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El día que Wendy Sulca dijo que quería cantar, su padre le pegó. La niña tenía seis años y en varias ocasiones se colaba en los ensayos de Los Pícaros del Escenario, el grupo de música popular peruana donde él tocaba el arpa. Aquella vez, con la sinceridad y el descaro de la infancia, Wendy le espetó a gritos que la vocalista del conjunto no sabía cantar, que ella lo haría mejor.

—¡Papito, déjame cantar!— le rogó.

Dos golpes después, la pequeña corrió a su cuarto y, sobre su cama de colcha rosa, escurrían sus lágrimas de coraje y frustración. Entonces llegó su madre para consolarla y mientras le acariciaba el cabello le prometió:

—Hijita, no te amargues. Si quieres cantar, yo te voy apoyar.

Lidia Quispe recordó que cuando era niña ella también soñaba con ser cantante. Era una aguerrida fanática de la música andina y pasaba sus días evadiendo el trabajo en el campo al escaparse a las presentaciones folklóricas en Ayacucho (sur de Perú), donde nació. El día que la violencia terrorista de Sendero Luminoso obligó a su familia (como a tantas otras) a emigrar hacia Lima, comenzó a vender caramelos en los microbuses de la capital del país. Le daba vergüenza cantar ante los desconocidos, pero lo hacía en voz baja al caminar por la calle. Algunos años después, un amigo la invitó a su rudimentario estudio para que grabara un caset. Y eso fue lo máximo que pudo lograr. Porque nadie (ni siquiera sus padres) vio con buenos ojos que “una cholita” pudiera triunfar en los escenarios de Lima.

Así que al ver llorar a su hija se prometió a sí misma convertirla en artista. Primero convenció a su marido para que le permitiera a Wendy cantar alguna canción en sus conciertos. Luego se enteró de que Sonia Morales, “la reina del huayno con arpa”, estaba organizando un concurso para descubrir a los nuevos talentos de la música folclórica peruana. No dudó en inscribir a Wendy y, ante el asombro de muchos, la niña fue superando cada etapa del certamen hasta que ganó. Pero los premios prometidos (un traje típico y la grabación de un disco, entre otros) nunca le fueron entregados.

Un señor que había visto el desempeño de Wendy durante el concurso y que se presentó como “productor musical” le dijo a Lidia:

—Señora, su hija tiene mucho talento. Qué le parece si hacemos un vídeo con ella, para tener una clara muestra de lo que hace, para que se vaya dando a conocer.

No iba a ser gratis, claro. Pero su raquítico sueldo de empleada en una fábrica de peluches apenas alcanzaba para completar los escasos ingresos que aportaba su esposo. ¿De dónde, entonces, iba a sacar dinero Lidia para “invertir” en algo así? Pues haciendo polladas: fiestas familiares donde cada asistente contribuye a una causa con la cantidad que esté dentro de sus posibilidades.

Organizó dos polladas y con lo que obtuvo compró un retazo de tela roja, cartoncillo, pegamento e hilos dorados, y ella misma hizo el vestido para su hija. También la canción que iba a interpretar. “Desde chiquita, a Wendy siempre le gustó mucho la tetita. Me perseguía por todos lados: ´mi tetita, mi tetita.´ Le di el pecho hasta que cumplió tres años. Y, como a mí siempre me ha gustado componer, pues dije: voy a sacar una canción de eso para la niña”, me contó el pasado otoño, cuando vino a Madrid acompañando a su hija, quien era parte del cartel del YouFest.

Lidia se empeñó en que el vídeo fuera grabado en su pueblo, entre su gente. Porque le hacía ilusión que ellos también participaran. En el camino hacia Huacaña (Ayacucho) vio en la orilla de la carretera a una vaca que amamantaba a su cría y le pidió al cámara que la filmara. Después le pidió captar la imagen de unos cerditos prendidos de las ubres de su madre. Convocó a los hijos de sus vecinos a la plaza del pueblo y a tres mujeres para que se dejaran ver mientras le daban leche a sus bebés. Los primos de Wendy tocaron el arpa, el bajo y las percusiones. Y entonces, a sus ocho años, durante poco más de cuatro minutos, Wendy hizo alarde de su habilidad para zapatear y de su agudísima voz para cantar “con mucho cariño a todos los niños del Perú”:

De día, de noche,
quisiera tomar mi tetita.
De día, de noche,
quisiera tomar mi tetita.
Cada vez que la veo a mi mamita,
me está provocando con su tetita .
Cada vez que la veo a mi mamita,
me está provocando con su tetita.
Ricoricoricorico, ¡qué rico es mi tetitaa!
¡mmm!… ¡rico, qué rico es mi tetita!

