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Es invierno y llueve como sabe llover a 515 kilómetros de la capital, hacia el sur, allá donde desemboca el Bío-Bío. Sobre el techo de una casona gótica con arcos de esos ojivales y ventanas que parecen querer llegar al cielo, cuatro niños corren alegres, sacudiéndose la tarde gris. Es sábado en provincia y tienen prohibido ver televisión. Abajo, en la angosta calle del centro penquista, no se ve un alma. De pronto, un ruido detiene el juego de los hermanos que enmudecen y abren los ojos para mirarse asustados. Un pedazo de muro de la casona de Angol 455 acaba de aterrizar estrepitosamente, haciéndose pedazos, en el corazón del patio de un edificio aledaño, sobre un improvisado gallinero. A continuación, los pasos de la vecina, que apurada sale a ver qué está ocurriendo en su propiedad y luego sus palabras. Bernardo, Pedro, Patricio y Benjamín, entre los 15 y los 9 años, entran rápidamente a sus dormitorios mientras la escuchan gritar.

—¡Canutos tenían que ser! ¡Voy a llamar a los pacos!

Cuando Bernardo Navia Olmedo, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, se enteró de lo que sus hijos habían hecho el sagrado día de descanso, bajó los párpados y levantó las manos como invocando a Dios. Luego de un par de segundos, terminó tirándose con fuerza algunos mechones de esa abundante cabellera que lo seguiría acompañando aún 30 años después y volvió a la nave para dar el sermón y esperar la salida de la primera estrella. Al terminar la jornada se despidió cordialmente de los feligreses y subió los peldaños de a dos (el templo funcionaba en el primer piso y él y su familia vivían en el tercero). Llegó directo a contárselo a Marta Lucero Bustos. Ella, como siempre desde que a los 18 años se había convertido en su mujer, lo apaciguó y, una vez más, en silencio, él agradeció hacia arriba por tenerla a su lado. Juntos, esa misma noche, después del tiempo dedicado a diario al culto (a comprender, memorizar, cantar y recitar la Biblia), hablaron con los niños. Y uno de ellos preguntó lo que los cuatro querían saber. ¿Por qué canutos? Entonces Marta, una morena de perfecta belleza chilena y apenas 34 años, se acomodó en el sillón y los miró con esos mismos ojos, oscuros como la noche, que les heredó a tres de los cuatro. Y con voz melodiosa, sabia y consciente de la atención que estaba recibiendo de sus inquietos hombrecitos, les explicó por qué. Por qué a ellos, los Navia Lucero, que no iban a la iglesia los domingos pero sí cuatro veces por semana, que no creían en la santidad de la virgen María ni en el Papa como representante de Dios en la tierra, que empezaban el sábado a las nueve de la mañana en la iglesia rezando, que seguían las reglas alimenticias del Antiguo Testamento y no comían cerdo ni mariscos ni animales que no rumiaran o no tuvieran la pezuña partida, que no mezclaban carne con leche, que no bebían alcohol ni fumaban, por qué les decían así, canutos.

—Canuto. Fue la primera vez que escuché el término. Y me gustó. Ese insulto se convirtió en una oportunidad para comenzar a definir una identidad –escribiría a Y son ﷽﷽medoo Navia Olmedo, ante de Dios en la tierras, que no crelos 9 añosl templo, y contellera que lo segurños después de ese sábado gris de 1981, el tercero de los cuatro niños, Patricio Navia Lucero.

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Red Social Twitter, noviembre 20, 2012.

@xhinzpeterk: ¿Dónde te escribo?

@patricionavia: Hay un buscador que se llama Google. Pones mi nombre y sale todo. Deberías usarlo

Navia envió su primer correo electrónico en la ciudad de Chicago el año 1988 y tiene página web desde 1995. Desde entonces, sus palabras, inalteradas, se acumulan en el ciberespacio, del que es un fan. Husmeando su cuenta de Twitter respiré aliviada, sí, me había tratado bien cuando le dio por recomendarme, con una carita feliz, usar Google. Un alumno de Periodismo de la Diego Portales le pidió su correo (tal como había hecho yo) y él preguntó: “¿Para qué estudias Periodismo si no sabes buscar un email en Google?».

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Era el último jueves del mes de abril, estaban a punto de dar las 5 de una tarde soleada y Patricio Navia entra a un Starbucks, atestado de estudiantes, uno que está dentro de la universidad, enfrente de la librería Ulises.

—La UDI no ha salido a convencer … que el aborto es malo… la píldora del día después… hay que ir a misa… La gente de los sectores populares, que se dicen UDI, no sabe muy bien de lo que se trata la UDI… La UDI saca más votos que RN pero tiene menos simpatizantes.

—No escucho lo que me dices, Pato –me saco uno de mis audífonos y se lo muestro, supongo que con cara de autocompasión–. Hay mucho ruido aquí.

Sin interesarse por mi hipoacusia, si darme siquiera una segunda mirada, me invita a su oficina. Pero no vamos a su oficina sino a una sala de reuniones y nos sentamos uno frente al otro, con una mesa para 10 personas entre medio y nadie en la cabecera. Tiene su espalda pegada a la silla, los brazos cruzados, las piernas cruzadas y está texting en su Samsung. Sí, se puede hacer todo eso simultáneamente. ¿Con quién textea? ¿Hay alguien al otro lado del teléfono a quien debiera considerar mi enemigo y que está teniendo éxito en lograr que Patricio Daniel se comporte como si yo tuviera una enfermedad contagiosa?

Ya. Deja de usar sus pulgares en el teclado y sin descruzar ninguna extremidad, me mira. Lo más lindo que lleva puesto es una argolla de matrimonio, plana y ancha trabajada en oro blanco. Aparte de eso, podría ser un oficinista en trámites por el centro de Santiago. Él lo sabe. Lo mío no es ser fashion, dijo una vez, la ropa no me interesa.

—¿Pasas mucho tiempo en Nueva York?
—Buena parte del año académico, que va de septiembre a diciembre y después de fines de enero a comienzos de mayo. Llegué ayer.
—Estás cansado.
—No, para nada.
—¿Y dónde te quedas allá?
—Eso no va a ser parte de la entrevista, ¿no?
—… bueno, si… si tú no quieres… no.
—No me interesa hablar de mi vida privada en una entrevista.

Está serio, los ojos no se le achinan así tan coquetos como se le ponen cuando sonríe (eso lo supe después). La cejas tupidas acentúan una severidad exagerada en su rostro, que es naturalmente bonachón. Hay algo impostado. Creo que estoy levemente ruborizada y si él lo nota, lo disimula bien. Observa el papel donde escribo, como tratando de leer cada vez que anoto algo.

—El gobierno de Sebastián Piñera tenía un relato, que era vamos a ser más eficientes. Ese relato tuvo dos problemas. Uno, la lentitud de la reconstrucción, las malas políticas, los nombramientos de gente con conflictos de interés, etcétera. Dos, el gobierno se confundió con el rescate de los mineros. El presidente quiso ser más popular que Bachelet y compitió en popularidad, no en eficiencia. La percepción que tenía la gente de él era que trataba de meterse en todo y quería caer bien, se ponía a contar estos chistes, y decía cosas que eran abiertamente desubicadas, ofendiendo a sus colaboradores, como cuando Juan Andrés Fontaine dejó el gabinete no dijo su nombre correctamente. Acaba de ser tu ministro por un tiempo, no tuvo fines de semana y ¿tú ni siquiera sabes su nombre? O con Joaquín Lavín cuando le dijo bueno, ministro, finalmente usted llega a La Moneda. Mal gusto.

Cuando ya ha dejado de apretarse a la silla o espiar mis apuntes, se levanta y sirve un vaso de Coca light, para él. Habla poco más antes de decir tenemos que terminar, tengo una reunión a las seis.

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Bernardo Navia Olmedo se acercó a la estantería y paseó la vista por los libros de su casa. Teología, Historia, Ciencias. De novelas, nada; lo mundanal había que mantenerlo alejado de la familia. Su mano se acercó para alcanzar La Bella Historia de la Biblia, la rozó y a último momento, cambió de opinión. Tomó uno de los 20 tomos de esa clásica enciclopedia infantil que, editada la primera mitad del siglo XX, le daba plena confianza. Ahí mismo, de pie, abrió un tomo de El Tesoro de la Juventud y comenzó a hojearlo. Los niños fueron llegando de a uno, sin necesidad de ser llamados. Lo que más les gustaba era “El libro de los Por qué” y Bernardo lo tenía entre sus manos. “¿Por qué no canta la gallina como el gallo?” “¿Por qué no se mezcla el aceite con el agua?” Nadie iba a explicarle cómo despertar la curiosidad en sus hijos. Lo había ido haciendo prácticamente desde que nacieron y tan seguro estaba de saber estimular en ellos el amor por el conocimiento que si alguien, en los años ochenta, cuando la familia aún vivía en provincia, al sur de la capital, le hubiera dicho que sus cuatro vástagos llegarían a ser doctorados en el hemisferio norte, probablemente, Navia Olmedo no se hubiera mostrado sorprendido.

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Todos los correos electrónicos de Patricio Navia tienen tres características fijas. Dos direcciones: 726 Broadway, Room 666 y Ejército 333, Segundo Piso. Y también (last but not least, como diría él) una discreta D. junto a su nombre, una letra que su dueño no olvida, porque lo enorgullece. Patricio D. Navia. ¿D de qué?

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Después de ese primer encuentro, enfrentada a tener que encontrar a Navia fuera de sí mismo, me acordé de su sugerencia, Google. Durante varios días pasé varias horas cada día revisando su millón y medio de menciones en el buscador (como referencias, el periodista Mirko Macari llega a las 55,000; mi hermano Rodrigo, el ministro, casi 800,000; y Cecilia Bolocco, 470,000).

Que no le interesa hablar de su vida en una entrevista, eso me había dicho. Google no me repitió lo mimo. Navia se dice “tradicional” y aunque se casó pasados los 40, nunca estuvo dentro de sus posibilidades una mujer ya madre. “Estar con alguien con hijos es como llegar a un proyecto ya empezado. No me parece particularmente atractivo”. Navia, “entre una cita a ciegas y una invitación a cenar de Piñera o de Insulza” prefiere “–por lejos– ir a cenar con uno de ellos”. Navia encuentra rica a la actriz Paz Bascuñán. Navia se considera tan mañoso como Jack Nicholson en “Mejor Imposible”. A Navia le “revienta el 11 de septiembre”. Navia es fanático del chocolate, los donuts y también los Barros Luco del Liguria. Navia cocina pancakes, detesta las betarragas y a los que creen que Arjona hace buena poesía. Navia hace zapping. Navia estuvo en Las Malvinas y sintió que llegaba al “lugar más parecido al fin del mundo”. Navia se sube a un avión y lo “conoce mucho más la gente en business que en clase económica”. Navia rara vez se siente solo: “Me caigo bien y, además, tengo mi ipod”. Navia tuvo muchas novias antes de su esposa Macarena. Navia le recitó a su novia Carolina, mientras comían en Buenos Aires (Puerto Madero), un poema de Pablo Neruda. Navia escuchó a Mayra decirle que lo amaba una noche en un concierto de Alvaro Scaramelli. Navia se enamoró perdidamente de Eva pero “¿qué se le puede decir si nunca leyó Boquitas Pintadas de Puig o Cien años de soledad?”. Navia estuvo con Claudia “en la Plaza de la Constitución cuando caía el sol y esperaba la llegada del primer socialista desde el bombardeo a La Moneda”. “Ahora invadí para siempre tu memoria –le dijo–: o te casas conmigo o este momento quedará marcado por mi incómoda presencia”. Navia es hincha del Colocolo. Navia piensa que “da lo mismo si la educación es pública o privada, en tanto sea buena”. Navia tiene un anhelo profesional: que sus alumnos digan “a mí me formcil, sueño, dolor de rodillas, reumatismos varios, dolor de ojosrespiraci/de sexo Juanita»ida del Cristo. n su hogar y el colegó Navia”. Navia es considerado por sus alumnos de NYU como un gran tipo con sentido del humor cuyo ramo es fácil porque da muchas oportunidades y solo hace pruebas para la casa, además falta mucho, nada parece importarle mucho y está en la clase como si fuera el último lugar donde quisiera estar. Navia, como buen adventista del séptimo día, admira a EEUU y le gustan los brunch y estar en Nueva York un sábado en la noche para ver en televisión Saturday Night Live. Navia se acaba de casar, hizo un matrimonio religioso con fiesta en el Castillo Hidalgo. Navia, en la primera vuelta presidencial del 2010, apoyó a Marco Enriquez-Ominami, le donó 1.2 millones de pesos y escribió El Díscolo, un libro de entrevistas a Marco. Navia es un artista de las comparaciones: MEO es el hijo ilegítimo de Bachelet y el Viagra de la Concertación, la extrema desigualdad equivale al colesterol malo, Lagos es al sushi y al carmenere como la revolución a las empanadas y al vino tinto.

Con todos estos regalos de Google iba a tratar de entender a Navia y escribir lo que había logrado entender, que es lo que siempre trato de hacer. izña alguien hablaba castellano.olamente,e de 1987. Chicago suburbunao. escribirlo. zador y mujeriego. as mujerdan para lleve moDespués pensé que era mejor mandarle un mail, quejarme, no sé ¡algo! Pero se me apareció el orgullo y no lo hice. Me fui en cambio a ver a gente que lo conociera. Y en eso estaba cuando él se enteró. Por la Carola, su amiga y mi conocida. A la Carola le escribí un mensaje para ver si podíamos hablar de Navia. Y ella, como lo quiere mucho, corrió a contárselo. De esa manera, sin pretenderlo, le despertó el ánimo, la ansiedad, quizá qué y me escribió, él, desde Nueva York bastante preocupado y apurado y entre clase y clase acordamos (“para chequear datos”, dijo) nuestro segundo encuentro, esta vez un domingo en un café de Isidora Goyenechea.

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No hay nada perfecto en la vida pero creo que Marco Enríquez-Ominami puede ser el único presidente capaz de negociar con la Alianza y con la Concertación y además, el recambio es fundamental. Cuando escucho a Bachelet que dice yo tuve que venir porque no hubo recambio. Fíjese que si usted no hubiera venido, habría habido. El mundo sigue existiendo si nosotros no estamos. Bachelet es un poco como esas mamás que dicen yo creo que los hijos se tienen que ir de la casa pero igual les siguen cocinando, les hacen la cama… tu hijo no se va a ir de la casa hasta que no le digas ándate de la casa.

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—¿Cómo sabes tanto?
—¿Cómo sé qué?
—Las cosas que escribes.
—Porque los medios publican cosas.
—Pero tú sabes más que los medios.
—No. La información es toda de los medios.
—¿Si?
—Sí –hace una pausa– si yo paso harto en Nueva York y además acá no salgo en las páginas sociales, no voy a ese tipo de eventos… leo periódicos.
—Yo también leo periódicos –claramente no de la misma manera, mejor cambiamos de tema, pienso–. Y para este gobierno, cuéntame, ¿hiciste algo remunerado?
—Nada. Pero varios ministros me han invitado a almorzar y me he juntado y algunos me llaman por teléfono y hablo con ellos y con candidatos presidenciales que quieren conversar conmigo. Me gusta escucharlos, ver su lenguaje corporal, entender cómo están interpretando lo que pasa. Eso me permite escribir y hacer mejor análisis de todo.
—Claaaro, por eso sabe cosas, ¿era tan difícil la respuesta?

Navia es Bachelor, Master y Doctor. Es decir, al menos 10 años de estudios superiores. Ha sido profesor visitante en importantes universidades, ha publicado papers en journals de prestigio. Es Master Teacher of Global Studies en el Liberal Studies Program de la Universidad de Nueva York y profesor adjunto del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe de la misma NYU. En Chile, es profesor en la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Diego Portales y Director del Magister en Opinión Pública de esa casa de estudios.

“Yo soy un académico”, dice él, aunque su vida mediática sea tanto o más intensa que su vida universitaria. Ha escrito seis libros sobre el Chile actual, varios best sellers. Es columnista de La Tercera, Qué Pasa, Buenos Aires Herald, Infolatam.com y ha sido columnista en las revistas Poder y Capital en Chile y escritor invitado en revista Letras Libres de México, Etiqueta Negra de Perú. En el país es entrevistado “crónico” en televisión abierta y radio.

“Es que Navia es muy trabajólico. Él está siempre disponible, dispuesto y conectado” me cuenta una periodista. “Le pides urgente una columna de un tema y en un par de horas te la manda, es original y está bien escrita.”

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—Sebastián Piñera no pudo finalmente con su personalidad. Él tiene mayor inteligencia que varios de los presidentes anteriores, juntos incluso. Pero lo superó su inteligencia, no armó buenos equipos, no les dejó espacio a sus ministros para que brillaran y termina como el presidente más impopular en la historia de la democracia chilena post 1990.

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Patricio tenía poco más de 17 años cuando Bernardo le pidió que lo acompañara. Era el otoño de 1987 y llevaban un mes intentando armar sus vidas en el Chicago suburbano, donde entraron a una compraventa de autos. Quizá alguien hable castellano, pensaron en silencio tanto el padre como el hijo. Después de todo, los latinos en Estados Unidos tendrían algunos años después la costumbre de alejarse de las grandes ciudades en pos de la tranquilidad y los mejores precios de los suburbios. Pero a fines de los 80, eso aún no ocurría y en el local de automóviles, “just speak english” . El padre sabía que sería inútil intentar comprender y le pidió al hijo que le tradujera. El hijo entendía un treinta por ciento de lo que el vendedor decía pero no echó pie atrás. Se hizo responsable y compraron un Chevrolet Cavallier café y nuevo que transportó por años fielmente a la familia. Patricio dirá después que Estados Unidos lo obligó a crecer y rápido porque no es simple ser uno el que ayuda a su padre, no, a esa edad, que tu padre se apoye en ti.

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A las seis de la tarde de un frío y oscuro domingo de invierno, Patricio Navia abre la puerta vidriada de la cafetería Juan Valdez. Viene llegando de pasar unos días en Italia con su mujer. Camina directo hacia la fila donde se compra. Yo estoy sentada pellizcando una medialuna cuando pasa por mi lado sin verme. Lleva puesto un abrigo negro, jeans y el diario El Mercurio enrollado bajo el brazo. Lo saludo con la mano desde mi mesa y se acerca de inmediato. Me da un beso en la mejilla y siento su piel fría, debe haber caminado desde su casa, entiendo que un departamento en El Golf.

—¿Quieres otro café?
—No gracias, estoy recién comenzando éste –digo, dándome cuenta lo afable que ha llegado.

Vuelve a hacer la fila, que es larga. Por la ventana, las luces encendidas de los autos que pasan por Isidora Goyenecha. Adentro está tibio. Hay parejas jóvenes, guaguas en coches, familias. Navia se sienta con su café, acomoda el abrigo sobre una silla y me sonríe con su chaleco Lacoste.

