién lo hizo varios minutos después, cuando Quique se calmó. El profesor estaba colorado, indignado, pero intentó disimularlo. «Es cosa de todos los días, cuando no es él, es otro», dijo y volvió a sus tareas.

Quique fue abusado a los 4 años por quien entonces era el compañero de su madre. Tiene un padrastro que lo drogaba para convencerlo de que lo acompañara a robar, su madre -que ocasionalmente trabajó como prostituta- ha denunciado a su hijo y no quiere vivir con él. Fue internado en un hogar del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), pero se fugó.

Actualmente está de nuevo en el hogar de INAU de Sayago. Aceptó volver y no fugarse más si se le cumplían algunas condiciones: seguir asistiendo a la escuela 204, seguir viendo a la madre (que no quiere verlo a él), que a la madre no le quiten el salario del Plan de Emergencia, y que ella no se entere de que las docentes de la escuela tuvieron participación en su última internación.

Esta es solo una de las 67 historias de escolares que van a la escuela 204 Emilio Verdesio, más conocida entre sus docentes y psicólogos como «El Pequeño Comcar». Historias que se relatan con nombres falsos, pero tristemente reales.

Cuentos de víctimas

De afuera no parece una escuela distinta al resto. Tampoco exhibe la peligrosidad que uno puede imaginarse después de escuchar algunos rumores. Es más, tiene los portones abiertos de par en par, sobre la calle Luis Alberto de Herrera. Al fondo, en horario de recreo, los niños juegan a la bolita o al fútbol.

Fue creada en 1936 como «escuela-hogar» para niños «irregulares de carácter» por Emilio Verdesio, un ex consejero de Primaria, Secundaria y UTU, que fue presidente del Primer Congreso Americano de Enseñanza Especial, celebrado en Montevideo en 1941. Fue un pionero en educación especial, por eso la escuela lleva su nombre.

Hoy la escuela -que funciona de 8 a 17 horas en dos turnos y ofrece desayuno y almuerzo- atiende chicos con «trastornos de conducta», como dice su directora, María Inés López. «Con ese concepto abarca muchas psicopatologías». La escuela, que el jueves 16 cumplió 70 años, procura convertirse en Centro Nacional de Recursos para niños con problemas de conducta.

Se trata de niños que primero fueron a escuelas normales, y con su mal comportamiento pusieron en riesgo el funcionamiento de la clase. «Los maestros de escuelas comunes solicitan nuestra intervención, porque ven que más allá de los esfuerzos en el aula, ellos no pueden mantenerse cuatro horas sin distorsiones de conducta», dijo.

Antes, la Unidad de Diagnóstico Integral (UDI) de Primaria analizaba cada ingreso, pero ya no. Ahora se exige el aval de un psiquiatra infantil de alguna policlínica municipal o sanatorio de salud pública para considerar su ingreso. «Si un médico del área de salud mental dice que debe estar en nuestra escuela, se lo considera».

López trabajó diez años en la escuela 231 para niños psicóticos y autistas, y hace tres obtuvo el primer lugar en el concurso para dirigir la 204, una escuela cuya metodología pedagógica es única en toda América Latina, dice. «Hay abordajes similares en Inglaterra y Estados Unidos pero no en América Latina».

Uno de los requisitos es que el niño tenga un nivel cognitivo casi normal o «limítrofe», o por lo menos que su discapacidad sea leve. Lo que los distingue de los demás escolares es su conducta. Mirados desde lejos son diablillos, sabandijas, la piel de Judas; conocer su íntima realidad permite ver que son resultantes de todos los problemas que describen su entorno, su barrio, su casa: delincuencia, prostitución, drogadicción, pobreza y mucha negligencia.

«Vienen con una historia de violencia detrás. Vienen de zonas periféricas, de barrios de violencia y escasez socioeconómica y cultural. Muchas veces la violencia está naturalizada, se comportan de manera violenta y no se dan cuenta. Los alumnos y sus padres fueron víctimas de la violencia», dijo la directora López.

Algunos tienen un perfil psicopatológico de trastorno disocial (agresivo o retador), otros bipolar y otros son oposicionistas. Lo que los aúna, según la docente, es que todos han sido víctimas de maltrato, en todos sus sentidos. «Maltrato físico y psicológico, son niños no atendidos en lo sanitario, que nunca vieron un pediatra, o que necesitan medicaciones psiquiátricas pero que no las toman porque cuesta llevarlos a una consulta médica. Y sus familias son maltratadas por la sociedad. Lo que tienen en común es la exclusión».

Los 59 varones y las ocho niñas que componen el alumnado de la escuela 204 llegaron de escuelas normales. Pero hay pocas esperanzas de que vuelvan a la educación formal: «es una utopía, esta es una calle de una sola vía».

Carlos, por ejemplo, iba a la escuela 114 de Paso de la Arena antes de llegar a la estigmatizada 204. Sus problemas de conducta comenzaron por no llevarse bien con otro compañero que lo provocaba todos los días. «También se metía con mi hermana Natalia, entonces yo me tenía que defender y defenderla a ella. No sé por qué se la agarraba conmigo…», reflexiona mientras desayuna.

Pero los problemas de conducta de Carlos no se circunscribieron a ese compañero. Empezó a llevarse mal con la maestra y después con los demás niños de la clase porque «ese gurí les llenó la cabeza». «Tuve problemas con todos. Me atacaban y yo me defendía». Hasta que un día lo suspendieron por cinco días. Carlos tenía 8 años entonces, hoy tiene 13 y dice que se porta mejor, que sólo «a veces» se pelea.

Esteban tiene 10. Es la excepción a la regla porque proviene de «la clase media», según la directora. Hasta hace dos años iba al colegio Adventista, y se peleaba con sus compañeros. Se peleaba por los lápices de colores, por un sacapuntas o una goma. «Ahora también me pegan, porque soy nuevo», dijo. «No, mentira, te pegan porque vos buscás y después no te gusta que te peguen», lo corrigió Raúl. «Vos me pegás y yo no te hago nada. ¿Qué te hago?», le pregunta Esteban. «Me relajás», le contestó Raúl. «Me hacen pagar derecho de piso», concluyó Esteban.

En Carlos y en Esteban se pueden ver los códigos carcelarios: el primero justificando la acción violenta para defenderse y defender a los suyos, el segundo señalando el «derecho de piso». O cuando Andrés, de 13 años, dice que cuando se pelean con los estudiantes del liceo del fondo (atrás de la escuela funciona el liceo 53), éstos «corren» o rato después pregunta si el fotógrafo de El País «es de la cana».

Ricky se parece a Ronaldinho. Tiene 13 años y está en la 204 desde los 11. Antes concurría a la 186 de Marconi, barrio donde vive con su madre, que trabaja como limpiadora. A su padre no lo conoce. Tiene un hermano que ya egresó de la 204 y otro que va al turno de la tarde. Dijo que se porta bien. Después rectificó: se enoja cuando la maestra lo reta y entonces él la insulta. La maestra lo rezonga, por ejemplo, cuando pone muchas galletas en el café con leche, dijo, mientras ponía muchas galletas en el café con leche.

«En la otra escuela sí jugaba de manos. Me empecé a pelear con todos, y me mandaron para acá. Me peleaba porque relajaban a mis viejos, y yo los mataba. No me gusta que me busquen», dijo Ricky. «Con mi madre no tengo problemas. Limpio la casa y me voy a jugar».

Sergio tiene 12 años y también vive con su madre, en el Cerro. Hace dos años que va a la 204 y no se acuerda a qué escuela iba antes. Este fue el diálogo con él:

-¿Y tu papá?

-Está preso. Mi mamá, que empaqueta frutas, me crió y me mantiene.

-¿Por qué está preso?

-Por autos.

-¿Cómo por autos?

-Robaba autos.

-¿Cómo te portás?

-En la otra escuela me portaba como el culo. Ahora me porto mejor: más o menos.

-¿Qué cambió?

-La conducta, un poco.

