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“¡Suban pues que los vamos a violar!”, grita Viviana. Cinco hombres, tres mujeres y una pareja de esposos la siguen. Ellas tienen vestidos de baño. Ellos, una toalla amarrada a la cintura. Dejaron sus cervezas y se salieron del jacuzzi y de los saunas para tomar las escaleras hacia el segundo piso, donde hay un sofá anaranjado largo en forma de cruz. En el primer escalón está Alejandro, que le entrega a cada hombre un condón marca Corona importado de la China. Además de la única pareja de esposos, se forman otras dos. Los tres hombres que se quedaron solos rodean a la mujer que está sola. Ella les unta jabón líquido antibacterial en sus manos antes de dejarlos pasar los dedos y la lengua por entre sus piernas y tetas.

Después de limpiarse, un tipo soltero que asiste por cuarta vez a estas fiestas le toca un pezón a la chica, mientras su vagina recibe caricias de otro hombre. Al tiempo que la tocan, a su lado las otras dos parejas tienen sexo en el sofá. Los tipos, ya sin toalla pero con las chancletas de plástico azul que les dieron a la entrada, están encima, entre las piernas de su respectiva compañía. La pareja de esposos únicamente mira, mientras él la acaricia por encima del bikini.

Un tipo calvo al que la ropa le queda ajustada y la barba empieza a crecerle, es el único de la fiesta que no se ha desnudado. Está sentado en una silla enfrente del sofá. Mira la escena, sonríe, saca su celular, toma un par de fotos, y sigue con la mirada clavada en la orgía que se empieza a formar. Es el productor de este evento, el Emperador de las noches cuckold.

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Dos horas antes de sentarse a observar lo que sucede en la fiesta, Alejandro está encerrado en una cafetería sobre la calle 57, dos cuadras abajo de la Avenida Caracas. Además de la mujer que atiende el local, él es el único que está adentro. La reja está puesta para evitar la entrada de los hinchas de Millonarios que caminan desde El Campín este sábado por la noche.

“Esta es mi oficina improvisada”, dice, riéndose y mirando a la dueña.

A través de la reja, dos hombres con camisetas de fútbol piden una gaseosa y un paquete de papas. “Son puros ñampiros. Si se encuentra uno de Nacional con otro de Millonarios se rompen ellos y rompen todo”, dice Alejandro, mientras se sienta en la última mesa de la tienda y pide un tinto que espera lo ayude a aguantar una noche más como anfitrión de las juergas de los cornudos y los corneadores, que se prolongan hasta las tres de la mañana.

Este empresario de la noche bogotana, de sonrisa amplia y brazos gruesos, se crió rodeado de lujuria.

“Yo soy vago desde pequeñito. Mi papá tenía residencias en Sevilla (Valle del Cauca). Siempre había mucha prostituta y entraba todo el mercado de la infidelidad”.

Hoy su negocio consiste en explotar el fetiche cuckold, o fantasía del cornudo, un juego sexual en el que un corneador tiene sexo con la pareja de otro, que observa y celebra la escena. Durante los últimos cinco de sus 49 años de vida se ha dedicado a organizar estas fiestas sexuales temáticas en sitios que alquila en Chapinero.

“En el mundo cornudo el fetiche del man es ver a la pareja como su muñeca; ella es su parcera, su actriz porno, su amante –explica Alejandro–. El corneador es el que presta el servicio, o sea el amante de la esposa, llamada hotwife. Ella puede tener uno o varios en una noche”.

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La fiesta de esta noche es en Poseidón, un spa gay con zonas húmedas sobre la 57, ubicado entre una tienda de la cadena de precios bajos D1 y una taberna. Hay duchas, turco, jacuzzi y pantallas LCD que muestran escenas de porno heterosexual de culioneros.com, y cuatro cuartos privados, cada uno con la cama a ras de suelo y un rollo de papel higiénico en la cabecera.

La invitación para asistir a la fiesta es un flyer que diseña Alejandro en Paint y le envía a cada uno de los 3.551 contactos repartidos en 16 listas de difusión que tiene en su Whatsapp. Va firmada con el seudónimo de Eliot Gabalo.

“Una noche estaba viendo un programa en NatGeo sobre las fiestas del emperador Heliogábalo y pensé que eso se podía hacer”, comenta a propósito del personaje en el que se inspiró: un joven emperador romano conocido por los banquetes que armaba y por ser una de las primeras personas que los historiadores reseñaron como transexual.

“Crecí y seguí siendo vago: organizaba fiestas de mi bolsillo, nos reuníamos con amigos y hacíamos orgías. Sacábamos suites en el Hotel La Fontana, en la 127, y montábamos fiestas solo por placer”.

Para lograrlo, usaba una extinta sección de clasificados del periódico El Tiempo, ‘Corazones solitarios’, donde publicaba avisos para contactar a personas dispuestas a compartir esta experiencia con él y sus amigos.

“Hace 28 años estoy casado con la misma mujer, pero he tenido siete mozas. Nunca he tenido una enfermedad venérea ni hijos por fuera del matrimonio, como dicen por ahí: he sido jugador pero responsable”, dice antes de contestar el celular y darle a una mujer indicaciones para llegar a la fiesta.

“Cuando estés ahí me pegas el pitazo. Un besito”, se despide y cuelga. Era Natalia, una médica que Alejandro describe como una mujer bajita y chusquita, su pareja desde hace dos años en el mundo cuckold. “Somos una pareja, pero más como de buenos parceros, de socios; no creo que estemos enamorados ni tengamos una relación sentimental, pero es parte del ejercicio”, dice.

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La noche de Alejandro no acaba sino hasta las cuatro de la mañana, que es cuando termina de revisar las cuentas que dejó el evento. Cada sábado sale a las seis de la tarde de su casa y vuelve hasta las cinco de la mañana. La noche se le va preparando todo para las fiestas, que incluyen rumbas personalizadas a petición de sus clientes.

“Hay un man chacho, con un puesto importante en la Procuraduría General, que es muy cornudo. Me dio un millón de pesos para que le celebrara el cumpleaños de su pareja. Quería que le consiguiera tipos jóvenes para que tuvieran sexo con ella; una de las fantasías del man era que hubiera un negro y se lo incluí”.

Pero no todas las noches su tarea es organizar fiestas cuckold en la ciudad. También colabora como conductor radial en Bogotá Nocturna, un canal de YouTube.

“Yo hago dos programas: uno que se llama Atmósfera Erótica, en el que se tratan temas sexuales, y otro que se llama Mi Empresa es Colombia, dedicada a entrevistar empresarios colombianos para dejarles un mensaje positivo a los jóvenes”.

Su cercanía al mundo de los fetiches le ha dado el bagaje para conducir Atmósfera Erótica, y su vena empresarial, que cultiva desde que estudió Ingeniería Química e Industrial en la Universidad Nacional, le permite entenderse con los empresarios que invita a su otro programa.

“Trabajé mucho tiempo con polímeros y tuve una empresa de adhesivos. Me mataba como un hijueputa en eso. Tenía 42 empleados jodiéndome la vida. Hice plata pero también hubo mucho estrés; era despertarme y hacer 20 millones ese día. Cada mes lloraba”, cuenta.

En la industria química, Alejandro tenía que transformar la materia prima en productos para comercializar. Ahora, en su faceta de empresario del sexo tiene que vender y recrear una fantasía, y lograr que se vuelva un círculo vicioso para que sus clientes regresen.

“En la organización de estos eventos el mayor riesgo es que no venga nadie y solo pasó una vez”, dice. Le sucedió por culpa de un socio que tenía antes. “El man sólo quería convocar por redes, hicimos el experimento y llegaron dos personas…”, cuenta Alejandro, que desde esa experiencia ha explotado más el uso de Whatsapp, pero sin descuidar los perfiles que tienen en redes sociales como Twitter.

“Aprendí a manejar redes sociales y posicionamiento SEO. Tengo varias cuentas en Twitter, pero la de presentar es @eliotgabalo –donde tiene más de 12.000 seguidores–”, explica mientras las busca en su celular, en el cual también tiene instaladas aplicaciones para buscar pareja como Tinder o Badoo. “Todos los perfiles los manejo personalmente, desde Hootsuite”.

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Esta noche Alejandro no espera una convocatoria masiva. “Es 13, no cae quincena y no van a venir muchos”, pronostica. Sale de la cafetería y camina dos cuadras hacia la Caracas. Saluda a un amigo –un hombre casado que viene con la moza– y a Natalia, su pareja en este juego sexual, que ya lo estaba esperando a la entrada del sitio. Él le da un pico y ella le entrega una caja con 24 preservativos.

La invitación es clara: Chico solo 60 mil, pareja 50 mil, chico menor de 25 años 50 mil, chica sola gratis…. Hoy apenas llegan a 20 los asistentes, pero hay fiestas a las que han entrado hasta 120 personas.

“Hace 15 días éramos más de 100, fue Sodoma y Gomorra. Había un grupo de 15 tipos con la misma vieja”, cuenta Carlos Eduardo, de 43 años de edad y seis de divorciado.

No hay fila y los pocos que llegan antes de las nueve de la noche, hora en la que abren las puertas y empieza la fiesta, no ocultan su timidez. “¿Es la primera vez que vienes a esto?”, le pregunta una mujer a un tipo que acaba de llegar y que asiente con la cabeza.

Adentro del sitio, cada hombre y pareja pagan su cover. A cambio les dan acceso a un locker, toalla y chancletas, y a todas las zonas húmedas y cuartos privados del lugar. Cuando entran en calor y dejan la vergüenza, unos empiezan a meterse en el jacuzzi, hablar y pedir cerveza. La estatua del dios Poseidón, que le da el nombre al lugar, se pierde entre el humo aromatizado que sale de unos extintores y carteles que invitan a la protección: «Si te gusta mamar, ponte condón». La música para prender la primera hora es una compilación que ponen en YouTube: Clásicos del merengue 80 y 90.

“La mayoría de las viejas que vienen a esto son gorditas, eso sí, las cosas como son”, dice Carlos Eduardo, antes de pararse de la mesa donde charla y dirigirse al sauna para espiar a la pareja que acaba de entrar. “No están haciendo nada todavía”, notifica y se vuelve a sentar junto a otro participante que no quiere decir su nombre, Viviana –socia de Alejandro, que está separada y hace 15 días no pudo ir a la fiesta por tener la custodia de los hijos–, y una de las slut toys, que tiene las piernas llenas de morados, pues la noche anterior se cayó bailando en un tubo.

“Las slut toys son viejas que estuvieron metidas en la movida swinger y se quedaron enganchadas, pero ya sin pareja. Son parte de la logística y se encargan de prender el ambiente. Aunque reciben un salario, esto lo hacen por gusto. Gratis no hay nada en la vida y su principal función es acostarse con los manes que vienen solos”, explica Alejandro para negar que se trate de prostitución, aunque admite que sus eventos rayan en ello.