Al vídeo le agregaron los efectos de unos sintetizadores y la voz de un animador.

—¿Y si lo colgamos en YouTube? — le propusieron a Lidia.

—¿En dónde?… ¿Para qué?

No muy convencida, pagó 260 soles para que “La tetita” estuviera en el principal sitio de vídeos de Internet. Y pronto, muy pronto, los compañeros de colegio de Wendy comenzaron a decirle:

—¡Ya somos miles los que hemos visto tu vídeo! Y hay muchos que te imitan.

Pero la niña que se convertiría en La Reina de YouTube no tenía un ordenador en casa para comprobarlo.

***

El distrito de San Juan de Miraflores, en el extra radio de Lima, es la suma de cerros marrones y polvorientos sobre los que se distribuyen unas deprimidas barriadas. En sus laderas se amontonan cientos de casas a medio construir. Se accede a ellas a través de unos angostos y empinados caminos sin asfaltar o por medio de unas largas escalinatas de cemento. Casi todos sus habitantes han llegado del interior del país huyendo del hambre, la falta de trabajo y el terrorismo senderista para formar unos asentamientos que bien podrían ser la geología de la pobreza.

Franklin Sulca y Lidia Quispe comenzaron su vida de casados en una modesta casa de la barriada Pamplona Alta. Ahí nació su única hija el 22 de abril de 1996. Franklin amenizaba fiestas con su banda musical y Lidia hacía muñecos de peluche en una fábrica. No vivían demasiado bien, pero sí mejor que algunos de sus vecinos. Tenían para comer, para enviar a la niña al colegio y para salir a pasear de vez en cuando. Sorteaban con entereza las dificultades que se les presentaban hasta que, en 2005, la vida de esta familia se tambaleó más que nunca. El seis de abril de ese año, Franklin murió al volcarse la furgoneta en la que viajaba hacia un concierto.

Todavía en pleno duelo por la pérdida de su esposo, Lidia pasó tres veces por el quirófano. La ingresaron para operarla de la vesícula y, antes de cerrar la herida, los médicos le dejaron dentro unas gasas. Un dolor insoportable y una constante secreción de pus la devolvieron al hospital. El doctor le soltó:

—De esto se salvan muy pocas personas. De cien se salvarán cinco. Le digo esto porque quizá sea mejor quien se hará cargo de su hija. Dios no lo quiera, pero puede pasar lo peor.

“¿Te imaginas que te digan algo así?”, me preguntó Lidía con voz entrecortada y lágrimas en los ojos, en el jardín de un hotel del sur de Madrid. “Mi hijita, tan chiquita, ¡y huérfana! Cuando el doctor me dijo eso me salí llorando y pensé que Dios no existía. Si me quería llevar a mí, hubiera dejado a mi esposo. Ya luego le pedí que no me desamparara. Cuando me fui al hospital no me despedí de Wendy. Porque dije: ´si me despido es que me voy a morir.´ Y eso no. Y gracias a Dios salí adelante y aquí sigo a su lado.”

Al recuperarse, Lidia acompañó a su hija a un locutorio para ver las miles de reproducciones que La tetita había tenido en YouTube. “Eran muchísimas. ¡Muchísimas! No me lo esperaba. Para nada. Y me dio tanta alegría que comencé a llorar”, recuerda. Si había funcionado un vídeo en la red, ¿por qué no hacer más? Incluso, ¿por qué no hacer, de una vez, un disco? Lidia le había escrito una canción a su padre cuando éste murió. Pero ahora que su esposo también había fallecido, la letra bien podría acoplarse a la situación de Wendy. Así que la niña chillona entonó con voz desgarrada, mientras dejaba ver que sus dientes de leche se le estaban cayendo:

Papito, no me dejes por favor.
Papitoooooooooooo,
no te vayas por favor.
Yo te quiero mucho,
mucho, mucho, mucho.
Con todo mi corazooon.
No me dejes, por favor.
Desde el fondo de mi corazón,
expreso mis sentimientos
para todos los niños que no tienen papá,
así como yo.