—Siempre me olvido de esta demora, hay que juntarse en los lugares donde te sirvan el café. Debería ser más rápido pero en Chile, que la mano de obra es barata e ineficiente, uno se demora más en un Starbucks que en el Tavelli, así que mis disculpas –me mira sonriendo. Me hubieras dicho que estabas haciendo un perfil, no habríamos perdido tiempo la otra vez hablando de política. Prefiero no hablar de mi vida privada… pero si vas a hacer un perfil.
—Te he estado googleando, hasta fui a tu matrimonio, está el video…
—Sí, se supone, no sé.
—También están tus poemas, tus crónicas… son bien personales.
—¿Por qué las voy a sacar? O sea, es como andar escondiéndose…. cuando Andrés Velasco se hizo ministro de Hacienda, bajó todas sus columnas de su página web y yo le dije ¡eso es ser maricón, es ser cobarde!

Hubiéramos salido a caminar
todos los domingos.
Y aquí estoy,
teléfono en mano,
sin atreverme a llamar.
Entonces a lo mejor
me vendrás a buscar llorando
a hablarme de la lluvia.

No cumplió uno de sus objetivos El Tesoro de la Juventud, si leyéndoselos a sus hijos Bernardo Navia Olmedo persiguió que fueran, eufemísticamente hablando, digamos… de espíritu más bien templado. Al menos no con Patricio. La enciclopedia es tan púdica que la palabra sexo no figura en su extenso índice y, no obstante, Navia, como podría decir Luis Miguel, se entregó al amor.

El desamor se manifiesta
en dolorosa y tediosa pérdida del sueño
desaparición absoluta del apetito sexual
interrumpida a veces por pasionales noches
de sexo desenfrenado.

Navia también escribió que un viernes de diciembre, una calurosa noche de 1999, en el Liguria, apareció una “gordita terriblemente cachonda” y él se entusiasmó. Le “calentaban sus enormes tetas y su gigantesco culo” y pensó “sería maravilloso echarme un polvo con una mina así”. Y otra noche, en un “pequeño restaurante ubicado a un costado del Parque Forestal”, en la despedida de soltero de “uno de los solteros más codiciados del jet set de la capital chilena”, se quedó “atontado, junto a los demás, mirando los hermosos culos de Francisca y Beatriz”. “¿Me vas a dar tu teléfono?, me preguntó Beatriz mientras apretaba sus nalgas contra mis pantalones y yo dividía mis manos entre sus muslos, su vientre y el inicio de sus vellos. Mi teléfono, mi dirección, lo que quieras, le dije… la tenía agarrada de la cintura, con una mano tocando los tirantes de su g-string, la otra jugando con el inicio blando de sus tetas y mi pene erecto apretándole el ombligo”.

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Navia es una celebridad en Twitter. Según Bertoni, Claudio, el poeta de Concón, ser famoso en Twitter es como ser millonario en el Metrópolis. Puede ser, pero Navia tiene 148,000 seguidores y un impostor, Duck Navia, seguido por 5,800 personas, entre las cuales está Navia original, que hasta lo retwittea. Ni él ni yo sabemos quién es pero lo que hace esta copia es reírse, como muchos, de la costumbre de Patricio de decir palabras en inglés mientras habla español.

—Hablar en dos idiomas es inevitable para mí, no es chiste. Dicen que es cursi o siútico y eso que la gente que habla inglés y español en Estados Unidos es el Bronx, es Brooklyn. Si fueras siútico hablarías solo español o solo inglés.

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La primera y más fuerte influencia a la que Patricio Navia Lucero estuvo expuesto 6,325 días con sus noches, fue la religión. Llegó a este mundo en la ciudad de Lima, un 19 de mayo de 1970, mientras su padre estudiaba en un seminario para ser pastor. Para él, hasta poco después de cumplidos los 17 años, el mundo fue la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Creció con la certeza de que Jesús iba a volver muy pronto y nunca fue a un colegio que no fuera adventista hasta septiembre de 1987, cuando tenía 17 años y 4 meses y se había convertido en inmigrante latino. También hasta ese momento asistió a la iglesia cuatro veces por semana. Y hoy, a sus 43 años, trata de no tomar alcohol frente a sus padres y cuando está de visita en su casa un sábado, no enciende la televisión. Y aunque diga “me considero agnóstico pero creo que no es un tema que tenga muy desarrollado” o “la fe” –que reconoce haber tenido de niño– “para mí es como las páginas de la hípica del diario, me las salto pero no quiero que las saquen”, en el fondo, es “canuto a mucha honra” como le dijo a un amigo hace ya muchos años cuando le preguntó por qué no iba a ver al papa Juan Pablo II a Talcahuano, en el marco de su visita a Chile.

La tarde de nuestro primer encuentro la prensa nacional estaba agitada. Se había conocido hacía pocas horas el fallo de la Corte Suprema que condenó a Cencosud a pagar 70 millones de dólares a los clientes de la tarjeta Jumbo Más para devolverles dinero que se les había cobrado ilegal y abusivamente (aumentando la comisión de mantención de la tarjeta) el 2006 cuando el, en ese momento, candidato presidencial de la UDI, Laurence Golborne, era el gerente general de la empresa de retail. ¿Supo Golborne, no supo, hasta dónde supo, para qué le pega Allamand si la oposición le va a pegar, irá a seguir de candidato? Navia quiso hablarme del tema. A él la actualidad lo convoca lo exalta lo toma lo sostiene lo abduce le anuncia lo abraza le susurra. ¿Me despachó por aburrida porque no me interesa la contingencia? ¿Texteaba sobre el fallo de Cencosud? ¿Inventó que tenía una reunión para irse a hablar con gente más interesante? Sí. Quizá sí. Pero, y de esto estoy segura, no fue solamente eso. Partió defendido, no quiso mostrarme su oficina (cuando he visto fotos publicadas del departamento donde vive, con piso de madera y sofás blancos en El Golf) y además, tal vez, estaba en su cabeza una idea de mí que… bueno, cuando me iba yendo espetó como sin darle mayor importancia.

—Espero que no haya sido una perdida de tiempo para ti.
—¿Por qué dices eso?
—Después de la entrevista que le hiciste a Parisi… lo mataste a Parisi, lo mataste con tu entrevista.

Yo no inventé lo que dijo el candidato iba a decirle, pero se fue antes de que alcanzara.

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José Miguel Insulza, cuando era ministro del Interior, me pidió que viniera. Yo vivía en Nueva York y hacía mi doctorado. Quería un estudio sobre sistemas electorales y le hice una recomendación. Él dio varias entrevistas, incluso recientemente, y dijo que favorece un sistema uninominal. Creo haber logrado convencerlo que de que es la mejor salida para Chile. El voto legislativo hoy es un voto perdido, no tiene ningún efecto en la forma cómo se distribuyen los escaños. Lo malo del binominal es que inhibe la competencia y necesitamos un sistema que la promueva. Y si quieres más competencia, tienes que tener un sistema uninominal, como el que existe en Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos o en Chile en las elecciones municipales. Se escoge un alcalde por comuna. Podríamos tener 120 distritos en Chile, un diputado por cada distrito.

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Patricio ha comenzado a empinarse en la adolescencia. Lleva puesto el uniforme de colegio (pantalón gris y camisa celeste) y está recostado sobre su cama de una plaza con la Biblia entre las manos. Lee, aprovechando su habitación para él solo (el Nano no ha llegado). Son las ocho y media de la noche y, desde la sala, traspasa la puerta cerrada una música que conoce bien, porque todos los días la escucha a la misma hora. Se distrae, aunque está en medio del capítulo que se convertiría en su historia preferida de su libro preferido, el del profeta Daniel, su ídolo de la Biblia. Libro que fue incentivado a leer en razón de su segundo nombre, Daniel. Libro del que llegaría a recitar párrafos enteros de memoria, incluso años después de no haberlo vuelto a abrir. “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo…”. Termina la música del noticiario de Televisión Nacional, el canal público que omite información sobre cualquier protesta contra la dictadura, y se escucha la voz de un joven Raúl Matas: Bienvenidos a una nueva edición de 60 minutos, un mundo de noticias con las noticias del mundo. Patricio camina en silencio hasta la sala, se desplaza como guiado por una fuerza mayor, a sentarse junto a su padre y mirar la pantalla. No es una escena extraordinaria en casa de los Navia Lucero. Una feroz hambruna azota Etiopía; en India, la primera ministra, Indira Gandhi, muere asesinada; España, huracán alcanza las costas de Galicia dejando pérdidas por… En esta casa se ven noticias. Existe el interés de seguir día a día el acontecer noticioso porque hay que leer las señales que anunciarán el fin, ese fin–comienzo que se espera con ansias. Porque la llegada de Jesús estará antecedida por tiempos malos, el apocalipsis, angustias, catástrofes, humanas y naturales. Malas noticias que son, en definitiva, buenas nuevas para los 17 millones de adventistas del mundo porque son signos de que el segundo advenimiento, la hora del juicio final, el Cielo y la Tierra Prometida para unos y el Infierno para otros, se acercan.

—El profeta Daniel destaca por su sabiduría, por revelar misterios y aconsejar a los poderosos. Daniel decía lo que pensaba, o sea, predicaba, o sea, escribía columnas… y hacía lo correcto, aunque lo mandaran al foso de los leones. Por eso a mi padre le hace mucha lógica que yo escriba columnas políticas, es como el rol del profeta. Vienes y le cuentas a los políticos lo que tienen que hacer, lo que es bueno y lo que es malo –diría Patricio ya crecido cuando se sintiera en confianza.

Pero Daniel no debe ser el único profeta que dejó su marca en Navia. Un básico leído en los colegios adventistas a los que él asistió es Ellen de White, cofundadora del adventismo en Estados Unidos a mediados del silo 19. Para los no creyentes es una epiléptica del lóbulo frontal y para los creyentes tenía el don de la profecía y la divulgó en artículos periodísticos y libros. Es que el adventismo siempre ha estado a la vanguardia de la evangelización a través de los medios. La iglesia cuenta con canales de televisión que operan internacionalmente transmitiendo las 24 horas del día y una radio que emite más de 1,000 horas a la semana en 70 idiomas. Incluso sermones adventistas en chino mandarín se pueden encontrar.

No es extraño entonces que del seno de ese culto adventista puro surja Patricio Daniel Navia Lucero, el cientista político, profesor, columnista, escritor, conferencista con un pie en Chile y otro en Estados Unidos. En su infancia observante se tornaría robusta esa sintonía fina que, de mayor, exudaría con la contingencia; ese entusiasmo por entender el mundo y su devenir; ese ingenio para aventurar más allá de lo que se ve y esa omnipresencia en medios escritos, televisivos, radiales, librescos, con los que el niño provinciano de ojos oscuros como la noche, el tercer hijo del pastor Bernardo, se ganaría la vida de adulto.

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En casa de los Navia Lucero no se hablaba de política, aunque en el aire se respiraba ese profundo anticomunismo consuetudinario a los hogares de fe protestante. En la práctica, los adventistas del país vieron con beneplácito la dictadura del general Augusto Pinochet. De hecho, los recuerdos familiares indican que la señora Marta, aunque ella aún lo niegue tajante, se levantó al alba el jueves 11 de septiembre de 1980 y fue a dar su voto, igual que más de 4 millones de chilenos, a la opción Sí. El Sí ganó en el plebiscito de ese día, cerrando la posibilidad inmediata de elecciones abiertas, aprobando una nueva constitución y confirmando en el cargo de presidente a Augusto Pinochet por 9 años más.

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Me duele la guata que el Partido Comunista defienda las dictaduras en Corea del Norte, en Cuba, considerando todo lo que pasó aquí. Pero eso sería casi secundario. Mi principal diferencia es que cree en un modelo que no funciona. Las economías de mercado funcionan mejor que las economías estatizadas y no me da vergüenza decirlo, la evidencia es concluyente. Hay buenas economías de mercado y hay malas economías de mercado, en Chile necesitamos mejorar la nuestra. El Partido Comunista se acostumbró al poder, le gustó estar en el Congreso, quiere aumentar su presencia, está más que dispuesto a hacer un montón de concesiones con tal de tener espacios de poder y es perfectamente razonable porque además sabe, cómo sabemos todos los que miramos datos, que los chilenos no quieren destruir el modelo. Quieren que Cencosud no abuse de ellos, pero no que se eliminen las tarjetas de crédito, no quieren tarjetas de racionamiento entregadas por el Comité Central del Partido Comunista. Quieren ser parte de la fiesta, entrar a la Tierra Prometida finalmente y dejar de mirarla desde el frente. Por eso, cuando vienen otros y les dicen, miren, hay otra Tierra Prometida, bolivariana, mucho más allá, sigamos caminando por el desierto, éste pueblo escogido que ya caminó por el desierto dice no, la Tierra Prometida está aquí, al frente, la estoy mirando, lo que quiero son candidatos que me construyan puentes de tal forma que yo, o al menos mis hijos, puedan llegar a esa Tierra Prometida. Eso es lo que está pidiendo el electorado.

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Es domingo por la mañana en Temuco y la familia sigue compartiendo en la mesa, donde acaban de desayunar. El padre, Bernardo Navia Olmedo, ha traído de su velador la radio Made in China que compró hace algunos años en la Zona Franca, el tiempo que vivieron en Punta Arenas. Marta Lucero Bustos, la madre, lleva una pechera de delantal sobre la falda y levanta platos y tazas con la destreza de quien está acostumbrada a hacerlo, rápida limpia las migas del mantel y echa a cocer unas papas para el almuerzo. No lava la loza sucia, la deja apilada en el lavaplatos para después porque ahora se apura y se seca las manos en la pechera que deja colgando en el gancho y con las manos se arregla la melena café intenso que ni pasados los 60 años necesitará tintura y vuelve para sentarse junto a sus hijos y su marido. Suenan trompetas, el tono es abierta y rotundamente teatral

—Tu-tu-tu-tut-tu-tuuuu. Tu-tu-tu-tut-tutuuuu…

La cocina de los Navia Lucero, seguramente igual que muchas otras en cualquiera de los 35 países de habla hispana hasta donde llega el programa de radio patrocinado por la Iglesia Adventista del Séptimo Día, se llena de un canto de voces de hombre, gruesas y moduladas que toda la familia, los seis integrantes, acompañan.

—Son de trompetas que anuuuncian la luuuz… Cristo muy proooonto vendráááá…

Son Los Heraldos del Rey, un cuarteto con aires de góspel y música a capella, que nació a fines del 20 en California al amparo de un exitoso programa radial adventista que se llamó, en un principio, La Voz de la Profecía. Reemplazando integrantes, aún hoy se mantienen vigentes.

La música en la cocina de Temuco sigue hasta que el cántico cesa y el doctor Milton Peverini, un uruguayo crecido en Argentina, abogado, consejero juvenil y educador, habla y lo hace con ese español sin acento (como si no fuera de ningún país) igual al que desarrollaría el tercer hijo, Patricio.

—Escuchan ustedes el programa mundial… ¡La Voz de la Esperanza! que proclama un mensaje cristiano de paz, de seguridad… ¡y de amooor!

Las voces regresan.

—Cristo muy prontoooo, vendráááá…

Empieza a bajar la música y Peverini vuelve a hablar. Lo hace como un adulto que lee con cariño a un niño. Cuenta la historia de dos bebes cambiados al nacer por error y cómo la verdad llega quince años después cuando la grave enfermedad de uno de los niños conduce a su familia a hacerse pruebas de compatibilidad que certifican lo que hasta ese minuto era impensado para todos y…

Peverini maneja con oficio los hilos que hacen la entretención, administra el tono, crea pausas, genera expectación, atrapa. Todos los Navia Lucero están absortos en la narración, el silencio baña su cocina como todos los domingos. También hay palabras de reflexión.

—Este mundo se halla sumido en un terrible y profundo abismo –Peverini se ha puesto muy serio. Este mundo se encuentra abrumado por una oscuridad aún más densa que la que existe en el fondo del mar o en las entrañas de la tierra. El crimen y el odio se han desatado sobre la faz del planeta.

Y así sigue Peverini hasta que dan ganas de gritar de miedo por “las fuerzas de las tinieblas” y el “desquicio moral” y entonces reconforta con amabilidad.

—Pero Él tiene un plan infalible para sacarnos del abismo y conducirnos a su gloria, a la gloria de la felicidad de la vida abundante y eterna.”

***

Si voy a votar en las primarias, voy a votar por Velasco. Yo creo que Andrés debería haber ido igual en noviembre. Estas primarias son más bien un tongo, la Concertación quiere legitimar a Bachelet, no que la gente escoja. La evidencia de eso es que quiere negociar todos los cupos para el Congreso. La gente podría escoger a los candidatos para el Legislativo si la Concertación creyera en la democracia, como dice que cree. Bueno, (responsables son) los jerarcas de la Concertación, los dueños de los partidos de la Concertación, que es un grupo no sé de 1.500 a 2.000 personas que están esperando volver a recibir sueldo estatal una vez que Michelle Bachelet vuelva a La Moneda. A veces sigo a mis trolls en Twitter y los que más me insultan siempre son así como ex Seremis de algo.

***

Es probable que hayan sido muchas las noches de desvelo de Bernardo Navia Olmedo y Marta Lucero Bustos allá en la Araucanía. Noches completas escuchando la lluvia golpear el techo. Noches de darle vueltas a ese salto cuántico al que se veían forzados. Era una apuesta mayor, un giro a los destinos, lo sabían. Era fines de los años 80 y vivían en Temuco, cerca de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, donde Bernardo oficiaba de pastor. Dos de sus cuatro hijos ya estaban en la universidad y el tercero, Patricio, un alumno brillante en su último año de colegio, confiado de que sacaría puntaje nacional en la Prueba de Aptitud y entraría a Ingeniería o a Derecho. Pero no iba a alcanzar. No. El sueldo de pastor no iba a ser suficiente para que todos fueran a la universidad pero tampoco para que pudieran postular a alguna beca. Y ellos estaban decididos a que sus cuatro hijos estudiaran. Entonces un amigo, también pastor adventista que vivía en Chicago, ofreció su ayuda y Bernardo consiguió trabajo allá.

***

Pese a la férrea observancia adventista del hogar de los Navia Lucero, Patricio Daniel tuvo desde niño una sensibilidad propia, auspiciada por su hermano Bernardo, tres años mayor, compañero de pieza que llegaría a ser Doctor en Literatura y profesor universitario en Chicago, que le mostraría a Julio Cortázar y que una fatalidad ocurrida décadas después, en tierras ajenas y con el nuevo milenio encima, los alejaría, dejando sin consuelo a Patricio, que lo contará con los ojos vidriosos y la garganta cerrada.

—Mi hermano mayor, medio hippie… su hijo mayor, Inti –de Intillimani, seguro, pienso– luego Leaf y después Rain.