“Esto casi cae en prostitución, por eso se hace en zonas de tolerancia que tienen los permisos. Es sexo consensuado, la gente que viene es por ahí de 40 años. Son parejas y solteros que están por encima del bien y del mal y tienen derecho a reunirse”, dice para defender sus eventos, que ya suman más de 200.

Alejandro se para en la entrada, da la bienvenida a cada invitado y cuida hasta el más mínimo detalle para mantener intacto su título de emperador de la rumba cuckold. Cuando escucha el grito de Viviana, el llamado de guerra para que arranque la acción, empieza a entregar condones.

“Yo soy el más teso en esto. Los otros clubes no le meten creatividad: venden sitio sin pensar en las fantasías de la gente. Yo incentivo el fetiche, lo conozco; he sido cornudo y me gusta. Coger a una vieja y darle clavo entre 10 es una chimba… ¿O usted no lo hizo nunca en el colegio?”, pregunta y enseguida suelta una carcajada.

Barbie, ¿por qué trabajas como modelo de webcam?
Amor, primero, porque en Colombia es muy difícil que le den trabajo a una chica transexual. O eres peluquera, puta o webcam. Obviamente yo prefiero ser una webcam –responde Barbie con voz afeminada.

A los 9 años, Barbie no se llamaba Barbie, su nombre era Marcos. Vivía en Estados Unidos y cuando vio por primera vez una Barbie en la televisión se enamoró de ella.

Siempre me llamó mucho la atención la figura de una muñeca femenina y bonita. Le quise hacer honor a eso, y cuando inicié mi proceso de transformación me puse Barbie. Después empecé a tomar hormonas y mi cuerpo empezó a cambiar –confiesa.

Con más de cinco años trabajando como modelo en chats web sexuales, Barbie, de 25 años, ya es toda una experta en el oficio. No solo se desenvuelve con soltura frente a las webcams, sino que ya se sabe de memoria todos los trucos que hay que emplear para atraer a sus clientes. La mayoría de ellos norteamericanos, alemanes y canadienses con nicks tan grandilocuentes como: amolapija, zorrovergon, dickman y sexboom.

¿Cómo describirías a tus clientes?

Yo los describiría como pequeños ratoncitos curiosos que en su tiempo libre quieren una buena masturbada. Y cuando digo una buena masturbada no me refiero a jalársela mientras ven porno y se vienen. ¡No!, lo que ellos quieren es tener el control y mandarnos a hacer cosas.

Lo que quieren los usuarios de estos chats sexuales en línea como Livejasmin, ImLive, Streamate, Cam4 y MyFreeCams –por mencionar algunos de los más conocidos–, es interactuar con otras personas. Hablar y que una modelo les responda de manera cariñosa. Tener la ilusión de que mientras ellos se masturban una mujer se retuerce de placer imaginando que el vibrador que se introduce en el culo, es la verga que ellos agitan en su mano. Porque para los usuarios no hay nada más excitante que imaginar que una desconocida goza igual que ellos frotándose sus genitales en un coito a distancia. No importa si al final muchos terminan eyaculando sobre el teclado de sus computadores y no sobre las suaves carnes de un cuerpo que jadea de placer.

—¿Alguna vez te has excitado con algún cliente? –le pregunto.
Obvio amor, claro que me ha pasado. Pero la idea no es venirse porque si me vengo antes de tiempo el man se da cuenta y se va. Pero sí me ha pasado que a veces una se sobre emociona, se viene y pierde.

Hoy Barbie me ha invitado a verla trabajar. El estudio –como se le conoce a este tipo de negocios dedicados al sexo virtual– queda en el centro de Medellín en un edificio de fachada descolorida del barrio Maracaibo. De pronto, Barbie aparece por la puerta y me dice «hola» agitando la mano alegremente. Lleva una minifalda, tacones altos que estilizan aún más su ya figura delgada, unos lentes de contacto de color rojo y la piel, sorprendentemente pálida, llena de tatuajes. De todas sus marcas hay una que me llama la atención. Es la palabra bitch –»perra» en español– que tiene tatuada en su pierna izquierda.

Mi estilo es muy suicide girl. Una nena muy tatuada y femenina –dice Barbie con acento paisa.

Cruzamos la puerta del edificio. Subimos hasta el quinto piso por un ascensor viejo y destartalado. Hay estudios inmaculados que parecen santuarios dedicados al sexo. Con olor a lavanda y aire acondicionado. Habitaciones personalizadas para cada modelo. Aseadoras que cada tanto pasan el trapero por un piso reluciente. Pero este no es el caso. Este estudio parece, más bien, el apartamento de un grupo de estudiantes dementes que han dejado que el mugre se acumule y el olor a rancio se apodere del ambiente. La sala es amplia, sucia y con pocos muebles. Al fondo hay un balcón que da a la calle donde dos jóvenes en bóxer cuelgan su ropa recién lavada en un improvisado cordel. Sigo a Barbie por un corredor con varias puertas a ambos lados. Una de ellas está entreabierta. Me acerco y veo a una tranie –así es como ellas se refieren a sí mismas– en tanga y ligueros sentada en un sofá fucsia coreando una canción de reguetón mientras sostiene un dildo en la mano. En otra habitación veo a través de una ranura a una transexual embistiendo a otra usando un arnés con una verga de plástico. La que está en cuatro tiene las manos cubiertas con unos guantes de lavar platos. A medida que me adentro en el estudio tengo la sensación de haber comprado un boleto de entrada al set de una película porno, y tener el privilegio de ser un espectador de lujo.

Aprovecho y le pregunto a Barbie cuántas modelos trabajan en este estudio. Barbie me dice que en total son 9 entre internas y externas.

Internas está la Natalia, la Valeria, la Melody, la Dayana, la Lola y yo mi amor. Y externas hay un chico que trabaja en pareja con otra tranie, y son súper arrechos. Y por la noche llega una pareja de lesbianas. Ah y también hay una niña, una mujer normal.

Algunas de las internas son transexuales que han huido de sus casas y han venido a parar a este lugar. En el que deben trabajar al menos cinco horas al día para ganarse un techo, algo de dinero y comida. El pago de Barbie y de todas las modelos se da en función de las horas emitidas y de los internautas que logren atrapar.

El apartamento es grande. Tan grande que un desconocido podría perderse con facilidad en este laberinto de habitaciones. En total son ocho cuartos. Tres funcionan como viviendas y las otras cinco habitaciones están divididas en pequeños cubículos en donde solo hay espacio para un sofá y una mesa en la que apoyan el computador. Estos espacios están separados entre sí por una cortina que, por lo general, es de color rojo o fucsia.

¿Cuáles son las reglas en el estudio?, le pregunto.
Las reglas son básicamente cuidar los equipos. Si se te daña un equipo, paila, te multan. Si haces algo malo en la página también te multan.
¿Qué cosas no puedes hacer en una página?
Las páginas te regañan por ciertas cosas. Si una llega ebria, si hace show. Con show me refiero a hacer escándalo ebria o bajo los efectos de alguna droga. Si le das tus datos personales a los clientes. Los de LiveJasmin –que es una suerte de vitrina virtual donde puedes encontrar gordas de 140 kilos, jovencitas de carnes firmes, mujeres de curvas perfectas y tetas siliconadas, gays, lesbianas, parejas homosexuales, parejas heterosexuales y, por supuesto, transexuales–vigilan todo pero Edwin, el dueño del estudio, no le pone mucho cuidado a eso. Él nos pide que no hagamos escándalo y no lleguemos borrachas porque por eso sí nos regañan.

Edwin es un aspirante a actor de unos 35 años que encontró mejor suerte en el negocio de las webcams que presentándose a pruebas de casting. Varias modelos se refieren a él como: «Otra chica más de la casa».

De pronto, Barbie se detiene frente a una puerta. Adentro hay tres camarotes alineados y seis colchones. Sentada, en uno de los camarotes, una tranie con una toalla en la cabeza se maquilla sosteniendo un espejo en la mano. Aquí –me cuenta Barbie –duerme ella y otras cuatros modelos.

¿Qué tal es la convivencia?
La verdad de todos los estudios en los que he estado acá el ambiente me parece muy bueno.
¿En cuántos estudios has trabajado?
Como en cuatro estudios. Cuando llegué de Estados Unidos trabajé en un estudio en Cali. Luego me fuí a Medellín y aquí he trabajado en unos tres, contando donde estoy ahora.
¿Has tenido algún problema en algunos de esos otros estudios?
Amor, en este gremio hay mucha envidia. A mí me ha pasado que otras travestis se me meten al chat con un nick falso para hacerme sentir mal y amenazarme y escribirme groserías. Más que todo eso.

Barbie se sienta sobre un catre con las piernas abiertas. Saca una maleta de debajo de la cama y me pide que la acompañe a su lugar de trabajo. Camino tras ella hasta la sala. Allí abre una puerta y me presenta su cubículo. Es una habitación pequeña en la que solo hay lugar para un computador y un catre con un colchón sin sábanas. Barbie saca de su maleta un tendido de Las Chicas Superpoderosas y tiende el colchón. Luego coloca un bolso y varias muñecas alrededor de la cama. A sus pies pone una crema lubricante, un dildo y un tarro de poper. Solo faltan los afiches de «Maroon 5» en las paredes para que aquella improvisada habitación parezca el cuarto de una adolescente promedio.

Le pregunto por el poper.

Amor, ese tarrito ya no tiene poper de verdad, lo tengo porque los clientes lo piden. También tengo coquitas para orinar. A mí no me molesta hacerlo. Además yo soy muy aseada. Siempre cuando termino, lavo la coca. Y solo me meto los dedos o el dildo.
¿Te has drogado durante las transmisiones?

Durante la transmisiones no, pero sí me trabo antes.

A continuación, Barbie me pide que la espere unos minutos mientras va al baño. Quince minutos después regresa vestida tan solo con una tanga y un sostén de color rosa. En este negocio para provocar erecciones hay que llevar lo mínimo posible de ropa. Mientras ella termina de peinarse, aprovecho para lanzarle otra pregunta:

—¿Qué debe tener una tranie para que le vaya bien en este negocio?
Amor, lo que más importa es la actitud. Es lo que más vale. Conozco tranies que no tienen tetas y no son bonitas pero ganan muchas más plata que otras que son lindas y están bien entetadas. Y todo por la actitud que le meten.

Son las dos de la tarde de un día de semana. Barbie, sentada en un borde de la cama enciende el computador. Conecta su cámara y se registra en Livejasmin y IamLive. Dos de los miles de chats eróticos que se usan en este negocio, y unos de los que mayor flujo de visitantes atrae.