Pero había que ser más creativos. Lidia no abandonó la idea de utilizar su pueblo como escenario para los vídeos de su hija. Pensó de nuevo en la Plaza central, donde había un señor borracho perdido al que filmaron sin que él se diera cuenta, y pidió permiso para grabar en una cantina. Ahora el tema sería más profundo: ahogar en cerveza una pena de desamor. No era algo muy infantil, pero Wendy tenía que conquistar “nuevos públicos.” Así que allí estaba, una vez más, La niña maravilla del folklore, rodeada de campesinos borrachos y exigiendo cerveza a gritos.

Cerveza, cerveza, quiero tomar cerveza.
Porque ya bastante sufro en la vida,
porque mi amorcito se ha marchado lejos.
Señor cantinero, dame más cerveza.
Este sufrimiento que me está matando…
Quiero olvidarme en esta cantina.
Sigan tocando mi arpita, en mis horas más tristes, en mis horas más alegres, seguiré cantando a Ustedes.
Sigan tocando mi arpita, en mis horas más tristes, en mis horas más alegres, seguiré cantando al Perú.
Manos hacia arriba, manos hacia abajo, sigamos bailando, si, si, sigamos bailando.

YouTube comenzó a echar humo con tantos clics y comentarios. Los vídeos eran insólitos y cómicos por inocentes y con sonidos que, de tan andinos, parecían extraterrestres. En varios países del mundo hacían parodias de La tetita y de Cerveza, cerveza. Empezaron a llegar invitaciones para ir a los programas de televisión o para hacer conciertos en pequeños locales de Lima. También en la provincia de Perú. Y, más tarde, a las capitales iberoamericanas.

***

Niña, autóctona, pobre. Independiente o alternativa. Folclórica, kitsch y bizarra. Simplista. Ingenua. Víctima de las circunstancias de su país. Exótica y creativa. Impostada. Poco a poco, el morbo cibernético de la gente fue encumbrando a Wendy Sulca como una “estrella freak” construida al margen de la industria tradicional. Como la prueba fehaciente de que en Internet el público es realmente libre. Porque en la red produce, distribuye y consume sus propios contenidos. ¡Tiemblen, discográficas!

Alfredo Villar es un antropólogo y DJ peruano que desde hace varios años centra sus investigaciones en la música popular de su país. Dice que “el éxito de Wendy Sulca proviene de lo excéntrico de su propuesta musical y visual. Sus códigos parecen peruanos pero están atravesados por elementos occidentales que son pervertidos constantemente con una irreverencia y un sentido del humor.” Y cuenta, además, que en Perú a los fans de la música folclórica “no les gusta Wendy, porque ella se mueve más en discotecas y festivales, que en los verdaderos conciertos folklóricos. Los fieles de este tipo de música son más exigentes.”

Quizá esto que dice Villar tenga que ver con las numerosas burlas que esta “niña maravilla” ha recibido. En España, por ejemplo, en los programas de La Sexta Sé lo que hicisteis y El Intermedio. Pero ella tiene un escudo contra la mala leche que hierve en Internet y en la televisión: “Estoy preparada para todo tipo de comentarios. A muchos les gusta lo que hago, pero les da vergüenza reconocerlo. Y yo soy más fuerte que cualquier crítica mala”, dice.

Después de ser todo un hit de la red, Wendy Sulca se ha presentado en la mayoría de los rincones de Perú. Tiene blog, Facebook, Twitter y canal propio en YouTube (como Lady Gaga o Britney Spears). Y ordenador en casa. Después de sendas sesiones de peluquería y maquillaje celebró dos fiestas de 15 Años. Una con su familia, amigos y un puñado de cadetes-chambelanes de uniforme blanco con espadas, en donde sonó (premonitoria) Quinceañera, la canción de la telenovela mexicana del mismo nombre que interpretaba Talía en los ochenta (Ahora, despierta la mujer que en mi dormía / Y poco a poco se muere de la niña / Empieza la aventura de la vida). Y otra con su público, a la que asistieron 10.000 personas. En ambas, su vestido era rosa chillón y de contorno negro. Su corona, pequeña y plateada. “Parece una princesita”, dijo su mamá.