-¿Por qué te portabas mal antes?

-Por parte de mi padre y de mi madre. Se agarraban todos los días a las piñas. Entre ellos no se llevaban bien porque mi madre no quería que anduviera robando. Mi madre comía y la comida le quedaba atragantada, estaba con el corazón en la boca.

-¿Y por qué eras violento en la otra escuela?

-Me cagaba a piñas por nada. No me buscaban, eh. Me levantaba mal, buscaba a uno y lo mataba a palos.

-¿Por qué pensás que acá mejoraste la conducta?

-¡Porque es una escuela para eso! Acá no dejan que nos peleemos, si te ven pegándote con otro, te separan y te rezongan. Allá te dejaban que te rompas todo.

Sus compañeros también distinguen a esta escuela de las anteriores. Dicen que en la 204 se sienten mejor, que quieren a la escuela, que se portan mejor. «Esta es la mejor escuela», dijo Carlos. «La maestra nos enseña a multiplicar por dos o por tres. ¡Nos enseña más cosas que sabés lo qué!», exclama Ricky.

Curiosamente, a Rosario Rodríguez, la maestra que tanto aprecia, le robó 600 pesos de su cartera. No pidió disculpas, sólo le devolvió 60, llorando. La mamá de Ricky, que ofició de meretriz, dijo no saber nada.

A su lado se sienta Raúl. Tiene cara de pillo, mide menos de un metro y medio pero tiene 14 años y sigue en la escuela. Es uno de los veteranos de la 204 porque está desde que tenía 8. Antes iba a la escuela Cabrera de La Teja, de donde lo expulsaron después de arrojar a un compañero por las escaleras. Cuando lo dice se ríe a carcajadas. Explica que el niño le había pegado… porque él lo provocaba desde hacía un buen tiempo.

«Yo le pego a las maestras y armo relajo. Les he pegado a todas las que estuvieron conmigo», se ufana. «A los gurises también les pego. No me gusta la cara y les pego. A todos». Carlos le aclara que con él no tuvo suerte. La maestra Alba Sosa desmiente a Raúl: no es verdad que le pegue a las maestras. Y además, cinco minutos después de una pelea con sus compañeros ya están abrazados de nuevo.

«Y a los besitos, ja», dijo Raúl con cara de pícaro incurable. Dos semanas después intentó suicidarse. Y no fue la primera vez.

Cita con el psicólogo

El primer día de trabajo de Ruben García en la escuela le resulta inolvidable. Como profesor de la cátedra de Psicopatología Clínica de quinto año de la Facultad de Psicología continuaba en la 204 un abordaje que había comenzado en 1999 en la escuela 205 para discapacitados intelectuales de la obra.

Lo esperaba Eduardo, un chico en plena crisis nerviosa, que no paraba de romper cuadernos. Cuando García le pidió a la maestra para hablar con él, el chico le dijo que si se acercaba lo iba a matar. Creyó calmarlo presentándose y preguntándole su nombre. Eduardo le dijo que ahí lo estaban lastimando, mientras se rascaba fuertemente un ojo, que estaba muy irritado. Cuando llegó a estar a un metro del niño, éste le advirtió: «Si te acercás, te agarro los huevos y no te suelto».

«Nunca pensé que lo fuera a hacer», dijo el profesor García. Pero lo hizo. Muy dolorido, logró separarse de Eduardo, el chico que con más cariño recuerda la directora de la escuela. Lo dicho, inolvidable.

«Ese día llegué a casa y pensé: qué lindo desafío», sostiene García, que supervisa a cuatro jóvenes pasantes de quinto año que atienden dos niños cada una.

Lo primero que hizo García fue hacer un seguimiento de 50 alumnos egresados de la escuela de 2000 a 2005. El resultado: sólo dos fueron a un taller de UTU. El resto terminó como terminan generalmente los egresados de la 204, en situación de calle, tirando de un carrito. O como terminó Marcelo Roldán, «El Pelado», el egresado más famoso de la escuela (ver recuadro).

Las cuatro estudiantes de Psicología que trabajan en la escuela no tienen a su cargo pacientes, sino que desempeñan una tarea curricular puertas afuera de la Universidad. «Es como el estudiante de Medicina que aprende estando en el hospital. Las estudiantes aprenden observando a los niños. Tienen obligaciones como dejar un informe que diga qué está pasando con ellos, cuáles son las situaciones de riesgo. Queremos ser una voz de alerta», dijo García.

Él mismo supo identificar peligros a tiempo. Dos semanas después del episodio del chico que le apretó los testículos, conoció a Raúl y después de la primera entrevista pensó: «este chico va a terminar matándose». Le avisaron a los padres que debía estar medicado porque corría serios riesgos. Raúl intentó matarse varias veces.

Pero no es el único. Antonio también lo intentó, y fue un alumno que García siguió de cerca. «Yo le decía que no podía atenderlo porque me compraba… Tenía una pinta bárbara. Un día empezó a cortarse los brazos con baldosas. Lo contuve, lo abracé, le dije que llorara y lloró, se tranquilizó, pero cuando salía de la escuela volvió a agarrar una baldosa para cortarse». Finalmente lo llevó a una emergencia de salud pública, donde lo curaron.

El de la Facultad de Psicología no es un abordaje psicológico suficiente, como el propio García admite. Máxime considerando que cada pasante atiende un niño todo el año, otro por semestre y nunca se transforman en pacientes.

«La semana pasada los psicólogos de Primaria del interior nos pedían a nosotros que hiciéramos algo. Y nosotros nos preguntamos: ¿y para qué están los psicólogos en Primaria?»

Carmen Castellano, psicóloga e inspectora de escuelas especiales, dijo que «el Consejo de Educación Primaria no se propone tratar técnicamente a los chicos. Primaria tiene que ser un generador de salud para ellos, y en estos casos hacer las coordinaciones y trabajar en red para contenerlos. Cuando la situación es sumamente difícil le compete al área de la salud», entiende ella.

Según explicó María Inés López, hay una sola psicóloga y una asistente social en Montevideo para los alumnos de las seis escuelas especiales en Montevideo (dos escuelas para niños ciegos, una para discapacitados motrices, otra para discapacitados auditivos, una para psicóticos y autistas, y la 204).

Por si fuera poco, las propias maestras necesitan atención psicológica, como reconocieron la maestra Alba Sosa y el propio profesor García. Y no ganan más que las maestras de escuelas normales.

El sueldo docente básico oscila entre 4.000 y 4.500 pesos, que sumado a 30 horas semanales de clase (las docentes de educación especial trabajan seis horas por día, no cuatro como el resto de sus colegas), recuperaciones salariales y al insólito rubro de «docencia de aula» (les pagan por ir a dar clase) llega a unos 8.000.

García dijo que el papel asistencialista de la escuela hace que las docentes hagan de madres, amigas y psicólogas. Parece cierto, sobre todo después de ver cómo la directora le regala trompos y pelotas, que compró con su dinero, a cada uno de los niños de la escuela. O de saber que la maestra Alejandra Cusato se fue a visitar a un alumno suyo que estaba internado en el hospital Pereira Rossell un fin de semana, cuando la madre no iba.

«Las maestras comunes trabajan para que sus niños aprendan y pasen con la mejor nota posible, para sentirse más orgullosas de ellos. Acá se trabaja a frustración todos los días. Los padres no vienen a la escuela, y cuando vienen lo hacen de mala gana y en estado de guerra», dijo el psicólogo García. Incluso, para lograr que concurran a una reunión de padres hay que decirles que se les dará una canasta con alimentos.

Los padres no llevan ni van a buscar a sus niños a la escuela. Ellos van por su propia voluntad, por el sentido de pertenencia del que hablan los docentes. Por eso la directora no teme que se escapen de la clase para irse a la calle. Al contrario, a las 17 hay que insistirles para que se vayan porque la escuela debe cerrar hasta el otro día.