Según Alexa, una página web que provee información acerca de la cantidad de visitas que recibe un sitio web y los clasifica en un ranking, Livejasmin es la página de videochats eróticos que mayor flujo de visitantes tiene de todo el mercado. El segundo puesto se lo lleva Flirt4free, y por último, el podio lo completa, Cam4.

A mí me va muy bien en ImLive. La Livejasmin se ha vuelto muy jarta con tantas reglas. Por ejemplo, ellos piden que las fotos que subas a tu perfil tienen que ser tomadas por un fotógrafo profesional. Es decir, no puedes subir cualquier foto. También te obligan a que tu room esté decorado de cierta manera y sino les gusta como lo tienes decorado, te perjudican poniendo un aviso de que «tu video y audio es de mala calidad». Ellos quieren que todas las modelos sean iguales. También te prohíben que te salgas del área de la cámara mientras estás en línea. Ósea, si una está trasmitiendo tiene que estar ahí todo el tiempo. No puedes ni ir al baño. Y si ven que una persona que no está registrada en la cuenta desde la que uno está trasmitiendo aparece frente a la cámara, te suspenden la cuenta. Te quitan el privilegio de conectarte durante 24 horas, entonces a una le toca pedirles disculpas en soporte en línea. Son muy estrictos. Ellos joden por todo y además allí casi no me llega gente. Solo me llega un maridito. Una le dice maridito a un cliente que es leal y vuelve a visitarlo a uno.

Visto desde afuera el trabajo de Barbie parece un trabajo como cualquier otro. Tiene un jefe, un horario y una oficina. Solo que a diferencia de una oficinista corriente, a Barbie le pagan por cumplir las fantasías sexuales que le pidan los clientes que se conectan a internet.

Barbie, ¿alguna vez te has enamorado de algún maridito?
No, enamorado, no. Pero si ha habido mariditos que se meten a cada ratico y los tengo en el Facebook y nos hablamos por ahí.

Un cliente se convierte en «maridito» cuando se reporta a diario. Muchos de estos hombres ven como su vida se cae a pedazos cuando las modelos se van de vacaciones y dejan de conectarse por un tiempo. Han generado tal dependencia a verlas a diario que la ausencia de su modelo es como la abstinencia de un adicto. Con el tiempo muchos de estos «mariditos» se convierten en auténticos dispensadores de dinero. Mecenas virtuales que son capaces de viajar largas distancias para conocer en persona a sus amantes cibernéticos.

¿Algún cliente te ha prometido algo?
Uy, sí, siempre. Ellos te dicen: «Voy a estar en Colombia la semana que viene». Y averiguan la ciudad dónde uno está, y el hotel más famosito como para impresionarla a una. Son muy payasos. Pero no todos son así. Yo tengo un amigo, la Brillo, que se consiguió un marido de verdad. Lo conoció por una página. La Brillo se arriesgó a darle sus datos personales y el maridito empezó a mandarle plata por Western Union. Ahí una sabe que el man es prometedor. Entonces una lo sigue probando y si el man sigue mandando plata, ya se convierte en maridito. El maridito de mi amigo efectivamente vino a Medellín y le trajo su iPhone a la Brillo y todo. Se lo quiere llevar. Yo le dije que le haga, ¿qué se va a quedar acá?

El día de hoy mi trabajo de reportería se reduce a observar a Barbie en acción. Su primer cliente entra a las 2:05 p.m. y lo primero que hace Barbie es pedirle que vayan al privado.

Jillakilladi5009: hi bb.
Jillakilladi5009: you look like a pornstar.
Feminine420: hi.
Feminine420: love you smile.
Djsbaa1223: como tienes ese pipi amor?

Esta sala es gratuita, cualquiera con solo registrar sus datos puede entrar y hablar con una modelo. Sin embargo, aquí el tiempo es limitado. En esta fase de no pago Barbie emplea todos sus encantos para convencer a sus clientes de que ingresen a una sala privada. Una vez allí el cliente tiene no solo toda la atención de la modelo sino el derecho de pedir lo que sea. Es una suerte de paraíso virtual donde todas las fantasías sexuales son posibles. No hay restricciones, bueno quizá el único limite es el cupo de tu tarjeta de crédito.

¿Cómo atraes a tus clientes?
Amor, muy sencillo. Poniendo las canciones que más me gustan y bailándolas resexy. Cada modelo tiene su estilo de música. Por ejemplo a Valeria, la que se hace detrás mío, le gusta mucho «Plan B» y reguetón. Con eso ella atrae a sus clientes. Yo me pongo a escuchar mi música en inglés y a cantar. Así los pesco.

Paréntesis. Valeria es la tranie que más dinero gana en el estudio. Su éxito se debe en gran medida al tamaño de su pene. Según Barbie la verga de Valeria es tan larga que ella misma puede hacerse un oral sin esfuerzo. Basta con que se siente en una silla y se agache un poco hacia adelante, curvando su espalda, y ya puede tocar la punta con la lengua. En el mundo de las webcams una tranie superdotada es como un delantero con una zurda prodigiosa: tiene el éxito asegurado.

Ahora Barbie baila con sensualidad mientras canturrea un estribillo empalagoso. Es «habits» de la cantante suecaTove Lo.

Duro1223: haces shows sucios?
Polaco: mostre o seu pau.
Duro1223: orinas y cagas?
Polaco: coloque sua boquinha bem pertinho vou beijar.

Barbie me dice que se puede ganar un millón doscientos mensuales trabajando medio día. Aprovecho y le pregunto que cuánto dinero se puede hacer en un buen día de trabajo. Ella me cuenta que si tiene suerte y le cae uno de esos privados largos se puede hacer 90 dólares en un par de horas.

¿Y en un mal día de trabajo?
En un mal día de trabajo uno se hace más o menos 10 dólares.
¿Alguna vez te ha sucedido que no te cae ni un solo cliente?
Ay, no. Yo gracias a Dios nunca he sufrido eso. No te miento que en un mal día me hago aunque sea 10 dólares. Pero hay gente que sí. Hay gente con actitud negativa y trasmite eso y nadie les quiere caer. Gracias a Dios ese no es mi caso.

El sistema de pago es muy sencillo: los clientes compran a través de la página en Internet los minutos que quieran con su tarjeta de crédito. Una vez han realizado este paso ellos deciden con qué modelo desean gastarse sus minutos. Cada minuto que pasen con la modelo les costará 1.99 dólares (cerca a $5.000 pesos). La página se queda con el 65% de ese dinero, el 35% restante va para la chica. Sin embargo, a esta cifra hay que restarle otro porcentaje, que es el que cobra el dueño del estudio por la vivienda y el mantenimiento de equipos.

Yo me hago unos 600 mil pesos quincenales, pero a eso hay que descontarle 75 mil por la vivienda.

Por eso, el tiempo que dure un cliente en un privado es preciado. Barbie lo sabe y se las ingenia para retener los clientes. Entre más minutos el cliente pase con ella, más dinero recibirá cada quincena.

Otherside11: hello
Joao171078: hi bb
Joao171078: 😉
Joao171078: kisses
Forever2win1st: you like small dick?
Joao171078: u have a sexy body bb
Joao171078: love u
Iwantyousexy: i want it
Barbiequeensxx: il give u info in pvt

Son las 2:40 p.m. y Barbie empieza a desesperarse. Su playlist da paso a «Genesis» de Grimes. De pronto se pone de pie y empieza a bailar con sensualidad. De un jalón se quita el brasier. Se aprieta los pechos y saca la lengua como si fuera a morderlos. Luego se sienta en un borde de la cama, abre las piernas, se baja la tanga y muestra su verga un instante, lo suficiente como para complacer el morbo cibernético de los internautas y lanzar el anzuelo. Su show ha surtido efecto, porque de inmediato incrementa el número de usuarios en su chat. Y con ellos las propuestas de todo tipo.

Rajesh777id: open ass please.
Rajesh777id: what is your size?
Bigboy123246: im so hard.

El catálogo de perversiones de sus clientes es tan amplio y variado que haría sonrojar hasta aquellos con la mente más enferma. Entre las peticiones más frecuentes de los internautas está la de defecar en vivo. Hay quienes le preguntan si le gusta tener sexo con niños. Y en una ocasión un cliente le pidió que se hiciera cosquillas en los pies y se riera mientras él se masturbaba.

Lo que más me piden mis clientes es que yo sea la dominatriz y ellos mis esclavos. Yo en mi vida real soy una niña pasiva, pero en las páginas los manes me buscan para que sea todo lo contrario. Entonces me toca actuar y decirles que me encanta comérmeles el culo y todo. Cosa que no me gusta, pero obvio yo lo hago por la plata. También les gusta mucho los juegos de inodoro. Quieren ver defecar. Son enfermos por eso. Son súper sucios.

Pero de todas estas peticiones hay una que, en su categoría de «Shemale», compone la fantasía más apetecida por sus clientes. Esta fantasía no es otra que la de ver una mujer con pene. A diario Barbie le muestra su herramienta miembro a cientos de internautas que con la mano metida dentro del pantalón se masturban como adolescentes desesperados viéndola en la pantallas de sus computadores.

Es por esta razón que las frases que más veces lee al día Barbie en su chat son:

«How many inches?»

Y la segunda:

«Fuck my ass!»

Si creías que las transexuales que trabajan en el mundo del entretenimiento se ganan la vida siendo embestidas por vigorosos sementales, te equivocas. La mayoría de hombres que pagan por los servicios sexuales de una transexual lo que desean no es penetrar, sino ser penetrados. Su fantasía no es otra que ponerse de espaldas en el asiento trasero de un carro parqueado en un callejón oscuro para que una tranie los sodomice.

Manofstrength67: I miss her cock.
Manofstrength67: cock beautiful.
Dickboy666: u have heels u can wear.
Dickboy666: Top or bottom beautiful.

¿Tus clientes son en su mayoría gays u hombres heterosexuales?
La verdad todos son muy fingidos. Hay muchos que dicen: «Soy hétero y nunca he hecho esto antes pero me llama la atención. Pero soy curioso. Pero quiero probar. Mi esposa se acaba de ir. Mi novia está durmiendo».

Tanteo el terreno y me aventuro a lanzar una pregunta inevitable.

¿Te consideras una prepago?

Barbie voltea la cabeza y mira hacia otro lado. Por primera vez en esta entrevista se toma su tiempo antes de responder.