Ha cantado con los argentinos Dane Sipinetta y Fito Paez. Ha participado en un vídeo de los puertorriqueños Calle 13. Y, cómo no, con su madre, Lidia Quispe. En 2010 cantó En tus tierras bailaré, junto a La Tigresa del Oriente y Delfín hasta el fin (otras dos estrellas de “la era YouTube”). Entonces comenzó a salir de su país. Primero a Buenos Aires, luego a Bogotá y a Santiago de Chile. Y en el otoño pasado llegó a Madrid.

***

Ocho años después de haber cantado por primera vez La tetita, Wendy Sulca se subió al escenario del YouFest Madrid, en la explanada del Centro de Creación Contemporánea Matadero. Lucía una pollera (falda) verde con corazones con su nombre y paisajes representativos de Perú, como Machu Pichu. Era una tarde fría y lluviosa, pero el escaso público (niños y jóvenes) no dejaba de corear los éxitos de La Niña Maravilla del Folklore, sobre todo cuando Roald Ronni Carbajal, el gritón animador que siempre la acompaña, se lo exigía.

Conversé con Wendy tres días antes de su participación en ese festival. Con nosotros estaba Lidia, su inseparable madre. Ambas terminaban sus respuestas a mis preguntas con risillas nerviosas. Y ambas, también, hicieron especial énfasis en que la hoy adolescente ha educado su voz. “Porque quiero ser muy profesional y llevar mi música a muchos países. Y que me tomen en serio”, dijo Wendy.

Contó que se ha cambiado de casa (“a una mejor”) porque en la otra la asaltaron tres veces y la llamaban por teléfono para burlarse e insultarla. Que se ha acostumbrado a que la gente la reconozca por la calle y le pidan fotos y autógrafos. Que quiere estudiar Administración de Empresas. Que canta para honrar la memoria de su padre. Que guarda “con mucho cariño” la veintena de vestidos que usado.

Es verdad que ahora su voz ya no es tan estridente como antes. Se nota, sobre todo, en su más reciente single, Like a Virgin, una versión folk-pop del éxito ochentero de Madonna. Cuando el pasado diciembre colgó el vídeo de esta canción, obtuvo medio millón de visitas en una semana. Tal vez, como dice Alfredo Villar, “lo único que le queda a Wendy es seguir en el camino del pop. Es lo más sincero y musicalmente digno que puede hacer.”

La niña que creció en YouTube ya se destetó y ahora es una lolita que gime ya no con ingenuidad, sino con sensualidad. Pero no abandona su “inocencia”. Comenzó 2013 haciendo una twitcam con sus fans y, sin ningún reparo, saludaba dulce y sonriente a gente como Elver Galarga, Soila Vaca, Mari Conazo, Rosa Melano, Elsa Capunta, Elga Yina, Ana Lisa Melano y María Dolores del Orto. Si su padre la viera, ¿le volvería a pegar?

Algo acaba de explotar. El estallido ha dejado un hueco en el piso y ha repercutido en el estómago de todos. Unos encapuchados entran y aprietan con sus manos las culatas y los gatillos de las ametralladoras. Son manos que actúan de manera automática. Disparan a todos lados. Las balas perforan paredes, rompen vidrios y lámparas, un cuerpo humano.

Y esos que disparan, ¿son dos, tres? ¿Quizá hay más? ¿Otros allá afuera?…

¿Es posible? Sentir de repente una bofetada de pavor ante el estruendoso eco de los disparos. ¿Eco? No, es la siguiente ráfaga.

Miedo. Silencio. Un silencio espeso y extraño. La resonancia sorpresiva de lo que acaba se pasar y la incertidumbre de lo que vendrá.

—¡Ora sí se los va a llevar la chingada a todos!

Es ese grito y más ráfagas. Y otra granada.

No, esto no es un campo de batalla. Es la redacción de un periódico.

Aquí ya todo es posible.

***

Apenas esta mañana la jornada de trabajo se desarrollaba sin sobresaltos. Quizá porque este lunes parece domingo. Hoy es 6 de febrero de 2006 y ayer se conmemoró un aniversario más de la Constitución mexicana. Por disposición oficial, el día de asueto es hoy. Por eso, los que acuden a trabajar reciben doble paga. Esto lo han tomado con gusto por lo menos aquellos que forman parte de los departamentos de Redacción, Fotografía y Diseño del rotativo El Mañana, el más influyente de Nuevo Laredo. Solo a los que pertenecen al área administrativa y a los empleados del comedor les han concedido descanso.