Muchos que vienen del Cerro, Las Torres o Paso de la Arena se bajan del 181, se reúnen debajo del viaducto de Agraciada y ahí toman otro ómnibus. Algunos días, después de ese encuentro, «si ven algo tentador, se lo roban y siguen hasta la escuela», como explicó López.

«Pero no roban para vivir. Más bien viven de la mendicidad, andan en carritos como hurgadores o limpian con lampazos en las esquinas. Hay niños que a través de las limosnas son los que sostienen el hogar».

Otros no roban, pero se drogan con pasta base. Como el abanderado de 2004, que conciente de su adicción pidió ser internado en el hospital Saint Bois.

«Compradores» y «requechadores»

En los recreos se los puede ver jugar como niños que son. Cuando corren atrás de la pelota o le exigen a la directora más trompos -«Dame otro trompo, dire. Dale, quiero otro trompo, me das dos a mí, ¿ta?»- no parecen ser los mismos de situaciones tan extremas del bajofondo montevideano. Tampoco cuando cocinan, trabajan en la huerta o hacen pompas de jabón.

O demuestran su inocencia cuando están aburridos y discan el 119 en el teléfono público que está dentro de la escuela para que no pare de sonar y moleste a la directora. La misma directora a la que saludan con un beso cuando entran a la escuela, o le piden más trompos, caramelos o pelotas.

Su vida cotidiana, fuera de la 204, en cambio, tiene poco de lúdico.

Fabio y Lauro son hermanos y alumnos de la escuela. La madre de ambos es una mujer alcohólica que vivía con otra mujer, y cuando la pareja se terminó quiso «obsequiarle» su primogénito, como recuerdo de los buenos tiempos. Antes había intentado darle el niño a su madre, la abuela del chico. Hoy viven con una tía, aunque cada tanto, cuando está ebria, la madre va a buscarlos porque los «ama».

Lauro, un pequeño angelito de 10 años con cara de pillo y camiseta de Peñarol debajo de los girones de túnica (es de esos «compradores», como dice García) dice que su madre hurga con un carro, y que su padre murió «por la bebida alcohólica». La asistente social de Primaria está visitando el hogar de los niños en estos días porque estiman que Lauro ha estado bebiendo. El aliento alcohólico en la escuela lo delató.

En la misma clase está Leo, quien vive con una madre golpeadora, que lo rechaza porque el niño le recuerda a la persona con quien lo engendró. Al lado se sienta Marcelo, que vive con su padre porque su madre está presa en Cabildo por robo. Ella es consumidora de pasta base, y se estima que consumió cuando estuvo embarazada de él.

También son consumidores de cocaína y pasta base los padres de Atilio, razón por la cual el chico vive con su abuela.

En la misma clase, del turno vespertino, está Néstor. Su padre está preso porque mató a la madre. El chico vive con una tía y teme que llegue el día en que el padre quede libre. Y Miki, quien vive con una madre tan violenta que en una reunión de padres, pensada para que los padres jueguen con sus hijos, se las emprendió contra él a patadas en el pecho mientras estaba tirado en el piso. Las maestras debieron separarlos.

Todos ellos son alumnos de la maestra Elizabeth Cuello. Su colega Mariana De Mori tiene seis alumnos. Uno de ellos es Omar, de 9 años, que está internado en un hogar de INAU de puertas abiertas en Capitanes de la Arena. De los 3 a los 7 vivió en situación de calle con sus hermanos mayores. Se perdió y fue encontrado por un hurgador, que lo acercó a la escuela.

Esteban y Gustavo hacen lo mismo en su horario fuera de la escuela, y no es precisamente jugar: salen a «requechar», como ellos mismos lo llaman. El primero llega con un olor «nauseabundo» a la escuela, porque pasa las noches metido en contenedores de basura. El segundo, huérfano de ambos padres, vive con la abuela en el barrio Peñarol y salió en un aviso de televisión de Unicef contra el trabajo infantil donde se ve sentado en un cordón frente a su carrito de hurgador.

Andy es hermano de Ricky, pero todavía no le ha dado por robarle a su maestra. Gabriel, quien tanto enfureció a Quique cuando entró a su clase de manualidades, vive con su madre muy pobre en el Cerro, pero tiene una conducta aceptable (para el contexto). Y Gisela está definida por el psicólogo como una nena «oposicionista desafiante», marginal, y posiblemente abusada por algún mayor.

Cuadernos y tildes

La inspectora de escuelas especiales, Carmen Castellano, cree que el problema de los niños de la 204 no es su rendimiento, sino sólo su conducta. «En la mayoría no hay dificultades en la potencialidad de aprender. Muchos de ellos tienen mucho potencial», dijo.

Sin embargo, López reconoció que han llegado nuevos alumnos de 11 años sin saber leer ni escribir, y que han egresado adolescentes sin aprender lectoescritura. «La prioridad es que mejoren su conducta, pero lo intentamos desde un abordaje pedagógico-conductual. También queremos que mejoren en lo curricular, porque queremos rehabilitarlos como alumnos. Esto no deja de ser una escuela».

Para eso los docentes fueron preparados en cursos del Instituto de Profesores Artigas o en la vieja dirección de Magisterio, y pueden prescindir de los estrictos programas curriculares de las escuelas comunes. Para eso están el invernáculo, la crianza de conejos, las clases de cocina o manualidades. «Se apuesta a lo vivencial y formativo como hombres de bien».

José, por ejemplo, es un chico de 11 años, flaco y muy alto, con corte de pelo bien al ras, gorrito y cara triste. Le va bien haciendo trufas: prepara el chocolate, hace una bolita con los dedos y la desliza sobre confites de chocolate. Después se empalaga comiendo cinco. Esa es la mejor parte. La peor es tener que escribir la receta con la maestra Alicia Rodríguez al lado.

«Para empezar a escribir la receta, arriba tenemos que escribir `preparación`», le dice Rodríguez. Como es una palabra larga le lleva mucho tiempo redactarla. La escribe con s y después de la corrección de la maestra, se rectifica. «Pre-pa-ra-ciÓn», insiste la maestra. Pero José coloca el tilde sobre la ene. «¡Las consonantes no llevan nunca acento!», lo reprime con tacto (y en voz bajita) Rodríguez. El chico parece no distinguir una vocal de una consonante, ni siquiera después del alerta de la maestra.

Escribir la palabra azúcar le demandó cinco minutos. «A-zÚ-car», dijo Rodríguez enfatizando el acento en la u. Pero a José no le quedó claro dónde debía ir el tilde. Cuando escribió la palabra puso «acucar», entonces la maestra le dijo que no, que no va con c, porque se pronunciaría «acucar». Entonces lo escribió con s, y recién después con z.

Algo similar se puede ver en los cuadernos de los alumnos de Alba Sosa (que da clases escuchando música clásica en el radiograbador). Dibujitos, números, triángulos, rombos y trapecios coloreados como si fueran de niños de primero o segundo, pero tienen 11, 12 y 13 años.

En esa clase están los ya nombrados Esteban y Carlos, quien trabaja como cuidacoches y con frecuencia se lamenta del dinero perdido yendo a la escuela en lugar de estar cuidando coches. Está Johnny, un negrito que tiene un padre alcohólico y una madre que sale con él a pedir «una ayudita» por la calle y Julio, otro morochito que de noche ayuda a su padre en la parada de taxis y es especialista en masajes a las maestras.

También está Andrés. Tiene 13 años y es de Colón, donde vive con sus dos padres, que venden ropa y lentes de sol «truchos» en ferias. Es muy futbolero, se le nota cuando canta canciones de la hinchada de Peñarol alusiva a «las putas, el vino y la droga», o cuando contesta «SP, sin palabras» a la invitación para conversar. Medio minuto después, comienza a hacer alarde de su mala conducta.

«Yo iba a la 239 de Colón. Me portaba más o menos. Me mudaron a la 215 de Nuevo París, y ahí también me portaba mal. Le pegaba a las maestras. Una vez le tiré una silla a la maestra. Me echaron de la escuela, porque no hacía caso. Me mandaban a la dirección porque no hacía los trabajos».