No.
¿Tu familia sabes que trabajas como modelo de webcam?
Sí.
¿Y que opinan ellos de tu trabajo?
Mi mamá y en general toda mi familia son muy frescos con el tema– dice mientras posa frente a su webcam como una modelo de Vogue. Es como una diva del futuro abandonada en una polvorienta vereda del pasado.
¿Crees que muchas transexuales que trabajan como modelos de webcams lo hacen por gusto o por necesidad?
Muchas lo hacen por necesidad y porque este es un trabajo que ofrece algo cibernético y nada físico. Entonces las que no quieren prostituirse lo ven como una buena opción. Pero hay otras a las que les encanta. Les fascina dar lora y estar allí conectadas. Así y todo yo digo que la mayoría lo hace es por pura necesidad.

Conclusión: la mayoría de tranies que se dedican al sexo virtual lo hacen no porque les guste, sino porque es lo único que hay para ellas. Es eso o pararse en una esquina a vender su cuerpo a borrachos con el hambre atrasada de hembra.

¿Y tú lo haces por gusto o necesidad?
Yo lo hago por necesidad. Obviamente si yo no estuviera necesitada de plata no estaría aquí perdiendo mi tiempo.

Y tiempo es precisamente lo que muchas tienen que esperar antes de que un cliente se decida a ingresar a un privado. En el caso de Barbie le ha tomado unos 40 minutos hasta que por fin cae su primer cliente.

¿Tú puedes ver a tus clientes?
A los pocos que ponen cámara. Hay muchos que se meten sin foto, sin nada.

En este punto Barbie cierra la puerta, haciéndome un guiño que indica que debo esperarla afuera.

Me siento en un sofá a esperar y me encuentro con Valeria.

Hola, amor.

Valeria es la modelo superdotada de la que me había hablado Barbie. Tiene la piel morena y un culo enorme que parece fuera a reventar las costuras de su diminuta minifalda, que a propósito con cada paso que da se sube por encima de sus piernas, dejando al descubierto una buena parte de sus nalgas.

¿Tienes porro?
No.

Ante mi negativa Valeria me lanza una mirada de reproche, se da la vuelta y se pierde por un pasillo.

Al cabo de media hora, Barbie abre la puerta. Entro y veo que ha vuelto a pescar en ese mar revuelto que es el chat. Le pregunto qué tal estuvo y me dice que bien. Al parecer durante el tiempo que estuve esperándola afuera, le cayeron varios clientes, uno tras otro. Hay que tener dotes histriónicos para simular tantos orgasmos a la vez.

Jimdiamond1991: Can I see your ass?
Snowbound37: hello baby

En promedio, ¿cuánto puede llegar a durar un privado?
Un privado puede durar una hora, dos horas o lo mínimo, un segundo. Hay muchos que se meten al privado a ver qué es lo que está pasando y si no les gusta, se salen.
¿Puedes tener varios privados a la vez?
Sí, aunque es difícil. Por ejemplo, a veces sucede que un cliente quiere culo y el otro pide verga. Entonces ahí a una le toca hacer magia. Pero siempre hay una regla, el primer cliente es con el que una se queda. Al que más atención le das. Y cuando se va el primero, una se queda con el segundo.
¿Cuántos ha sido el máximo de privados que has atendido a la vez?
Por ahí unos cuatro. Yo entro en un trance y pienso que estoy haciendo un performance y doy todo de mí. Los que quieran quedarse que se queden. Porque tantos clientes a la vez no puedo, no soy un pulpo.
¿Qué es lo que más te gusta de ser modelo webcam?
Amor, me gusta que es un trabajo donde puedo ganar dinero sin tener que acostarme con nadie y que una puede ser una misma. O sea, te están pagando por tu personalidad y tu estilo. Y por cómo te presentas y cómo tú entretienes a tus clientes, todo eso.
¿Y lo que menos te gusta?
Tener que esperar por horas hasta que te entren clientes. Y que a veces ellos no duran y se van y te hacen quitar la ropa para nada.
¿Crees que este trabajo pueda llegar a afectar tu vida sexual?
Sí, mira que de tanto vivir eso todos los días, cuando una va a tener relaciones con alguien de verdad como que se le quita un poco la magia.

Son las seis de la tarde. Barbie apaga el computador y se desconecta. En unos minutos otra modelo se sentará en aquel cubículo. Pondrá otra música y otros objetos que harán pensar a los internautas que ese cubículo diminuto es su habitación.

¿Te gustaría retirarte pronto?
Sí, la verdad que sí.
¿A qué te gustaría dedicarte?
Al arte, yo soy muy creativa. Me gusta mucho coser y diseñar ropa. Tú me entiendes.

Le digo que le veo futuro en el mundo de la moda y ella sonríe y me responde: «gracias amor». La misma frase que musita cada vez que alguien le dice, a modo de piropo, que su voz suena auténticamente femenina.

Barbie, ¿qué planes tienes para el futuro?
Amor, quiero salir adelante con mi carrera de diseño, operarme las tetas y ya salirme de esto.

Me despido. Barbie me da un beso en la mejilla y de paso aprovecha para lanzarme el golpe.

Amor, tu me puedes prestar dos mil pesos para comprarme un porrito.

Al día siguiente me conecto. Entro a ImLiife. Barbie está en línea. Algunas modelos miran su webcam con los ojos muertos, como peces encerrados dentro de una pecera. Por un momento me quedo observando todas esas ventanas con personas que simulan masturbarse en sus habitaciones. Con tan solo dar un clic puedes acceder a su intimidad y ordenarles lo que se te ocurra. Basta con ingresar los números de tu tarjeta de crédito e imaginar, por unos minutos, que esa persona que ves en la pantalla de tu computador está realmente excitada contigo, y que la mano que te masturba no es la tuya sino la de esa desconocida que finge tener un orgasmo justo en el momento en que eyaculas. Dejo a un lado mis pensamientos. Entro a Facebook para enviarle un inbox a Barbie y me encuentro con que acaba de actualizar su estado:

«Jajajajaja, los niños que me hacían bullying en el colegio, ahora tienen fantasías sexuales conmigo».

Los cazadores de gringas

Publicado: 10 diciembre 2013 en Ralph Zapata Ruiz
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Esta noche Phuru es el rey de la fiesta. Mientras rasga la guitarra, se balancea sobre su propio eje, y canta Mama África, de Chico César, saluda a un grupo de brasileños y, en especial, a las garotiñas que se han refugiado en Kilómetro 0, uno de los bares referentes de San Blas. Los asistentes, en su mayoría gringos y europeos, le responden con efusivos aplausos, o levantando su copa en señal de cuando-termines-vienes-a-mi-mesa. Además de ser el líder de Phuru y la banda sin nombre, el músico tiene otros atributos que saltan a la vista: nariz aguileña, pelo largo, mirada de cóndor hambriento, boca de pez, y un tatuaje mochica en su frente con las figuras del Sol y de la Luna. Ingredientes necesarios para que cualquier gringa desamparada se lance a sus brazos y se deje seducir por su verbo florido. El resto será placer puro.

Miro la escena musical desde la barra. El Kilómetro 0 es un local pequeño, de dos pisos, con una zona de canturía donde apenas caben los instrumentos, una barra de madera adornada con harto trago, y mesas desperdigadas delante del proscenio musical. En el segundo piso hay sofás más confortables. Algunas paredes del bar exhiben fotos del Che Guevara, Marilyn Monroe, y Bob Marley, entre otros artistas. Son las 11 de la noche y Phuru se despide, por un momento, de los asistentes. “Vamos a darle la oportunidad a una banda joven que nos acompaña esta noche”, dice y al rato cinco adolescentes ocupan la zona de canturía.

Phuru sube al segundo piso del bar, donde conversa conmigo. Una rubia, de chompa blanca y generosas caderas, y una brasileña de amplio escote, ambas sentadas en unos sofás negros, los miran fijamente y sonríen. Me emociono porque creo que les atraigo. Phuru les devuelve el gesto levantando su mano, y diciéndoles que abajo la fiesta está sabrosa, y más tarde se pondrá mejor. Las chicas prometen hacerle caso. “¿Brichero, yo? He sido, pero ahora ya no. No me hace falta. La música las atrae a todas, yo no tengo que hacer nada”, cuenta Phuru. Su prontuario amatorio dice que ha degustado a doscientas gringas, pero solo recuerda a dos: una española de 19 años, a la que desvirgó, y una holandesa con la que estuvo a punto de casarse.

Me salvé, gracias a Dios– relata mientras la rubia y la brasileña siguen mirando de soslayo hacia su mesa–. Imagínate como estaría ahora, con crías y aburrido de un solo hueco.

¿Qué pasó?, ¿por qué no te casaste? –le pregunto.

Me llevó a Holanda, me pagó todo, pero cuando llegué allá enloquecí: había tantas muñecas hermosas, que ella parecía chancay de a veinte –dice y suelta una risa que muestras sus dientes afilados–. Me acosté con varias, obviamente, ella se enteró y terminamos. Fue lo mejor.

Phuru viste un pantalón ancho a rayas, un polo negro con un símbolo shipibo, dos pulseras de cuero en el brazo derecho, y una cadena con un cuarzo grande que adorna su pecho flaco. Él es flaco, y alto como una garza. Vino a Cusco hace ocho años, desilusionado de su Cajamarca querida, una región dominada por la minería. “Allá no había bares culturales, donde tocar música”, prosigue el muchacho que soñaba con recorrer el planeta, con su guitarra bajo el brazo. Aterrizó en el ombligo del mundo, acompañado de un paisano suyo que ahora vive en España. “El primer año en Cusco aprendí a brichear. Me enseñaron Hugo y otros músicos de Amaru Pumac Kuntur. Esos tíos sí que la rompen con las gringas. Son una bala”, relata mientras bebe una taza de té piteado.

La charla es interrumpida por un músico de su banda que le exige volver al escenario. La gente lo espera ansiosa. Sobre todo, las chicas. Phuru se despide de mí, y avanza raudo hacia la mesa de la rubia y la brasileña. Ambas lo reciben con sendos besos en la mejilla, se ríen coquetamente, y Phuru les dice algo que no alcanzo a escuchar. Más tarde, irán al Ukukus –uno de los primeros bares de Cusco– tomarán cerveza y tragos que ellas le invitarán, bailarán salsa y rock, Phuru las hará zumbar como a trompo, se irán pegando poco a poco, él les hablará de la energía cósmica que los ha reunido esta noche, ellas le confesarán que buscaban un andean lover, y es cuando él aprovechará para hacer la conexión intergenital. Terminarán en el hotel, ellas besándolo como adolescentes desesperadas y él recorriendo sus cuerpos como explorador extraviado. Claro que no veré esa película, porque Phuru actúa solo y yo aún estoy cachorro para esas lides.