Por el Nano, Patricio fue, a los 14 a

ntes de cumplir 18 años, e AlvaPatriciora marcha pol el Nano, su compañero de pieza. stal.ma en los que allun concierto de Alvaños, a su primera marcha de protesta política. Por el Nano, empezó a entonar al cantautor de la revolución cubana Silvio Rodríguez y al dúo chileno Schwenke & Nilo, con sus letras de crítica y descontento con la dictadura. Por el Nano estuvo en una de las históricas funciones en provincia de “Regreso sin causa”, esa obra perseguida que trata sobre una pareja que vuelve del exilio, con María Elena Duvauchelle y Julio Jung relatando el vacío, la desilusión del regreso con sueños truncados a cuestas y a un país que se desconoce. Así llegó Patricio a definirse (antes de dejar Chile, antes de cumplir 18 años) como de oposición, como más cercano al socialismo que a la Democracia Cristiana.

***

Aunque a su mujer no le gusta que lo haga, a veces todavía hoy escucha a Silvio en su Ipod. Ella dice que son canciones tristes y él le encuentra razón.

—Son canciones que te hacen regresar a un momento triste y difícil de Chile porque el Chile de los 80 era un Chile terrible. Me tocó vivirlo, es algo que llevo conmigo pero no creo que nadie quiera volver. Por eso es que políticamente no entiendo cómo un montón de gente tiene tanta nostalgia del Chile de antes.

En la primavera de 1987 los Navia Lucero hicieron el viaje de nueve horas de Temuco a Santiago, seguramente en bus. Patricio tenía 17 años y nunca había estado en la capital más que camino a Valparaíso, cuando se iba a pasar el verano con abuelos, tíos y primos. Esta vez la familia se quedó una semana a finiquitar los tramites de inmigración en el consulado americano, entonces ubicado en el Palacio Bruna frente al Parque Forestal. Durmieron en Avenida Matta, en el departamento que les prestó un amigo del padre y al otro lado, en Blanco Encalada, los estudiantes de la Universidad de Chile protestaban contra el rector designado por Augusto Pinochet, José Luis Federici, empeñado en reducir personal, vender activos, cerrar carreras. Todos los días la violencia se disparaba y alumnos eran detenidos por Carabineros. Una alumna de Música fue baleada en la cabeza frente al Teatro Municipal. Federici se desplazaba con guardias y le habían puesto bombas en su casa.

Patricio no olvidaría ese Chile que un mediodía del mes de la patria, con 17 años, dejó para subirse, con el corazón dividido, a un Boeing de la línea Lloyd Aéreo Boliviano y tardar más de 24 horas en llegar a destino. Santiago-La Paz-Cochabamba-Santa Cruz-Ciudad de Panamá-Miami-Chicago fue el recorrido. Y fue difícil, muy difícil el cambio… muy difícil repetirá años después, con la mirada baja y con razón. Hacía frío en Chicago ese otoño de 1987 y los días eran largos. Nadie hablaba inglés, los adventistas americanos no iban mucho a la iglesia, Patricio y Benjamín asistían por primera vez a colegios laicos. Se acomodaban cuanto era posible cuando, a un mes de la llegada, recibieron una de esas noticias que detienen el tiempo, la sangre. Y no sería la última. Había muerto la abuela, la madre de Marta, en Valparaíso. Nadie de la familia pudo viajar y Marta lloró como sus hijos no la habían visto llorar antes. Pocos meses después, en marzo de 1988, se iba el abuelo materno (también en Chile) y luego el otro abuelo, el padre de Bernardo. Nadie pudo despedirse ni enterrar a los suyos.

***

Un periodista de La Tercera dice al teléfono “Navia es un gallo súper winner, fíjate que está siempre donde hay que estar, es un tipo significativamente bien contactado, súper movido”.

Patricio Daniel Navia Lucero comenzó a tejerse una red de contactos antes de cumplir los 19, recién ingresado a la universidad más grande del área, la Universidad de Illinois. Fue hacia finales de un cálido verano, el de 1988, cuando la escasez de lluvia en Chicago obligó incluso a algunos barrios a restringir el uso de agua, que se topó con un letrero que lo detuvo. “Acto de Solidaridad con Chile” decía. Ese fue el principio. Corría septiembre, se cumplía un año de haber dejado el país junto a su familia y asistió al acto. Ahí estaban los chilenos. Un grupo de ardientes exiliados, manifestándose en contra del plebiscito que iría a realizarse el mes siguiente en el país, en octubre, el miércoles 5. Plebiscito en el que ganaría la opción No (con un 54%) y que implicaría la realización de las elecciones parlamentarias y presidenciales que pondrían fin a la dictadura. Aunque Navia era partidario del plebiscito (le pareció que ellos estaban muy desconectados de la realidad nacional), entabló amistades. Comenzó a frecuentar la Casa Chile en Chicago y el Centro Cultural Pablo Neruda y a participar en las actividades de la comunidad chilena del exilio. Intillimani, empanadas, dieciocho… A poco andar, se percató de la heterogeneidad y múltiples divisiones de la izquierda. Comunistas, socialistas, Mapu. Un montón de gente que no podía ponerse de acuerdo, pensó. Y entendió que la izquierda, como diría años después, “era una complicación”. Pero el sentimiento antidictadura hizo de aglutinador y el se sintió parte de aquella comunidad aunque discrepara con esa admiración que ostentaban por Fidel Castro.

Cuatro años después, en 1992, el presidente Patricio Aylwin llegó a Chicago y algunos miembros de la comunidad chilena de exiliados fueron invitados a un cocktail en el Hotel Intercontinental de la ciudad. Navia entre ellos experimentó, lo que gustaría en llamar, el primer shock anti-concertación.

—Llegamos con ganas de colaborar y reflexionar ¿qué vamos a hacer para reconstruir el país? y resulta que todos los que venían en la gira presidencial se querían ir de compras. Llevaban dos años en el gobierno y ya solo querían ir al mall.

Aylwin se comprometió a mandar un cónsul y al año siguiente, en 1993, llegó Fernando Ayala González, economista y máster en ciencias políticas, que después sería Jefe de Protocolo de Michelle Bachelet y hoy, embajador de Chile en Trinidad y Tobago. Los chilenos del exilio vieron con recelo a Ayala. Recién cuando se ofreció para ayudar en la organización del evento Intillimani y presentó a la banda musical exiliada y retornada (que ese año había lanzado Andadas, su primer álbum que figuró en el ranking internacional de Billboard) y dijo aquí están con ustedes los cantores de la libertad y la democracia, en la comunidad chilena de exiliados se tranquilizaron. Aahhh fue el murmullo de alivio que se escuchó entre los asistentes. Aahh, sííí, es de los nuestros.

Patricio entabló amistad con Fernando y tres años después, en agosto de 1996, cuando se realizó en Chicago en el United Center la convención que nominó a Bill Clinton para un segundo período presidencial, éste le presentó a Sergio Bitar. Por entonces Navia ya había terminado el Master of Arts en Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago, tenía buenos amigos en cargos políticos y formaba parte del mundo académico que estudiaba América Latina en Estados Unidos. Y así llegó un día de agosto de observador al 1901 de la West Madison Street, ese estadio donde se realizan conciertos y campeonatos de basketball o hockey, escenario de la convención del Partido Demócrata. A Navia, Bitar le pareció un tipo brillante, un senador de verdad, seriamente interesado en saber lo que pasaba en el mundo. Bitar se dio cuenta de que Navia manejaba los temas, así que le pidió que le mandara correos, a él y a otros contactos que él agregó.

—Esa fue la forma como, en cierto modo, me convertí en referente de opinión.

Eran emails con información relevante y se fueron agregando nombres al mailing que en el 2005 llegó a sumar más de mil personas. Y esa amistad se mantendría en el tiempo y a Patricio, Sergio le seguiría pareciendo uno de los tipos más claros de la Concertación y, a veces, ambos, se darían el tiempo para almorzar sin apuro, en Santiago, en Washington.

A principios de 1999, cuando Estados Unidos ardía con las confesiones de Mónica Lewinsky sobre sus momentos de intimidad con Bill Clinton, Ricardo Lagos, presidenciable, desayunó en el 680 Park Avenue, el Council of the Americas, la organización fundada por David Rockefeller que busca promover el libre comercio y la democracia en los países de América. Navia fue presentado al candidato por su amiga la periodista Karen Poniachik, que trabajaba ahí. “Este es el más laguista de los laguistas en Nueva York, el jefe de la campaña aquí” le dijo riendo. Patricio se avergonzó pero al día siguiente tuvo su reivindicación, era un soleado sábado de febrero cuando un grupo de treinta chilenos almorzó con Ricardo Lagos en un departamento de un cuarto piso con una gran vista al Washington Square Park y el futuro presidente, encantado de la acogida, preguntó quién había gestionado el encuentro. Delante de todos los presentes, interceptó a Navia.

—A ti te quiero en Santiago cuanto antes, para que nos ayudes a organizar la campaña.

Ese mismo año, en una conferencia en la Universidad de Nueva York, donde hacía su Phd, Navia se topó con el escritor chileno Alberto Fuguet. Hubo un cocktail y se le acercó.

—Oye, yo hice un review a un libro tuyo.
—¿Dónde lo publicaste?
—En mi página web.
—Pero si ahí nadie te lee.
—Cuando uno escribe es porque le gusta, lo que dices es como que yo quiero jugar a la pelota pero solo si me contrata el Barcelona.

Fuguet lo invitó escribir a la revista Capital. Empezó con columnas de libros (pero las usaba para hablar de política) y después de un tiempo Héctor Soto le dijo que mejor escribiera directamente columnas políticas.

***

Un hospital público en algún lugar de los 30 mil kms2 del estado de Guanajuato, lejos del mar. Un pueblo perdido cuyo nombre no se recuerda. Un fin de semana de Semana Santa. Es el año 2001 y hace calor. Bernardo Navia Lucero, hijo mayor de la familia, yace en una camilla. Tiene la cabeza hinchada, está conectado a un respirador. La mujer irlandesa con la que sale hace tres meses no está a su lado, sino afuera de la sala y llora y grita al teléfono en la recepción. Al otro lado, desde Brooklyn, Patricio le pide calma.

A 36 horas del choque en que Bernardo manejaba, Patricio entra al hospital, sintiendo que Dios no existe. El hermano con el que siempre compartió pieza en la casa de sus padres está conectado a una máquina comúnmente enchufada. Teme un corte de luz. Tengo que sacarlo rápido de aquí, se dice. Tengo que llevarlo a Houston. El Nano está en coma, está en un hospital, está en una camilla, está en una sala paupérrima, está en una loma, está grave en el bajío mexicano. No puede morir, no, no, si muere voy a tener que avisarle a mis papás, no, no puede morir.

El empleado del seguro médico está al teléfono.

—No se puede mandar una ambulancia aérea sin que antes vaya un doctor a certificar la gravedad del paciente.
—Pero mi hermano se puede morir, no hay tiempo para eso.
—Llámela usted entonces.

Patricio llama por su cuenta a la ambulancia aérea. Lo acompaña uno de sus buenos amigos mexicanos.

—Sí, la podemos mandar –dice alguien al teléfono desde Houston. Cuesta 15 mil dólares.
—¿Toman tarjeta de crédito? –y Patricio dicta su número de tarjeta.

En el Aeropuerto Nacional Capitán Rogelio Castillo, a quince minutos del centro de la ciudad de Celaya, junto al río Laja, Navia ve con ansias aterrizar un avión ambulancia. Ha llegado desde Houston en el estado de Texas, 1500 kilómetros bordeando el Golfo de México, 1 hora y cuarto de viaje. Se bajan los paramédicos y sus equipos. Problema. No hay cómo trasladarlos al hospital. Patricio arrienda otra vez. En un auto ambulancia llegan y acomodan a Bernardo para el viaje. Patricio toma del brazo al que parecía el jefe de los paramédicos.

—Por favor que no se te muera mi hermano.
—No se nos va a morir. Puede que no despierte más pero no se nos va a morir –y le pasa el papel para que firme la autorización de traslado.

Seis meses estuvo Bernardo Navia Lucero en un hospital de Houston. Dos, en coma profundo. Patricio le revisaba las tarjetas de crédito, llamaba para entender los cargos, se enteró de sus patrones de consumo y Bernardo era un tipo gozador y mujeriego. De a poco empezó a abrir los ojos y a dar señales de que veía gente. A los tres meses empezó a preguntar ¿qué pasó? Los Navia Lucero le explicaban. Se dormía. A las pocas horas despertaba y volvía a preguntar lo mismo. No tenía memoria corta, solo larga, de la infancia. Fue recuperándola desde atrás para adelante. Salió en silla de ruedas. Tuvo que aprender a caminar.

—Hoy tiene algunos problemas… son motores. Pero igual se mueve bien. Piensa que podría no haber vivido. No puede manejar, medio chueco pero con lentes lo corrige. Pero todavía de pronto tu decí este hueón está como, como medio raro. Fue el momento más duro de mi vida y de mi familia. Tuvo pérdida cerebral pero no se le rompió, o sea, está todo adentro… cuando llegué al pueblo –la voz se le corta– …esto es lo único que me emociona. Bernardo tuvo una recuperación difícil y se enojó con la vida y con todos. Trató de rearmarse, alejándose. Él sintió que la vida fue injusta. Se casó con la irlandesa que iba en el auto pero no le avisó a nadie, ahí sentí como… oye po hueón, yo te fui a buscar.

***

No voy a votar por Longueira, eso te lo aseguro. Si yo fuera el último voto y me dicen Longueira o Bachelet, voto por Bachelet. Entre Allamand y Bachelet, me costaría. Tengo muchos problemas con los dos, hay cosas que me gustan de ambos. Pero no voy a ir a votar al final, porque va a ganar Bachelet, pero no con mi voto. Es más, voy a invitar a abstenerse para que gane con la menor votación posible.

***

Cae la tarde un día de verano en marzo de este año. Cae roja sobre la cima del cerro Santa Lucía, ahí donde Pedro de Valdivia fundó Santiago, hace casi 500 años. Y el rojo del cielo combina con el fuego de las antorchas y las velas que rodean una fuente de agua circular y afrancesada que está en la terraza. Ahí, afuera de un castillo que a comienzos del siglo 19 fue una fortaleza construida por un militar para dominar la ciudad, ahí, en esa construcción que es hoy el Castillo Hidalgo, un elegante centro de eventos, espera, también elegante, Patricio Daniel Navia Lucero. Tiene 42 años en uno de los días más importantes de su vida. Se ha puesto un terno oscuro y una corbata azul paquete de vela con un pañuelo a juego, bien ubicado en el bolsillo de la chaqueta. “El negrito de Harvard” como le han preguntado tantas veces si no le molesta que lo traten así. “El hijo de la señora Juanita” como ha dicho de sí mismo. Porque nadie le regaló nada, aquí sí es cierto, y su historia es una de las historias de ascenso meritocrático más puras del Chile contemporáneo.

La canción en off de la escena debiera ser de Illapu. “Vuelvo, amor vueeeelvo. A saciar mi sed de ti.
Vuelvo, vida vueeeelvo, a vivir en mi país” porque ese día de marzo, 26 años después de aquel largo viaje emprendido en Lloyd Aéreo Boliviano rumbo a Chicago, Patricio Navia, convertido en un profesional reconocido asentado en dos países, tomaba a una mujer joven de pálida piel morena y perfecta belleza chilena, igual que su madre Marta, para iniciar su propia familia. El único Navia Lucero que volvió. Sus padres viven en una comunidad adventista en Michigan y no hablan inglés y sus tres hermanos, también viven en Estados Unidos.

Sobre la terraza de baldosas Córdova, Navia se ve tranquilo, nervioso y contento, como todo novio. Posa para las fotos, se abraza con seres queridos, sonríe, conversa con su madre. Marta Lucero, abuela de siete nietos, ex trabajadora de una lavandería y ex encargada del aseo en un hotel, hoy consigue reunir a sus cuatro hijos en su casa todos los años para el día de Acción de Gracias, el último jueves de noviembre. Marta, erguida al lado de su hijo, cálida y sonriente con un traje concho de vino y sendas margaritas las mejillas.

De los tres hermanos de Navia, solo viajó uno, Pedro, el segundo, con el que Patricio comparte la pasión por el fútbol. El menor, Benjamín, es parco en sus gastos y el mayor, Bernardo, con tres hijos, no se pudo organizar. Cuando ya es de noche, llega la novia. Delgada, de blanco y velo. Un vestido strapless, largo y ajustado deja al descubierto los hombros bien formados, las clavículas y sus sugerentes fosas superior e inferior, unos brazos firmes y delineados y una cintura pequeña. La acompañan un par de aros largos revoltosos, un ramo de flores en lila y azul, un fino cintillo en la cabeza y el pelo suelto, libre liso con las puntas onduladas. Se ha bajado de un convertible antiguo, un Ford Mustang Cobra de color blanco con carrocería de cuero rojo arrendado para la ocasión.

Patricio y su madre, del brazo y sonrientes, se abren paso entre los invitados. Detrás, Macarena del brazo de su madre. Patricio se acerca, besa a su suegra, toma de la mano a Macarena, se besan en los labios, intercambian unas palabras alegres, ella le toma el brazo con orgullo y avanzan. Los asistentes se ponen de pie. Caminan hasta situarse frente a una mesa de madera rústica. Detrás, un hombre con un micrófono les habla en ese tono formal que se le escucha al chileno clase media. Luce un terno azul oscuro, una corbata gris plata con un pañuelo igual, la partidura al lado de una abundante cabellera con escasas canas y lentes ópticos. Está elegante y evidentemente contento. Es el padre. Es Bernardo Navia Olmedo, pastor adventista, hoy jubilado.

—Cuando le pedí matrimonio a la Maca y ella dijo que quería una ceremonia religiosa yo pensé, sin decirle nunca nada, si le pide a mi papá que nos case se va a anotar un golazo… y, de hecho, mi papá la ama. Era la movida política a hacer pero no puedes darle recomendaciones políticas a tu pareja.
—Patricio Daniel Navia Lucero ¿prometes delante de Dios y en la presencia de todos estos testigos tomar a Macarena Donoso Rojas para que sea tu esposa de acuerdo a la ordenanza de Dios en el sagrado estado de matrimonio? ¿La amarás, la consolarás, la honrarás, la protegerás en la enfermedad y en la salud, en la prosperidad y en la adversidad…?

Patricio escucha con el ceño fruncido de concentración y solemnidad, las cejas largas hacen la forma de una s.

—…y renunciando a todas las dem lo declaras?ara ella mientras ambos vivieren. ¿Astracin la adversidad… a Macarena Donoso Rojas para que sea tu esposa de acueás te conservarás solamente para ella mientras ambos vivieren. ¿Así lo declaras?

Las manos femeninas de Macarena y las toscas de Navia se tocan, intercambian argollas y ella cierra el acto con un beso, acariciándole con el pulgar un pómulo, cerca de su lunar.

—Tengo el placer de presentar a ustedes esta noche –dice el padre – al nuevo hogar formado por Patricio, nuestro hijo y Macarena, otra de nuestras hijas, y los invito a aplaudir esta decisión.

Los novios dejan la terraza y entran a un salón con mesas de mantel negro y mozos con pechera rayada. Marco Enriquez Ominami y Karen Dogenweiller, José Pablo Arellano, Héctor Soto, Andrés Velasco y Consuelo Saavedra, Karen Poniachik, Pablo Gazzolo, Marcelo Tokman… Patricio toma el micrófono.