En una reunión de padres a la que asistió el padre de Andrés, la directora le comentó que sería muy importante que pudiera aprender a leer y escribir con fluidez. El papá del adolescente reflexionó: «Yo le digo a Andrés que por lo menos tiene que aprender a leer. Yo no lo mando a robar, pero supongamos que hoy o mañana tenga que salir a chorrear y tiene que salir escapando. Si no sabe leer el nombre de las calles, ¿para dónde va a escaparse?»

Al menos Andrés tiene padres y vive con ambos. Y ocasionalmente van a las reuniones de padres. Andrea, también de 13 años, no corre con la misma suerte. Antes de llegar a la 204 iba a la obra Morquio para discapacitados intelectuales, en Andaluz y Piedras Blancas.

«Tengo papás pero no puedo vivir con ellos. Mi padre se fue para España y mi madre no me puede tener, entonces me quedo con mi tía. No sé por qué no me puedo quedar con mi madre», dijo la chica, una corpulenta morena. La mamá de Andrea, aquejada por una enfermedad venérea, se la entregó a una hermana, que la derivó a un hogar de INAU, aunque después se arrepintió y volvió a tenerla bajo su cuidado.

«Yo me portaba mal porque me buscaban, me gritaban `negra` o `mono`, yo me calentaba y les pegaba. Ahora no. Con algunos me llevo bien y con otros no. A esos no les doy pelota, me vienen a relajar y me las aguanto para no pegarles», agregó. Según la maestra Helen Martínez y la directora, Andrea ha mejorado su conducta notoriamente.

Con Martínez está Raúl, el chico que intentó matarse varias veces, y un tocayo con una situación para nada sencilla. Ese Raúl hace un mes que está con internación psiquiátrica en el Pereira Rossell, donde le encontraron lipomas en la cadera y lo operaron. La madre, que ha tenido que trabajar como prostituta, tiene con él una relación de hombre y mujer de la casa. Le reprocha cosas como si fuera su marido, le jura amor como el que se le jura a una pareja, y lo visita en el hospital con escándalos frente a las enfermeras incluidos.

La madre denunció a su hijo ante la Policía tiempo atrás, luego de que se incendiara el precario hogar con su hermanita dentro. A juicio de la madre, el hermano -figura masculina de la casa- estuvo negligente y fue el culpable de que la niña sufriera graves quemaduras.

Cuando le den el alta a Raúl en el hospital irá para el hogar del INAU de Sayago, a pesar de los lamentos de su madre, quien le pega a menudo, pero jura amarlo y no entiende cómo la Justicia le quitó a su hijo.

La maestra Alejandra Cusato no la tiene más sencilla que Martínez o De Mori. En su aula tiene al ya mencionado Quique; a Benito, un niño terrible, agresivo y de diagnóstico psiquiátrico reservado; a Andrés, un chico cuya madre presume que está consumiendo azufre, y a Brisa, una niña muy linda, de pecas, trencitas y ojos claros que seduce con su sonrisa y su mirada. «Es muy seductora con los hombres… de cualquier edad. Y no te distraigas porque te puede robar», advirtió una docente.

La clase de Cusato hoy tiene un alumno menos que hace un mes. Ya no tiene a Nico, un niño que había llegado este año a la escuela desde su humilde hogar en un asentamiento en el Cerro, al borde del arroyo Pantanoso. Nico murió hace algunas semanas, atravesado por la punta filosa de una reja, después que cayó del techo de zinc de su casa, donde había subido para «colgarse» de la luz.

Dice su maestra que el accidente era previsible, porque Nico «coqueteaba con el peligro y la muerte»: le gustaba mucho subir hasta la rama más endeble de un árbol del patio de la escuela o cruzar corriendo la avenida Luis Alberto de Herrera con los ojos cerrados para quedarse así en la mitad de la calle.

La madre del niño ya había demostrado su negligencia cuando dejó morir un hijo por hambre y otro por frío.

El mismo día que Nico murió le había pedido un par de championes a la maestra porque los suyos estaban tan rotos que prácticamente caminaba con la planta de los pies. Curato apeló a las muchas donaciones de ropa que recibe la escuela y consiguió un buen par de championes de su número.

Al despedirlos de la clase, a él y a su compinche Quique, les dijo: «Cuídense». Quique le preguntó: «¿de qué, maestra?» «De no meterse en problemas», le contestó. A la tarde, Nico falleció al resbalar del techo.

Al otro día, en el velorio, la maestra vio cómo un hermano suyo tenía puestos el par de calzados apenas usado por Nico. Dos días después, la directora le avisó a los alumnos de la muerte de su compañero.

Algunos lloraron, pero no han dejado de subirse a la rama más endeble del árbol del patio de la escuela.

El presidente improbable

Publicado: 11 diciembre 2010 en César Bianchi
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A Pepe no hay cosa que le guste más que reflexionar sobre la naturaleza. Pero no tiene todo el tiempo que quisiera para dedicarle a la floricultura y las cuestiones agrarias. A la fuerza, dice, lo obligaron a “agarrar una changa” y como se comprometió, se va hacer cargo. La “changa”, como se llama a los trabajos de ocasión en el Cono Sur, es ser el candidato de la izquierda a presidente de Uruguay. José Pepe Mujica está en camino de hacerle ese favor al oficialismo: triunfó ampliamente en las elecciones internas partidarias del Frente Amplio, una coalición de partidos de izquierda, el 28 de junio de 2009.

Es un hombre de 74 años, feliz cuando trabaja en su chacra, llamada Puebla: plantando forraje o alfalfa, cosechando habas o arvejas en invierno o esperando tomates, zapallos y maíz en verano.

Con los pantalones arremangados que dejan ver las pantorrillas del ciclista que alguna vez fue, las medias rotas, un buzo raído y una boina de otra época, vuelve a confesar que no tiene muchas ganas de ser presidente de un país que alguna vez definió como “un país gil (pendejo)”, porque más de 90% de las semillas que produce, las exporta sin procesar. En otra oportunidad ha dicho que “Uruguay es viable y tiene porvenir, lástima que esté lleno de uruguayos”.

No tiene más remedio que “agarrar la changa”: es el único que puede asegurarle la permanencia en el gobierno al Frente Amplio, que llegó al poder por primera vez en 2004 con el presidente Tabaré Vázquez, el político más popular del país pero fuera de concurso, porque en Uruguay no existe la reelección.

Mujica mismo se definió una vez como “un terrón con patas”. Con 54% de las preferencias le ganó cómodamente en las internas a Danilo Astori (38%), un atildado ex ministro de Economía que fue rector de la Universidad de la República a los 32 años. Astori —delfín del actual presidente Vázquez— es un amante del jazz, un intelectual que en su juventud siguió la corriente estructuralista de la Cepal. En la interna Mujica también venció a Marcos Carámbula, uno de los gobernadores municipales más exitosos del primer gobierno de izquierda, pero que apenas obtuvo ocho por ciento.

“Sigo teniendo más ganas de estar en la chacra, claro. Presidente voy a ser… pero el que tenemos es médico y a él le gusta mucho más ser médico que presidente”, me dijo en su casa, al lado de la estufa, en una entrevista que concedió a desgano, y antes de triunfar en las internas. Estaba malhumorado porque se le había roto el tractor y debió interrumpir sus tareas para ir a la ferretería del barrio a comprar filtros nuevos.

Lucía Topolansky, su compañera, se fue hasta la huerta a persuadirlo para que hablara con la visita. Este hombre tiene mucho de espontáneo pero es un brillante estratega de la comunicación. Con un lenguaje didáctico, pero poco ortodoxo para un político, matizado con malas palabras y metáforas campesinas, logró seducir al “pueblo” hace un lustro, cuando fue el legislador más elegido con 330 mil votos y él solo superó al histórico Partido Colorado.