***

Nadie se pone de acuerdo sobre el término brichero, ni desde cuándo empezó a usarse en Cusco. Pero, sus posibles orígenes estarían en las palabras inglesas bridge (puente), breeches (braga o calzón), y brief (corto, fugaz). Aunque, el escritor cusqueño Luis Nieto Degregori añade una más, en español: ‘hembrichi’ (enamorada, pareja). “Empecé a escuchar la palabra a comienzos de los ochenta, cuando volví a Cusco –cuenta el autor de Buscando un inca, un cuento sobre bricheros–. Entonces había lugares para turistas y sitios para cusqueños. No se mezclaban. En ese contexto emerge el bichero, que al inicio instrumentalizó sus rasgos andinos para conquistar a extranjeras. Y, así se convirtió en una leyenda urbana”.

Dos factores fueron claves para la consolidación del brichero en la sociedad cusqueña. Por un lado, el aumento del turismo, que produjo un fuerte choque cultural y la mezcla entre locales y extranjeros; y por otro, la liberación sexual femenina, que permitió el nacimiento de la brichera. Degregori, que bebe un vaso de chocolate de rato en rato, sostiene que la figura del brichero ha cambiado. “Ya no es el indígena que se parece al inca, con cabello largo, nariz aguileña y tez cobriza. Este tipo de brichero está en extinción. Ahora los bricheros son más modernos”, dice.

Lo compruebo mientras hago un recorrido nocturno por las discotecas de la Plaza de Armas. Llego al Templo, acompañado de Álvaro, y al instante se nos acercan dos cusqueñas que se mueven locamente, de la cabeza a los pies, mientras sus senos parecen estar a punto de salirse por esos profundos escotes. Álvaro –que tiene los ojos verdes, el pelo marrón y la pinta de Cristo bohemio– empieza a cortejarlas, a jugar un rato con ellas, a bailar sensualmente, hasta que viene la pregunta del millón. “¿De dónde son?”, los interroga una de ellas. “De Lima”, responden ambos, y antes de que le devuelvan la pregunta, las chicas se miran y les dicen: “Ahorita volvemos”.

Al frente hay un grupo de gringas que bailan solas. Desde que llegaron, les había puesto el ojo. Álvaro, que es más avezado y en cierta forma brichero con clase, empieza a bailar alrededor de ellas, se balancea hacia atrás, juntando su espalda con las de sus gringas-objetivos, sonríe coquetamente, y liga con una. La agarra de la cintura, lo lleva hacia sus dominios, le da una vueltita, pero como no habla inglés, su aventura termina con la canción de Moby. Ahora es mi turno, y he optado por cambiar de gringas y me he concentrado en una ucraniana de revista porno. Ojos celestes, cabello rubio, senos prominentes, y un culo que destaca por el jean a la cadera que viste la modelo-turista.

La miro desde mi esquina, creyendo atraerla por la fuerza del cosmos. Ella me responde el gesto clavando esos ojos celestes en mis pupilas. Suena un reggaeton de Tego Calderón, y entiendo que es mi hora. Me abro paso entre las parejas cachondas que bailan pegadas, y llego hasta mi ucraniana. Está con una amiga rubia. Hi, do you want to dance with me?, le digo canchero. No, thanks, me responde ella y voltea la mirada. Pero como soy más terco que una mula, vuelvo al ataque. Don’t I like you?, le pregunto. Ella, que parece incómoda con el interrogatorio, responde con los ojos iracundos, No. She’s my girlfriend, ok?

Unas cervezas más, abandonamos la discoteca y llegamos a Mama África, en la Plaza de Armas. Álvaro reconoce a dos alemanas voluntarias, que viven en Urubamba. Se saludan, brindan con una chela y se ponen a bailar. Me acoplo al grupo, y me engancho con una gringa de lentes y cabello crespo. Conversamos como dos viejos amigos, nos animamos a bailar, le agarro la cintura y estoy a punto de darle un beso, cuando llega un tipo con pinta de Xerxes, que le toca la espalda. “Estás bailando con mi gringa”, me dice y agarra del brazo a la chica. Es igualito a Xerxes, ese rey persa de la película 300. Es flaco, moreno y pelado, tiene dos grandes aretes en las orejas, piercing en la nariz y boca, bigote en forma de U y viste de blanco. Besa a la gringa de cabello crespo, la pega a su cuerpo, la carga emulando una penetración y le coge el culo. Me pregunto qué de especial tienen estos tipos, mientras bebo mi cerveza.

En Mithologyc las escenas se repiten. Gringas que parecen modelos de revistas, vestidas con shorts que exhiben sus entrepiernas y blusas transparentes, agarran con bricheros con el pantalón roto, dreads, o gorros de rapero. Entonces, recuerdo las declaraciones del dueño de un conocido restorán de San Blas. Que los bricheros ya no son solo los de belleza andina, sino que ahora hay hippies, raperos, limeños frustrados que fungen de galanes acá, y señores adinerados de saco y corbata que utilizan el truco del te-invito-un-trago-y-te-vas-conmigo-a-mi-hotel. A fin de cuentas, ser brichero es una actitud, más que una apariencia. Una habilidad, más que una pose chola o india.

***

Me siento derrotado, humillado por esa sarta de bricheros audaces. Pero como un guerrero valiente, decido jugar mis últimas cartas esta noche. Acudo a Siete Angelitos, ese bar cosmopolita que dirige Walter Atasi Márquez. El fotógrafo, Álvaro Franco se quedó en buenas manos y piernas alemanas, en Mama África. Walter, que es un ducho en la bohemia cusqueña, me cuenta que los bricheros cazan a sus presas con la hierba, sí, con droga. Marihuana o cocaína. “Estos parcheros de San Blas, que venden artesanías, les hacen trenzas a las gringas y les dicen que en sus casas tienen marihuana. Ellas acceden. Ellos aprovechan la situación para sacarles plata, y luego llevárselas a la cama. Todo por la hierba”, señala el gordo Walter.

Hay otro tipo de brichero, asegura, que vende el cuento de la Pachamama. Lo místico, lo autóctono, lo exótico, las leyendas incaicas. Como decía Adriana Churampi Ramírez, una estudiosa de este fenómeno, “(el brichero debe tener) el conocimiento básico de la cosmología andina así como la habilidad argumentativa para recusar con estos conceptos la racionalidad occidental”. Con ella coincide, Víctor Vich, quien sostiene que “se trata, en realidad, de un contador de cuentos que vende un producto diferente (su identidad, su historia) en una ciudad también diferente (ancestral, mítica)”. Este tipo de brichero, según Nieto Degregori, es el genuino, el original.

Pero volvamos al Siete Angelitos. Sobre el escenario está Phuru y su banda sin nombre. Lo saludo desde la barra, y él me responde hablando por el micro. Una pareja de jóvenes brasileños se acomoda a mi lado. Piden dos mojitos, y funjo de buen anfitrión, hablándoles del Perú, de Machupicchu, del Corinthians que esta noche quedó eliminado de la Copa Libertadores. Rosana, ojos negros, cabello lacio, tez blanca, y trasero paradito, se engancha conmigo. Me dice que es publicista, que vive en Río de Janeiro, que está de vacaciones y que Cusco es impresionante. Aprovecho y le suelto una broma, ella ríe y muestra sus dientes perfectos, y por casualidad le rozo la pierna. En eso, Ideilson, el novio de Rosana, interviene y calma los acalorados ánimos, contando que es abogado, tiene entradas para la Copa de Confederaciones y que ya es tarde, así que Rosana es mejor irnos. Se despiden.

Me quedo solo otra vez, como casi todas las noches, observando como los bricheros se levantan a las gringas y europeas en mis narices. ¿Cómo lo hacen?, ¿Cuál es el truco? Dos semanas después conversé con varios bricheros y estos me confesaron sus mañas. Como resultado armé este decálogo para quienes pretenden iniciarse en el arte del bricherismo. Pues, como dijo Nieto Degregori, el brichero nos reivindicó como peruanos, nos levantó la autoestima, nos dijo: Ey, eres guapo y puedes levantarte a la gringa más rica del mundo, aunque no puedas cogerte a la limeña de clase alta porque en el Perú aún sobrevive el racismo. Así que si eres brichero siéntete orgulloso de serlo e infla el pecho, y si no lo eres, te enseño a cómo serlo.

DECÁLOGO DEL BRICHERO

1. Aprende inglés y otro idioma más.

2. Pule una de tus habilidades (música, baile, circo, magia).

3. Tienes que ser atrevido, arrojado.

4. Si no perseveras, no la consigues.

5. Aprende chistes en inglés, tienes que ser alegre.

6. Documéntate sobre la cosmovisión andina: los incas, los apus.

7. Acude a los bares cosmopolitas: Kilómetro 0, Siete Angelitos, Mama África, el Templo.

8. Sé práctico y no te enamores. El que se enamora, pierde.

9. Lee mucho de psicología y las leyes cósmicas de la atracción.

10. No te desanimes si te chotean. Vuelve recargado.

Con esos tips interiorizados, volví al Inka Team, una discoteca que los fines de semana revienta de gente, de gringos en busca de su andean lover y latinos eufóricos. Allí me encuentro con dos anfitrionas del café con piernas, que me presentan a una argentina de ojos saltones y anchas caderas. Hacemos clic al toque. Le invito un trago, bailamos salsa sensual, la atraigo hacia mi pecho, en cada vuelta su trasero choca contra mi miembro viril. Nos miramos fijamente y me lanzo al ataque. Le digo que anoche soñé con ella, que sabía que la encontraría allí, que el destino nos había enlazado. Ella pensó lo mismo y se abalanzó sobre mis brazos, en un beso perpetuo. Después no hubo palabras, solo baile, trago y un chau-chicas-nos-vamos. Esa noche le hice el amor con furia. Y hasta ahora no entiendo cómo la conquisté. Solo sé que todo está en la actitud, en el buen trato, en creértela, en no desistir. Claro que no me levanté a una gringa, pero por algo se empieza. Eso pensaba mientras caminaba rumbo a casa, luego de una noche agitada.

Las piernas del café imperial

Publicado: 11 julio 2013 en Ralph Zapata Ruiz
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A Penélope no le gusta el fútbol, pero esta noche viste un ajustado polo de la selección peruana y una minifalda negra que destaca sus anchas caderas. Escote profundo, tacos negros de siete centímetros, pulseras en el brazo derecho, aretes largos y dorados de fantasía, y perfume a chocolate. Sentada en una alargada silla negra de porcelana, en la barra del café, lee con placer una revista de la editorial Televisa, mientras –de rato en rato– interrumpe su lectura para ir a atender a un nuevo cliente. “Espérame un ratito, ya vuelvo –me dice, y sus labios rojos y gruesos se mueven sensualmente–. No te vayas a ir”. Cuando se aleja, sus caderas se contornean como si estuviera en una pasarela imaginaria. Saluda con un beso en la mejilla a un tipo de lentes cuadrados y terno, que llega acompañado de un grupo de amigos.