—Hola, buenas noches, muchas gracias a todos por venir (…) a todos, hay amigos acá que, bueno, son mis amigos desde antes que naciera Maca.

Todos ríen.

—Quiero felicitar a Patricio –dice Macarena– por haber escogido a una mujer buena, guapa e inteligente.

Se gana las carcajadas de los invitados y un beso de Patricio antes de agregar:

—Pero también me quiero felicitar a mí por entregarle mi corazón al hombre más maravilloso de este mundo.

Macarena sueña con ser escritora, es asesora del Subsecretario de Vivienda, tiene una revista digital con su nombre, está preocupada de la plantación de árboles en la Patagonia, es partidaria de legalizar la marihuana y su candidato es Andrés Allamand. Tiene ángel y modales de colegiala. Es atractiva y cuando sonríe, lo hace tan generosamente que el labio superior se recoge y deja las encías al descubierto.

Él toma nuevamente el micrófono y dice que quiere hacer un recordatorio “a aquellos amigos que por su orientación sexual en este país no tienen el mismo derecho que tenemos Maca y yo de celebrar nuestro amor. Esto lo acordamos. Y lo acordamos al punto que yo digo matrimonio igualitario y Maca dice Acuerdo de Vida en Pareja.

—Pato, yo te prometo –dice ella– que me voy a esforzar por hacerte feliz el resto de mi vida, te amo.

Patricio y Macarena bailan abrazados. Suena la canción Tan Enamorados de Ricardo Montaner. Se besan. Ella tiene sus manos sobre los hombros de Navia, los ojos cerrados y una sonrisa pintada. Se ve tan feliz, se nota que se siente cuidada y amada. “Taaaan enamorado de tiiiii que la noche dura un poco máááásss…. Y te haré compañía más allá de la vida, yo te juro que arriba te amaré máááásss”. La fiesta está animada, hay bolas de espejo, una orquesta y cotillón. Las mujeres se sacan los zapatos para bailar mejor.

***

La primera vez que vine largo a Chile tiene que haber sido el 2000, a trabajar con el Pepe de Gregorio y la Karen Poniachik, que conocí en la campaña, al Comité de Inversión Extranjera. Andrés Velasco me arrendó su depa en Andrés de Fuenzalida. Me pasé tres meses aquí y fue traumático. Los domingos en la tarde salía a pasear por Providencia hacia arriba, hacia abajo y lo único que abierto era esa hueá muy mala que se llama ¿Lomitos, no? Asquerosa. Hasta hoy me cuesta acostumbrarme. Me cuesta la lentitud de la gente, los almuerzos familiares de dos a ocho los domingos, las conversaciones sin ir al punto. La Maca quiere que vivamos acá pero antes pasar algunos años en Nueva York. Yo viviría toda mi vida en Nueva York si pudiera. Mi mundo ideal sería un semestre al año en Nueva York y el resto del tiempo aquí.

***

El jaleo empezó la víspera de noche buena, como si de un buen augurio se tratara, con un corto Feliz Pascua por email del candidato presidencial, Sebastián Piñera. Patricio Navia se dio cuatro días antes de contestar y cuando lo hizo, fue para declararle que se encontraba “oficialmente indeciso” y plantearle, en un extenso párrafo, los tres temas que lo frenaban para apoyarlo y “llamar a votar” por él en la segunda vuelta que se avecinaba. Sebastián Piñera retrucó escueta pero calurosamente. Le garantizó, sin entrar en especificidades, que no debía temer y aseguró que lo estaban esperando. Cuatro días después, el lunes 4, Navia volvió al ruedo. Se sentó frente al computador y le aseguró su apoyo. “Creo que serás un mejor presidente que Frei y al final it comes down to that”. Además, ese lunes, Navia habló por teléfono con el director del diario La Tercera, Cristián Bofill, que sabiendo su decisión, le pidió una columna que justificara su voto. Él dijo que aún no estaba listo, aunque se comprometió a hacer un intento. Y volvió al computador y lo que salió fue “De concertacionista a votar por Piñera: opción legítima” donde entregó razones para hacer lo que había hecho pero sin explicitar que lo había hecho. El famoso se cuenta el cuento pero no el santo salió publicado al día siguiente, el martes 5, en La Tercera.

Aquel lunes 4 de enero, quizá Patricio Navia estuvo en la calle, junto a cientos de santiaguinos, mirando a la Pequeña Gigante acompañada de su tío el señor Escafandra, celebrando el bicentenario de Chile. Y por la noche, tal vez, aprovechó de ir a ver teatro, alguna obra de la nueva versión del Festival Internacional Santiago a Mil, que se realizaba esa semana, como todos los eneros y, por eso, se acostó tarde, a lo mejor después de las 12 de la noche del 4, de madrugada, es decir, ya el 5. El 5 de enero del 2010. Un día que difícilmente iría a olvidar. Un día que para algunos, fundamentalmente concertacionistas, sepultó para siempre la credibilidad, prestigio y perfil del analista.

En la mañana del martes 5, mientras los jóvenes chilenos se matriculaban en las universidades, Patricio Navia dormía profundamente en un departamento en el barrio El Golf, en su cama, tal vez solo, tal vez acompañado. A las 7 de la mañana, el sonido de su teléfono móvil interrumpió la respiración armónica del que duerme tranquilo.

—¿Aló? –la voz áspera, seca de los recién despertados.
—Te estamos llamando para una entrevista aquí en la Radio Duna –dice la periodista Constanza Stipicic.
—Pero Coni … –se rasca los ojos, se saca el teléfono de la oreja y mira la hora en la pantalla.
—Patricio, es importante.
—Será importante para ti, pero no hay ninguna hueá importante a las 7 de la mañana –y cuelga.

Como el teléfono no paraba de sonar, Navia le bajó el volumen y siguió durmiendo. Una hora después, despertó. Ya eran pasadas las 8 de la mañana y el teléfono aún sonaba.

—¿Aló? –de nuevo la voz áspera de Navia en pijama, calzoncillos o desnudo.

Es el periodista Mauricio Hofmann de la radio 95 Tres FM, con toda la vitalidad de su segundo día de emisiones al aire en el programa de actualidad Alerta Temprana, de lunes a viernes a las 7:30.

—Hola, te queremos entrevistar por una cosa que salió en… ¿podemos salir al aire?
—Sí, sí…

Tú estás apoyando a Piñera…

—¿Cómo sabes eso? –Navia tragó saliva.
—Salió en El Mercurio.
—¿Me lo puedes leer?
—De Patricio Navia a Sebastián Piñera. 4 de enero. Feliz 2010. Este fin de semana me decidí. Votaré por ti. Voy a escribir una columna explicando mis razones. Creo que serás un mejor Presidente que Frei, y al final it comes down to that…

Hofmann leyó el mail completo. Navia se había quedado mudo. Estaba enojado y asustado.

—¿Usted escribió ese correo?
—Bueno… sí, es como el correo que yo escribí…
—Entonces, es verdad.
—Me sorprende… que lo tengan ustedes, que lo tenga El Mercurio… pe, peeero, sí, es verdad… yo, voy, voy a apoyarlo.

Corta con la radio y sin bañarse ni vestirse ni comer Patricio se sienta frente al computador y manda dos correos. Uno a Cristián Bofill, su jefe en el diario. Mira, pasó esto, o sea, supongo que ya sabes… y le reenvía el intercambio de correos con Sebastián Piñera. El otro, al candidato presidencial, expresándole su malestar porque los correos privados no se distribuyen. Al poco rato, lo llama el jefe de campaña, Rodrigo Hinzpeter, mi hermano.

Te quiero asegurar que no fuimos nosotros.

—Pero Rodrigo, no fui yo así que fueron ustedes.

A continuación, el llamado de Sebastián Piñera. Que mil disculpas. Navia habla de deslealtad y agrega, es lo mismo que te hicieron a ti cuando te grabaron y luego te pusieron en la televisión (rememorando el episodio de Ricardo Claro y la grabadora Kioto, en 1992). Piñera dice que no sabe nada y, como es su costumbre, usa los tres adjetivos de siempre: está sorprendido, está preocupado, está nervioso. La preocupación principal de Patricio es Cristián Bofill y le pide que lo llame. Piñera dice veamos qué podemos hacer. También dice estamos averiguando quién fue pero yo se lo mandé a Rodrigo y a Alberto, tiene que haber sido Alberto Espina porque además lo publicó un periodista que trabajó con él. Años después se irían a encontrar Patricio Navia y Alberto Espina en Temuco y Espina se le acercaría para decirle oye, dijeron en esa época que yo filtré eso, y obviamente, no fui yo, quería que lo aclaráramos. Y Patricio se acordaría de Al Pacino en El Padrino. “El que te venga a decir que tienen que hacer la reunión, ese es el traidor”.

—¡Pato, la embarraste! ¿Cómo le mandas un correo a Piñera? Si Piñera no se puede quedar callado, Piñera filtra todo… –Bofill aparece al teléfono.
—Pero Cristián, no tenía sentido que filtrara esto –arguye ya más aliviado con el llamado –hubiera tenido mucho más efecto que yo sacara una columna el domingo, como tenía pensado hacer, declarando que votaba por él. Ahora, en cambio, la noticia es la filtración y no mi voto.

Después de hablar con Bofill y seguramente ya duchado y desayunado, Navia regresa al computador a escribir una nueva columna. “Nadie debería ser considerado héroe o traidor por decidir libremente” aparece en La Tercera el miércoles 6 de enero, cuando él duerme o lee desvelado, como suele hacer a bordo de un avión, rumbo a una conferencia en Stanford.

Cuando vuelve al país, unos días después, se incomoda. Hay gente que se siente traicionada. Hay gente que estima que su posición ayudó a convencer a otros. A él no le parece que haya pertenecido a ninguna tribu a la que le debiera nada, pese a que había dicho muchas veces que era concertacionista, y tampoco cree haber persuadido a nadie. Aún más, seguirá convencido de que los columnistas deben transparentar su voto, que un analista sin preferencias políticas es como un comentarista deportivo al que no le gusta el fútbol y que Héctor Soto vota por la derecha, Carlos Peña no vota por la derecha, Ascanio Cavallo Democracia Cristiana, Sebastián Edwards dice por quién vota, Eduardo Engel igual y Andrés Velasco, cuando era columnista, también. Porque es de todo el sentido del mundo, acentuará, porque no existe la objetividad en una columna. Los periodistas lo persiguen para saber qué hará después de lo ocurrido. En ningún momento piensa cambiar su voto y aunque Sebastián Piñera le seguirá pareciendo una persona bastante deshonesta, no se arrepentirá de haber votado por él porque era lo mejor para Chile y porque jamás habría escogido a Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Además, precisará, recalcando con el tono cada vez que surja la oportunidad: Yo nunca he llamado a votar por nadie.

***

—Pero bueno, todos los políticos son así –dice Patricio Navia, recordando conmigo, desde la comodidad del paso del tiempo y a buen resguardo del invierno en un local tibio y con un café colombiano en los labios. –Como dice Vidal, Piñera es incontinente. Debería mostrarte los correos… mira, en el correo que sacó El Mercurio, hay un párrafo que el diario eliminó. Yo le digo que además hay una cosa que me da una intuición correcta sobre él… que sus hijos son mucho más normales que… pero eso no lo publica nadie. A mí me parece ese el principal argumento de todos los que conozco para votar por Piñera. A lo mejor es la señora.
—¿Por qué se te asumía concertacionista?
—Me avergüenzan aquellos que defienden las dictaduras, ya sea de Pinochet o de Fidel Castro, yo defiendo los derechos humanos y eso, mucho tiempo, te pudo hacer concertacionista. Voté siempre por la Concertación hasta que voté por Piñera, tengo amigos en la Concertación así como tengo amigos en este gobierno. No selecciono a mis amigos a partir de qué color político tienen, los selecciono a partir de si me parecen gente inteligente, aunque en general tengo amigos más liberales que ultra conservadores, pero tengo algunos amigos conservadores también.
—¿Has vuelto a ver a Sebastián Piñera?
—Un par de veces, me cae bien, le tengo cariño de antes.

Antes de la filtración de los correos, entre el 2005 y el 2009, se juntaron varias veces a comer en Nueva York. Patricio elegía el restaurant y Piñera invitaba pero, según Navia, siempre recuperaba toda la plata con creces porque revisaban muchos temas. El Presidente hacía las preguntas correctas y eso era desafiante para el analista que después de dos horas, quedaba intelectualmente exhausto.

—Piñera te saca toda la información que quiere. Lagos, en cambio, si estas dispuesto a escucharlo, te va a hablar seis horas. Bachelet se preocupa por ti, es muy personal… yo tengo unas fotos, que muestro en mis presentaciones, de Bachelet y Piñera abrazando gente. Ella, cuando abraza, siente el dolor y él está mirando a quién le toca después. Pero Piñera entiende y Bachelet no entiende, es una irresponsable.

México, DF, 1 de diciembre.- Parece que nadie ha dormido en toda la noche. Son pocos, no más de 300, los jóvenes reunidos en el Monumento a la Revolución convocados por el movimiento #Yosoy132. El objetivo es marchar hacia el Congreso de la Unión para repudiar la toma de protesta de Enrique Peña Nieto en San Lázaro.

Es evidente que algo ha cambiado en los últimos meses. Ya no existen las caras amables y festivas que tanto caracterizaron al movimiento estudiantil surgido aquel viernes de mayo en las instalaciones de la Universidad Iberoamericana. Ahora, las ojeras en sus rostros subrayan el desencanto, la frustración ante lo que parece inevitable a pesar de todos sus esfuerzos: el regreso del PRI a la silla presidencial.

Hay un murmullo generalizado y todavía es difícil saber qué está pasando. En el piso, una pequeña pancarta ya anuncia de algún modo lo que más tarde reportarán sorprendidos los principales medios de comunicación:

“México resiste. Existe. Ataca”

Sí, algo ha cambiado radicalmente desde el primero de julio. Muchos jóvenes han abandonado el movimiento por desidia o desesperanza. Sólo permanecen los más convencidos… o los más radicales.

–No puedes ir en el primer contingente si no tienes armas –dice un joven con la cara cubierta con un paliacate. Palos, tubos, cachiporras llenas de clavos, martillos y escudos de mano improvisados con parrillas de cocina y mesas rotas. Algunos arrastran carritos de supermercado cargados de las bombas molotov que horas más tarde volarán por el aire.

Es inevitable preguntarse: ¿dónde quedó la agenda original del movimiento? ¿Dónde el esfuerzo por democratizar los medios, los objetivos más allá de las elecciones, la consigna de ser pacíficos a toda costa?

–Esta otra forma de manifestarse, compañero –me dice alguien de no más de 17 años. Habla de la burguesía y de la lucha de clases, del neoliberalismo y de la lucha estudiantil hermanada con los obreros y los campesinos.

Realmente parece que se ha regresado en el tiempo. No sólo el Partido Revolucionario Institucional está a punto de asumir el control, sino que el léxico marxista-socialista se ha instalado de nuevo en la lengua y el imaginario de los jóvenes.

–No, camarada. Esto no fue iniciativa de Yosoy132, pero hay mucha banda que llegó anoche con esa intención y, en consenso, decidimos respetarla –explica el joven con una seguridad extraña en un menor de edad.

Sin más, el contingente comienza a avanzar y hay algo de bélico en su marcha. A diferencia de todas las marchas y manifestaciones de los meses anteriores, hoy el silencio es la regla. Las consignas no logran articularse y pocos automovilistas muestran apoyo. Algunos peatones, los primeros de la madrugada, miran preocupados el desfile, como si se resistieran a creer lo que pasa enfrente de sus ojos.

En la primera línea, un pequeño grupo de hombres armados todos con bats o tubos de metal grita consignas que pocos repiten. Uno de ellos está vestido con un mameluco naranja con manchas que emulan a un jaguar. Su casco de motocicleta tiene el mismo estampado. Su cachiporra de madera emula las armas aztecas usadas en las guerras floridas.

***

La primera valla de contención cayó alrededor de las seis de la mañana. Apenas amanecía. Una granizada de golpes y garrotazos llovió sobre el muro metálico de más de tres metros de altura que protegía al Congreso. Los golpes fueron inútiles hasta que un pequeño grupo de jóvenes, en realidad no más de una veintena, derribó de un tirón una de las vallas en medio de vítores y porras universitarias.

Pocas cosas más insufribles que el picor en la garganta seguido por los ojos ardiendo en lágrimas, la ceguera momentánea que provoca el gas lacrimógeno. La nariz congestionada y el mareo. Fue fácil dispersar ese primer ataque. El muro volvió a levantarse y los manifestantes más avezados de inmediato enjugaron su cara con leche y vinagre para eliminar el ardor.

–Con Coca Cola se calma, compa –aconsejan algunos mientras rocían sus rostros de refresco. Entre gritos y consignas en contra del “capitalismo salvaje”, resulta curioso cómo el producto más representativo del “imperialismo yanqui” se ha convertido en un antídoto contra los ataques de los policías. Los primeros cocteles molotov empiezan a caer. El piso tiembla bajo las explosiones.

El grupo se repliega y parece retirarse. Pero es sólo el primero de muchos enfrentamientos. Al lugar también ha llegado la Sección 22 del SNTE, varios grupos de comuneros de San Salvador Atenco y algunos otros grupos juveniles de corte anarquista. El #YoSoy132 parece una minoría dentro de la turba enfurecida. Los contingentes siguen llegando y únicamente los más extremos continúan atacando el muro. Los voceros de la CNTE insisten en decir que su protesta es pacífica, pero muchos de sus miembros no dudan en unirse a los estudiantes y tomar la iniciativa de los ataques.

De pronto todo se va al diablo. En pocos minutos se suman más personas al primer frente. Cualquier arma es efectiva: piedras, cadenas, postes de luz arrancados del asfalto. Las bombas molotov hacen parábolas en el aire. No todas logran explotar pero cada coctel es respondido con una lluvia de gas lacrimógeno. “Esperen, compañeros, no nos arriesguemos innecesariamente”, dice algún vocero de la CNTE por el megáfono de una camioneta. Pero ya es demasiado tarde.

De este lado del muro, la desorganización es la regla, la irracionalidad pasa de boca en boca. Del otro lado, los granaderos parecen haber perdido la cordura. El gas lacrimógeno es tanto que los manifestantes pronto se acostumbran a sus efectos y encuentran remedios eficaces. Apenas caen, los más valientes toman las bombas y las devuelven rápidamente a sus dueños. Un grupo de médicos auxilia a los más afectados rociando Pepto Bismol mezclado con agua para aliviar el ardor. “Es más efectivo que la Coca Cola y el vinagre”, aseguran sin parar.

Ante la exagerada reacción de la policía, la rebelión es asumida por todos. Los primeros heridos aparecen alrededor de las ocho de la mañana. Algunas piezas sueltas de las bombas lacrimógenas alcanzan a golpear a un par de jóvenes y hay varios desmayos provocados por el gas. Aquel muro vuelve invisible al enemigo: es imposible saber si hay heridos del otro lado. Parece que a nadie le importa.