El Colorado es el partido acostumbrado a gobernar Uruguay desde 1830, cuando el país logró su independencia. En 1836, los que apoyaban al primer presidente, Fructuoso Rivera (1830-1834), y los que adherían al entonces mandatario Manuel Oribe, se enfrentaron en la Batalla de Carpintería: allí surgieron las divisas colorada y blanca. Los blancos (Partido Nacional) cortaron la hegemonía en 1958 y el Frente Amplio —primera manifestación de izquierda en el poder— recién quebró el bipartidismo en el siglo xxi, hace cinco años.

Pepe Mujica y Lucía Topolansky son, por ahora, senadores del Movimiento de Participación Popular (mpp) y tienen una modesta casita junto a su chacra en Rincón del Cerro, un barrio rural en la periferia de Montevideo, la capital del país. Viven como anacoretas, entre proyectos de ley y las legumbres de su quinta. Desde Puebla piensa gobernar si accede a la Presidencia de la República. El chacarero que prefiere su huerta a la banda presidencial, dice que tiene un puñado de ideas para aplicar “de entrada nomás”. Algunas de éstas le pusieron los pelos de punta a Astori, el ex ministro de Economía, hoy compañero de Pepe en la fórmula como candidato a vicepresidente. Mucho más horrorizaron a blancos y colorados.

Mujica ha propuesto discutir la propiedad privada, terminar con el secreto bancario, “importar” peruanos y bolivianos para que trabajen la tierra en el Uruguay rural “porque acá nadie quiere hacerlo”. Propuso que médicos y docentes recién recibidos se radiquen en el interior para ejercer y afirmó que a los adictos a las drogas duras “habría que agarrarlos del forro del culo y meterlos p’adentro de una chacra”, sin consultarlos. Otras ideas fueron más consensuadas: multiplicar las escuelas de tiempo completo, llevar la universidad pública fuera de la capital.

Pepe, que cuando jovencito tuvo una formación ecléctica —fue un anarquista precoz, comunista fugaz, joven allegado a los blancos hasta que fue guerrillero— hoy se dice más cerca de Marx que de Lenin, pero ya no reniega del capitalismo. “En ninguna parte el tipo [Marx] dijo que se iba a construir una sociedad mejor a partir de una sociedad pobre. Eso fue un invento que vino después. Él lo veía como la maduración de una sociedad capitalista recontra abundante y rica. A Lenin lo pongo en la picota”.

Analiza el politólogo Adolfo Garcé: “De despreciar la democracia burguesa a valorarla, de subestimar el camino electoral a convertirse en maestro en la competencia política, de sostener un antiimperialismo radical a admitir que puede ser positiva para el desarrollo nacional la inversión extranjera directa y la instalación de grandes empresas multinacionales”. Tales son las piruetas de un transformista al que “la calle” viene empujando para avanzar con más determinación hacia el socialismo.

Mujica mira fijo y levanta el tono de voz para decir que él no es un revolucionario domesticado que se pasó al capitalismo, como otros que creen que es el reino de la libertad. “¡Qué va a ser! Si tiene cada injusticia brutal. Hay que luchar por recrear otros caminos. Pero tampoco estoy pa’ cometer los mismos errores que cometimos, porque si no, no aprendimos nada”.

Se acomoda la boina, muestra sus uñas sucias de tierra. Dice que quiere que todos los pobres sean cultos y por eso quiere masificar la enseñanza terciaria, que se ve como un sembrador de dudas, que conforme ha envejecido se ha vuelto escéptico y que como no está “gagá”, puede ver “más lejos”.

“Una de las ventajas que tiene ser viejo es decir lo que uno piensa. Y eso parece armar un revuelo de la puta madre que lo parió, porque este mundo es puro maquillaje: ‘que esto no se puede decir’, ‘aquello tampoco’. ¡La libertad está hipotecada!”.

Se ríe cuando se le pregunta si se siente preparado para el cargo. “Sí… de eso hacen un misterio. Ser buen presidente es saber elegir un grupo de ministros. Los que laburan, los que andan con un plumero en el culo son los ministros. Y no me vengan a encajar pacos [mentiras], porque voy a empezar a deschavar ex presidentes”.

***

Mujica encarna una de las reconversiones políticas más asombrosas de América Latina. Fue secretario de un ministro del derechista Partido Nacional cuando tenía 24 años y fue uno de los principales guerrilleros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (mln-t) en la década de 1960, cuando abrazó la lucha armada como forma de hacer la revolución. En 1962 armaron una infraestructura para defenderse ante un golpe de Estado que se les antojaba inminente. Las crisis financiera y bancaria del país de aquel momento, sumadas a la escasa credibilidad en el sistema político, fueron el caldo de cultivo para el accionar revolucionario de los tupamaros.

“El golpe se veía venir, estaba en el aire”, dice Mujica en su casa, entre pausas que hablan y a las que apela con frecuencia para darle más énfasis a lo dicho.

Pero el golpe de Estado del colorado Juan María Bordaberry se dio 11 años después del nacimiento del mln, y cuando la organización ya estaba desarticulada por los militares.

En 1964, Mujica fue detenido en un atraco frustrado a una fábrica textil. Se hizo pasar por un delincuente común para proteger a la organización y estuvo un año preso por tentativa de rapiña. “Ahí ya palpé las delicias de la represión. Anduve tres meses durmiendo boca arriba porque me dieron una biaba [golpiza], que casi me matan”.

Cuando salió, volvió a dedicarse a los bulbos de sus flores y a su chacra, comenzó a leer sobre biología y bioquímica, y a manipular revólveres mientras militaba en el legal Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir) de día y en el mln, ilegal, de noche.

Los “políticos con armas”, según los definió Mujica, ya operaban con fuerza: construían “cárceles del pueblo” donde alojaban a los secuestrados y “tatuceras” donde refugiarse y guardar pistolas y escopetas.

Los tupamaros robaron, secuestraron, organizaron atentados con bombas contra instituciones de la “oligarquía” y también mataron. El tupamaro Pepe ha reconocido que quizás-haya-tomado-decisiones-que-desembocaron-en-ejecuciones. No tiene muy claro si él mató o no.

Vistos en un principio como los Robin Hood criollos, los tupamaros empezaron siendo un puñado, a fines de 1969 ya eran dos mil y dos años después, cinco mil. “Nosotros fuimos creciendo hasta que quedamos desbordados. Fuimos prisioneros del éxito, lo que en la guerra se llama saturación”.

Ya clandestino, José Mujica se llamó Facundo y Ulpiano. En 1970, después de un intenso tiroteo, fue a tomar unas copas con dos “tupas” a un bar de Montevideo. Lo vieron acodado al mostrador y llamaron a la policía. Cuenta el ex tupamaro Mauricio Rosencof: “Pepe se aseguró el raje de los otros cuando cayó la cana, pero él no se pudo zafar. El policía que lo encañonaba estaba nervioso y Pepe se puso a tranquilizarlo. ‘Ojo, que se te puede escapar un tiro’, le decía. Y se le escapó un tiro. Pepe fue a parar al Hospital Militar”.

Había tantos tupamaros y allegados camuflados en la sociedad que a Mujica lo salvó un “compañero” cirujano. “Me sacó del cajón”.

Como guerrillero, Mujica era ejecutivo y pragmático, según la evocación de Eleuterio Fernández Huidobro, uno de los cabecillas. “Estaban los teóricos, que para hacer una cosa la complican, y estaba Pepe, que venía de trabajar la tierra. Era del tipo ‘al pan, pan, y al vino, vino’ y no le daba muchas vueltas”.

El 6 de septiembre de 1971 protagonizó una de las fugas carcelarias más espectaculares del siglo xx. Junto a 105 tupamaros y cinco presos comunes se escapó del Penal de Punta Carretas —devenido hoy curiosamente en shopping center— por un túnel de 40 metros. Fue una proeza de proporciones épicas inmortalizada en el libro Guinness con el sugestivo nombre de “El Abuso”. Dos meses antes, su joven compañera Lucía se había fugado junto a 37 tupamaras de la cárcel de mujeres. La libertad le duró poco a José Mujica; días después fue detenido de nuevo.