Los clientes se sientan en unos cómodos sofás blancos, en un ambiente privado, donde hay un televisor que casi todas las noches exhibe videos musicales. El local se llama Top coffee blue, se ubica en la avenida Santa Catalina Ancha, y es el segundo ‘café con piernas’ de la compañía, formada hace una década por tres cusqueños curiosos que importaron la idea de Chile. Fue allí, en ese país sureño, donde nacieron los ‘café con piernas’ en la década de los noventa, luego de la dictadura de Pinochet.

El Barón Rojo fue uno de los pioneros, y revolucionó el negocio: las chicas atendían en bikinis y siempre animaban el día con el famoso “minuto rojo”, sesenta segundos donde las azafatas se desnudaban para los clientes. Eso sí: se miraba, pero estaba prohibido tocar. Ahora, en Chile se calcula que hay más de 170 cafés con piernas, que mueven más de medio millón de dólares mensuales. En Cusco, el primero fue bautizado como Top Coffee Green y –según cuentan los cusqueños más antiguos– era exclusivo para hombres. Aún abre sus puertas y atiende en triple turno: mañana, tarde y noche.

César Salazar Dolmos, uno de los dueños, me cuenta que decidieron abrir su primer local luego de viajar a Chile con los otros dos socios y que, en parte, se dejaron seducir por la idea de tener un café-bar propio. Mejoraron algunas cosas, quitaron otras y adaptaron el concepto foráneo al ambiente cusqueño. El resultado fue un local pequeño, para cuarenta personas, con una barra circular de vidrio, confortables sofás blancos, el mismo color de las paredes que muestran dibujos pop art de mujeres encadenadas, sensuales y elegantes. Luces azules de neón terminan de decorar el ambiente, que de lunes a sábado, desde las 10 am –y hasta la madrugada– se encarga de estimular un grupo de chicas universitarias, vestidas con prendas ligeras y una sonrisa seductora.

***

Lisbeth Dávalos, de 22 años, atiende en el Top Coffee Green de la plazoleta Espinar, que se ubica justo al frente de la iglesia La Merced, a escasos metros de la Plaza de Armas. Ingresó hace cuatro años, movida por el deseo de ganar su propia plata y pagarse una carrera en la universidad. Su trabajo consiste en servir expresos y bebidas alcohólicas, porque el local expende, de noche, tragos y cerveza. La diferencia de horarios marca también el pago a las chicas: Lisbeth, que trabaja de seis de la tarde a diez de la noche, gana 24 soles, solo cuatro más que las azafatas diurnas, quienes cobran 5 soles por hora.

Si bien el sueldo no es gran cosa, como añade Lisbeth, la flexibilidad de los horarios y la comprensión de los dueños sí la incentivan, al igual que al resto de chicas que trabaja en el café y a la vez estudia en alguna universidad o instituto. Aunque, sin duda, el mayor estímulo para ellas es la propina que les dejan los turistas extranjeros y peruanos. En recompensa, ellas los hechizan con sus labios brillosos, sus faldas y minivestidos ajustadísimos, escotes profundos y tacos altos. Pues saben que todo entra por los ojos, y ellas se encargan de subir la testosterona en este café-bar.

Y fuera de él también, porque la noche es virgen y la diversión recién empieza –me dicen Penélope y Celeste, esta última una azafata, cuyos padres creen que trabaja en una pastelería cusqueña–. Ambas anfitrionas han cambiado las microfaldas por jeans a la cadera y escotes más pronunciados, porque estamos en el Inka Team, una discoteca  donde abundan los bricheros y bricheras, tanto como los besos cachondos, y a nadie le importa cuánta ropa llevas puesta, y si no la llevas es mejor, porque lo importante aquí es cogerte a una gringa y pasarla rico, bailando música electrónica y sobando tu cuerpo junto al de tu pareja, como lo hace ahora mismo Penélope y Celeste, que hace rato ya me abandonaron para irse con un par de morenos con pinta de chaleco de boxeador, a quienes le mueven el trasero en círculos y le acercan, con descaro, sus escotes, y yo solo me río porque recuerdo lo que hace unas horas me decía Celeste, que un día un viejo mañoso trató de tocarle la pierna y ella lo puso en su lugar porque no le entra a esas cosas, ella es una señorita de su casa y no se divierte hasta tan tarde, aunque ahora sean las 3 de la mañana, y su amiga Penélope esté prendida del hombro de uno de los morenos, al que después le toca el pecho y se lo masajea suavemente, y esa escena vapulea lo que antes te dijo: que no era una ‘mandada’ ni hacía desnudos, y que su mamá siempre la recogía del café, y entonces todo te da vueltas, vueltas, vueltas, como ese pegajoso reggaetón que suena en los altoparlantes de este local que huele a sexo.

***

– ¿Eres casada? le preguntó un mexicano, de 40 años y barriga prominente, a Marianella, una cusqueña que tiene un aire a Viviana Rivasplata, pero sin el lunar cerca de sus gruesos labios carmesí.
–Sí, le engañó ella, como para sacárselo de encima. El mexicano, como todos los extranjeros que fungen de galanes en países que no son el suyo, insistió con fiereza. “Pero puedes divorciarte y casarte conmigo”. Ella le contestó que no, que tenía enamorado y era el barman del café, que se llamaba Edson y lo quería muchísimo, así que señor –por favor– deje de insistirme sino quiere que llame al dueño del local. El mexicano, que acudía religiosamente al café, nunca más volvió.

Ese día, que fue hace tres meses, Marianella descubrió un arma poderosa para espantar a los hombres que la pretendían. Se llamaba Edson y lo conoció hace cinco meses, cuando ella retornó a trabajar al café, después de una corta temporada de vacaciones. Se hicieron amigos, empezaron a salir y un buen día Edson la conquistó con detalles: rosas, chocolates y poemas. Es amor puro, del bueno, me cuenta la azafata. Asiento con la cabeza porque, seamos sinceros, Edson no es Brad Pitt, tiene acné en la cara, usa gel barato para su cabello, anda desfachatado y habla mal.

Pero el amor es ciego, dice Marianella, y añade que lo suyo es amor de barra. La chica que viste una microfalda jean celeste, una bufanda negra que le cubre su cuello blanquísimo, y unas botas negras de tela que estilizan aún más sus piernas largas y duras, me cuenta que baila saya, en sus ratos libres, y que se hizo de un préstamo financiero hace dos años para cumplir su promesa de viajar a Puno y danzar en la fiesta de la Virgen de la Candelaria. También que ya le falta poquito para terminar ese crédito que la obligó a regresar al café, a este lugar donde ahora conversamos, relajados, ella detrás de la barra, sentada en una silla de porcelana más alta que la mía, y yo un poco incómodo porque el asiento es muy angosto, pero a quién diablos le importa eso cuando Marianella te mira con sus ojazos gatunos, y el aire le revuelve, de cuando en cuando, su pelo lacio, y sus dientes de conejo relucen cada vez que ríe como una señorita educada, mientras tú bebes un café expreso esperanzado en que te quite la resaca del día anterior, y ella cruza las piernas como Sharon Stone en Bajos Instintos, y entonces se te esfuma la resaca porque loque ves exige total atención, mientras ella sigue hablándote como una lora, de Edson, de  su relación amorosa, y tú solo te concentras en sus piernas blanquísimas, en su gloriosa entrepierna y en ese calzón rosadito con corazones que logras ver cuando ella cruza las piernas, y piensas que estás en el cielo, porque ella le agrega más miel al pastel cuando te cuenta que recién hace cuatro meses usa tangas, que la hacen ver más sexy y femenina, pero no hilos, porque esas cosas la incomodan y ella es una chica de buena familia, de gustos sobrios, como los colores claros de sus interiores, tan atractivos como ella misma, que sigue hablándote, diciéndote que estaría dispuesta a sorprender a Edson vistiéndose con un minivestido ajustadísimo, con un profundo escote y unos tacos 15, y entonces fantaseas un rato con ella, como seguro lo hacen todos los clientes cada vez que cruzan esa puerta de vidrio y Marianella se les acerca, con su microfalda celeste y sus botas negras, y algunos de ellos le hacen propuestas indecentes, y ella te confiesa que es tímida y reservada, y que los cusqueños son unos malpensados y los extranjeros más lanzados a la hora del flirteo, y luego te suelta una seguidilla de halagos hacia Edson, pero después te dice que el amor es agridulce cuando tú le preguntas si se casará con él, ansioso porque te diga que no, pensando en que tal vez, algún día, tú tendrás la oportunidad de conquistarla, porque te enamora más cuando te dice que es una voraz lectora, amante del baile y de la diversión, y tú te la imaginas trayéndote un expreso, acercándose todita, con ese escote que es la puerta al paraíso y esa microfalda que es como un imán, tan parecido a este café donde lo único que no harás será aburrirte.

***

Es curioso pero casi todas las chicas que trabajan en alguno de los Top Coffee, incluso dos bármanes, aseguran que su mayor deseo es abrir su propio café con piernas, al que le agregarían más sensualidad, empezando por las chicas: le subirían dos dedos a sus faldas, le abrirían más sus escotes y jugarían con la mente de los clientes, proponiéndoles un espectáculo de trajes temáticos: de enfermeras, policías, barristas, mucamas y dominatrices, porque están seguros de que el café no hace sino despertar deseos dormidos. Eso me cuenta Paul Suni, de 21 años, el barman del café que ya sueña con su local propio. “Porque es un negociazo –me dice–. Llegan ejecutivos, futbolistas del Cienciano y del Real Garcilazo [dos clubes profesionales de Cusco], dueños de restaurantes, y turistas extranjeros y locales. Y a todos les gusta mirar las piernas de las chicas”.

También van grupos de amigas, sí de chicas, porque el café no es excluyente, sino que pretende ser un sitio de reunión, un punto de encuentro, me dice Maricel de los Ríos, una cusqueña asidua al local, recién desde hace tres años. “Porque antes venían solo varones, hasta que las chicas nos liberamos y decidimos acudir por curiosidad. Fue así, como poco a poco, empezamos a frecuentarlo. ¿Qué nos atrae? Ya no la curiosidad, sino la oferta de tragos, el lugar que es privado y seguro, y que se puede conversar de cualquier cosa. A eso le sumo la buena atención, incluso algunas de mis amigas trabajaban aquí antes, y yo venía a saludarlas un rato”.