Entre los reporteros y editores se respira satisfacción profesional. El periódico publicó en primera plana el fin de semana una lista con nombres de reporteros (entre ellos uno de El Mañana), columnistas y medios informativos que, incluidos en una nómina, reciben dinero de la alcaldía local. La nota despertó varias reacciones en distintos sectores de la sociedad. Este lunes algunos reporteros han salido a recabar más opiniones, sobre todo de los regidores de oposición. En la agenda informativa también está el seguimiento del caso de la colonia Blanca Navidad, un predio, al poniente de la ciudad, habitado por unas 800 familias que llegaron ahí porque no tenían dónde y que fue desalojado de forma violenta la semana pasada.

Al mediodía, la primera plana para la edición de mañana martes va tomando forma. Después de acudir, como todos los lunes, a los honores a la bandera en la explanada de la alcaldía, un reportero ha llegado al periódico para buscar en el archivo fotográfico imágenes que evidencien a unos maleantes detenidos, pues hasta hace unas semanas eran policías federales, y nadie ha hecho público ese detalle.

Lo más probable es que esa sea la nota principal. Y también el seguimiento de los periodistas corruptos debe ocupar un lugar destacado. Además, hay dos noticias sobre los candidatos presidenciales: la Secretaría de la Defensa Nacional ha confirmado a cargo de la seguridad de Andrés Manuel López Obrador al general Audomaro Martínez y Felipe Calderón ha negado un gasto millonario en su campaña publicitaria. Del otro lado del mundo, la francesa Isabelle Dinoire ha mostrado su nueva cara después del trasplante facial que le han realizado. Algunas notas locales, deportivas y de espectáculos van terminándose.

Como hoy el comedor no funciona, varios empleados encargan comida. Luego, los dedos comienzan a caer sobre las teclas de la computadora. El trabajo se combina con algunos momentos de charla de cuya utilidad a veces se duda, risas, pasos. Hasta este momento, todo indica que en unas horas se cerrará la edición y todos volverán a casa un poco más temprano que de costumbre.

***

Nuevo Laredo está en la frontera entre México y Estados Unidos. Era parte de Laredo, Texas, hasta que en la guerra entre estos dos países México perdió la mitad de su territorio. Entonces, en 1848, la ciudad se tuvo que partir en dos. Al norte del río Bravo quedó Laredo y al sur, Nuevo Laredo. Con el paso de los años comenzaron a trazarse las actuales calles y avenidas, a construirse casas para ser habitadas, en su mayoría, por gente foránea que quería iniciar una nueva vida aquí y algunos edificios y hoteles para los “turistas de negocios”. Por Nuevo Laredo pasa una tercera parte del comercio exterior de México. Tiene cuatro puentes internacionales por donde circulan todos los días peatones, carros particulares, autobuses de pasajeros, camiones cargados de mercancías. Durante la Navidad, hay largas filas de automóviles de “paisanos”, que es como llaman a los mexicanos que se han ido a vivir a Estados Unidos pero que regresan en esas fechas a ver a sus familias.

Hoy es una ciudad de cerca de medio millón de habitantes. Aquellos que cuentan con la visa estadounidense cruzan la frontera seguido solo para ir de compras a Texas. Sobre todo en las temporadas en que los centros comerciales comienzan las rebajas.

El clima en Nuevo Laredo es extremo. En invierno la temperatura puede descender hasta los 10 grados centígrados bajo cero. Pero en verano hay que aguantar 40 grados centígrados de un calor seco, asfixiante. Estas condiciones no impiden que a lo largo de todo el año, pero en especial durante la primavera, la ciudad se convierta en una de las principales antesalas para los migrantes indocumentados. Llegan de muchas partes del país y de Centroamérica dispuestos a cruzar el río para alcanzar el territorio estadounidense.

Pero por este paso fronterizo, además de seres humanos, se trafican drogas. Los narcotraficantes han hecho de esta ciudad una plaza clave para su negocio. Desde hace varios años, la violencia es cosa de todos los días. Las bandas de narcos se matan entre sí, matan a sus vecinos, a los policías o a los soldados que intentan combatirlos. Y cuando algo que los incomoda aparece en un medio de comunicación, amenazan a los periodistas o quizá algo peor.