—¿Ya ve, joven? Pura pendejada, nomás vinimos a lo güey –opina una mujer de más de 60 años. Parece no darse muy bien cuenta de lo que está ocurriendo en el primer frente donde nuevamente los estudiantes han derribado algunas vallas y se enfrentan a garrotazos contra los granaderos. Una nueva nube de gas vuelve a invadir el aire, la mujer no se inmuta:

—No hay ningún objetivo, nomás es estar berreando y berreando. Qué vamos a lograr así, dígame.

***

Un paréntesis de calma permite, por fin, analizar el panorama. La calle parece zona de guerra. No hay una sola persona que no tenga el rostro cubierto, protegiéndose de los gases. Los medios de comunicación corren de un lado a otro, cargando sus cámaras y extendiendo el micrófono a cualquiera, buscando encontrar una explicación lógica a todo el conflicto. No la hay. La lógica parece haber desaparecido esta mañana. Lo único que importa es protestar de la forma más visceral, no dejar intacto este día.

Se miran pocos rostros reconocibles del movimiento #YoSoy132. Al menos en este frente, no aparecen las figuras más visibles del movimiento. Se trata del bastión duro, contingentes formados por estudiantes de las carreras de Ciencias Políticas, Filosofía y Geografía de la UNAM. A ellos se han sumado otras muchas organizaciones que respondieron al llamado. Más tarde grupos de #SomosMásDe131, conformado por estudiantes de la Ibero, se reportarían desde otros puntos bajo similares circunstancias.

A bordo de su bicicleta aparece Sandino Bucio, un joven que ganó fama en los últimos meses por sus poemas recitados durante las marchas y por su constante activismo dentro del #YoSoy132 y, sobretodo, en el campamento instalado en Monumento a la Revolución.

—¿Se decidió por consenso el uso de violencia? —se le pregunta.

—De alguna forma sí. Es una forma de canalizar el descontento —responde dubitativo—. La violencia del Estado es mucho más dañina que esto que estamos haciendo ahora que, en realidad, no daña a nadie.

—Entonces, ¿no va a deslindarse YoSoy132 de este enfrentamiento, como acostumbra?

Sandino tarda unos segundos en responder. No lo hace. Una nueva lluvia de bombas de gas cae muy cerca de donde se realiza la entrevista. “¡Júntense! ¡Repliéguense! ¡No corran!”, grita mientras se aleja en su bicicleta.

***

Es invisible, pero una nube de gas se interpone entre los manifestantes y la muralla. Nadie se atreve a acercarse al muro. El inicio de la sesión de Congreso General, en la que Enrique Peña Nieto protestará como Presidente, está programada a las nueve de la mañana. Con ella se formaliza el cambio de gobierno. Faltan apenas unos minutos.

“Avancemos compañeros, Peña Nieto está a punto de tomar posesión. ¡Es ahora cuando hay que darles con todo!”, grita un hombre barbado perteneciente a la CNTE. Pero nadie lo escucha. Los ojos siguen lagrimeando y un nuevo gas, de color rosa, se esparce por toda la calle. Nadie sabe muy bien de qué se trata, pero el olor es intenso. Marea.

Esquivando los escombros, los parabuses y los postes derrumbados, un camión de basura aparece entre las nubes de gas. La escena es casi cinematográfica. A bordo del camión, una tropa formada en su mayoría por mujeres encapuchadas, todas vestidas de negro, levantan el puño en alto.

–¡A huevo! –grita alguien y una ovación da la bienvenida a las enmascaradas. El estallido de dos bombas molotov prepara el impacto del vehículo en el muro de contención. Una estampida de jóvenes eufóricos, armados con hondas improvisadas, lanza una lluvia de proyectiles a los policías que de inmediato responden con más gas. El choque no puede ser más preciso.

Las nueve de la mañana en punto. Es el momento más intenso y fuerte de toda la protesta. Después del choque, tal vez el momento más intenso y fuerte de toda la protesta, las mujeres encapuchadas huyen en cuanto pueden, protegidas por los manifestantes que intentan resistir los efectos del gas. Se dispersan entre la multitud. El muro ha caído de nuevo, por cuarta vez en esta mañana.

Hasta ahora, se reportan sólo cuatro heridos y algunos desmayados. La adrenalina hace que todos quieran participar. La mayoría de los asistentes se repliega en la parte posterior. Una serie de zumbidos interrumpe la euforia provocada por el último ataque. “¡Esos cabrones ya están disparando!”, avisa alguien mientras corre.

No tarda en aparecer el primer herido de gravedad. Hasta este momento, aún no se sabe la naturaleza de los disparos. Más tarde se informará que se trata de balas de goma. No importa demasiado, en realidad. Ante la imagen de la sangre y el cráneo destrozado de aquel hombre transportado en camilla, cualquier explicación sobra. Los voceros de la CNTE hacen público su nombre: Juan Uriel Sandoval Díaz. Más tarde, los rumores sobre su muerte acrecentarían la furia de los estudiantes que incrementaran sus ataques..

Nadie sabe de dónde vino el destello de cordura. Poco a poco, los grupos anunciaban su retirada. No hay oportunidad de ganar, parecen entender todos. Los gases siguen lloviendo del cielo mientras la turba emprende la marcha hacia el Zócalo.

—Demostramos que no teníamos miedo –dice una muchacha de unos 20 años—. Eso es lo importante, demostrar que no somos unos pinches agachones.

Atrás, suenan los últimos petardos. La calle parece zona de guerra y una multitud, esta vez compuesta por miles, avanza entre consignas. Parece que todo termina, pero esto fue sólo la primera chispa.

***

Escribo desde un Sanborns ubicado en la avenida Juárez. Son las 12 del día e intento describir la intensa madrugada de protestas y enfrentamientos. Los manifestantes continuaron su ruta hacia el Zócalo en donde se reunirían con simpatizantes del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), quienes, hace una hora, convocados por Andrés Manuel López Obrador, desconocieron el gobierno de Peña Nieto.

En la televisión, Peña Nieto agradece a su familia y a su equipo que lo apoyó durante todo el proceso. Agradece a México por confiar en él. La banda tricolor —que él se puso, luego de que se la entregara en las manos Felipe Calderón— le cruza el pecho. Los clientes miran la imagen con desgana y desinterés hasta que un estruendo nos sacude a todos.

Una por una, todas las ventanas del restaurante se hacen añicos. Los vidrios vuelan y caen sobre los platos de los comensales. La gente se levanta y grita. Un mesero me toma del brazo y me hace guardar la computadora lo más rápido posible. Un par de mujeres rubias comienzan a llorar a gritos: “What the hell is happening!?”.

Todos los accesos al restaurante son cerrados con candado y los clientes somos llevados a la cocina, en la parte más alejada de la entrada. La gente comienza a discutir, desgarrándose la garganta: “Esto ya es vandalismo”, dice una señora con los ojos desorbitados y la respiración exaltada. “Estos locos, ¿quién se creen que son?”. “Pinches resentidos”, se escucha en otro pasillo. “Están luchando por nuestros derechos, señora”, tercia un anciano. “¿Lanzándonos piedras están luchando por nuestros derechos?”, revira un hombre de traje arrugado y portafolio. “Guarden la calma, por favor”, insisten los meseros.

Quince minutos después la calle luce completamente destrozada. No hay establecimiento que haya quedado intacto y restos de cristales se esparcen por todo el piso. La gente corre en desbandada en todas direcciones y cientos de policías avanzan por la calle. A lo lejos, unos 15 policías persiguen y golpean a un muchacho que tiene las manos manchadas de pintura roja o tal vez de sangre. No se sabe. Ignorando los gritos y protestas de la multitud, se lo llevan entre todos.

El saldo de esta tarde, según confirmará más tarde Protección Civil, será de 92 detenidos, sin hablar del costo de los daños en el primer cuadro de la ciudad. El número de heridos será también muy grande. Se hablará entonces de provocadores y de porros que intentaban desprestigiar la protesta, y cientos de videos y fotografías comenzarán a circular por las redes sociales. Pero es imposible saber si todos los que incurrieron en actos vandálicos eran realmente provocadores pagados. Lo cierto es que la violencia no fue exclusiva de los estudiantes, ni de los granaderos. La ciudad amaneció convertida en un barril de pólvora y las primeras chispas ya habían saltado.

Muchos intentan llamar a la paz. Miro a una mujer intentar dialogar con los policías, parece una charla de sordos o de necios. “También ustedes tienen hijos”, solloza la mujer. Es tarde, la sin razón se ha contagiado como un virus y cada batallón de policías es recibido con piedras.

Los policías y granaderos persiguen sin tregua a las tropas de jóvenes que huyen por las calles, replegándose en el Monumento a la Revolución. Cientos de camionetas, camiones y patrullas circulan de un lado a otro, cargados de granaderos, de miembros de la Policía Preventiva, de la Policía de Investigación y de prácticamente cualquier fuerza de seguridad disponible. El nerviosismo y la ira se alimentaban al mirar las macanas y los uniformes desfilar por las calles.

Sobre los muros del hotel Hilton, también destrozados, la cara de Peña Nieto ha sido grafiteada junto a una pinta que intenta resumir todo lo ocurrido en el día:

“¿Te gustó tu bienvenida?”

Las sirenas de ambulancias y patrullas se escuchan por todos lados. El nuevo secretario de la Marina ensaya su mejor rostro en una televisión de imagen intermitente. Dice algo sobre recuperar la paz social y el bienestar público. Un helicóptero de la policía sobrevuela la zona de la ciudad que se cae a pedazos.

13 abril, 2013

El padre Nicolás Alessio ya no vive detrás de la capilla en la que dio misa por veintiséis años. Estoy parado frente a su nuevo hogar: una casa blanca, de tejas rojas, con una verja de madera que separa la calle de un jardín sin flores. Hace diez minutos que toqué el timbre, pero oscurece y nadie atiende. Hay luz dentro de la casa, y alguien se mueve. Cruzo la verja y espío por una ventana: desparramados por el piso del living, hay muchos juguetes.

Juguetes de colores.

Tengo que disimular cuando por una puerta que no había notado antes sale un hombre bajo que me encuentra adentro de su propiedad, abre los brazos y dice hola, pasá, bienvenido. Me deja entrar en una cocina pequeña y luminosa donde hay una mesa, seis sillas y una olla calentándose sobre una hornalla. Viste jeans gastados, zapatillas marrones y una chomba celeste de mangas cortas, que se arremanga por sobre los hombros mientras dice que me siente, que va a cocinar, si no me molesta, porque está por venir Mariela. Dice Mariela y sus ojos negros resplandecen como los de un adolescente, aunque tiene cincuenta y tres años y el cabello totalmente gris, lacio, con mechones que caen sobre los ojos negros mientras se lava las manos y las seca con un repasador inmaculado.

Toma un cuchillo con el que pela, corta, pica unas cebollas y va contando que hace un mes está como en trance. El aceite crepita. Nació mi hijo y desde entonces no sé qué me pasa, es la alegría total, estoy en trance, dice, mientras inclina la tabla y con el cuchillo barre la cebolla hasta que los daditos caen en el aceite hirviendo. Se agacha con solemnidad, apoya una rodilla en el suelo y cierra los ojos un instante, hasta que recuerda dónde está lo que busca: abre una puertita, revuelve objetos bajo la mesada y emerge con una botella de vino, y yo lo miro revolver la salsa y –quizá porque está todo vestido de celeste o por la parsimonia con la que derrama el vino tinto en la olla– sigo viendo a un cura, a un hombre que habla de su hijo pero que sigue siendo cura, aunque la Iglesia católica lo haya expulsado de sus filas por decir que el matrimonio entre homosexuales estaba bien, muy bien.

***

El pasado 11 de abril de 2013, el Arzobispado de Córdoba difundió un documento en el que se daba a conocer que “el señor José Nicolás Alessio ha sido penado con la dimisión del estado clerical. Por ello ha perdido automáticamente los derechos propios del estado clerical y permanece excluido de todo el ejercicio del sagrado ministerio”

“Más de 30 años al servicio del pueblo de Dios no ha significado nada para la Iglesia católica. Bastó que opinara distinto al Arzobispado para me echaran. En lo personal no me afecta en nada, porque seguiré compartiendo los sacramentos como hasta ahora. A los fieles no les importan estas decisiones oficiales”, dijo en declaraciones al diario cordobés La Voz del Interior. Fiel a su estilo, anunció: “Si hago un bautismo o un casamiento me lo tendrán que reconocer, porque no pueden borrar lo que soy: un sacerdote. Por más que a un médico lo despiden, sigue siendo médico”.

Dante Simón, vicario judicial del Arzobispado, le dijo al mismo medio que Alessio fue penado por “impartir el sacramento del matrimonio en forma contraria a lo que dice la doctrina católica. Concretamente, por haber casado a parejas del mismo sexo o divorciadas”.

***

Fotos.

Un casamiento con dos novias y ningún novio, y, detrás del altar, un cura católico apostólico romano.

El mismo cura católico apostólico romano, ya de cabello gris, en otra foto, uniendo a dos hombres en sagrado matrimonio.

Otra vez el cura, pero 15 años más joven, siendo arrastrado por dos policías durante una enardecida manifestación de trabajadores.

El cura a la intemperie, con barba, abrigado con un poncho rojo y una boina de lana, parado sobre la caja de un camioncito en el que improvisaron un altar, dando misa en una plaza llena de gente.

El cura en un escenario, sosteniendo un micrófono frente a una multitud de gays, lesbianas y travestis.

Sonriendo.

***

Durante veintiséis años, Alessio organizó una procesión que llegó a ser la más convocante de la ciudad de Córdoba: cada siete de agosto, por el día de San Cayetano –el patrono de su capilla–, las calles de Altamira, una barriada humilde del sudeste cordobés, se inundaban de gente que pedía paz, pan y trabajo. La procesión desembocaba en la plaza del barrio, frente a la capilla, donde se improvisaba un altar en la caja de un camioncito: parado ahí, el cura barbudo, abrigado a veces con un poncho y una boina de lana, celebraba la misa.

Así lo vi por primera vez, el siete de agosto de 2009, cuando tuve que cubrir la celebración para el diario en el que trabajo. El sol de la tarde caía oblicuo sobre la plaza, tiñendo de anaranjado a los ocho mil fieles que rodeaban el camioncito. Con los brazos abiertos, mirando al cielo, el padre Alessio propuso:

—Viva San Cayetano.

—¡Viva! –respondió la multitud que colmaba la plaza.

—¡Viva el mártir Enrique Angelelli!

—¡Viva!

—¡VIVA LA DIGNIDAD DE LOS TRABAJADORES! –gritó, y los vecinos contestaron con el puño en alto y voz quebrada, y a mi lado un viejo con la piel curtida y la ropa gastada no pudo contener el llanto.

Es sus sermones, Alessio criticaba al Vaticano y honraba a Enrique Angelelli, obispo asesinado por la última dictadura militar, el cuatro de agosto de 1976. Eran misas distintas a las que se escuchan en la mayoría de las iglesias de Córdoba.

—¡Escandalizás a los más pobres cuando decís estas cosas contra el Papa, contra la Iglesia! –le enrostró una vez el hombre que comanda hoy el Arzobispado de Córdoba. Pero Alessio, en realidad, escandalizaba a los católicos más encopetados. Y lo hizo de nuevo en junio de 2010, cuando fue invitado a la marcha por la Igualdad Jurídica y Social, que desembocó en la Plaza de la Intendencia, situada en el centro de Córdoba. Ahí, parado en un escenario, sosteniendo un micrófono frente a una multitud de gays, lesbianas y travestis, el padre Alessio pidió perdón.

—Quiero pedir perdón porque pertenezco a una institución que no termina de convertirse al evangelio de Jesús. A un Jesús que jamás condenó la homosexualidad, jamás condenó el matrimonio homosexual y que, por el contrario, condenó a los soberbios, a los poderosos y a los que discriminaban. Quiero pedir perdón por esta institución que es muy dura para juzgar a los que están fuera y muy hipócrita para juzgar a los que están dentro.

Al anochecer, en el instante en que el cura dijo “hipócrita”, se alzó entre el tumulto de la Plaza una ovación muy diferente al rugido de las hinchadas de fútbol: fue un alarido agudo, como el ulular de una autobomba –gritaron “wuuuuu” y aplaudieron.

El discurso puede verse en Youtube bajo el título “Patético: sacerdote católico defiende matrimonio homosexual defiende matrimonio homosexual”.

Detrás de Alessio, un grupo de activistas aplaude y entre ellos, Martín Apaz, un estudiante de sociología que con 26 años se convirtió en el referente de la lucha por los derechos igualitarios en Córdoba.

—Reclamábamos una cuestión de derechos cívicos –cuenta Apaz–, pero entendimos que la cuestión religiosa se iba a colar y por eso lo invitamos. Dio un discurso muy emocionante, dijo que la homosexualidad es un don de Dios. Eso es lo mismo que decirnos que éramos parte de la riqueza de la humanidad, no parte de lo malo. Él pensaba diferente y era un estorbo. Vamos a estar siempre agradecidos con Alessio, por su solidaridad en una lucha histórica, por tomar un posicionamiento tan fuerte y tan público.

***

José Nicolás Alessio nació en 1958, en Córdoba, y vivió su infancia en Argüello, al noroeste de la ciudad. Sus padres –José Alessio, músico, y Silvia Vaca, ama de casa y reina de su jardín– eran católicos conservadores y así criaron a sus once hijos. La fe, la música y la política iban a marcar sus vidas: los tres mayores –José Raimundo, José Nicolás y José Mario– entraron al seminario: Mario dejó a los pocos meses para estudiar sociología, Raimundo abandonó los hábitos de grande y Nicolás, finalmente, fue expulsado. Otro hermano, José Luis, también dedicó su vida a la fe, pero en otra Iglesia: es pastor evangelista. Dos hermanas, Silvia y Cecilia, son cantantes líricas. José Emilio es definido por Nicolás como “el enojado”; furibundo con él por diferencias políticas, Emilio no pierde oportunidad para defenestrar a su hermano y acusarlo de “abandonar sus convicciones a cambio de un sueldito”. Faltan cuatro: Juan José Pablo, “en el cielo”; Filomena, abogada; Francisco, “el benjamín”. Y por último, Ángela Alessio, “la Gela”: comunicadora social y docente, lesbiana y madre por inseminación artificial, compinche de Nicolás: la mujer que a fuerza de cotidianeidad lo ayudó a entender que los homosexuales son personas como todos, con los mismos valores, las mismas necesidades y los mismos sufrimientos.

—La “Gela” me obligó a dar una respuesta teórica a este tema –reconoce Nicolás Alessio–. La experiencia de Gela me demostraba, contra toda biblioteca, que eso (la homosexualidad) era absolutamente natural. Llamalo extraño, diferente, es otra cosa: pero es natural. Si son personas que pueden amar ¡y lo que necesita un pibe para crecer es amor.