Pero como no todo lo que brilla es oro, el Top Coffee también ha pasado malos ratos, confiesa César Salazar, y añade que antes –por ejemplo– venían chicas que facilitaban sus teléfonos a los clientes, o salían con ellos. Por eso decidió cortar las malas hierbas y poner ciertos mandamientos: no conversar con los clientes, no dar sus números telefónicos, no ser malcriadas, y poner buena cara siempre. En esto último César hizo énfasis, pues considera que el gancho de su negocio son las chicas, educadas y atractivas, además de los eventos que se organiza allí, como desfiles de lencería y espectáculos deportivos.

Las sesiones de fotos también atraen a los turistas a este café, como ahora en que el fotógrafo dispara ráfagas hacia Rosita, una limeña morena y de sonrisa encantadora, a la que el fotógrafo le dice que suba una pierna a la mesa y la otra la deje en el piso, formando una L que exhibe sus muslos duros y glamorosos, aun cuando estén cubiertos con ligas negras. Al costado, un grupo de gringos bebe cerveza y no les importa si son las 11 de la mañana de un lunes cualquiera, porque lo mejor es ver a Rosita levantando la cola y acercando sus pechos hacia la cámara, cruzando las piernas, sonriéndole a uno de ellos, que la observa con cara de cachondo y seguro se la imagina desnuda.

Desnudos es lo que no haría Meche, una azafata cusqueña de 23 años y muslos blancos, que contrastan con una falda jean cortita que lleva puesta. Esa misma falda que enloquece a un grupo de europeos que la llaman, a duras penas, en un español masticado, para que los atienda. Porque cuando se te acerca una chica como Meche, con las uñas pintadas como bandera, de fucsia, azul y plata, y miras su cuello adornado por una cadena con la cruz de David y el espíritu santo, y te provoca con sus labios carnosos diciéndote que la acompañes a su casa para conversar más tranquilos, y entonces llegas y descubres los cuadros que restaura, porque ella es una artista que estudió en Bellas Artes y ha reparado pinturas de San Jerónimo y otros santos, y piensas que también podría recomponer tu vida, y empieza a hacerlo, cuando te cuenta que solo ha tenido tres enamorados, y su relación más larga fue de seis meses, y mientras dice eso cruza sus piernas poderosas y sonríe coquetamente, se agarra el cabello y va desnudando su interior, de a pocos, para ti, contándote que la cena perfecta para ella sería en una cabaña campestre, con fogata incluida, un buen trago, ella vestida con ropa muy ligera, como un babydoll rosado princesa cortito y tacos 12, y que tendrías que ser detallista para conquistarla, comprándole cirios azules, por ejemplo, pero no rosas rojas porque son muy comunes y ella es especial, tan especial que aún es virgen, aunque no lo creas porque seguro eres un malpensado, pero ella te confiesa que su primera vez le gustaría que fuera con un hombre confiable, y reitera que se muere por ser conquistada y entregarse en cuerpo y alma, pero por ahora anda solita, por si acaso, aunque como es cauta siempre viste hilos dentales porque la hacen ver más mujer de lo que ella a veces se siente, y claro que para los clientes es un mujerón, con la que muchos sueñan compartir una cama. Y, si quieres conocerla, te recomiendo que vayas al café con un ramo gigante de esos benditos cirios azules, que será la puerta de acceso a sus dominios. Pues, al fin y al cabo, la vida es como una taza de café: puede estimularte o adormecerte, aunque sin duda en cualquiera de los Top Coffee lo primero siempre se cumplirá.

Sado gay: sufrir por amor

Publicado: 10 diciembre 2012 en Enzo Maqueira
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Soy el artista de la familia. El tipo raro que juega mal al fútbol. Un heterosexual gay friendly en el único bar sadomasoquista gay de Buenos Aires, el único de Latinoamérica.

—Leather –me dice mi amigo Charly, dueño del lugar–, somos un bar leather.

Y me sirve otro vaso de cerveza. Carlos “Charly” Borgia está sentado del otro lado de la barra. Tiene puesta una camisa, un pantalón y una muñequera, todo de cuero. Él y yo somos los únicos que estamos vestidos. Somos amigos hace diez años, cuando yo no era escritor y él no era el rey de la noche sado. “Leather”, repite Charly y me deja solo porque están tocando el timbre. Una luz al lado de la puerta se prende cada vez que un nuevo cliente quiere entrar. Charly le entrega una bolsa negra. El cliente tiene cuarenta años, es flaco, pelo corto. Se mete en un cuarto y se saca la ropa, la guarda en la bolsa, se pone un arnés de cuero. Como un Clark Kent recién salido de la cabina de teléfonos, aparece en el medio del bar listo para la noche, con el pito y la cola al aire. La luz se vuelve a prender.

—Ya vengo –dice Charly y agarra otra bolsa negra.

Así empiezan los sábados en Kadú. Entre las once de la noche y la una de la mañana llega la mayoría de los clientes. Casi todos son habitués: hay una tarjeta con su nombre en donde se anotan los consumos. No hay bolsillos para guardar la plata en Kadú; se fía hasta el final de la noche. Los clientes lo toman con la misma naturalidad con la cual dejan su ropa de todos los días adentro de una bolsa. Charly me explica que no todos son gays declarados; hay clientes que tienen esposa e hijos, o que tienen pareja homosexual pero ocultan su gusto por el fetichismo. Van muchos personajes del mundo del arte, del diseño, de la arquitectura. Tipos que ahora están desnudos y usan accesorios de cuero.

—Cerrá los ojos –dice Charly y me acerca su muñequera a la nariz–. ¿Sentís? Ése es el olor del cuero. Hay gente que acaba con este olor.

La cultura leather incluye al masoquismo, al fetichismo, al fisting y al bondage, palabras que se suelen resumir con las siglas BDSM. Hasta antes de pasar mi primera noche en Kadú esas palabras significaban imágenes sueltas: un tipo con látigo, un debilucho en pañal de bebé, un hombre de bigotes y gorra de cuero que besaba un pie. No tenía modo de imaginarme fisting o bondage. Del primero sólo sabía que era meter puños adentro del culo (pero lo sabía de un modo muy vago, como uno sabe que algún día se va a morir); del segundo, que alguna vez leí esa palabra en internet. En Kadú aprendí los matices: a las doce y media de la noche ya hay un hombre arrodillado en un rincón, desnudo, excepto por una correa en el cuello. Es uno de los siete esclavos de Charly y todavía está en fase objeto. Hay tres niveles para el que disfruta ser sometido: el objeto, la mascota y el siervo. “Le puedo ordenar que esté ahí como si fuera un florero y no se puede mover hasta que yo le diga. O que sea una mesa para apoyar los pies, o que esté parado como un velador”. Habla mirando a su esclavo, lo señala, me obliga a mirar. El esclavo no puede devolvernos la mirada y eso es lo que lo excita. Tiene menos de treinta años, es morocho, cara de bueno. “La gente cree que el sadomasoquismo es violencia y sometimiento, pero acá no se violenta la voluntad de nadie. Todo es acordado previamente. Y no hay sometimiento: es una relación recíproca de confianza”, dice Charly.

Tengo varios amigos gays, bi o con orientaciones sexuales alternativas, pero Charly fue el primero. Todos alguna vez pensaron que me reprimía. Debo ser el único que nunca dudó. Fui a colegio de varones, católico, y mis compañeros se juntaban para comer chizitos y escupirse. También, en los campamentos, cuando los curas dormían, se masturbaban en ronda.

Yo no hacía ninguna de esas cosas.

Yo para ellos era el maricón.

Ahora, según Facebook, mis compañeros están casados. Yo estoy haciendo una crónica en un bar de sadomasoquistas.

***

En el escenario hay un chico con una remera de látex y la cola –y el pito– al aire. Un pelado de unos cuarenta años, alto, tonificado, con un tatuaje y cadenas que le cruzan el pecho también sube.

—Se llama Alan –dice Charly– tenés que ver cómo le va a dar pija.

Hay una diferencia entre pito y pija. Lo que veo alrededor son pitos, porque no hay erecciones y todos parecen inofensivos. En cambio Alan tiene una pija. El esclavo se pone de cara a la pared y Alan le pega en la cola con un látigo. El esclavo se arquea como si hubiera recibido un tiro. El pelado Alan se pone loco. Se planta bien en el suelo. Es la primera vez que veo dos hombres teniendo sexo.

—¿Y? –me pregunta Marcos, el flaco de pelo corto que vi desnudarse cuando entró y ahora toma gin tonic en la barra– ¿Te gusta?

Le digo que no me provoca nada, que en diez años de amistad con Charly vi de todo, pero nunca me excité; que todos mis amigos gays piensan que me reprimo.

—No es represión –dice Marcos–. Es si te calienta o no.

Me tranquiliza escucharlo. Marcos lleva puesto un arnés que roza sus tetillas, usa un brazalete de cuero con pinches y una muñequera. Es psicoanalista y habla claro y con voz firme.

—La sexualidad es sólo una particularidad más del ser humano. Según Freud hay tres clases de masoquismo: el erógeno (el gusto en experimentar dolor), el femenino (se basa en el erógeno y está vinculado con ser amordazado, atado o sometido a obediencia incondicional) y el sentimiento de culpa. Pero todas esas categorías freudianas hoy en día están dejadas de lado. Es como si dijéramos, todavía hoy, que la homosexualidad es una enfermedad. Lo cierto es que cada cual goza como le sale o como puede.

Le digo que sería una forma de resolver la castración del falo, que el falo es el significante de la falta, que un fetichista resuelve la castración con el objeto de deseo.

—Todo eso quedó atrás –Marcos dice que no con la cabeza–. Cualquier parte del cuerpo puede servir como objeto de satisfacción. El juego del cuero sería como cualquier otro juego. Se juega lo erótico en relación al poder. Hay mujeres más “pijudas” que sus maridos.

***

Tengo puesta una remera de Pearl Jam que Charly me prestó apenas me vio llegar vestido con jean y camisa, porque “un leather ve una camisa que no sea de cuero y sale corriendo”. Pensé que la remera era suficiente para pasar desapercibido, pero soy el único que no tiene arnés, correa o guante de cuero. En un bar de fetichistas, me convertí, sin quererlo, en un objeto de deseo.

—El leather surge en los ochenta como una respuesta al estereotipo del mariquita –dice Charly–. Se buscó un look masculino, con camperas y pantalones de cuero, al estilo de las pandillas motoqueras de Estados Unidos. A la imagen del gay afeminado se le contrapuso la fuerza del cuero.

El cuero también se usa como una vía de comunicación.

—Si vos venís a un bar como éste y ves a alguien con collar de perro en el cuello, sabés que es un esclavo; si lo ves más vestido o con cadenas cruzadas, lo más probable es que sea un dominante. Es un modo de entablar un vínculo sin tanto preámbulo.