***

Durante años, los periodistas de El Mañana han trabajado bajo cierto grado de censura, de pavor, de riesgo. Un riesgo cercano y tangible en varias ocasiones. En 1996, por ejemplo, Ninfa Deándar, presidenta y dueña del periódico, y sus hijos fueron amenazados de muerte. Se distribuyó entonces un folleto lleno de infamias contra ella sin que nadie impidiera su circulación. En cambio, en noviembre de ese mismo año, Ninfa Deándar fue sometida a un proceso judicial por difamación, acusada por la entonces alcaldesa Mónica García Velázquez.

El periodista Raymundo Ramos, a su vez, fue secuestrado durante unas horas y conminado a que “ya no atacara al gobernador” de Tamaulipas, Manuel Cavazos.

Pero el más rotundo atentado contra El Mañana sobrevino el 19 de marzo de 2004. Poco después de salir de la redacción, en la madrugada, y cuando se hallaba a las puertas de su casa, fue asesinado a puñaladas el director editorial del diario, Roberto Mora García.

Del año 2000 a la fecha en México han asesinado a 47 periodistas, ocho han sido desaparecidos y decenas, amenazados. El último deceso ocurrió el domingo 22 de febrero. Luis Daniel Méndez Hernández, un reportero de La Poderosa, una estación radial de Tuxpan, en el estado de Veracruz, fue baleado por la espalda. Según la organización no gubernamental Reporteros Sin Fronteras, después de Iraq, México es el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo.

***

Con el caer de la noche, la tranquilidad instalada durante el día parece esfumarse en El Mañana. En la recepción del edificio hoy se encuentra un guardia de seguridad. La recepcionista tuvo el día libre. Es un hombre fuerte, maduro, casi 50 años, con nietos. A unos cuantos metros de la recepción, siguiendo un pequeño pasillo, están las oficinas de las subdirecciones Local y Nacional, ocupadas por sus respectivos encargados. En el primer pasillo de la redacción, el que da hacia la calle, un editor, dos correctores de estilo y el director de La Tarde –el diario vespertino de Editora Argos, la misma empresa que edita El Mañana– revisan algunas notas. En el segundo pasillo hay tres editores y un reportero, quienes se encargan de los últimos detalles de las secciones Nacional, Local y de la revista, para integrar el primer tiro del diario. En el tercer pasillo, la sección deportiva está terminando de editarse. De pie, frente a un mapa de la ciudad colgado en la pared, dos reporteros revisan unas fotos. Uno de ellos es Jaime Orozco Tey.

El baño de mujeres está ocupado por una editora. Las acristaladas sala de juntas, oficina central y oficina de edición de Local se encuentran vacías y con las puertas cerradas. En el departamento de Diseño hay ocho personas frente a las computadoras cumpliendo sus funciones. En Fotografía Digital hay una única persona, al igual que en la oficina de Clasificados. Arriba, en el segundo piso, una muchacha termina de hacer el aseo cerca del área de sistemas, en donde se encuentran dos más. La rotativa permanece vacía porque los trabajadores no llegan hasta las 9 de la noche. A lo mucho, dentro del edificio hay unas 40 personas.

Faltan 17 minutos para las 8 de la noche y es entonces cuando se escucha la explosión.

Han lanzado una granada frente a las oficinas de las subdirecciones editoriales, pero se cimbra todo el edificio, como si se tratara de un temblor. Del techo cae tierra y polvo.

La mayoría de la gente corre para resguardarse. Se dirigen hacía Diseño y Prensa. Hay quien solo alcanza a tirarse al suelo para esconderse bajo los muebles de las computadoras. Y ahí permanecen, quietos.

Los encapuchados entran por la puerta principal del edificio y comienza la balacera.

Todos permanecen quietos. Intentan imaginar qué es lo que puede pasar. Hay nerviosismo. Se siente miedo, un miedo físico y atroz. Un miedo real, sin paliativos ni defensa. Quizá de esta ya no los libra nadie.

A las 7:45 por la calle pasa una señora con su hijo a bordo de un auto. La luz roja del semáforo en el cruce de las calles Juárez y Perú, la esquina donde está el periódico, le indica que se detenga y los sonidos de los balazos que se voltee. Pero la mujer se pasa el alto con aparente tranquilidad. Porque así son las cosas aquí en Nuevo Laredo: haces como que no ves ni oyes para no meterte en problemas.

***

Antes de aventar otra granada los sicarios siguen descargando sus armas y lanzan su sentencia.
—¡Ora sí se los va a llevar la chingada a todos!