Estuvo, en total, 14 años preso en cárceles y cuarteles donde fue torturado sistemáticamente por ser considerado uno de los líderes de la inédita guerrilla urbana, desaconsejada por el propio Che Guevara en visita diplomática del gobierno cubano a Punta del Este. Pepe fue uno de los “nueve rehenes” del gobierno militar. Tres de esos años de reclusión los pasó en un calabozo, donde para no enloquecer se hizo amigo de nueve ranitas y comprobó que las hormigas gritan al acercar su oído a ellas.

Sufrió torturas físicas, pero siempre contó las psicológicas. Se debió conformar con ir una sola vez al baño encapuchado y esposado en los mejores días de arresto. En los peores, se orinó y defecó encima.

“Podría relatar las historias de Santa Clara, del cuartel donde estuve siete meses bañándome con una tacita, pasándome un pañito. O podría hablar de que me daban un paquete de tabaco cortado a la mitad y no me daban más durante un mes, aunque me decían que sí me daban, simplemente para generar la desesperación por la necesidad, al punto que para no dar el brazo a torcer un día les dije que no fumaba más —narró para la biografía que escribió Miguel Ángel Campodónico—. O podría recordar a un alférez que se levantaba a las cuatro de la mañana y nos ponía de plantón hasta que comenzaba la vida de cuartel. Podría hablar del acoso, de no dejarnos dormir y buscar todas las formas de “mortificarnos” inútilmente cuando no se precisaba nada”.

Cuando estuvo “sucuchado”, como él dice, en un sitio similar a un aljibe en Santa Clara de Olimar, departamento de Treinta y Tres, las condiciones de su encarcelamiento eran tan deplorables que llegó a enfermarse gravemente de los riñones y la vejiga. Debía tomar dos litros de agua por día, pero los militares apenas si le daban una taza diaria. Llegaron a darle de comer en cucharita cuando advirtieron que se les había ido la mano en el escarmiento.

Según Fernández Huidobro, en algún momento extremo no tuvo otra alternativa que beber su propio pis. “Pis”, dijo Huidobro hace un mes en un acto del Frente Amplio. “Tal vez tengamos un presidente que se tomó su propio pis”, le advirtió a los votantes intentando conquistarlos.

Vale el flashback: la madre de Pepe, Lucy Cordano, le había llevado una pelela [bacinica] rosada pero los soldados no se la querían dar. Como sufría de incontinencia la reclamó, pero le dijeron que no estaban autorizados por el Comando General de las Fuerzas Armadas. Y porque una de las torturas era no permitirle ir al baño. Recién cuando llegó la autorización, con la intermediación del presidente estadou-nidense Jimmy Carter, se apiadaron y le entregaron la pelela.

Lo pasearon por cuatro cuarteles del interior uruguayo como uno de los guerrilleros más temidos por el Ejército, y él siempre cargó con su pelela entre el precario equipaje. “La llevaba de un lado pa’l otro, la blandía como un trofeo. Fue una lucha gremial que gané. Era una lucha por el derecho a mear”, recuerda 26 años después.

En 1983, en el Penal de Libertad, por fin lo vio un médico. Entre la Cruz Roja y las autoridades de la cárcel le encomendaron la tarea de trabajar el cantero floral del penal, para que rumiara sus cavilaciones. Cuando en marzo de 1985, después de 13 años, obtuvo la libertad definitiva salió de la prisión con la pelela rosada florecida de caléndulas.

He ahí el segundo momento de su vida en que Pepe se sintió plenamente consciente de qué significa la libertad, según confesó en el viejo sillón rojo, en el living donde recibió a Gatopardo. “Fue cuando llegué al barrio y el frente de mi casa estaba lleno de amigos esperándome”.

El primero, paradójicamente, fue cuando todavía estaba preso: “Veníamos de los cuarteles y me llevaron al Penal de Libertad”. En Uruguay la cárcel más grande se conoce con ese nombre, porque está situada en la localidad Libertad del departamento de San José. “Me tiraron de un helicóptero tres o cuatro metros pa’ abajo, junto a otros. Sentí alegría porque iba a ver a los compañeros que hacía tiempazo que no sabía nada de ellos. Me llevaron a Libertad. Fue antes que arrancara la dictadura, cuando estábamos en los prolegómenos. Estábamos… como te digo una cosa, te digo la otra: una democracia atadita con alambre”.

Se fue de la “cana” sabiendo dos cosas: que volvería a militar y que algún día se dedicaría a su propia huerta por tiempo completo. Había anotado en un cuaderno sus ideas para formar una cooperativa de vecinos que trabajen la tierra y que puedan autoabastecerse con lo que produzcan.

La militancia política comenzó al día siguiente de estar en la calle. Dio su primer discurso en el Club Atlético Platense y para empezar a financiar el movimiento organizó una colecta entre los asistentes. Decidió meterse en el sistema político para cambiarlo desde adentro.

Así, a instancias de Pepe, los tupamaros instrumentaron las “mateadas”: salieron a recorrer los barrios de la capital y el interior para reunirse con los vecinos y conocer sus preocupaciones mientras compartían el mate, una infusión caliente, amarga y bien uruguaya, a base de yerba.

“En asambleas con compañeros que recién salían de la cárcel y otros que sobrevivieron calladamente la dictadura decidimos darnos un baño de pueblo. Había pasado el tiempo y el Uruguay era otro, teníamos que reconocer al país y el país nos tenía que reconocer a nosotros”, cuenta Lucía Topolansky.

Pepe estaba delgado, rapado y con la barba crecida. Todavía tenía aspecto de preso. Empezó a estrechar un contacto directo con la gente y a mostrarse como un orador con un discurso rústico pero entendible para el uruguayo común. El Mujica de hoy, con posibilidades ciertas de ser primer mandatario, hizo de su forma de comunicarse un arte.

El Movimiento de Participación Popular (mpp), la organización política que parieron los tupamaros, se integró al Frente Amplio en 1989, luego de un virulento debate intestino.

En 1995, el veterano ex guerrillero ingresó al Parlamento como diputado de la República. Cuenta la leyenda que el primer día de trabajo como legislador, Pepe —sin traje, con una campera usada y palillos de la ropa en el ruedo de sus pantalones— estacionó su moto Vespa frente al Palacio Legislativo. Cuando estaba entrando, un guardia se le acercó y le preguntó si pensaba estar mucho tiempo adentro. Mujica le contestó: “Si me dejan, cinco años”.

El destino todavía le tenía reservado un par de sorpresas. Con el gobierno del Frente Amplio, en 2004, fue nombrado ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca.

Fernández Huidobro y Rosencof, hoy reconocidos escritores, también se adaptaron al statu quo. El primero es senador por el mpp desde 1999. Rosencof es el director de la división de cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo desde 2005. Ambos, en cada una de sus oficinas, tienen el busto de Raúl Sendic, el líder de aquel mln revolucionario.

El columnista político Tomás Linn no tiene claro cuánto hay de genuino y cuánto de simulado en el discurso de Mujica, eso de comerse las eses, decir “espetativa” en vez de “expectativa”, “pa” en lugar de “para” y hasta conjugar mal los verbos, una forma de hablar que le redituó en empatía con el uruguayo de a pie, y el pobre en particular. “Tampoco importa”, opina Linn.

“Cuando los políticos descubren que tienen posturas auténticas que seducen a la gente, las transforman en pose porque deben mantenerlas siempre a la vista y eso hace difícil determinar dónde está la frontera. El tema es que Mujica creó una ‘ola’, un ‘fenómeno’, y ningún argumento racional o fundamentado que pretenda cuestionarlo tendrá efecto”.

Hasta Fernández Huidobro —la gente le dice Ñato o lo llama por su segundo apellido— lo reconoce: “Siempre fue así, pero al darse cuenta de que su discurso caminaba, lo cultivó… ¡No lo iba a cambiar!”.