—A los pobres se los quiere, se los trata bien –le repetía mamá Silvia a Nicolás, cuando él tenía la edad de los niños, y él encuentra en las palabras de su madre el origen de su camino y el resumen perfecto de la Iglesia tercermundista. A su padre, dice, le debe las pasiones que iban a marcarlo: la religión y la política. Católico ferviente y militante de la resistencia peronista, José Alessio conoció la cárcel cuando en Argentina no se podía pronunciar el nombre de Perón.

Alessio no habla mucho acerca de sus padres. Quiere protegerlos, porque son muy mayores y las vidas de sus hijos –él, expulsado de la Iglesia; y Gela, lesbiana y madre por inseminación artificial– les afecta.

—Mis viejos son conservadores desde lo ideológico, sí. Pero han tenido la capacidad de entender, para ellos, lo que es la “limitación humana”. Dicen “bueno, nuestros hijos son un desastre, pero el amor es el bien más grande y en algún momento nos irá a perdonar porque ellos se van a arrepentir”, entonces ese discurso les permite vivir una relación de afecto con los hijos, en donde lo ideológico no jode tanto.

***

De La Inmaculada, su colegio secundario, Nicolás recuerda cuando subió a una de las habitaciones de los religiosos más jóvenes: desorden, libros abiertos, mate preparado; fotos del Che, de Mahatma Gandhi, de Martin Luther King.

Promediaba la década del setenta cuando comenzó a sentir que su vocación política se podría encauzar con más fuerza en la vocación religiosa. Entonces, el tío Luis –tan católica era la familia que hasta tenía un representante en el Vaticano: Luis Alessio, el tío Luis, colaborador del Papa Pablo VI– le presentó a Carlos Ñáñez.

A los dieciocho años, Alessio estaba enamorado de una chica y no sabía qué hacer. Se preguntaba cuál sería “la voluntad de Dios”. Para responder esa pregunta existen los directores espirituales.

—Ellos te ayudan a ver, sentir, descubrir, imaginar la voluntad de Dios. Y eso fue así con Ñáñez. Me decía que “Dios quiere más a los que elige para el sacerdocio, porque los ve como a su hijo Jesús”. ¿Cómo no sentirme ungido, dispuesto a todo, con semejante afirmación? Terminó de convencerme.

El seminario duró seis años, Alessio se ordenó sacerdote a fines de 1981. Ñáñez respaldó a Nicolás cada vez que su vocación flaqueaba, cada vez que el sentimiento hacia una mujer le hacía dudar. Y, según Alessio, lo mantuvo alejado de los documentos que hablaban de justicia social, pueblo, liberación. Sobre todo, le advirtió que no debía tener contacto con los curas “peligrosos”, los que se reunían a confabular en el grupo Enrique Angelelli.

Treinta y cinco años más tarde, en marzo de 2011, como arzobispo de Córdoba, Náñez firmó la sanción at divinis que expulsó a Nicolás de la institución. Él lo hizo entrar, él lo echó.

A través de su secretario personal, el arzobispo declinó un pedido de audiencia para conversar sobre Alessio.

Cuando se enteró de que había sido sancionado, en marzo de 2011, el padre Nicolás Alessio me dijo:

—Me importa tres rábanos.

Estaba atrincherado en su capilla de siempre, en Altamira, y desde ahí disparaba titulares para los diarios nacionales e internacionales: “Es evidente que en esta Iglesia disentir es pecado” (Clarín); “Ellos no tienen atado a Dios” (Página 12); “La Iglesia tolera a los violadores en sus filas, pero no a quien piense diferente” (El Mundo de España). En boca de un cura, frases que circulan en forma corriente se volvían singulares, extrañas, y causaban –según quién lo oyera– admiración, indignación o pasmo.

Tres meses antes de que Argentina se convirtiera en el primer país de América Latina en legalizar el matrimonio igualitario, en julio de 2010, difundió un documento redactado por él y firmado por un grupo de quince curas rebeldes: decían que la unión civil entre personas del mismo sexo “no tendría que ofender a nadie, y por el contrario, debería ser motivo de alegría que esas personas tradicionalmente discriminadas, ofendidas, estigmatizadas y obligadas a vivir ocultando sus más profundos sentimientos puedan sentirse amparadas por una ley que les reconozca su derecho al amor y a la familia”.

No tendría que ofender a nadie, dijo, pero ofendieron el documento y las innumerables veces que lo ratificó en diarios y programas de tele y de radio del país y del mundo.

“Recemos por el padre Alessio, para que salga de esta ruta que lo va a llevar directo al Infierno”, pedían los católicos más conservadores desde Página Católica, Panorama Católico y Argentinos Alerta, algunos de los tantos portales que santifican la web, en los que el cordobés aparece como “el cura homosexual” o simplemente como “ese cura miserable”. La presión del ala dura del catolicismo no dejó de aumentar y, al fin, Ñáñez inició un juicio canónico contra Alessio, que acabó en su condena en marzo de 2011 por “desobediencia y rechazo pertinaz de la doctrina”. Aunque la sanción que le aplicaron no se denomine expulsión y tenga un nombre más bondadoso –at divinis–, lo dejaron sin su sueldo de cura y con la terminante prohibición de dar misa, oír confesiones o celebrar casamientos.

—Lo voy a seguir haciendo, porque el ministerio es un don para la gente y no algo que controlen los obispos. Si alguien me pide que lo case lo voy a hacer.

Iba a enterarme que usaba la palabra “alguien” en su acepción primera: “persona existente sin indicación de género”. Porque inmediatamente agregó:

—Es la cuarta boda gay que bendigo. No está ni permitido ni nada, está fuera de ese círculo cerrado que es la institución. Pero es correcto. Me llaman y voy.

Caminábamos por el interior de la capilla San Cayetano, Alessio respondía pausado mientras iba mostrándome el altar de madera, los bancos oscuros y los pasillos de la pequeña capilla en la que dio misa durante un cuarto de siglo.

La que tenía que abandonar.

***

El arzobispo no quiso recibirme, pero sí lo hizo el Vicario General de la provincia, Horacio Álvarez, la mano derecha de Ñáñez, el hombre que le ayuda en el gobierno de la diócesis. Su oficina –un escritorio de madera oscura, tres puertas, una biblioteca– es tan sobria y prolija como él: sweater azul marino, camisa celeste y clergyman, el típico cuellito blanco. Álvarez hizo el seminario con Alessio; jugaron al fútbol, estudiaron y compartieron techo durante seis años. Fueron amigos, pero las inclinaciones personales los distanciaron.

—Si Nicolás manifestaba efervescencia combativa en el seminario, yo no me di cuenta. En barrio Altamira, una barriada popular con un montón de realidades durísimas, el Nico hizo una opción muy clara de meterse y trabajar con ellos. Acompañando a la gente estuvo en escenarios conflictivos, pero yo no me animo a decir que el Nico fuera conflictivo.

—¿Y qué pasó?

—Siempre fue un sacerdote un poco personalista en sus opciones. Presumo que fue tomando decisiones que tenían que ver con su proyecto de vida, y me parece que en estos últimos años sentía que esto no es para él.

—¿Qué le parece la defensa que hizo del matrimonio igualitario?

El vicario piensa bien antes de responder, es un hombre cauto.

—Yo creo que el Nico mira la cuestión del matrimonio igualitario más o menos como lo expresó, creo que es una mirada convencida la de él. Ahora, todo el armado de largarlo públicamente, con las cosas que dijo sobre el obispo, me da la impresión que fue para armar capital político aprovechando el escenario de los medios.

—Pegarle al obispo suma.

—Debe sumar capital y debe restar capital. Lo veremos un tiempo después. Yo no estoy tan seguro que haya sumado tanto.

Al finalizar el seminario, Nicolás se hizo amigo de un profesor, Victor Acha, quien lo llevó a conocer a los miembros del temido grupo Angelelli, o como les decían en el seminario: los curas peligrosos, tercermundistas, los mensajeros del Demonio. Entre ellos, Guillermo “Quito” Mariani, quien en 2004 iba a publicar Sin Tapujos, libro en el que narra sus amoríos juveniles, las frustraciones que le provocaba el celibato y hasta un fugaz encuentro homosexual.

“El Quito es mi maestro”, repite Alessio, seguro de que Mariani hablará maravillas de él.

—Nico dice que yo soy su maestro, pero la verdad es que durante mucho tiempo pidió que respaldáramos a Ñáñez. Siempre le tuvo afecto y guardó una relación amistosa con él. Hasta ahora –dice Mariani sentado en un sillón en su casa, en Argüello. Por encima de sus palabras se escucha el canto –el griterío– de una docena de pájaros que desde el living no se ven, pero que deben cantar en jaulitas tan prolijas como todo lo demás en esta casa. Mariani tiene ochenta y cinco años, es un sacerdote jubilado de sonrisa franca y ojos celestes, acuosos, quien no hace mucho, en una entrevista con Clarín, se definió como un “león herbívoro”.

—Ñáñez no mira a los ojos. Se tiene miedo a sí mismo y tiene miedo a perder el poder. La derecha lo condena, los obispos lo tienen calificado como un izquierdoso –explica Mariani, que ve amenazado por el arzobispo su último grupo de pertenencia, el grupo Angelelli, porque la jerarquía de Córdoba viene reemplazando en las parroquias a los curas tercermundistas por sacerdotes ortodoxos.

—Ahora somos ocho los miembros del grupo Angelelli, pero tenemos como quince simpatizantes –dice, con los ojos bien abiertos, expandiendo los brazos, y se ríe. Pero se pone serio de golpe al recordar que Alessio, uno de los miembros más combativos, pidió un año sabático para dedicarse a la política. En ese momento estaba trabajando en la campaña de Luis Juez, senador nacional por Córdoba y exintendente de la capital provincial, quien en 2011 perdió la elección para gobernador. Alessio, en ese momento y ahora, vive de lo que gana como asesor del bloque de legisladores nacionales del Frente Cívico.

—Lo siento como una pérdida. Ya lo he palpado en algunas posiciones que él tenía muy claras y que ya no están claras, porque la política exige ceder. La sinceridad de Nico puede verse envuelta con todo eso que se le va exigiendo. Yo creo que el poder, despacito, despacito, siempre corrompe.

Mariani, por primera vez durante la entrevista, baja la cabeza y mira hacia el suelo. Dice que formó a Nicolás en la defensa de los derechos humanos, y dice también que juntos padecieron “la anormalidad que la Iglesia provoca con sus decretos referidos a la sexualidad”. Sufrieron por las exclusiones de sacerdotes y teólogos destacados, y por los embates de la jerarquía contra la Teología de la Liberación.

—Lo veo poco. Sigue siendo mi gran amigo, pero no quiero enterarme mucho de lo que está haciendo en política. Y además, tengo miedo de que vayamos a ser utilizados por el Nico, usados como grupo de pertenencia y como cómplices en esta campaña política.

—¿A qué se refiere?

—Vos viniste a verme porque él te dijo que yo soy su maestro, ¿no? La semana pasada vinieron unos chicos de Canal Encuentro, están haciendo un documental sobre su vida, y la entrevista había sido provocada porque Nico les dijo que yo era su maestro. ¿Entendés?

Está empezando a pensar como político.

—Y eso me duele. Pero yo lo quiero mucho, es como un hijo. Nico no miente, no hace esto porque no tenga otro trabajo: está convencido de que el compromiso con los partidos políticos significa una colaboración para el mejoramiento social. Pero creo que se va a decepcionar dentro de una Legislatura llena de buitres. La militancia del Nico fuera de los partidos políticos sería mucho mejor.

***

—¿Te molesta que haga la comida mientras hablamos? Está por venir Mariela.

Me recibe a mediados de mayo de 2011 en su nuevo hogar: una casa con jardín que comparte con la mujer que ama en un barrio de clase media, en la zona sudoeste de la ciudad, lejos de la parroquia de Altamira. El hombre que fue cura lleva una chomba azul gastada, jeans sueltos, ceñidos en la cintura con un cinto de cuero blanco, y zapatillas marrones. Mientras habla, en la cocina, comienza a pelar unas cebollas sobre una tabla de madera.

—Mirá, el salto a la trinchera política conlleva todos esos riesgos que señala El Quito y muchos más: ambigüedades, quedás salpicado, es jodido. Vos estás acá –con el dedo señala una circunferencia en el piso, a su alrededor– siendo cura y tenés un ochenta por ciento de opinión a favor; te pusiste acá –da un saltito hacia la izquierda– y tenés un ochenta por ciento de opinión en contra, o dudando. Eso es porque la política está desprestigiada. Vos te parás en el terreno político y de entrada piensan que tenés algún interés sucio, mezquino, económico, o lo que fuere. O sea, entrás perdiendo.

Alessio pica la cebolla sin mirar lo que hace el cuchillo, pensando en lo que dice. Vivía solo en la capilla: está cocinando de memoria. No toca el ajo, lo clava en la tabla con el tenedor y lo pela con el cuchillo mientras dice:

—Es mucho más cómodo estar fuera de la política, porque desde ahí juzgás a todos. Es un poco como la actitud que tiene la Iglesia, se para en el cielo incontaminada, impoluta, y desde ahí juzga. Pero las transformaciones más eficaces se hacen con leyes y con decisiones políticas. —Se sube las mangas cortas de su chomba hasta dejarlas arriba de sus hombros y agrega–: Yo pasé muchos años diciendo cómo tendrían que ser las cosas, ahora me siento convocado a hacerlas.

—¿Y por qué con Luis Juez?

Descorcha un vino tinto. Creo que va a invitarme una copa, pero tira un chorro del vino en la olla y vuelve a poner el corcho. Me sirve un vaso de agua.

—Yo no soy personalista, no digo Juez es lo máximo, Juez es Dios, no, no. Luis tiene sus virtudes y sus limitaciones. Tiene astucia política, es pícaro y es honesto, es honesto en serio, no es macana. Bueno, es ambiguo ideológicamente viste, que sé yo…

—Bastante ambiguo.

—Yo apuesto a su proyecto: una fuerza nueva que pudiera tomar lo mejor del peronismo, lo mejor de los radicales, de los socialistas, lo mejor de la izquierda y vamos para adelante; entonces, en ese sentido, deseo profundamente que gane.

Alessio confiesa que Juez le pidió que lo acompañara en su eventual gobierno, pero no le dijo el cargo que iba a ocupar.

Juez perdió las elecciones. Alessio continúa con la militancia en el Proyecto Sur.

En la capilla, de noche, se imaginaba viejo y solo, rodeado quizá de alguno de sus hermanos en un asilo de curas.

—Era una imagen muy fea. Una vez conocí un asilo para curas, tiene mucho de inhumanidad. Esta locura del celibato es una aberración que no se sostiene más. Te hace vivir con los fantasmas de la culpa, de no poder ser nunca natural, no poder dejar aflorar tus sentimientos como corresponde. Se te escapan por otro lado y no sabés qué hacer.

En la capilla, de noche, cuando todos fieles se iban, él quedaba solo. Y pensaba qué lindo sería compartir la vida.

—Yo me acuerdo que disfrutaba de un paisaje, de un campamento o de un viaje y decía: “Cómo no compartir esto con alguien, más íntimamente”. Esa cuestión si me quemaba la cabeza.

En su juventud, siendo el flamante párroco de Altamira, le tocó coordinar un campamento espiritual con los fieles de su comunidad. No se acuerda bien dónde fue ni cuántos años tenía entonces. Pero nunca va a olvidarse de esto: atardecía y se había quedado dormido sobre el pasto mientras una chica del grupo juvenil lo consolaba por una pelea reciente. Los labios temblorosos de la adolescente lo despertaron.

—Mocosa de mierda, pensé. Una nena era, 14 años. ¡Qué atrevida!

Alessio se seca las manos con un repasador, mira hacia arriba, sonríe, se muerde los labios. Hasta que acepta:

—Fue re-loco, re-loco. Fue fantástico.

El beso quedó como una anécdota. Por varios años fueron solo párroco y chica de grupo juvenil. Después, iniciaron una larga relación secreta. Pero Altamira era chico y ya había que contarlo.

—Lo empezamos a blanquear con la familia de ella, y la madre no entendía cómo, por qué. Pero había mucho afecto, mucho respeto. Y los padres se convencen cuando ven que los hijos están bien. “Estos jóvenes son tan modernos”, decía mi suegra.

—¿Ñáñez lo sabía?

—Ñáñez sabía, porque yo creo que estas cosas siempre se saben. Por eso cuando me quiso apurar con el tema, le dije que el ochenta por ciento de los curas de Córdoba tienen pareja. “A mí no me consta”, respondió. Bueno, entonces te doy nombres, le dije. “No, no, dejá”. No quería ni hablar del tema. Pero es así.

La vida de Alessio está polarizada entre la religión y la política, pasiones que lo arrastran, muchas veces, en direcciones contrapuestas. O al menos eso le ocurría antes de que entrara en trance.

—Todavía no termino de caer, es como que entré en trance. Mariela había perdido varios embarazos, espontáneamente. Pero a los meses que yo le dije chau a la estructura, cuando empezó esto del juicio canónico, ella me dijo “creo que estoy embarazada”. Fue todo junto: la ruptura con el clero, el embarazo y la vocación política.

Si era nena, el bebé se iba a llamar Cielo. Si era varón, él quería ponerle Nicolás, como el padre, “por tradición”. Pero las mujeres de la familia le impidieron “ese anacronismo”.

Cuando nació su primogénito, por primera vez en su vida, el padre Nicolás Alessio encontró la perfecta confluencia de sus dos pasiones:

—De pronto se me ocurrió el nombre Simón y me gustó. En el ambiente de la política decimos que es por Simón Bolivar. Y en los ambientes religiosos decimos que es por Simón Pedro, el padre de la Iglesia: y así, mi viejo está muy contento.

Belindia

Publicado: 3 enero 2013 en Diego Fonseca
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El próximo presidente norteamericano tendrá entre manos las brasas calientes de una crisis más grave que la Gran Depresión de 1929. En aquel tiempo, Estados Unidos marchaba a convertirse en el líder de Occidente y al mundo lo conectaban unos pocos teléfonos y aviones muy caros. La humanidad, el dinero y la información circulaban más lento. Ahora ocurre lo contrario: Estados Unidos es dominante pero está a punto de perder su hegemonía global por pasarse décadas barriendo sus problemas bajo la alfombra, vivimos 24/7 en tiempo y el dinero vuela de Tokyo a Frankfurt con un clic. No es un planeta para ser dirigido por personas de ideas estrechas.

Estados Unidos es cada vez más una economía enfocada en comercio, servicios y tecnología que en fábricas que producen autos, juguetes o licuadoras. A medida que las máquinas y los obreros más baratos del mundo absorbieron esas funciones, los trabajadores americanos menos educados se convirtieron en proletarios sufrientes. Esos obreros que apenas han terminado la escuela secundaria son los protagonistas de las líricas de Springteen en Born in USA y los documentales de Michael Moore por algo más que su valor simbólico: los que se están quedando fuera del mercado son seis de cada diez trabajadores estadounidenses. Que Apple piense el producto para que lo fabrique una empresa paraestatal de Guangzhou es un buen negocio para Steve Jobs y para China pero no para un operario industrial de Michigan.