Otra explosión. De nuevo parece que el edificio se derrumba. El sonido es similar a cuando se echa abajo una construcción. El polvo dificulta la respiración. Arden las narices.

Tensión. Miedo de no saber actuar a la altura de las circunstancias. Ojos desencajados. Rostros fruncidos, estupefactos. Es todo tan confuso. Sucede tan rápido. ¿Ya habrán matado a alguien? ¿Llegarán hasta nosotros?

En el instante en el que solo existen los estampidos de los disparos todo parece detenerse. Apenas se alcanzan a escuchar los gemidos truncados y el ruido de un cuerpo al caer. Dos minutos suelen ser muy poco tiempo, pero ahora parecen una eternidad.

Unas cuantas ráfagas más y los tipos se despiden.

Afuera, tres carros y dos camionetas, vehículos que cercaron las esquinas Morelos-Perú y Perú-Juárez, encienden motores. Se escapan a toda velocidad. Adentro, quedan los boquetes producidos por las granadas y las balas, vidrios rotos, el miedo.

Silencio. ¿Se han ido? Sí, parece que ya se fueron. Hay quien tiene por un momento la sensación de ser el único sobreviviente. Viene el desdoblamiento, el horror, el estremecimiento de presenciar una pesadilla. ¿Qué hacer? Las miradas se encuentran. No se pronuncian palabras. Es suficiente verse reflejado en los ojos de los otros. Es sentirse unidos en esta vida que ahora parece escaparse. ¿Llorar?

Alguien se queja.
—¡Ayuda!… ayuda —grita lo más fuerte que puede.

Al principio nadie le responde y mucho menos salen de sus escondites por temor a que los encapuchados regresen. No saben todavía que el que pide ayuda es Jaime Orozco Tey ni que su cuerpo está perforado por cinco disparos. Cuatro los recibió por la espalda y le dañaron la columna vertebral y un pulmón. Un proyectil más le perforó el hombro por delante.

Tey, como le dicen todos sus compañeros, está cumpliendo hoy 43 años de edad. Hasta este momento, 15 de ellos en el periodismo. Estudió Ciencias de la Comunicación en Monterrey, tiene dos hijas y es bromista. Es el reportero de guardia de El Mañana. Entra a las 5 de la tarde y sale a la 1 de la madrugada. Cubre los sucesos que surjan durante ese horario o ayuda a algún editor si la jornada está tranquila.

Mientras comenzaban los disparos, Tey y otro reportero se encontraban frente al mapa que está a la entrada de la redacción. Ambos revisaban unas cuantas fotografías y seleccionaban la que habían de publicar para evidenciar que los maleantes detenidos hace unos días fueron policías federales. Tey dio media vuelta para dirigirse a la subdirección editorial Nacional. El otro reportero, en sentido contrario, se adentró en la redacción. Los encapuchados lanzaron la granada y las esquirlas cayeron en el rostro de Tey. Luego vinieron las ráfagas que lo lesionaron mientras él permanecía detrás de una pared de tabla roca.

La editora que estaba en el baño se quedó ahí durante la balacera. Apagó la luz, se refugió en un rincón y no hizo ruido. Al salir pensó que encontraría a todos sus compañeros muertos. Diseñadores y reporteros habían corrido para esconderse en Prensa, entre la tinta, la maquinaria y los rollos de papel. Un chico, corrector de estilo, salió de la oficina de la subdirección editorial Nacional, subió unas escaleras. En el segundo piso se encontró con la muchacha de la limpieza y ambos corrieron hacia el pequeño patio que está afuera del comedor. Los subdirectores editoriales solo alcanzaron a esconderse debajo de sus escritorios.

Después del tiroteo la que reaccionó primero fue la persona de la oficina de Clasificados. Se dirigió a la puerta. Con calma, despacito. Pero alguien la vio y de inmediato la jaló para esconderla una vez más. Los matones pueden volver, pensaban.

Poco a poco, todos salían e iban acercándose a Tey.

***

El dolor del reportero herido se transmite al instante a todos los que le observan. Y esa es la señal de que ya todo es posible. Así ha quedado trágicamente claro. Ya no solo matan a los periodistas, también atacan sus centros de trabajo.

