El enamorado de los ovnis

Publicado: 30 octubre 2012 en Sergio Carreras
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Jorge Suárez fue lo más parecido a un extraterrestre que habitó en las sierras de Córdoba. Fue un hombre que tuvo los pies en este planeta pero mantuvo siempre los ojos rozando las estrellas sin necesidad de treparse a transbordadores ni de orbitar en estaciones espaciales.

Los humanos somos seres desatentos que gastamos la vida entera ignorando que la quietud es una ilusión, que la inmovilidad es aparente y no existe, que siempre estamos en el viaje y que todo se mantiene en permanente movimiento aunque las montañas, las pirámides y los edificios parezcan tan estables cuando los miramos. Son pocas las personas que perseveran en la vigilia y ni por un instante olvidan que apenas somos microscópicos pasajeros en una roca que gira a más de cien mil kilómetros por hora alrededor de una estrella insignificante.

Suárez fue uno de esos bichos extraños que jamás olvidaba dónde estaba parado. Y a esa vigilia le añadió un convencimiento: no estamos solos en el Universo. Entonces cada vez que levantaba la mirada no esperaba solamente chequear el cielo y las nubes y los barriletes y las palomas. Esperaba más. Mucho más.

Como sucede con los dementes y con los héroes, el mundo no estaba preparado para el tamaño de sus ambiciones.

Había nacido en Adrogué, en la provincia de Buenos Aires, en 1940.  Su vida cerca de las estrellas comenzó en 1976, cuando se trasladó hasta un pequeño pueblo desplegado a los pies de un cerro modesto que todavía no había forjado su fama sobrenatural de aeródromo interplanetario y portal multidimensional.

Debió ser un amor a primera vista. Suárez, la pachorrienta localidad de Capilla del Monte y el bello cerro Uritorco comenzaron un romance de a tres. Ninguno seguiría siendo el mismo luego de ese primer contacto.

Vi a Suárez tres veces en mi vida: durante una transmisión radial desde la cúspide del Uritorco, en horas de la madrugada, en la que nuestros acompañantes parecían borrachos o muy sugestionados e interactuaban con luces misteriosas y duende. La segunda vez, en un simposio internacional de personas que aseguraban haber sido secuestradas por platos voladores. Y la última ocasión fue en un congreso internacional de ovnilogía en el que estuve cerca de ser puesto en órbita por cuestionar la autenticidad de un video que mostraba vestigios de un imperio extraterrestre en la superficie de la Luna.

Suárez se transformó en el custodio del misterio de Capilla del Monte, en el portero interestelar del Uritorco, ayudado por un episodio que desparramó la fama del pueblo y del cerro por todo el planeta y que ocurrió a pocos kilómetros del lugar, en enero de 1986: una mancha oval de 120 por 65 metros «apareció» (las comillas son inevitables) en la ladera de la Sierra del Pajarillo.

Como suele ocurrir en estos casos, las ansias de creer y la fantasía y los fabulosos titulares periodísticos no necesitan de previas verificaciones científicas. En pocos días repiqueteaba por el planeta la noticia de la nave espacial que había atracado en las sierras cordobesas. Y Suárez fue la voz más requerida para responder sencillas preguntas como ¿de qué lugar de la galaxia vinieron los visitantes?, ¿qué tipo de tecnología les permite viajar a velocidades mayores que la luz?, ¿vienen a matarnos a todos?, ¿por qué eligieron Capilla del Monte para detenerse?, ¿para qué vinieron?, ¿cuándo volverán?

A los herejes que observaron la mancha con sorna o se atrevieron a sugerir que los extraterrestres que la provocaron eran en realidad humanoides traviesos de la zona, Suárez respondió, solemne: «Las investigaciones demostraron que no pudo haber sido hecha por el hombre y menos durante la noche. Además se comprobó que los insectos y batracios encontrados en la circunferencia estaban momificados de una forma muy curiosa».

Luego, todo explotó. Esa mancha quemada en los pajonales colocó a Capilla del Monte en un lugar privilegiado del mapa internacional de la peregrinación extraterrestre.