Una provocación, el sueño de sus enemigos: Estados Unidos como Belindia. La riqueza y la modernidad de Bélgica para los más educados; la pobreza y la ignorancia de la India para las masas.

Las clases en Estados Unidos se están separando cada vez más. Entre 2002 y 2007, antes de la crisis, dos de cada tres dólares de aumento del ingreso fueron a manos del uno por ciento más rico del país, gente odiosa como Donald Trump y cool como George Clooney.

Ya durante la crisis, esos ricos perdieron mucho menos que los más pobres y que la clase media. Hoy, una familia americana promedio debe todos los meses el cinco por ciento de su ingreso; hace cuarenta años, ahorraba el quince.

En una sociedad sobreendeudada, la libertad de los individuos para tomar decisiones se reduce a micrones.

***

JJ fue camionero y ahora tiene un restaurante. Llegó a la capital a apoyar al Tea Party, la última bestia negra del sistema de partidos en Estados Unidos. La primera de esas bestias negras fue Barack Obama, que atropelló a la aristocracia demócrata y republicana en las primarias y la elección presidencial de 2008. Obama venía de los suburbios del sistema político, pero mientras él llegó para ser un presidente previsible, el Tea Party quiere encender hogueras. Para ellos, una plutocracia de burócratas, empresarios y medios les robó América, la endeudó y la sostuvo sin dignidad con el dinero de los árabes, los chinos y Japón.

JJ -“me llamo James Joseph pero me dicen JJ”- se quita el sombrero de Chindits y lo deposita en el banco de madera justo al lado de su culo de camionero. Es julio, es verano y JJ se derrite bajo el sol y la humedad tropical, tan inapropiada, tan desubicada, de Washington DC.

—Este país está jodido -dice JJ-. Un francés acá, un africano allá.

El francés-acá es la estatua de un francés: el Marqués de Lafayette monta un caballo brioso, las manos al cielo, presidiendo el centro de Lafayette Square, frente a la Casa Blanca.

JJ no sabe muy bien quién es Lafayette. Lo asume: si está en un caballo y frente a la sede del gobierno federal, fue un militar importante y merece respeto, pero era francés, y por alguna razón eso es un problema.

Lafayette fue general y coronel de caballería de George Washington durante la Guerra de la Independencia. Empujó a los ingleses al agua en Virginia, escribió los borradores de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en París y, después de escapar de los jacobinos, regresó a las bancas de la extrema izquierda de la Asamblea Nacional para pedir la prohibición de la pena de muerte y la eliminación de los privilegios de los nobles. Cuando murió, cubrieron el cuerpo con tierra de Virginia y plantaron la bandera de las barras y estrellas sobre él porque es un patriota estadounidense.

Pero JJ, que es un patriota libertario, no lo quiere.

—¿Cómo podemos tener una estatua de un francés justo aquí? ¿Por qué no George Washington?

El africano-allá es Barack Obama, un hombre que según JJ y millones de enojados como él hace como que es presidente sin saber bien de qué va eso. Aquí, en Lafayette Square, el enojo de JJ está escrito en negro sobre blanco en la camiseta que el sudor le pegó a la piel: “Una villa en Kenya extraña a su idiota”.

JJ es obtuso. No cree en casi nada más que en Dios, en su familia, alguna idea abstracta como perseguir la felicidad y otra más naturalmente americana como portar armas. El camino a la felicidad, en la cosmogonía de JJ, pasa porque el gobierno no lo acose con impuestos y le deje hacer con su vida lo que le da la real gana. El plan de portar armas es todavía más concreto. JJ tiene dieciséis y quiere más.

—Para matar conejos y venados, esas cosas, tú sabes.

No, no sé y no quiero saber.

Un miembro del grupo se acerca. Irán al mausoleo de Abraham Lincoln, sobre el río Potomac. El tipo -hueso y músculos muertos, bigote atabacado, anteojos espejados- quiere hacer fotos en las mismas escaleras donde meses atrás Glenn Beck, un locutor de radio convertido en ideólogo informal del Tea Party, reunió decenas de miles de conservadores molestos con Obama -muy molestos- y desencantados de los líderes republicanos para que entre todos recuperen, dijo, el honor perdido de América.

—Estamos locos de rabia -dice JJ, como si hiciera falta.

***

En 1773, el Parlamento británico sancionó el Acta del Té para que la Compañía Británica de las Indias Orientales pudiera ampliar su monopolio vendiendo la hierba a precio reducido en las colonias. El Acta alteró los nervios de los súbditos y de los contrabandistas de té americanos; el 16 de diciembre un grupo de ellos asaltó tres barcos de su Honrosa Majestad en Boston y arrojó la carga de té a las aguas de la bahía. El Motín del Té -en inglés, The Boston Tea Party- sirvió para protestar por los impuestos que Inglaterra cargaba a las colonias y armar el brazo para la independencia.

Figura conocida, primero la tragedia; salto de dos siglos y chirolas: el Tea Party como farsa.

Los primeros teteros se hicieron notar en 2008 -después de que se pinchó la burbuja inmobiliaria y George W. Bush rescató a los bancos con fondos públicos-, pero su fuerza se multiplicó con Obama. Los anfitriones conservadores de los shows de TV y radio enrabietaron a sus audiencias cuando Obama, el presidente demócrata, salvó también de la quiebra a las automotrices, y volvieron a hacerlo cuando presentó la reforma de salud y la de Wall Street, y cuando promovió migrar hacia energías más limpias, y cada vez que habló de crear una escuela más moderna y secular.

La derecha tomó velozmente las calles -un territorio que en el mundo pertenece a la izquierda y en Estados Unidos a los autos- y en menos de dos años llevó un buen puñado de hombres y mujeres a la Cámara de Representantes y al Senado. Quienes postulan el retorno a un pasado idílico en el que estaba de moda la peluca del tipo de Quaker, ahora toman o traban las decisiones del último gran imperio de Occidente.

La oratoria del Tea Party es un puñado de dogmas innegociables. En la Constitución de Estados Unidos y en la Declaración de Independencia, dicen los teteros, los Padres Fundadores escribieron con verdad profética las libertades que Dios legó a los individuos. Y como todo buen creyente sabe, la ley moral de Dios es inmutable y no puede ser modificada por el hombre. Por eso, en la América del Tea Party hay lugar para decir lo que se quiera y portar un arma -eso está en la Constitución-. Pero no para ilegales, abortistas, gays ni socialistas europeos -que no están en la Constitución-.

El Tea Party tuerce los extremos de cualquier filosofía antisistema. Sus miembros son mayoritariamente hombres, libertarios, nacionalistas y cristianos. Dicen representar a la América profunda, pero buena parte de sus líderes son millonarios, sus principales financistas son petroleros e industriales y en su base está la clase media, no los pobres de toda pobreza.

El Tea Party es, también, otras varias cosas más inasibles. Es un organismo vivo, sin plataforma escrita ni mando ni líder central sino células dispersas en todo el país que operan como guerrillas. Mucha gente enojada, que cree poseer una verdad revelada por Dios y que es muy blanca. Es basismo inorgánico, tribunales populares en la corte de facebook, un fundamentalismo de decisiones finalistas. El Tea Party es un lío enorme, un gran dolor de cabeza. Es La Cosa.

—Somos América -dice JJ.

América está en serios problemas.

***

El tísico crecimiento de los últimos años dependió en buena medida de los fondos de ayuda del gobierno para que las empresas tomen empleo y los consumidores, que generan seis de cada diez dólares del PIB, compren más autos, casas y chucherías y gasten en iPads, iPhones y vacaciones. Todo eso debiera permitir al Estado recaudar más, pero si no recauda debe tomar más deuda para financiarse y su deuda ya es ozónica. Tampoco puede subir los impuestos: en este Estados Unidos es un pecado capital.

El dos de agosto, la fecha límite para que el gobierno iniciara una escalera de impagos de la deuda, al Tea Party no le importó nada de eso. Sus representantes y los republicanos aceptaron fijar un nuevo límite de endeudamiento solo a cambio de que la Casa Blanca reduzca el gasto social y, a largo plazo, la deuda y el déficit. Pero, y ahí está el truco, debe hacerlo sin incrementar los impuestos ni eliminar exenciones tributarias que, básicamente, benefician a los ricos. El acuerdo coincide con esta figura: primero se venda el pie herido; luego se le echa encima un piano.

Nouriel Rubini, el economista que adelantó la crisis de las hipotecas tóxicas, definió en twitter el modo en que los teteros entienden el mundo: “Cerremos la Reserva Federal, los bancos y volvamos a esa bucólica economía autárquica del trueque donde yo te vendo mis papas por tus tomates”.

El tironeo por la deuda —el primer reality show político global— hirió la confianza en la habilidad de Estados Unidos para manejar sus asuntos internos, que equivalen en buena medida a los asuntos del mundo. La historia que siguió aún huele a pan fresco. La calificadora de riesgo Standard & Poor’s rebajó la calidad del crédito estadounidense, el precio del petróleo volvió del cielo a la Tierra Media y los productos agrícolas bajaron de Saturno a, digamos, Mercurio. Los inversores, mientras, se convirtieron en chihuahuas histéricos que saltan de una bolsa a la otra o al oro o al yen o a los títulos de deuda y que lo harían también a un acuario con tiburones si eso preservase el valor de su dinero —o los hiciera más ricos—.

El problema de los políticos estadounidenses es que no pueden sacar la cabeza del cepo. Los republicanos lanzaron en agosto su campaña para las elecciones de 2012 y a poco de andar el campo se llenó de esoterismo. Hace no mucho tiempo confiaban en que podrían controlar al Tea Party pero el desquicio de la deuda demostró que los dueños del manicomio son los locos. Como comparten base electoral y la base gusta de los disparates teteros, los republicanos han debido migrar a posiciones tan jacobinas que su candidato más moderado, el exgobernador de Massachusetts, Mitt Romney, parece un demócrata. Uno de los que tira hacia el extremo es el gobernador de Texas, Rick Perry, quien hace unos meses reunió a treinta mil cristianos en Houston para pedirles que recen por la recuperación de la economía y para que el Señor se lleve la sequía del estado y lo bendiga con una lluvia.

Pero el extravagante Perry no es la peor manzana del cajón. La figura profética que más devotos suma se llama Michele Bachmann, una cruzada contra todo lo que no responda al designio divino, llámese Washington, los gays o las lámparas fluorescentes que ahorran energía.

***

Los teteros no dudan: creen. Y Michele Bachmann es una conservadora literal: para ella, Dios no quiso decir algo en la Biblia; Dios dijo.

Su incontinencia verbal es una amenaza para la paz mundial. En un acto en Carolina del Sur a inicios de año, dijo que veía a Obama demasiado ocupado inclinándose ante reyes, agachándose ante dictadores, oliéndole el trasero a las élites de Europa y mimando a los yihadistas. Según Bachmann, Obama está consiguiendo un imposible: hacer que Jimmy Carter luzca duro como Rambo.

Bachman —bajita, ojos claros que se abren como si le hubieran pisado el pie, voz firme— es una abogada cristiana ortodoxa que dirigía su propia escuela religiosa cuando, apropiadamente, Dios le dijo que debía tener una carrera política. Su principal influencia intelectual es John Edismoe, un profesor fundamentalista que una vez afirmó, sin sombra de dudas, que hoy Jesús predicaría armado con un M16. Por sus enseñanzas, Bachman cree que la mujer debe ser sumisa y obediente del hombre y que los gays son seres aberrantes, que eligieron ser esclavos, y que quienes defienden el matrimonio del mismo sexo quieren convencer a los niños americanos de probar la homosexualidad.

Muchos líderes del Tea Party comparten su desprecio por la duda cartesiana y la verdad científica y favorecen los principios religiosos, los viejos dogmas o sus propias invenciones mesiánicas. Cuando no es una visión divina, la realidad para un tetero es un ejercicio de ficción personal. (Lo más grave de todo es que les creen.)

Sarah Palin, la candidata republicana a la vicepresidencia en 2008, inició el camino. Palin hizo un arte del palabrerío impune sin lógica, pero eso no ha hecho sino aumentar su popularidad. El ciudadano pedestre encontró en ella una heroína. “En nuestra política moderna, ser la clase correcta de ignorante entretenido es como tener una gran mano derecha en el boxeo”, escribió Matt Taibi en Rolling Stone. “Siempre tendrás una oportunidad de pegar duro.”

Palin asustó al establishment cuando amenazó con su candidatura presidencial, pero finalmente encontró más atractivo hacerse millonaria con su propio reality show y una autobiografía. Palin dejó Alaska y se compró una mansión en Arizona. Bondades del estrellato veloz, sin mérito alguno pero con fama, ahora bendice a los candidatos del Tea Party.

Por su boca habla Dios.

***

En Lafayette Square, poco antes de irse, JJ me muestra una impresión de la página de facebook de un avatar llamado Right Wing Housewife. El avatar es la ilustración de una mujer con cara de pocos amigos y que deja asomar un palo de amasar entre los brazos cruzados. Dice Right Wing Housewife: “Hace más de cinco mil años, Moisés dijo a Israel: ‘Recojan sus palas, monten sus asnos y camellos, y los guiaré a la Tierra Prometida’. Cuando Roosevelt introdujo el Estado de Bienestar, dijo: ‘Bajen sus palas, siéntense y enciendan un Camel, esta es la Tierra Prometida’. Ahora el gobierno robó tus palas, gravó tu trasero, subió el precio del Camel e hipotecó la Tierra Prometida con China”.

—¿No es magnífica? —se entusiasma—. La quiero distribuir por internet.

Le digo que no es muy original. Escuché la broma pero hablando de Bill Clinton.

—Mejor, porque entonces están hipotecando el país desde antes.

Lo corrijo. Clinton dejó el gobierno con superávit, Bush hijo aumentó la deuda y el déficit. JJ niega con la cabeza.

—Well, eso no es lo que dice Fox News.

Fox News, el zorro del cable, la mayor empresa de medios de Ruppert Murdoch en Estados Unidos, es el canal de noticias del conservadurismo y una tribuna del Tea Party. Ninguna novedad: América es un país de talk shows y el Tea Party es una organización moldeada por entretenedores electrónicos.

El primero fue Rush Limbaugh, un presentador de radio y TV a quien la revista conservadora National Review consideró el líder verdadero de la oposición a Bill Clinton. El público hizo multimillonario a Limbaugh por criticar a las feministas y desmerecer a los negros y por defender sin dudas el servicio prestado a la nación por los soldados que torturaban presos en Abu Ghraib. Su último contrato es más caro que el de Le Bron James, cuatrocientos millones de dólares por ocho años con Clear Channel, la cadena de AM y FM más grande de Estados Unidos.

Su sucesor, Glenn Beck, mantuvo al tope las audiencias de Fox News por años y es la quintaesencia del teterismo. Conecta con sus seguidores a un nivel primario, emocionalmente complejo. Ellos son antes fieles y devotos que ciudadanos políticamente organizados y Beck sabe cómo arrullarlos con discursos que resultan actos de fe y no de razón. Los líderes del Tea Party han abrazado su estilo. Beck elige un sesgo y machaca lo mismo que Bachmann extrapola y Palin distorsiona. Cuando critican a sus adversarios, todos, como Beck, muerden, se desdicen y contraatacan decenas de veces. No importa si lo que dicen es verdad: para cuando alguien se detiene a responderles, el cuento ya ha sido fragmentado, viralizado y vuelto a reproducir millones de veces.

Si la política de la mentira y la ignorancia sin filtros se perpetúan es porque su ejercicio no trae consecuencias. La impunidad siempre alimenta la próxima y más grande monstruosidad. Se puede mentir sin quitar la vista del ojo de la cámara. Dios perdona en el confesionario.

Curiosamente, la prensa liberal contribuye al fenómeno pues el menosprecio que muestran medios como el New York Times o The Onion fortalece al Tea Party. Fuera de grandes ciudades como Nueva York o San Francisco, en sus pequeñísimos pueblos del interior Estados Unidos sigue siendo un país de puritanos cuya principal actividad comunitaria es la misa del domingo. Cada vez que David Letterman se ríe de Bachmann, un granjero del Cinturón Bíblico enarca las cejas. La lectura es una sola: los citadinos siempre se burlan de la simpleza de la gente pequeña. Bachmann y Palin, por supuesto, son buenas madres de ciudades muy pequeñas.

***

Los conservadores más radicales creen que los cuervos se deben comer a los incompetentes, de modo que los salvatajes de Bush y Obama a bancos y automotrices rompió el ciclo higiénico de la naturaleza. No les importaba que el extorsivo too big to fail fuera también realista. El darwinismo les hizo romper lanzas con la meritocracia que gobierna Washington. Of the people, by the people, for the people, un cuerno.

William Voegeli, un teórico tetero, dijo hace un tiempo que el movimiento emergió como la culminación de un largo proyecto de suplantación de una clase gobernante basada en la posición social por otra basada en el cerebro. “Los meritocráticos que dirigen nuestro gobierno, economía y discurso son menospreciados en las reuniones y blogs del Tea Party por la gente que ellos gobiernan”, escribió en un ensayo del conservador The Claremont Institute.

La mayoría de los miembros del Tea Party cree, honestamente, que las corporaciones y los políticos profesionales les robaron América. Para criticarlos, las cabezas pensantes del Tea Party suelen citar a Cristopher Lasch, un reconocido historiador conservador formado en el marxismo. Lasch sostenía que la meritocracia era una parodia de la democracia: la movilidad social nunca mina la influencia de las élites sino que las fortalece pues sostiene la ilusión de que el progreso individual reside en el mérito personal.

Los teteros creen que un gobierno grande, grandes corporaciones y grandes medios y los profesionales que trabajan para ellos son una oligarquía autosuficiente, un grupo de parásitos de Harvard, Yale, Columbia y Princeton que vive de cargar impuestos y regulaciones invasivas a la espalda del buen contribuyente mientras se justifica diciendo hacer el trabajo que los votantes le delegaron. (En su narrativa, Obama es parte de esa plutocracia: nieto de una vicepresidenta de banco, hijo de una antropóloga y un economista entrenado en Harvard, estudió en escuelas de élite y se casó con una graduada de esa élite.)

Esos meritocráticos hipotecaron la Tierra Prometida y convirtieron el Sueño Americano en una colección de deudas. Los colleges y las universidades no otorgan títulos sino una hipoteca que el graduado paga toda su vida a cambio de una educación mediocre. La escuela pública es costosa e igual de ordinaria. Todos los niveles del gobierno han criado burocracias que chupan recursos como sanguijuelas. El sistema financiero es intocable: paga a sus cabilderos para esquivar regulaciones y sanciones, mientras enriquece más a los más ricos, cuando la mitad de la población puede acabar en la bancarrota por una deuda con un hospital, pues no hay un seguro de salud accesible y bueno. El sistema de retiro es otra bomba de tiempo. Tic-tac del estallido previsto: antes de 2050.