Marcos quiere sumar su punto de vista. Cuando empieza a hablar me doy cuenta de que tiene ropa de dominante. Pienso que quizás espera que el alcohol me haga relajar un poco:

—El cuero tiene reminiscencias a la vestimenta de guerra romana, a los gladiadores, a las fuerzas policiales y militares, supuestamente viriles. Además, ¿por qué no usar cuero? Yo vengo a Kadú en búsqueda constante y quizás interminable de mis propias posibilidades de gozar. Mi formación universitaria y mi práctica profesional fue atravesada por Freud, Lacan, Foucault y sus discípulos, seguidores y repetidores. Sin embargo nunca vengo como observador/téorico o teórico/observador; necesito ser participante y entregarme a esa colectiva borrachera de exultante naturaleza psicológica.

***

En los recreos, mis compañeros jugaban a perseguirse, a pegarse, a darse patadas. Yo me quedaba en un rincón del patio. En Kadú hago algo parecido: estoy en la parte de arriba, donde todo sigue pareciendo un bar aunque haya doce tipos desnudos y el pelado Alan tome cerveza en copas de cristal negro, en la mitad de la barra, al lado de Tommy. Son la primera pareja BDSM legalmente casada y la fiesta de casamiento fue acá, unos meses atrás. Conversan en ronda con otros tipos, Charly incluido, y de repente todo parece tan normal como en cualquier otro bar. Empiezo a controlar el miedo a que “me pase algo”. Sé que es un miedo de clase media, burgués, de un fascismo teledirigido, pero me resulta inevitable. Después de verlos charlar un rato largo logro reducir mis temores a la sensación de incomodidad de un vestuario de club. Entonces Charly llama a su esclavo, el morocho con cara de bueno que estuvo todo este tiempo quietito en su rincón. Le pide que se la chupe a todos los que están en la ronda, le acaricia la cabeza. En un rato, Charly me va a preguntar si quiero ver algo chancho y el morocho va a abrir la boca y él le va a hacer pis dentro, un chorrito caliente, y le dirá que cierre la boca, pero no ahora.

—Se porta bien este esclavo –dice, y me guiña un ojo.

***

Alexis fue mi segundo amigo gay. Dio la casualidad de que también era leather. Se lo presenté a Charly hace un par de años; me lo agradeció como si le hubiera hecho el segundo mejor regalo de su vida (el primero había sido para un cumpleaños, cuando le mandé un chico lindo que le tocó el timbre a las doce y un minuto de la medianoche). Alexis se convirtió en una estrella de Kadú. En su vida cotidiana era un neurobiólogo prestigioso, con publicaciones en revistas de ciencias y viajes por el mundo. En Kadú practicaba la auto-felación sobre esa misma barra donde ahora apoyo mi vaso de cerveza. Nunca lo vi, pero cuentan que se subía a la barra, se acostaba, levantaba las piernas y llegaba a chupársela. Lo hacía delante de todos.

A los 13 años había tratado de chupársela por primera vez. A los 22 hizo un segundo intento. Hasta ahí, nada diferente a la vida de cualquier hombre; pero Alexis tuvo disciplina y perseverancia. Sólo eso, y una cierta curvatura natural de la espalda. No tuvo que hacer yoga, ni cortarse el frenillo. Fue práctica. Ahora Alexis viene cada tanto a Kadú, pero tiene un perfil más bajo. Hoy vino porque quise que nos encontráramos en el lugar donde el neurobiólogo Alexis es leyenda. A él no le gusta hablar de leather, sino de BDSM. Y no siente nada por el cuero. En cambio, desde chico tenía fantasías con ser secuestrado, que lo ataran y le pegaran. Es algo que charló muchas veces con su analista, un tipo que lo alentó a buscar los límites de su propio placer. Los buscó en Kadú, con su show de auto-fellatio. Me lo cuenta todo rápido, porque son cosas que me contó muchas veces por chat. Y repite la historia que más me impresiona:

—Una vez conocí a un francés por chat que me invitó a pasar tres días en su casa, en el sur de Francia. Lo que más me enloqueció es que el tipo tenía un garage acondicionado con elementos de BDSM: cruces, cadenas, arneses… Durante esos tres días yo era su esclavo y no podía salir de ese rol. Cada dos horas, aproximadamente, teníamos una sesión. Un día me ató y me cubrió el cuerpo con papel film, como si me estuviera momificando; otro día me hizo dormir en el piso. Me despertaba a cada rato. Era como estar tres días en una sesión de tortura.

Le pido a Marcos más precisiones. Me dice que el esclavo se siente apreciado al darle placer al otro. Que de él depende, también, el placer del otro.

«Antes de comenzar un vínculo con un nuevo esclavo, en muchos casos se firma un contrato: ahí el esclavo tiene que escribir todo lo que no está dispuesto a aceptar. Ése es el único límite. El contrato puede ser escrito o de palabra. Lo demás es imaginación.»

—El deseo de ofrecerse es siempre placentero. El esclavo no se siente denigrado, hay una relación erótica que lo hace sentirse valorado sexualmente como objeto. A veces no hay que preguntarse nada sino escuchar atentamente a los protagonistas de las llamadas ‘orientaciones sexuales alternativas’ frente a la hegemónica norma mono-hetero-sexista.

***

—Yo leí mucho a Foucault –dice Charly, mientras se saca las botas de cuero–. Vos nunca podés saber quién es el dominado y quién el dominante. La base del leather no es la humillación ni la violencia. Es la confianza. Antes de comenzar un vínculo con un nuevo esclavo, en muchos casos se firma un contrato: ahí el esclavo tiene que escribir todo lo que no está dispuesto a aceptar. Ése es el único límite. El contrato puede ser escrito o de palabra. Lo demás es imaginación.

Se saca las medias. Después empuja a su morocho hasta el suelo y le pide que le lama los pies.

Pienso que también mi amigo habrá obedecido alguna vez, que también él estuvo en ese mismo rincón donde ahora está de rodillas Leónidas, con una máscara de látex que sólo tiene dos agujeritos para respirar. “¿No se aburre?”, pregunto sin darme vuelta. “Es la idea”, contesta y me dice al oído que adentro de la máscara no se ve nada, que apenas se siente, que el látex se pega a la piel y parece que estuvieras en un ataúd. Y mira para abajo otra vez.

—Pero entregarse al otro es una forma de olvidarte de vos –Charly se pone serio–. Tanto si sos esclavo como si sos dominante, estás dejando tu ego para darle placer al otro. Hay una cuestión de despersonalización atrás de todo esto. El resultado es muy parecido a meditar: no hay ego.

Su esclavo está esperando que termine de hablar conmigo. Empiezo a sentir que por mi culpa Charly no se está divirtiendo; que sus esclavos me deben odiar porque lo distraigo con mis preguntas. Le aviso que me voy. “Antes tenés que ir al subsuelo”, dice Charly y me señala la escalera que entra en lo más profundo de Kadú.

***

Si la palabra “sordidez” tuviera una escenografía, sin dudas sería la del subsuelo de Kadú. Un pibe de veintipico recostado en un sillón, quieto, como si estuviera muerto. Otros dos parados al lado del baño, mirándose mientras se masturban. Adentro de un cuarto hay una ronda: cinco tipos desnudos y olor a transpiración. En otro cuarto, mucho más chico, hay un hombre colgado de un arnés. Lo tienen atado de pies y manos, con las piernas abiertas. Le están metiendo algo. Camino rápido entre un cuarto y otro, con la cabeza gacha, tratando de pasar inadvertido con mi remera de Pearl Jam. Sé que no va a pasar nada que yo no quiera, que es un miedo machista y retrógrado, incluso homofóbico; pero tengo terror a que me cojan. Sin embargo me quedo en mi lugar. Lo siento como un acto de valentía, también como una prueba a mi heterosexualidad. El pelado Alan baja las escaleras. Trae a Leónidas de la mano, que todavía tiene puesta la máscara de látex. Lo ayuda a subir a una tarima. El pelado ata a Leónidas en una cruz; le pega con un látigo, le retuerce los testículos, le estira el pito. Los demás se empiezan a acercar; hacen un semicírculo de tipos desnudos. ¿Mostrará la pija tan grande que tiene el pelado? Todos miran, excepto el chico del sillón, que consiguió quien se la chupara. Recién entonces me doy cuenta de que hasta ahora ninguno acabó. Charly dice que los clientes se reservan la eyaculación para que la noche sea más larga; van a acabar cuando les parezca que ya no pueden ir más lejos. Mientras tanto son hombres desnudos en semicírculo.

Sigo siendo el único que está vestido.

***

Ahora el silencio tiene la forma de una canción de Rammstein. Los tipos se empiezan a mover y algunos vuelven al cuarto del arnés. Tengo la sensación de que es el momento de irme, pero me quedo. Algo está por pasar. Trato de reconocer caras familiares, pero no veo a Alexis, ni a Leónidas, ni tampoco a Marcos. Lo que veo son cuerpos, y de entre los cuerpos una figura que viene hacia donde estoy. Tengo tres segundos para imaginar que Charly viene a protegerme, con su pantalón de cuero negro, mi sado-superhéroe favorito. Tres segundos para imaginar qué pensarían mis compañeros de escuela si me vieran ahí, rodeado de pitos, el maricón que quería ser escritor. Mientras tanto lo veo venir con la música de Tiburón en mi cabeza, los ojos fríos, midiéndome para atacar.

Que me gustara Queen en la adolescencia, que a los dieciocho fuera a la cama solar. Una vida plagada de señales ambiguas, predestinada por esos gallitos de colegio católico que se burlaban de mí. Y por fin el pelado, Alan, está adelante mío: alto, fuerte, un Godzilla que abre las garras para llevarme. Es el momento de cruzar la barrera o de retirarse. No lo dudo: subo corriendo las escaleras, sin mirar atrás, y cuando estoy arriba le pido a Charly mi camisa a rayas y me saco la remera de Pearl Jam. Le digo que me disculpe con el pelado. Me da vergüenza haberme escapado así. “No te preocupes”, contesta Charly y hace ese gesto de tirar la mano para atrás, como si de verdad no tuviera que preocuparme. Cuando camino de vuelta a casa, una y media de la mañana, en una noche fresca de sábado en Buenos Aires. Escucho que alguien canta en un departamento. La voz viene desde un segundo piso, living iluminado, lleno de globos; un tipo de mi edad, con micrófono, al lado del televisor. Su novia rubia lo aplaude; sus amigos lo miran entusiasmados. Parece ser una especie de karaoke en el medio de una despedida de solteros, o un cumpleaños, o algo parecido a una fiesta. Ahí debería estar yo, y después subir las fotos al Facebook. Pero no. Soy un heterosexual gay friendly. El artista de la familia. El tipo raro que juega mal al fútbol.