Y vaya si le dio resultado. Mujica es un político rara avis, uno de los más exóticos entre los de primera línea del Cono Sur. El 31 de octubre del año pasado, cuando celebraba el cuarto aniversario de la histórica victoria de la izquierda, cerró su oratoria en la localidad de Rosario, departamento de Colonia, en un escenario donde antes había hablado Danilo Astori.

Esa noche, ante tres mil adherentes del Frente Amplio, Astori se bajó del estrado y se fue hasta su auto acompañado por un hombre de su agrupación; en el coche, lo esperaba su mujer, que es también su secretaria. En dos minutos llegó al auto y se volvió a Montevideo. A Mujica le llevó 15 minutos llegar hasta su coche: fue acosado por decenas de militantes de todas las edades que se le tiraban encima, lo alentaban, le refregaban banderas tricolores por la cabeza, le ponían micrófonos sobre el bigote y no paraban de sacarle fotos con teléfonos celulares y cámaras digitales. Fue ovacionado por una multitud que le gritaba: “¡Pepe presidente!”, a un año de las elecciones nacionales. Y se dio el lujo de no hablar de política. En un discurso de Mujica, como el de aquella noche, se pueden distinguir distintos Pepes. Está el viejo sabio que aconseja: “¡Hay que decirle sí a la vida!”, “Las mujeres deben resucitar este país, nada es más importante que las mujeres. ¡Porque este país necesita coraje!” o cuando contó esta anécdota imperdible: “En un acto del Che me encontré con una gurisita con un pedo como para cuatrocientos. Me la agarré con las amigas: ‘¿Qué mierda tienen en la cabeza? Cuando una mujer está en ese estado tienen que darle una mano y llevarla a la casa a dormir. ¿A ustedes les parece que esto es homenajear al Che? ¡Qué va a ser libertad que se estropeen la vida así…!”. También se puede ver el poeta: “Cuando me toque mirarme en el espejo de la muerte, quiero estar conforme y haber cumplido conmigo mismo”, el antipoeta (“Este país no vive de poesía, vive de guiso de arroz o porotos”), el filósofo de la vida, el hombre de la calle: “Los que somos de izquierda somos filosóficamente distintos. El hombre es el problema, pero es también la esperanza. No vinimos a la vida pa’ explotar a los demás, pa’ chuparle la sangre a otros, ¡vinimos a convivir! […] No dejen que les afanen [roben] la vida. No dejen que se cambien los sentires [sic]”.

Ese mismo día, pero antes, durante un almuerzo con productores queseros de Colonia, me confesó —mientras se tomaba un whisky y se desabrochaba el cinto— que no tenía “ni idea” de qué hablaría en la noche, pero no iría a resaltar los logros del gobierno que él mismo había integrado como ministro. “Para eso está Astori”, dijo.

Después de tomar distancia del perfil académico de su oponente interno, dijo un par de cosas.

—¿Qué es lo que necesita el país, Pepe?

—Precisa todo. Precisa quien hable muy bien el inglés y tenga buena relación con los organismos internacionales, y precisa tener buena relación con la barra de “los astrosos” de América Latina. Ésa es mía: yo me llevo bien con Chávez, Lula, con Evo, con Correa…

—Pero también hay que llevarse bien con Estados Unidos…

—¡Claro! Hay que hacer filo con los de arriba y llevarse bien con los que te dije (y se estiró los ojos como achinados), que son los patrones de pasado mañana.

Recién comenzaba la carrera. En cada acto a donde fue Pepe en los últimos 10 meses se repitieron el tumulto, las aglomeraciones que no lo dejaban caminar, las fotitos desde los celulares, los autógrafos. Con la apariencia de un campesino, tiene la popularidad de una estrella de rock o un héroe latino del reggaeton.

El pico de su popularidad llegó a fines de 2004. Para entonces, su pintoresca figura había provocado un boom editorial con impronta revisionista. Entre 2002 y 2009 se editaron dos biografías sobre él, otro libro que es una larga entrevista dividida en tópicos y dos recopilaciones de sus frases más ocurrentes, ingeniosas, frívolas y serias. Muy oportunas, las editoriales publicaron libros sobre la historia de los tupamaros, sus sueños frustrados y documentos anquilosados en los sesenta.

En 2005, la moda (eme)pepista llegó al carnaval “más largo del mundo” (en Uruguay dura todo febrero). La murga “joven” más exitosa del país, Agarrate Catalina, le dedicó un cuplé el año que Vázquez asumió como presidente. Algunas de sus estrofas decían: “El Pepe tiene una quinta/un perro y un buzo gris/una moto calandraca/y el pelo de un puerco espín/un fusquita sin bocina/y el orgullo de saber/‘¡que a los votos colorados, yo solo los dupliqué!’/Pepe Mujica, qué jugador/desde el boliche a senador/sueño de muchos y de otros no/la pesadilla que se cumplió”.

Lucía Topolansky dice que a Pepe le ha ido bien porque es llano cuando habla, porque con un lenguaje sencillo dice cosas profundas. En buen romance: el pueblo lo entiende porque él es uno de ellos. Es sincero, “agarra el toro por los cuernos” y cuando de algún tema no sabe, lo admite. Por eso, cree Topolansky, se ganó la confianza de esa entelequia llamada “la gente”.

Mujica dijo alguna vez que “la gente te perdona si te equivocaste de buena fe. Lo que no te perdona es que la jodas y la cagues”.

“El discurso de Pepe tiene un componente filosófico”, afirma su esposa. Y eso que no lee filosofía, poesía ni ficción, prefiere la antropología y la agronomía.

A la izquierda universitaria, urbana y socialista Mujica le mostró que había un interior rural que contenía el adn oriental: su matriz agroexportadora.

En el ministerio de Ganadería charló de tú a tú con un peón rural y con el más encumbrado dirigente de la Asociación Rural del Uruguay. Por eso, opina Topolansky, puede ser un buen presidente.

Sus hinchas —Pepe no tiene simpatizantes, tiene hinchas— lo votarán porque confían en que se encargará de repartir mejor la riqueza y la justicia. Cuando fue Ministro de Ganadería forzó a los empresarios cárnicos para que pusieran en el mercado un corte de asado más accesible para la población de menos recursos. El corte se llamó “el asado del Pepe” y así fue vendido desde los pizarrones de las carnicerías. Otros comerciantes siguieron su idea: rebajaron productos y los bautizaron “del Pepe”.

Para muchos analistas, fue una táctica populista y la llamaron “pobrismo”. El periodista Gustavo Escanlar escribió: “Incomible pero barato. Así es ‘el asado del Pepe’, lo peor que le pasó a la cultura uruguaya en los últimos 20 años. Los productos del Pepe promueven el infraconsumo. Establecen el engaño del ‘liberalismo de la pobreza’: nos hacen libres para consumir cosas de cuarta categoría. El barrio, agradecido”.

Pobrismo o solidaridad con los más débiles, Mujica y su sector, el mpp, crearon a principios de 2006 el Fondo Raúl Sendic, una iniciativa de préstamos a proyectos, en su mayoría cooperativos. Son cesiones de dinero sin cobrar intereses, sin pedir garantías ni preguntarle el partido político, a quienes lo necesiten para salir adelante. El fondo se forma con los excedentes de los salarios de los legisladores, ministros y el intendente capitalino, todos del mpp, que topearon su sueldo en 29 mil pesos a la fecha (1 260 dólares), cuando como senadores ganan 3 500 dólares.

Mujica y Topolansky quisieron predicar con el ejemplo al conformarse con 40% de sus salarios. “Es probable que la enorme cantidad de años de cárcel en los que uno tuvo que vivir con lo mínimo hace que no necesitemos mucho para ser felices, en una sociedad muy consumista, con mucho de superfluo y pseudonecesidades”, argumentó la senadora.