La procesión ya lleva más de un cuarto de siglo y va en aumento. Primero llegaron los amantes de los ovnis, es decir los amantes de algo que no saben qué es, ya que eso significa la sigla: se trata de algo que vuela pero que nadie puede definir. Son, como fue Suárez, los amantes fieles de una probabilidad inasible, de luces transparentes que se difuminan entre las retinas, de un deseo potente que nunca les permitirá abrazar otra cosa que no sea su propia obsesión por lo desconocido.

Después llegaron los perseguidores de misterios, los fantasiosos, los crédulos, los curiosos. Aparecieron los convencidos de que abajo del cerro existe la ciudad subterránea de Erks cuya puerta de ingreso está en otra dimensión y necesita ser encontrada. Aterrizaron los avistadores de elfos, los meditadores trascendentales, los reencarnados, los fotógrafos de fantasmas, los médicos energéticos, los perseguidos por los Hombres de Negro, los diagnosticadores de auras.

Al final llegaron los turistas esotéricos, los new-age y los ecólatras, convencidos de que el Uritorco es un afrodisíaco espiritual, el concubino de la Pachamama, la montaña del destino desde donde se podrá ver cómo se licúa el mundo mientras se cumple la última profecía maya.

Jorge Suárez los vio llegar y volverse a todos ellos. No le gustaba ese carnaval: «Demasiada gente chiflada. Un día vamos a tener una desgracia en el cerro», me dijo. Al mismo tiempo Suárez sabía que a él mismo muchos lo consideraban otro de esos chiflados. Primero lo vieron como a un desequilibrado inofensivo, pero luego fueron muchos más los que comenzaron a detectar las ventajas económicas de la novela. De ahí, hubo un solo paso para que el resto del pueblo, la maestra, el sacerdote, el intendente, aprendieran a ver luces y esferas, globos fluorescentes, fenómenos alógenos. Todo inexplicable, por supuesto. La billetera del pueblo comenzaba a estar agradecida.

Suárez creó el Centro de Informes Ovni (CIO), fue su director y lo instaló en su casa, ubicada camino al Uritorco. Condujo durante muchos años el programa Alternativa Extraterrestre, por FM Astral. En 1999 comenzó a organizar los congresos internacionales de ovnilogía, que por varios días transforman a Capilla del Monte en un simpático bar espacial. Ufólogos, astronautas y médiums venidos de los cinco continentes se encuentran y se ponen al día con los últimos avistamientos, los más recientes contactos con alienígenas, las nuevas civilizaciones descubiertas en galaxias que ningún telescopio siquiera sospecha.

Son, por supuesto, noticias que la gran mayoría de los medios periodísticos del mundo terrestre, se dan el lujo de ignorar.

En 1997 Suárez me invitó a participar de la emisión número 500 de su programa de radio, que transmitió envuelto en una frazada, a lo largo de tres horas, desde la cumbre del Uritorco. Fue una noche helada. Con el fotógrafo agotamos una botella de vodka en la primera hora de la trepada, y recuerdo que luego del programa pasamos una madrugada divertida, tiritando en nuestras bolsas de dormir mientras a nuestro alrededor había gente que corría persiguiendo luces e invocando espectros.

A Suárez le interesaba mucho la relación con la prensa y no podía entender que los medios no publicaran en primera plana las noticias de avistamientos de ovnis y contactos con aliens. «Los ovnis no son un mito, son una realidad probada por nuestra tecnología. Pero claro, esto molesta a los poderes planetarios», me dijo.

También me invitó a un congreso de abducidos que organizó en Capilla del Monte y me entretuvo todo un día presentándome a gente de diversos países que me contaba, como si hablara de una ida de compras al supermercado, que una nave espacial los había secuestrado y seres extraños se habían dedicado durante horas a auscultar sus orificios antes de abandonarlos en lugares exóticos: una cabina telefónica, una estación de servicio, una bañera vacía.

Suárez sabía que yo escuchaba con respeto pero con escepticismo sus teorías ufológicas. Un día le pareció que era una buena idea invitarme a exponer en uno de sus congresos ovni, y me subió al escenario para compartir una mesa junto a dos perseguidores de ovnis, uno mejicano y otro colombiano.