Cada respiración de Tey parece un paso más hacia el final. Hay tanta sangre. Está derrumbado de espaldas y a primera vista solo se percibe el disparo que tiene en el hombro, pero ese enorme charco de sangre que tiene abajo indica algo más.

Luego se sabrá que las heridas producidas le dañaron parte de la médula ósea y que además tuvieron que extirparle unos 30 centímetros de intestino afectado por las balas. Quedó en silla de ruedas después de permanecer cuatro meses hospitalizado.

El vigilante se levanta del suelo. Toma el teléfono de la recepción y llama a la policía. Alguien más avisa de lo sucedido a la presidenta y dueña del periódico, quien llega junto con sus hijos en unos 15 minutos, antes que la policía. Enseguida arriba la ambulancia. Y, al final, los policías, algunos reporteros en busca de la nota y los infaltables curiosos.

Los agentes entran al edificio y examinan el lugar en busca de casquillos. Toman declaraciones y fotografías. “Quizá, solo quizá, fue para intimidar”, es lo primero que dicen.

Ninfa Deándar trata de infundir ánimos a su gente.
—¡El periódico tiene que salir, hagamos un esfuerzo! –les dice.

Algunos no le hacen caso. El shock ha sido descomunal y lo único que quieren es regresar a casa para sufrir en privado. Pero otros aceptan quedarse para sacar adelante el trabajo.

Reciben 89 llamadas telefónicas de medios nacionales e internacionales pidiendo informes acerca de lo sucedido. No obstante, hasta las 10:30 de la noche El Mañana no envía un boletín a diferentes medios y asociaciones de periodistas. Hay quien se encarga de terminar con la revisión de notas y fotos. Otros limpian los vidrios esparcidos por el piso y la sangre derramada que a su paso había manchado las imágenes seleccionadas para la nota de los policías delincuentes. Editores y diseñadores continúan formando planas. Y así lo hacen hasta las 3:32 de la madrugada, hora en que se cierra la edición.

A las pocas horas, El Mañana ya circula en las calles de Nuevo Laredo con un editorial titulado Guerra ajena a la sociedad:

“Desde el asesinato de Roberto Mora vimos que la autoridad estaba rebasada por la delincuencia organizada y que no había garantías para los periodistas. Esto nos llevó a tomar medidas como autocensurarnos con temas delicados donde veíamos riesgos, cubrir exclusivamente los hechos, no mencionar nombres de algunos cárteles; haciendo malabares con la información para tratar de sobrevivir esta guerra ajena al periódico y a la sociedad de Nuevo Laredo.

Tomaron de campo de batalla a Nuevo Laredo, porque esta es una plaza muy peleada. Cruzan seis mil tráileres diarios y las autoridades norteamericanas sólo revisan físicamente 50 o 60. Esto hace a esta plaza más importante que Tijuana o Ciudad Juárez.

¿Quién fue el responsable? (del atentado de anoche). No lo sabemos, pudo haber sido cualquiera. Son fantasmas. Muchas veces nos utilizan a los medios agrediéndonos para perjudicar a la banda contraria y así justificar que la supuesta autoridad ejerza más presión sobre un grupo rival. Es una nueva forma de hacer terrorismo.”

***

El martes 7 de febrero algunos deciden no ir a trabajar y otros quieren permanecer todo el tiempo encerrados en el edificio ahora custodiado por la policía. Se mandó construir un muro de contención y cámaras de video en la entrada principal del edificio. A los fotógrafos les dieron chalecos antibalas. A raíz del atentado, 28 empleados se fueron del rotativo por miedo. Hubo quien solo se armó de coraje y valor, y algunos de los que se quedaron exigieron un aumento de sueldo a cambio de estar dispuestos a seguir en la ciudad viviendo con ese miedo que aquí es el precio por informar. Se presentó la denuncia ante la Procuraduría General de la República, pero todavía los hechos no han sido esclarecidos. Solo se reforzó la hipótesis de que el crimen organizado del narcotráfico podría ser el culpable, pero ni una sola persona ha sido detenida.

Tres años después, Jaime Orozco Tey sigue en rehabilitación y no pierde la esperanza de volver a caminar algún día. Entre los reporteros de El Mañana se impuso algo peor que la censura: la autocensura. El tema del narcotráfico ya casi no se aborda y cuando se hace, las notas salen sin firma. Porque en Nuevo Laredo, en Tamaulipas, en México, dar una noticia puede costar la vida.