En el diagnóstico coinciden todos, republicanos y demócratas, los estadounidenses y los franceses que no quiere JJ. Pero ni los republicanos ni el Tea Party dejarán a los demócratas resolver esos problemas a su manera ni hay claridad de cómo los conservadores viejos y de nueva época podrían construir una agenda coherente y mesurada que no haga saltar el plantea por los aires.

Los teteros están convencidos de que la pérdida de rumbo se corrige con un retorno a los principios y que, con su pasión y creencias, un ciudadano ordinario puede tomar decisiones sin la guía ni la ayuda de expertos o profesionales. Les basta apoyarse en la Constitución, el individualismo y los dogmas elementales de la religión. En su visión idílica, la Historia está detenida y el tiempo se resuelve con un cambio de fotografías: las bondades del pasado se pueden transportar porque Dios les confirió eternidad.

Es el ideal libertario del siglo dieciocho en la sociedad hipervinculada del veintiuno. El bucolismo del trueque en el twitter de Rubini.

La Cosa no piensa.

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JJ ha pasado por Carlisle donde las cosas no van bien. Está demorado en los pagos de su hipoteca y el banco amenaza con golpearle la puerta. El negocio familiar ha perdido clientes. Hay más desempleo en el área. El hijo mayor, que al terminar la escuela se había mudado al norte para trabajar en una ensambladora de autos, perdió el empleo. Lo mismo pasó con el menor, despedido de Walmart. Ambos están ahora haciendo turnos en el dinner. JJ acordó con Joanne vender los autos de ambos y comprar uno solo y más viejo.

Uno de cada tres trabajadores de la manufactura estadounidense perdió su trabajo a partir de 2000. Siete años más tarde Alan Blinder, un exdirector de la Reserva Federal, dijo que otro tercio de todos los empleos del país pueden irse al extranjero en las próximas dos décadas. El cálculo tiene un problema: fue al principio de la crisis y ahora hay economistas que amplían la pérdida. No le quise decir eso a JJ.

—They fucked us up.

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¿Puede el Tea Party subsistir a su propio amorfismo? ¿Es la salvación del Partido Republicano o su condena?

Es difícil creer que la revitalización de los principios fundamentales del excepcionalismo americano puedan sostenerse sobre la base del anti-intelectualismo y la paranoia. Para ser gobierno, el Tea Party precisa más que grupos de voluntarios sin estructura pues, una vez en el poder, se verá sometido a la pasteurización natural de las instituciones en un país que suele normalizar a los radicales. Pero en las conversaciones con teteros corrientes como JJ u otros durante las manifestaciones de la deuda, toda estrategia está solapada por la pasión.

Hace un tiempo me di con un debate en los callejones de los blogs y publicaciones conservadoras al que los medios no le echaron el foco. Algunos quieren que el Tea Party acelere los pasos para construir una coalición populista con el ojo en la economía y una reforma para reducir el tamaño del gobierno. Pero edificar alianzas es un severo contrasentido para una organización poco dispuesta a dar concesiones y que no posee un líder capaz de amalgamar su dispersión.

En esa discusión encontré a Walter Russell Mead, un intelectual con muchos años en el Council of Foreign Affairs, el centro de estudios de política exterior más influyente de Estados Unidos. En una tarde completa con él, las opciones para el Tea Party me quedaron finalmente ordenadas. Sin un Ronald Reagan a mano y con Obama como contraste, los teteros asumirán un riesgo elevado si se decantan por líderes jóvenes con poca o ninguna experiencia. La variante sería hallar un líder con experiencia en Washington, alguien que conozca bien cómo funciona el gobierno, odie las burocracias y sepa liderar. Russell Mead sugiere que dos candidatos posibles serían Stanley McChrystal o David Petraeus. Dos generales.

O sea, el péndulo del movimiento que dice querer salvar a Estados Unidos de la bancarrota y devolverlo a un capitalismo purista se mueve, otra vez, entre extremos. Una fanática religiosa como Bachmann y los dos últimos jefes de la Guerra contra el Mal en Afganistán.

El individualismo inorgánico o la jerarquía corporativa militar.

La fe o la espada.

El 16 de enero de 1997 Mario Hueicha enterró a su hijo en el cementerio público de Río Gallegos y salió a buscar venganza. Se calzó un revólver 38 en la cintura y manejó 350 kilómetros de estepa –que es como la nada- hasta El Calafate, a orillas del Lago Argentino. Pasó días enteros tratando de encontrar a los asesinos de Gabriel. Dice que fueron dos semanas y que no pudo pegar un ojo. O apenas un poco: se acostaba en un colchón en casa de su hermano y antes del amanecer, cuando lo movía la ansiedad, salía a deambular por el pueblo, con el arma llena de balas. Revisaba los bares, entraba y salía de pulperías y cabarets. Le habían dicho que los homicidas estaban atrincherados en la estancia Cerro Buenos Aires, a 40 kilómetros del pueblo, pero le aconsejaron que no fuera: que estaban armados y que iban a disparar si lo veían aparecer, que dormían con las armas entre la ropa, quemando leña, acurrucados alrededor de un brasero. A pesar de eso, el tehuelche fue. Era una tarde fría: trágica, patagónica. Se paró frente a la tranquera, gritó que salieran –”salgan, hijos de puta, salgan”, dijo–, pero nadie le respondió. Y siguió gritando varias veces más, hasta que se quedó sin aire y la furia se le volvió llanto.

Después, cuando Hueicha –sin venganza y con un hijo menos– volvió a su rutina de empleado público del área de vialidad de la gobernación de Santa Cruz, ocurrió lo que todos saben, pero todos callan. La Justicia fue contra los sospechosos y los detuvo. El juez Santigo Lozada, el mismo que lleva la causa por el manejo de los fondos públicos provinciales, arrestó a Mario Maldonado, Mauricio Barría, Pablo San Pedro y Javier Belloni. Los cuatro estuvieron presos entre diez días y dos meses hasta que recuperaron la libertad, se les dictó la falta de mérito y la causa se planchó en otras instancias. En aquella época Belloni tenía 26 años. Ahora tiene 37 y no es el mismo: es intendente de El Calafate.

El Calafate tampoco está igual. Cuando Gabriel Hueicha murió, a la salida de un boliche regenteado por un paisano al que apodan “La Yegua Negra”, el pueblo era el olvido: una comarca con temperaturas de refrigerador, decididamente gris, habitada por 5.000 personas, a 80 kilómetros del glaciar. El Perito Moreno era una cantera poco explotada. Para llegar hasta su frente de hielo había que atravesar vados y cornisas y el turismo internacional aún no lo había encumbrado en el podio de los lugares más bellos de la Tierra: no lo había dolarizado todavía. Corría la primera intendencia de Néstor Méndez, un hombre rústico, apadrinado por Kirchner, que había sido chofer de ambulancias y mandaba a su estilo. Su poder se resumía en una frase que repetía todo el tiempo a todo el mundo: “Yo te voy a dar un terrenito”.

Belloni fue concejal de las dos gestiones de Méndez, entre 1999 y 2007, hasta que las internas los separaron. El 28 de diciembre último ganó las elecciones locales. Su triunfo fue una sorpresa porque no era la primera opción del oficialismo. Tampoco era el candidato de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. El Lupo –como llaman a Kirchner acá– y su esposa promovían a Julián Osorio, la clara continuidad de Méndez. Pero como el Frente para la Victoria tenía que asegurarse el dominio del pago chico presidencial y se sabía que el electorado podía castigar a Méndez por las sus irregularidades en el reparto de tierras, también apoyó a otras cuatro listas. Uno de ellas fue la de Belloni.

El muerto. Gabriel Hueicha tenía 22 años cuando lo mataron, una novia de 15, Lorena, y la hija de ambos, Aylén, de 22 días. Lorena tiene ahora 27, ningún trabajo, varios piercings repartidos por el cuerpo y una casa de colores chillones en un barrio estepario. Dice que “Gabi” era bueno en la construcción y que le gustaba salir con sus primos. “La noche que lo mataron -cuenta- Gabi salía por primera vez desde que había sido padre. Lo vi por última vez a las once de la noche. Se despidió de mí, de la nena y salió a buscar a Marcelo en bicicleta.”

Los Hueicha son nacidos y criados en el sur. Los primeros llegaron desde Chile a principios del siglo XX para trabajar en la esquila de los campos de la familia Braun Menéndez. El abuelo de Gabriel participó de la huelgas obreras de 1921 en la estancia La Anita, que terminaron con las matanzas ordenadas por el Ejército Argentino durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen: la Patagonia Trágica. El padre de Gabriel nació en 1954. Se casó en 1974 con Margarita Alvarado. Mario y Margarita tuvieron cuatro hijos. Gabriel fue el primero. Hoy tendría 32 años, la misma cantidad de años que trabajó Mario como empleado público de Santa Cruz.

En 1993, sus padres decidieron mudarse a Gallegos, pero Gabriel eligió quedarse en El Calafate porque creía que ahí estaba su vida. Era evangelista pero no era un santo. Que era un pibe difícil, dice su padre: que a veces se pasaba con la cerveza y entonces se ganaba algunos problemas. “Y bueno, no sé, sé que pasó el tiempo y una mañana vino mi hermano y me trajo esa noticia”.

-¿Y qué pasó esa noche?

-Me lo mataron.

El 15 de enero de 1997 Gabriel y su primo Marcelo cruzaron el pueblo en bicicletas y las dejaron una sobre otra, entre los caballos de la paisanada, en la puerta del Tío Cacho. Pidieron algo para beber: una Brahma. Y otras más.

Mientras los primos celebraban, en una casa cercana se cocinaba la desgracia. Maldonado, San Pedro, Barría, Belloni, Méndez y otros muchachos del lugar se habían reunido alrededor del fuego: asaban un capón.

-En esa comida tengo entendido que decidieron pegarles. Ir a buscarlos.

Dice Hueicha padre, y detrás de él, el Lago Argentino refracta un brillo de flash que le ilumina la cara.

La muerte. Existía una rivalidad previa: cierta confrontación adolescente entre dos bandos, los tehuelches por un lado, los veinteañeros bien del pueblo por el otro. Habían tenido problemas por unas mujeres y se habían agarrado a trompadas un par de veces. Pero en el juzgado donde se tramitó la causa dicen que los que estaban en el asado enfilaron para lo de Yegua Negra sin saber que encontrarían a los Hueicha: que los vieron y pasó lo que pasó.

Llegaron en una F-100 negra. Entraron a la cantina y se acodaron en la barra, a unos metros de la mesa donde Gabriel y su primo brindaban. No los provocaron, nada: los dejaron seguir tomando. Y el vino y la cerveza y la buena cumbia de aquellos años, Comanche y La Nueva Luna, corrieron varias horas más. Para cuando llegó la primera provocación, Gabriel estaba borracho, como vencido: tenía la cabeza apoyada sobre la mesa. Marcelo igual. Una de las putas que esa noche trabajaban en el boliche fue a decirle a los tehuelches que iban a cerrar. Los primos se pararon como pudieron y caminaron sin equilibrio. Agarraron sus bicis y pretendieron andar unos metros. Pero entonces se encendieron las luces de la F-100 y se escuchó el motor acelerar y las ruedas arar sobre la piedrilla. La camioneta los embistió a los dos. Pero no los mató. Los atacantes se bajaron y comenzaron a darles duro. A Gabriel le patearon la cara hasta que comenzó a tener convulsiones. Marcelo estuvo a punto de perder un ojo y quedó inconsciente. Los cargaron en la chata y los llevaron a la zona de la usina de agua, a orillas del lago, detrás de un cerco de álamos. Ahí murió Gabriel, dicen que por una quebradura de cuello. Marcelo estuvo a punto. Lo salvó haber entrado en shock.

Los asesinos se desesperaron. No sabían qué hacer con un muerto y un moribundo encima. Los pasearon por el amanecer del pueblo, dieron vueltas en círculos, a las puteadas, hasta que finalmente los abandonaron en una esquina en la que, durante un tiempo, hubo una cruz.

Después, las noticias: “Una información suministrada por la policía provincial indica que en la víspera se iniciaron actuaciones judiciales al tomarse conocimiento mediante llamado telefónico efectuado desde el Hospital de El Calafate que en la intersección de las calles Los Gauchos y Pantín se encontraban dos personas tiradas en el piso presentando diversas lesiones, siendo identificados como Gabriel Esteban Hueicha y Luis Marcelo Hueicha, ambos de 22 años y primos entre sí. Al centro asistencial, el primero llegó fallecido, en tanto Luis Marcelo presentaba heridas con hemorragia en el ojo izquierdo, herida cortante en el labio inferior, similares en la zona del mentón y escoriaciones en la mano derecha y en las piernas…”

La impunidad. La Justicia detuvo a los implicados diez días después del crimen. Los trasladaron a la Alcaldía de Río Gallegos, donde pasaron dos semanas. El juez Lozada dictó el procesamiento y prisión preventiva de Mario Maldonado y concedió la libertad al resto, pero los mantuvo ligados a la causa como presuntos encubridores. Los abogados de Maldonado apelaron la medida de Lozada. Con el correr de los días el caso fue perdiendo tensión mediática y a mediados de año ya no había detenidos. El homicidio de Hueicha, un crimen que todos en el pueblo asociaban con el caso María Soledad, había quedado realmente sepultado. “Fue el policial emblemático de El Calafate –dice Sergio Villegas, un periodista local–, porque fue claramente una historia de chicos cercanos al poder y una víctima de bajos recursos. Se dice que hubo pactos, que se falsificaron pruebas para que los sospechosos quedaran libres. En esa época, Kirchner y su gente gobernaban y siguieron todo con detalle.”

Álvaro De Lamadrid, abogado y dirigente del radicalismo local, también dice que se fabricaron pruebas: “Hubo presiones políticas y aprietes para que los sospechosos quedaran libres. La familia fue muy manoseada. A los Hueicha, con tal de mantenerlos callados y en línea, les ofrecían todo: plata, cargos políticos. Todo el aparato político local operó en la Justicia para limpiar a los implicados.” Protegían a los suyos: los cuatro involucrados eran militantes del justicialismo local, delfines de Méndez, allegados del ministro de gobierno Julio De Vido, conocidos de Néstor Kirchner y de otros personajes más del peronismo local. Eran hijos de la clase media próspera de un pueblo donde la prosperidad está íntimamente ligada a la política.

El tiempo barrió huellas. Maldonado hizo carrera política. Hasta diciembre del año pasado fue director de Medio Ambiente. San Pedro volvió a atender el negocio de la familia, la primera tienda de El Calafate. Barría trabaja actualmente para el área de compras municipales y tiene línea directa con Belloni. El intendente Belloni hace de chofer cada vez que Kichner y Cristina llegan en busca de sosiego. Admitió durante la campaña que lleva con mucho dolor el recuerdo del crimen de Hueicha, que haber estado preso por esa muerte es una piedra para él, pero también aclaró que no tuvo nada que ver con la matanza. Fue una de las pocas veces que dijo algo. Cuando el equipo de este diario que viajó a El Calafate para investigar la historia fue a buscarlo al edificio de la municipalidad, el intendente se atrincheró en sus oficinas y dio la orden de no atender a los periodistas. Sus asesores dijeron que estaba de viaje.

Los cuatro implicados, y otros más, siguen siendo amigos y se reúnen en los bares del pueblo. En El Calafate, cuando se habla de la nueva gestión municipal, se habla del gobierno de “los chicos”.

Marcelo Hueicha, el primo sobreviviente, no quiere ver periodistas ni en sueños. Nunca habló y no lo hará ahora. Trabaja como barrendero municipal. A Mario Hueicha, en tanto, lo tentaron con cargos políticos, le ofrecieron buenos sueldos a cambio de que no hiciera denuncias y que dejara de pedir justicia por el crimen de su hijo. Dice que hace años Julio De Vido se comunicó con él para preguntarle qué iba a hacer, para pedirle tranquilidad. Otra vez, la esposa de Carlos Zanini, que es abogada, lo llamó para ofrecerle asesoramiento. “Pero creo que era más para calmarme, para controlar que no hiciera ninguna denuncia, que para ayudarme a encarcelar a los asesinos”, comenta el hombre.

Finalmente el temor a quedarse sin trabajo, varias amenazas y el miedo de que sus otros hijos corrieran la misma suerte que Gabriel lo mantuvieron callado. No estaba tranquilo: algunas noches, la idea de que había abandonado a su hijo muerto le robaba el sueño. Pero ahora se jubiló, dejó de depender del poder provincial y decidió que ya no más: esta mañana llegó de vuelta a El Calafate.

¿La justicia? Cruzó la estepa a bordo de un micro incómodo, con un bolso diminuto, donde lleva algo de ropa, un desodorante y una carpeta con recortes de la época del crimen bajo el brazo. Desde que aceptó conversar con este diario empezó a recibir llamadas inquietantes. Un enviado de la municipalidad de El Calafate, dice, lo llamó y le dijo:

–Mario, dicen que te estás viendo con periodistas de Buenos Aires y que estás pensando en hablar porque querés conseguir un terreno. Fijate bien lo que vas a hacer. Hay otras maneras de conseguir tierra.

–Yo no quiero nada.

Cuenta Hueicha que dijo esa vez.

–¿Quiénes mataron a su hijo?

-Mario Maldonado es el asesino. El fue el que lo mató. Y Belloni es el encubridor, porque él estaba esa noche.

–¿Alguna vez habló con Belloni en todos estos años?

–Aquella vuelta, cuando los soltaron, él vino llorando, nervioso, a pedirme clemencia. Me dijo que él no había sido, que por favor no hiciera nada. Pensaba que yo quería matarlo. Y me decía: ‘Marito, yo no fui, Marito’. Pero yo quiero justicia. Todavía me da miedo porque mi hija está tratando de conseguir trabajo en El Chaltén y mi otro hijo trabaja para la municipalidad de Río Gallegos, y acá los castigos vienen por ese lado: cuando hacés algo que no les gusta te dejan sin laburo. Pero, la verdad, yo quiero que alguna vez esto se resuelva, que los que mataron a mi hijo tengan que pagarlo. Es eso. No estoy pidiendo mucho más.

El mismo juez de todos los casos

Santiago Lozada, el juez que llevó el caso y que detuvo a los sospechosos del crimen, conoce la Justicia de Santa Cruz desde que entró a tercer grado de la escuela primaria. El hombre -titular del juzgado de instrucción número 1 de Río Gallegos-, tenía ocho años cuando su papá mudó a la familia a la Patagonia para asumir como vocal del Tribunal de Justicia.

Lozada siguió el mandato paterno: empezó ayudando en la fiscalía de Estado, después consiguió un puesto como secretario en una fiscalía federal y en 1996, Néstor Kirchner, por recomendación de Carlos Zannini, lo citó en Casa de Gobierno para ofrecerle ser juez de instrucción.

Su resolución más famosa es invisible. En junio de 2005 cerró la causa judicial que investigaba el manejo de los 500 millones de dólares que la provincia tiene en el exterior. Hace tres semanas, volvió a fallar en la misma línea: un fiscal había solicitado la indagatoria de Kirchner por la administración de los fondos y Lozada clausuró el expediente. El expediente Hueicha descansa, olvidado, en su despacho.