Tuve el mal tino de cuestionar la veracidad de un video que acababa de proyectar el conductor de un programa televisivo español, en el que se veía a Neil Amstrong dando saltitos en la Luna entre los restos de una civilización extraterrestre. Además sugerí que la mancha en el cerro El Pajarillo pudo no haber sido obra de un plato volador.

Uno de mis compañeros de mesa, no recuerdo cuál, me dijo que era un ignorante, como todos los periodistas. Se puso de pie y me gritó durante largos minutos. Pensé que si hubiera tenido en sus manos una pistola láser me habría reducido a cenizas ahí, sobre el mismo escenario. Luego, con ardor evangelista, azuzó a la audiencia: «¡Vamos a demostrarle su ignorancia a este periodista! A ver, levanten la mano los que han visto naves especiales». Cientos de manos se elevaron al unísono. Yo había sido derrotado.

Cuando bajé del escenario fue como si hubiera sido invisible. Durante el cóctel posterior, nadie me miraba y Suárez, avergonzado, me evitó el resto de la noche. Volví a mi hotel, hice el bolso y regresé a Córdoba. Nadie llamó para reprocharme mi abandono del congreso.

Luego mis contactos con Suárez fueron telefónicos. Me llamaba para pedir difusión a sus eventos, a sus giras, como la que hizo en 2007 por cuatro países latinoamericanos para difundir la maravilla ufológica que era el Uritorco. Siempre que hablábamos acababa de ocurrir algo importante, vital, definitorio, que otra vez había sido ignorado por los medios. Vivía las 24 horas pendiente de ese otro mundo que se manifestaba en pequeñas luces, en naves desconocidas, en misterios.

Suárez ya no estaba solo. En 1993 había conocido a una colombiana llamada Luz (¿qué otro nombre podía tener?). La historia que los uniría comenzó una noche, en Buenos Aires, cuando Luz tuvo un sueño en el que le indicaron que debía viajar hacia un lugar. Ese lugar era Capilla del Monte. Obediente, llegó, conoció a Suárez, y ya no se separaron más. Luz trabajó a su lado en el CIO, en los congresos, en el programa de radio. «Todo indicaba que debíamos seguir juntos», dice Luz al recordarlo.

Cuando uno piensa en los constructores y desarrolladores de ciudades, nunca se le viene a la cabeza la imagen de un ufólogo que sueña con luces. Pero Capilla del Monte tuvo con Suárez un soñador que le valió por 100 ingenieros, por 200 urbanistas, quizá por miles de señores razonables y pragmáticos y productivos.

Suárez fue un escudriñador profesional de horizontes. Percibía ciudades y seres que estaban lejos de los extraterrestres de goma verde y del Carnaval Alienígena para turistas que comenzó a organizar su ciudad el verano pasado.

Gracias a Suárez, Capilla del Monte fue la capital de un sueño, la capital del misterio, la capital de un amor que nunca fue correspondido por las estrellas.

El pasado 15 de marzo un aneurisma puso fin a la vida de Suárez en una clínica de la ciudad de Córdoba. Tenía 72 años terrestres. ¿Hace falta decir en qué cerro pidió que fueran esparcidas sus cenizas?

comentarios
  1. Piracetam dice:

    Yo estuve en 1974, la ventana de la habitación del hotel daba justo frente al Uritorco, en esa epoca se empezaba a hablar de los ovnis, pero a pesar que me pasé los 15 días de vacaciones con la persiana levantada mirando el cerro no vi ni una mísera lucecita ni siquiera de linterna. Lo único que hubo fue una noche una explosión como si un rayo hubiera caído en el edificio ya que este vibró, pero después de eso nada más.

  2. Marina Boato dice:

    hermosa nota, alguna vez se contaran las historias de Capilla y Jorge será uno de los protagonistas indiscutidos

  3. Maga dice:

    Yo recuerdo haber ido a una presentacion de libros sobre la tematica ovni en el cine tratro enrique muiño y aparecio ese señor Suarez, pero no dijo nada nuevo, no investigo casi nada, su «super » investigacion se basaba en pasar videos bajados de youtube. Para mi fue un chanta soberbio. Un pobre señor grande.

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