Con los préstamos del “Tupa Bank” pudieron hacer viables más de un centenar de proyectos de albañilería, carpintería, agro, pesca, gastronomía, costurería y servicios varios. El propio Mujica, apelando a la sensibilidad de la izquierda, exhortó a otros sectores del Frente Amplio a que lo imitaran. No tuvo eco.

Tres semanas antes de ganar las internas del 28 de junio, Mujica hizo un alto en su agenda repleta de visitas a pueblitos del interior y recorridas por la capital para quedarse una mañana en su chacra. Mientras la senadora Topolansky hablaba, el presidenciable lidiaba con el tractor.

La entrevista fue pactada con ella porque los encargados de la campaña del Pepe no encontraban horas disponibles. Los tiempos en su chacra eran intocables, dijeron. Por mail, Topolansky explicó qué debía hacer para llegar a la casa, donde piensan seguir viviendo en caso de ser presidente y primera dama: “Tiene que tomar la Ruta 1, pasar los accesos hasta Camino Tomkinson, seguir hasta Camino O’Higgins, que es el único asfaltado a mano derecha. Por O’Higgins, después de que pase el tercer repecho va a ver una carnicería, un almacén y una cooperativa de viviendas; el primer camino a la derecha es Camino Colorado. En la esquina hay una garita de ómnibus que dice Pepe Presidente”.

Un par de ironías deliciosas, pensé: el Camino “Colorado” queda a la derecha y en la garita que dice “Pepe Presidente” había que doblar a la izquierda para llegar a lo de Mujica. Ni que lo hubieran hecho a propósito.

La senadora del mpp contó que conoció a su compañero en la militancia. Ella trabajaba en la agencia financiera Monty, estudiaba en la Facultad de Arquitectura y hacía obras sociales. Así, recolectó fondos para enviar a los trabajadores de caña de azúcar de Artigas, en el norte del país, y se solidarizó con la Revolución Cubana. Cuando en 1969 descubrió que la financiera estafaba a sus clientes, optó por quedarse sin empleo y se enroló, con su información privilegiada, al mln. La operación de los tupamaros fue de un éxito rotundo: revelaron la corrupción reinante, hicieron caer al Ministro de Hacienda y se congraciaron con el pueblo. Ahí Lucía conoció a Pepe. Con el alias de Ana se puso a trabajar en la interna de la organización. Luego fue detenida y enviada a la cárcel de mujeres. Se reencontraron en democracia y decidieron continuar juntos. Ambos organizaron las “mateadas”, llegaron al Parlamento, pensaron el proyecto de escuela agraria en el fondo de la casa. Por las peripecias de la militancia no hubo tiempo para hijos propios.

El año pasado un grupo de vazquistas comenzaron una recolección de firmas para promover una reforma constitucional que habilitara la reelección del presidente actual; Mujica dijo que iba a apoyar la iniciativa, porque le ahorraría dolores de cabeza al partido. “Pero eso no fue posible y empezó a cobrar fuerza lo de Pepe, aunque no estaba en los planes”, confesó Lucía.

“La gente empezó a presionar y se generó un compromiso. No podía fallarle a esos militantes. Hubo una percepción de que si no aceptaba, podía dejar un hueco y dejar tirado a un lote de gente. Después que se ha dicho que sí, hay que jugar la partida hasta las últimas consecuencias”, afirmó la legisladora.

Mujica se levanta a las 6:30 para cebarle mate a su mujer, y en plena campaña ha descuidado su despacho parlamentario para recorrer el país y los programas periodísticos. Cuando viaja al interior a ofrecer discursos hasta la noche, intenta dormir una hora de siesta. En tiempos de campaña, sólo sigue los diarios para ver qué dicen de él. A medio leer en su mesa de luz tiene un libro sobre antropología que se llama El mono que llevamos dentro, una investigación del holandés Frans de Waal sobre las especies anteriores al homo sapiens. No usa celular, no tiene tarjeta de crédito, no escribe él mismo en el blog que ahora muestra su imagen retocada por el Photoshop. Garabatea las ideas de sus columnas cibernéticas en un cuaderno y los encargados de la comunicación del mpp lo suben editado a la página de internet http://www.pepetalcuales.com.uy

El hogar rural no tiene cuadros importantes, muebles Luis XV ni platería importada; es una casita de clase media empobrecida. En un estante petiso tiene unos 70 libros. El diario del Che en Bolivia, Historia de los orientales de Carlos Machado, La rebelión de Tupac Amaru, de Boleslao Lewin, La economía uruguaya de 1880 a 1965, de Carlos Quijano, El Uruguay del Siglo xx, La economía, Patria en el exilio. Exilio en la patria, de Ernesto Kroch, Deuda externa del Tercer Mundo, de Eric Toussaint y El arte ético de vender mejor, de Alberto Tortorella, son algunos de ellos.

El que aparece por la puerta desvencijada de su propio hogar no es el Pepe peinado con gel, un jopo estético y la cara lisita que se ve en los carteles que promocionan su candidatura. “¡Al Pepe lo bañaron para esa foto!”, bromeó Fernández Huidobro. “Está tan prolijo… Parece que se bañó”, comentó con más sarcasmo que humor el opositor precandidato colorado Luis Hierro en un acto en el interior.

Si Mario Benedetti fue el abuelito bueno, José Mujica es el abuelito gruñón y cascarrabias, que a muchos les cae simpático y a otros tantos les genera rechazo.

Después de tantos años de afirmar que su discurso y su vestimenta no eran impostadas (“Ya conocéis mi torpe aliño indumentario’”, ha dicho, citando a Antonio Machado), Mujica tuvo que reconocer que cedió ante las presiones de los asesores de su campaña y hasta se probó un terno. La foto de Mujica poniéndose el saco estuvo en la agenda informativa del país y hasta fue noticia en el El Nuevo Herald. “Eso sí, no me pongo corbata ni que lo pida Mandrake”.

Este hombre que terminó la secundaria y apenas concurrió a algunas clases universitarias de Letras en la Facultad de Humanidades, cita La Ilíada para recordar que el discurso más esperado no era el de Aquiles o el de Agamenón, sino el del anciano Néstor, que por ser añoso era el más sabio. Sigue ejemplificando con el respeto que se ganó Winston Churchill o el general ruso octogenario que planeó la estrategia para derrotar a Napoleón. “¡Hay ejemplos a patadas de esos en la historia! Ahora, si usted va a pensar que el presidente tiene que ser un atleta… ahí estoy jodido”.

José Mujica puede llegar a ser Presidente de la República Oriental del Uruguay con 74 años, un pasado como guerrillero, “la panza hecha un mapa”, un lenguaje más propio de un campesino que de un mandatario. Es difícil concebir un coctel más pintoresco y curioso en la dirigencia política de este continente.

Hace rato que América del Sur viene evidenciando cambios profundos que despavilaron a los politólogos. El desfile comenzó con un dirigente gremial metalúrgico en Brasil, y siguió con mujeres, indios aymaras, curas y simpatizantes de Montoneros. Por si faltaba algo más excéntrico, asumió un negro en América del Norte. En este contexto, si Pepe Mujica se consagra presidente de los uruguayos, podrá ser el capitán de la selección de “los astrosos”.
Según los analistas políticos, si no logra ganar las elecciones nacionales del 31 de octubre con más de 50% de los votos, tendrá que competir contra el ex presidente blanco Luis Alberto Lacalle —neoliberal, fan de las privatizaciones— en la segunda vuelta de noviembre.

Fernández Huidobro reveló algo: “Antes de dar luz verde a su candidatura, cuando el Pepe dudaba, me dijo: ‘Mirá Ñato, tengo un pasado a cuestas jodido y un problema por mi edad. ¿No debimos haber colgado los botines cuando ganó el Frente hace cinco años? Ahora nos dicen que tenemos que llegar a la Presidencia… ¿Y si perdemos? Vamos a ser los padres de la derrota…”.

Si así fuera, dejará la actividad política para dedicarse a sus flores y hortalizas, como ya anunció en conferencia de prensa. Si pierde, Pepe será plenamente feliz. Podrá ser un chacarero full time.